“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.”
El Verbo nos invita a sacudir de los ojos de nuestra alma el pesado sopor y a liberar nuestro espíritu de todo espejismo, para no apartarnos de las realidades verdaderas que nos atan a lo que no tiene consistencia. Por esto, el Señor nos sugiere el pensamiento de la vigilancia, diciendo: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.”...El sentido de esos símbolos está bien claro. Aquel que se ciñe con la moderación, vive en la luz de una conciencia pura, porque la confianza filial ilumina su vida como una lámpara. Iluminada por la verdad, su alma queda libre del sueño de las ilusiones, porque ninguna fantasía vana lo engaña. Si guardamos esto, según las indicaciones del Verbo, entramos en una vida similar a la de los ángeles...
Ellos, en efecto, esperan al Señor cuando vuelva de la boda y están sentados en la puerta del cielo con los ojos vigilantes, para que el Rey de la gloria (Sal. 23,7) pueda pasar de nuevo cuando vuelva de la boda y entre en la bienaventuranza que está por encima de todos los cielos de donde “sale como el esposo de su alcoba” (Sal. 19,6)
El, por el baño sacramental de la regeneración, se ha unido a nuestra naturaleza humana que se había prostituido con los ídolos y la ha restituido a su incorruptibilidad virginal. Se han consumado las bodas ya que la Iglesia ha sido esposada por el Verbo... e introducida en la alcoba nupcial de los misterios. Los ángeles esperan la vuelta del Rey de la gloria en la bienaventuranza que le es connatural.
Por esto dice el texto que nuestra vida tiene que ser semejante a la de los ángeles, para que, como ellos, nosotros vivamos alejados del vicio y de la ilusión, para estar prontos en acoger la llegada del Señor, y que, vigilando en la puerta de nuestra morada, aguardemos su venida para abrir así que llame.
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