25 de abril: Fiesta de San Marcos
Nada omitió, nada falso añadió
San Marcos es el ayudante de Pablo y Pedro. Escribe su evangelio escuchando la predicación de Pedro. Toma apuntes «sin omitir nada de lo que había oído o añadir algo falso». Según la tradición, a él se remonta la fundación de la Iglesia en Egipto.
Recogemos en esta página lo esencial de un artículo publicado en 30 Días, por Lorenzo Capelletti
Juan, por sobrenombre romano Marcos, tenía el mismo nombre judío que aquel otro joven, el predilecto de Jesús. Pero Juan Marcos no era, como él, uno de los Doce. Más tarde, sin embargo, escuchó predicar a Pedro y lo siguió como un hijo: y fue como si hubiese escuchado al Señor. Narran los Hechos de los Apóstoles que Pedro frecuentaba la casa de Marcos en Jerusalén, donde se reunía la primitiva comunidad cristiana.
Son los primeros años de la década de los cuarenta. A Jerusalén, que se ha quedado sin Santiago y Pedro, vuelven de Antioquía, donde juntos habían trabajado entre los paganos, Bernabé y Pablo. Traen una colecta para la Iglesia de Jerusalén, en dificultad por una grave carestía. Y se van hacia Antioquía llevándose a Marcos, que era primo de Bernabé. Marcos comienza entonces su obra como colaborador y ayudante. «El hecho es que era uno de esos hombres admirables que brillan en segundo plano, o mejor dicho, que renuncian a brillar para consagrarse a personalidades más altas, asegurándose al mismo tiempo el mérito de la modestia y una acción más fecunda aunque menos personal», escribía el padre Lagrange en 1910 en su comentario al evangelio de Marcos.
Durante un decenio se pierden las huellas de Marcos. La tradición, sin embargo, sabe desde siempre dos cosas: que Marcos pasó a ayudar a Pedro y que, de alguna manera, fue quien comenzó la evangelización de Egipto. Por otra parte, Marcos podría haber estado en otros lugares además de Egipto. Hay motivos para pensar que los saludos que envía, con Pedro, a las comunidades del noroeste de Anatolia estuvieran dirigidos a comunidades vinculadas a él. Marcos aparece también en los saludos que, en los primeros años 60, Pablo envía desde Roma a los cristianos de Colosas, comunidad de Asia que iba a recibir a Marcos: «Os saluda Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos, primo hermano de Bernabé, acerca del cual habéis recibido algunos avisos; si llega a vosotros, acogedle; y Jesús, llamado Justo, que son de la circuncisión y mis únicos colaboradores en el reino de Dios, habiéndome sido de gran consuelo». Así pues, Marcos, presente, muy probablemente, no sólo en Egipto sino también en Asia, a pesar suyo se había convertido en un apóstol no haciendo más que ayudar. Al igual que había podido transmitir fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, hizo y enseñó efectivamente durante su vida entre los hombres, no haciendo nada más que escuchar a los apóstoles.
El testimonio más antiguo acerca de la composición de su evangelio llega de Asia. Nos lo da Papías –obispo de Hierápolis, ciudad no lejana de Colosas, en los primeros años del siglo II–, que refiere testimonios anteriores: «Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes a los dichos y a los hechos del Señor. Porque ni había oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde siguió a Pedro, quien daba sus instrucciones según las necesidades, pero no como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor. De suerte que en nada faltó Marcos poniendo por escrito algunas de aquellas cosas tal y como las recordaba. Porque en una sola cosa puso su cuidado: en no omitir nada de lo que había oído o mentir absolutamente en ellas».
«Marcos nos ha legado los recuerdos de un testigo ocular, la narración de Pedro, como él la recogió de la boca del apóstol, en su espontaneidad y frescura original. Como a menudo sucede a los pescadores, acostumbrados a espiar las mínimas señales de la presencia del pez, y también a los cazadores ejercitados en el acecho, Pedro sabía ver. Conservaba de su profesión una actitud particular para observar los detalles plásticos de una escena», escribe con fina intuición el biblista Spadafora. Y también Marcos vio. Pero, ¿dónde y cómo compuso Marcos su evangelio? Lo compuso tomando apuntes, como parece sugerir Papías. En Roma, afirman explícitamente otras fuentes. Y lo compuso teniendo presente lo que más había llamado la atención y convencido a aquellos caballeros y libertos imperiales que pidieron a Marcos que pusiera por escrito lo que Pedro decía. Así Marcos hace hablar a las obras, de modo particular a las milagrosas; tanto es así, que la primera parte de su narración está entretejida de milagros.
Si Marcos dejó Egipto y luego el Oriente por Roma, a Egipto tuvo que volver. La tradición dice que murió mártir y fue enterrado en una aldea poco distante de Alejandría. Y como un vivo durmiente, según la maravillosa iconografía que la Edad Media daba a las reliquias (reproducida en los mosaicos de San Marcos, en Venecia), él realizará en tiempos aún más gloriosos, a principios del siglo IX, su triunfal viaje hacia Venecia. Durmiendo a popa sobre un cabezal, como había narrado de su Señor, y despertándose a tiempo, como su Señor, para que la nave no naufragase.
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