Autor: Miguel Escobar | Fuente: Catholic.net
El que cree en el Hijo tiene vida eterna
Juan 3, 31-36. Pascua. El testimonio de un cristiano puede ser más poderoso que mil discursos.
El que cree en el Hijo tiene vida eterna
Del santo Evangelio según san Juan 3, 31-36
El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él».
Oración introductoria
Padre de amor, que nos has hecho partícipes de tu misma vida, concédenos a todos los cristianos, y a los hombres de buena voluntad realizar, en las circunstancias particulares y en los acontecimientos de la historia, nuestra vocación de hijos de Dios, a ejemplo de tu hijo Jesucristo. Amén
Petición
Señor, que los dones recibidos en esta pascua den fruto abundante en toda Nuestra vida. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Meditación del Papa Francisco
¿Quién nos hace reconocer que Jesús es "la" Palabra de la verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que "nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo". Es solo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la verdad. Jesús lo define el "Paráclito", que significa "el que viene en nuestra ayuda", el que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, en la Última Cena, Jesús asegura a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, recordándoles sus palabras.
¿Cuál es entonces la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? En primer lugar, recuerda e imprime en los corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo, y precisamente a través de estas palabras, la ley de Dios -como lo habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento-, se inscribe en nuestros corazones y en nosotros se convierte en un principio de valoración de las decisiones y de orientación de las acciones cotidianas; se convierte en un principio de vida. (S.S. Francisco, 15 de mayo de 2013).
Reflexión
Los que participan en la vida divina, forman la familia de Dios. En ella, al modo de la familia humana, hay relaciones de paternidad y filiación, de fraternidad, y el clima apropiado para que estas relaciones se estrechen y se refuercen cada vez más. A esta familia no se pertenece por generación natural, sino por generación de fe, de amor y de esperanza. Las puertas de la casa familiar están siempre abiertas: Todos los hombres están invitados a entrar, pero ninguno obligado. Los caminos por los que se llega al solar familiar del Padre son muy variados: los hay rectos y los hay tortuosos; unos son más largos y otros son más cortos. Todos llevan sin embargo a la casa del Padre. A lo largo de la historia han habido y habrá quizá quienes no quieran entrar y se queden fuera, pero el que entre pasará a disfrutar de los beneficios de la familia de Dios.
Formamos parte de la familia de Dios que se hace presente en la historia por medio de la Iglesia, debemos vivir cada día como buenos hijos de esta familia, como hijos dignos de este Padre que tanto nos ama, y como hermanos que se entregan generosamente a sus hermanos. El testimonio de un cristiano puede ser más poderoso que mil discursos, para resucitar en el corazón de tantos otros el deseo de Dios.
Propósito
Revisemos nuestro interior a la luz de Dios para ver si hemos dado en nuestra vida espacio y tiempo para que Dios hable a nuestro corazón.
Diálogo con Cristo
Señor me acerco a ti con el firme propósito de dirigir mi vida y mis pensamientos según tus criterios. No permitas que el materialismo y las prisas cotidianas me mantengan lejos de tu amor. Fortalece en mi corazón la semilla que tú sembraste en el bautismo para que para que crezca en mi alma la vida de gracia. Y Ayúdame a acercar a otros a participar de este don con el ejemplo de mi vida diaria. Así sea.
¿Para que fin nos ha creado Dios?, se pregunta la tradición catequética. E iluminados por la gran fe de la Iglesia, tenemos que repetir pequeños y grandes, estas palabras u otras semejante: Dios nos ha creado para conocerlo y amarlo en esta vida y gozar de él eternamente (Juan Pablo II CATEQUESIS DE DICIEMBRE DE 1986)
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