Texto del Evangelio (Jn 6,1-15):
En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».
Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.
«Él sabía lo que iba a hacer»
Rev. D. Stefanus Albertus HERRY NUGROH
(Bandung, Indonesia)
Hoy, el Evangelio nos recuerda un milagro ante cinco mil hombres cuando «tomó Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron» (Jn 6,11). El Señor no hizo este milagro para lucirse, sino que el hecho encerraba un significado más profundo. Jesús fue movido por el amor de Dios hacia aquella gente. Hemos de hablar de fe y de amor cada vez que intentamos entender qué mueve a Jesús.
El gentío le siguió por la fe y la confianza en Él. Llegados de todas partes, necesitaban saciar su hambre y sed por la verdad y el amor de Dios, que encontraron personalmente. Y el Señor sabía lo que ellos necesitaban.
Nosotros, los cristianos, podemos manifestar el amor de Dios siempre y en cualquier sitio en que nos encontremos. Uno tiene que empezar por el respeto a sus vecinos, entendiendo cuáles son sus necesidades. Desde ahí uno puede actuar tal como Jesús hizo: esforzarse por mejorar la vida de los vecinos. Estos actos no deben ser tomados a la ligera. Eso es nada más y nada menos que la salvación de Dios obrada a través de nuestras pequeñas manos.
En Bulgaria, el Papa Francisco insistió a los jóvenes: «Algunos milagros sólo pueden darse si tenemos un corazón como el vuestro: un corazón capaz de compartir, soñar, sentir gratitud, confianza y respeto frente a otras personas».
El Señor necesita nuestras manitas como su “compañero” para hacer milagros. Por tanto, hemos de considerar la responsabilidad de ser un “partner” (un “socio”) del Señor: eso podría impulsar a otras personas a ensalzarnos. Si esta circunstancia te permite servir a los demás, ¿por qué no? Pero, si eso te lleva a no hacer nada, entonces necesitas rectificar la intención para continuar la misión, tal como hizo Jesús. En efecto, «dándose cuenta de que intentaban venir a tomarle (…) para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo» (Jn 6,15).
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