ESE TESORO: ENTRAR EN EL REINO DE LOS CIELOS
Por Antonio García-Moreno
PÍDEME.- Salomón ha sucedido a su padre el rey David. Ahora es él quien se sienta en el trono de la casa de Jacob, quien rige los destinos del pueblo. El pasaje de hoy nos presenta al joven rey después de haber ofrecido un sacrificio a Yahvé, el Dios vivo de Israel. Por la noche, durante el sueño, Salomón tiene una visión. Dios se le presenta y le pregunta qué es lo que más desea, cuál es su mayor anhelo para concedérselo, sea lo que fuere.
Salomón responde: "Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien...". Salomón se ha olvidado en su petición de sí mismo, sólo está preocupado, hondamente, de su pueblo, de cómo regirlo con acierto, teniendo en cuenta el bien común de todos, sin dejarse llevar del favoritismo, ni de las apariencias. Ha preferido los bienes espirituales a los materiales. Buen ejemplo para cada uno de nosotros que tantas veces pedimos con una visión egoísta, sin mirar el bien de los demás, sin tener en cuenta una justa jerarquía de valores que pone lo espiritual por encima de lo material.
Dios responde a la plegaria de Salomón: "Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido ni lo habrá después de ti...". Y Salomón será el prototipo del rey sabio. Y junto con la sabiduría le vendrán los demás bienes a manos llenas. Su reinado será el de mayor esplendor, dejando un recuerdo indeleble en la mente y en el corazón de todo israelita.
Pedir a Dios, rezarle con la confianza de que somos escuchados. Pero pedirle como cristianos y no como paganos. Sabiendo apreciar los valores del espíritu, buscando primeramente el Reino de Dios y su justicia, conscientes de que todo lo demás nos vendrá por añadidura. Siendo nosotros los últimos a la hora de pedir algo. Ante todo el Reino de Dios, la Iglesia, el Papa, los obispos y sacerdotes. Después el bien de la patria y el del mundo entero, nuestros familiares y amigos. Y por fin, nosotros mismos. Y Jesús, que es bueno, infinitamente, sabrá apreciar nuestro desinterés, nuestro deseo auténtico de ayudar, sin esperar nada de los hombres, a todo el que lo necesite.
2.- EL MÁS PRECIADO TESORO.- Jesús pregunta a los suyos si entienden sus palabras. Una pregunta que se dirige también a nosotros. Son palabras tan sencillas y claras, que sería extraño que alguien no las entendiese. Es verdad, además, que son palabras muchas veces oídas. No obstante, siempre es conveniente recordarlas. Hemos de hacer como ese escriba de que nos habla Jesús, el cual rebusca en su viejo baúl para sacar de él lo antiguo y lo nuevo. Así consigue que toda su vida sea iluminada por ese rico arsenal de doctrina, de ideas y de recuerdos, que constituyen su más preciado tesoro.
El mejor tesoro, el más valioso don que el hombre puede codiciar, por muy grande que sea su ambición. Por eso el que lo encuentra, el que descubre su valor, ese lo sacrifica todo por obtenerlo. Nada vale como ese tesoro y quien lo consigue tiene ya todo cuanto se puede desear. Es el mayor bien que existe o que pueda existir. Una perla preciosa que colma las más grandes exigencias del corazón humano. Dios quiera que lo descubramos, ojala deseemos poseer ese tesoro que el Señor nos ofrece, entrar en el Reino de los cielos. Cuando comprendamos lo que eso significa, entonces todo nos parecerá poco para llegar a poseerlo.
La alegría, la dicha, la felicidad, la paz, el gozo, el bienestar, el júbilo, la bienaventuranza. Ahora, ya en esta vida aunque sea de forma parcial e incoada. Una primicia que, sin serlo todo, es más que suficiente para que, aunque sea entre lágrimas, brille siem¬pre una sonrisa y florezca la esperanza, también cuando todo nos haga desesperar. Inicio del gozo eterno que un día concederá Dios a quienes le permanezcan fieles, aún con altibajos, hasta el final. Entonces podremos abrir del todo ese cofre que contiene nues¬tro más preciado tesoro y disfrutar para siempre del Bien supremo, contemplando la Belleza sin fin y comprendiendo la Verdad esplendente que es Dios mismo.
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