CONTEMPLEMOS A ESE NIÑO RECIÉN NACIDO…
Por Francisco Javier Colomina Campos
Anoche el mundo entero se paralizaba para celebrar la Navidad. Un niño ha nacido, y es Dios que se hace hombre y que viene a salvarnos. Hoy nos asomamos de nuevo al portal de Belén para adorar a este niño y escuchamos el prólogo del Evangelio de san Juan.
1. En el principio ya existía la Palabra. Juan relata en su Evangelio una nueva creación. Si recordamos el comienzo de todo, el inicio de la creación, las primeras palabras del Génesis son: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”. En el origen existía el caos, y Dios creador comienza su obra. Dios crea a través de la palabra, pues según Dios va pronunciado se va formando la creación. La palabra de Dios es creadora. En el Evangelio de hoy, Juan nos dice: “En el principio ya existía la Palabra”. Esta Palabra es Cristo, el Verbo de Dios, que ya existía desde el principio, que era Dios y que estaba junto a Dios. Añade san Juan que todo fue creado por la Palabra, como hemos visto en el Génesis. Por lo tanto, el Hijo de Dios es eterno, existe desde el principio, y ha sido a través de Él como Dios ha creado el mundo. Esta Palabra se ha ido revelando poco a poco a través de la historia. Así, el autor de la carta a los Hebreos nos dice en la segunda lectura de hoy que Dios ha hablado a lo largo de la historia por medio de los profetas.
2. La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Dios no se conformó con hablar a través de los profetas, como hizo a lo largo de la historia de Israel. Por eso, llegado el momento que Dios tenía pensado desde el principio, porque quiso que su Palabra resonase con fuerza en el mundo, nos mandó su Palabra para que se encarnase, para que se hiciese hombre, y así viviese entre nosotros. En la Antigua Alianza, la palabra de Dios estaba escrita en dos tablas de piedra, los diez mandamientos. Estas tablas se conservaban en el arca de la alianza que se custodiaba en la tienda del encuentro. Ahora, la Palabra se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros, ya no en la tienda del encuentro, sino en la persona del Hijo, Dios hecho hombre, que habita en medio del mundo. Así lo proclama el autor de la carta a los Hebreos cuando afirma: “Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. La Navidad es por tanto el misterio del amor de Dios que quiere hablarnos personalmente, al corazón de cada uno. Es el misterio de una Palabra tan fuerte, tan de verdad, que se hace carne.
3.- La Palabra era la luz verdadera, vino a su casa y los suyos no la recibieron. Como en la Misa de anoche, hoy vuelve a aparecer la simbología de la luz que brilla en la tiniebla. San Juan, en el prólogo de su Evangelio, compara la Palabra con el símbolo de la luz. Y afirma que la luz no fue recibida cuando vino a su casa. Es decir, Cristo, Palabra del Padre, se ha hecho carne, ha venido al mundo, sin embargo el mundo no recibe esa Palabra, no la escucha. El mundo de hoy prefiere la tiniebla a la luz. Cuando volvemos en Navidad al portal de Belén, recordamos cómo Jesús tuvo que nacer en un portal por no tener sitio en la posada. Dios no fue recibido por los hombres cuando se hizo hombre. La luz que disipa la oscuridad no es aceptada por muchos que prefieren vivir en la tiniebla. Un ejemplo lo tenemos en estos días de Navidad, que en medio de tanto trasiego, mucha gente vive como si Dios no existiese. Es triste celebrar la Navidad como nos la presenta el mundo, una Navidad sin Dios, en tiniebla, sin hacer caso a la luz.
En este día grande de la Natividad del Señor, estamos llamados a redescubrir el valor de este misterio. Jesucristo, Palabra del Padre, que existe desde siempre, por el que hemos sido creados, ha venido a nosotros para iluminar nuestra vida. Acerquémonos hoy al portal de Belén, asomémonos al pesebre, contemplemos a ese niño recién nacido y descubramos en él a Dios con nosotros. Él nos trae la paz, la felicidad y la luz que ilumina nuestras vidas. Este es el mejor deseo para estas fiestas de Navidad.
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