23 sept 2018

El discípulo de Jesús debe tener clara su vocación de servidor

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EL DISCÍPULO DE JESÚS DEBE TENER CLARA SU VOCACIÓN DE SERVIDOR

Por Gabriel González del Estal

1.- Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, y como todos vosotros sabéis, los discípulos de Jesús, antes de su muerte, creían en un Jesús Mesías triunfante y vencedor, que, por supuesto, era y sería el primero de todos en lo político, en lo social y en lo religioso. Por eso, discutían por el camino entre ellos quién de ellos iba a ser el primero, después de Jesús, en el reino del que Jesús sería el Rey y Jefe supremo. La respuesta de Jesús es clara y contundente: yo he venido a este mundo para servir, para salvar, para redimir a los hombres, no para ser jefe político y social de los demás; por eso, quien de vosotros quiera seguirme a mí debe tener clara su condición de servidor de los demás, no de jefe. El ejemplo que les pone de acoger a los niños hay que entenderlo también en este sentido: los niños en tiempo de Jesús no mandaban, confiaban en sus padres. Lo mismo nosotros, los discípulos de Jesús, debemos confiar en nuestro Padre Dios, y en su Hijo Jesucristo Y si Jesús vino para servir, no para mandar, los mismo debemos hacer nosotros, servir a los demás y confiar en Dios. Es evidente que en la vida ordinaria la persona adulta debe comportarse ante los demás como persona adulta, no como un niño, pero ante Dios y ante Jesús todos nosotros debemos comportarnos como niños y confiar no en nuestras propias fuerzas, sino en el poder y la misericordia de Dios. El servicio a los demás y la confianza en Dios son, pues, los dos mensajes principales de este relato del evangelista Marcos. Y, como para ser servidores de los demás hace falta ser humildes y sacrificados, pues hagamos hoy nosotros el propósito de ser en nuestra vida personas humildes, sacrificadas y con mucha confianza en Dios. Al fin de cuentas, como dice el salmo responsorial, salmo 53, espiritualmente no son nuestras fuerzas personales, sino nuestro Dios y su hijo Jesucristo los que sostienen nuestra vida y nos ayudan a vencer las tentaciones y adversidades de este mundo.

2.- Acechemos al justo, que nos resulta incómodo… Si el justo es hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos: lo someteremos a prueba y a tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupe de él. Este texto del libro de la Sabiduría lo podemos aplicar muy bien a Cristo, a todos los mártires cristianos y a muchas personas que, a lo largo de su vida, han sufrido desprecios y sufrimientos por manifestar públicamente su fe. La vida de una persona justa y buena, que obra públicamente según su conciencia cristiana, no está nunca exenta de sufrimiento y mortificación. Apliquémonos nosotros este texto a nosotros mismos y hagamos el propósito de ser siempre fieles a nuestra conciencia cristiana, aunque esto muchas veces nos suponga mortificación y sacrificios. Ser buena persona y fiel a nuestra conciencia cristiana en todo momento nos va a suponer, seguro, mucha paciencia y fortaleza cristiana. Cristo no sufrió el desprecio y la muerte por gusto, sino porque fue el precio que tuvo que pagar por cumplir la voluntad de su Padre, Dios. Cuando nos lleguen a nosotros momentos de tener que sufrir por mantener públicamente nuestra fe cristiana aceptemos el sufrimiento, sabiendo que sólo así seremos fieles discípulos de nuestro Señor Jesucristo.

3.- Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y obras buenas, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. Se ve que ya en tiempos del apóstol Santiago, en las primeras comunidades cristianas había envidias y rivalidades. No es fácil actuar siempre con la sabiduría de Dios, sembrando la paz y actuando con justicia. Examinémonos a nosotros mismos y a la comunidad cristiana donde nosotros vivimos ahora y veamos si somos personas de paz, que sembramos la paz y actuamos siempre con justicia. Las envidias y las rivalidades son, casi siempre, fruto de nuestro deseo innato de ser primeros y no parecer menos que los demás. Como hemos dicho al principio, si queremos ser buenos discípulos de Cristo no nos esforcemos tanto por mandar y ser primeros, sino por ser buenos servidores de los demás. Y confiemos siempre en Dios, que es, como nos dice el salmo 3, el que sostiene nuestra vida.

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