VIRGEN CLEMENTE
La clemencia según Santo Tomás de Aquino es aquella virtud que templa el rigor de la justicia con la misericordia; que concede y obtiene el perdón o la disminución del castigo merecido. Comparte con la mansedumbre el cometido de poner un justo y racional freno a los ímpetus de la ira y si la mansedumbre frena el afecto interno, que es la raíz o el principio, la clemencia modera el afecto exterior.
Esta hermosa y amable virtud, prosigue Santo Tomás, nace del amor. Quien ama a una persona no quiere que ésta sea castigada..
De esto se sigue que cuando el perdón total o la disminución de la pena son compatibles con el verdadero bien, entonces la amorosa clemencia perdona o impetra el perdón.
La clemencia, resplandece en María Santísima más que en cualquier otra persona. Ella se ocupa y se preocupa de impetrar el perdón para los pecadores. Por eso la Iglesia la honra con el título de Virgen Clemente.
De esta virtud de María vamos a tratar en la invocación "Refugio de los pecadores", aquí hablaremos solamente de su fundamento, esto es, de su tierno amor a la humanidad.
Nuestra Madre Santísima nos ama porque ama a Dios. El amor de Dios y el amor del prójimo son dos amores inseparables y nadie nos ama como Ella.
No se puede medir el amor Infinito del Corazón de Jesús, aquel Corazón inflamado con las llamas del Amor Divino y que fue atravesado por la lanza. Ningún otro corazón está tan cerca del amor de Jesús, como el de su Madre. Ninguno alcanza tan encendida caridad. Ella nos ama en Cristo, ama en nosotros la Sangre del Hijo derramada en el Calvario y aplicada en los Sacramentos. Ella más que nadie conoce en Dios el altísimo valor de un alma.
No hay otro amor más hermoso y más fuerte que el de María porque brota de la purísima fuente del amor de Dios.
Por dos títulos María es nuestra Madre:
• Ante todo porque ES LA MADRE DE JESUCRISTO.
• Porque Ella nos engendró al pie de la Cruz sobre el Calvario, allí fuimos confiados a Ella como hijos en la persona de Juan.
Los dolores que no tuvo en el divino parto natural, debió sufrirlos en el parto espiritual cuando fue constituida Madre de todos nosotros.
De la misma forma que Dios adornó a María con la santidad más eminente, así la dotó de un corazón, en profundidad y en extensión, el más amante de todos los corazones; con el que nos ama a todos, justos y pecadores, aquellos que aunque estén en pecado buscan salir de él y se proponen dejarlo. Ella escucha sus súplicas y los reconcilia con Dios y lo hace como una madre que tiene más cuidado de un hijo enfermo que de un hijo sano ... como deja el buen pastor las noventa y nueve ovejas para ocuparse de aquella que huyó del redil.
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