María Santísima es la Toda Santa, de santidad perfecta
Proclamamos que la inmunidad de María “de toda mancha de pecado original” no fue más que la aureola radiante, no velada por niebla alguna de culpa ni inclinación a ella en su larga jornada sobre la tierra. (Card. Luigi Ciappi OP, teólogo de la Casa Pontificia durante los últimos cinco pontificados).
Dios colmó a María tan maravillosamente de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de los Ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado, y toda hermosa y perfecta, manifestó la plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor, después de Dios, y nadie puede imaginar fuera de Dios.
Y por cierto era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aún de la misma mancha de la culpa original. (Beato Pío IX Ineffabilis Deus)
Esta sobreabundancia de la gracia –el más eminente de todos sus privilegios innumerables- es lo que eleva a la Virgen muy por encima de todos los hombres y de todos los Ángeles, y la aproxima más a Cristo que cualquier otra criatura- (León XIII, Encíclica Magna Dei Matris, 8 de sept. de 1892).
Por eso con San Efrén nos dirigimos a Cristo y exclamamos: Sólo Tú y tu Madre tenéis la gracia de la perfecta belleza, porque no hay mancha en Ti ni mancha hay en tu Madre, y a Ella cantamos con el fervor de los maronitas: ¡Oh azucena espléndida y rosa de delicada fragancia, el aroma de tu santidad perfumó toda la tierra, ruega para seamos el agradable aroma de Cristo y lo extendamos por toda la tierra! (Misa Maronita).
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