Confío en Ti, porque nos preparas una morada en casa del Padre
Un lugar en el cielo, ha ido a prepararnos un lugar, mi lugar, tu lugar por toda la eternidad.
Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Confío en Ti, porque has entregado tu vida por nosotros.
Si una persona ha dado la vida por mí, es porque me quiere muchísimo. Y puedo confiar en ella totalmente. Puedo confiar totalmente en Jesús: dejar en sus manos mi vida y mi muerte, mis problemas y dificultades, mis retos y mis metas, mis alegrías.
Puedo caminar seguro en medio de la tormenta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo.
Nadie nos pide que caminemos solos por la vida. Jesús quiere acompañarnos siempre, lo ha prometido, y Jesús cumple.
Un Dios que da la vida por sus creaturas, cuanto las ha de querer. De mis múltiples certezas ésta es la primera, la mejor, la que llena de alegría y esperanza mi vida entera. Si Dios conmigo, ¿quién contra mí? Dios ha dado su vida por mí: esta certeza nada ni nadie la podrá borrar.
Mi confianza infinita como respuesta al amor infinito. Es la única respuesta. Respuesta de absoluta y total seguridad, de rechazo de todo temor y tristeza. Dios está conmigo, Él me consuela, Él me sanará, Él es mi Padre, Él es mi amor y mi todo.
Confío en Ti, porque eres la vid que me permite llevar fruto
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Algo que es diferente y algo que es lo mismo. Una vid sin sarmientos no da fruto y unos sarmientos sin vid tampoco. Tú necesitas de nosotros los sarmientos y nosotros, sobre todo, necesitamos de Ti como la vid.
Unidos a Ti producimos abundante fruto. Separados nos secamos y acabamos en el fuego. Tú eres la vid eterna, que nunca se seca, ni se muere, pero nosotros somos los sarmientos que, para tener vida, debemos necesariamente estar unidos a Ti. La poda se requiere, aunque duela, para dar más fruto. Podar soberbias, egoísmos, sensualidades, pues son ramas parásitas.
Dar fruto es la consigna. El máximo posible. No se toleran la mediocridad ni las medias tintas. Quisieras que todos los cristianos y, sobre todo, sacerdotes sacáramos siempre A y obtuviéramos el cien por cien en el apostolado. Quieres que todos seamos santos y no te cansas de invitarnos a serlo.
La savia de tu gracia alimenta mi alma y la enriquece para fructificar. Sin Mí no podéis hacer nada. Pero conmigo lo podéis todo. Tened fe en Dios...Todo lo que orando pidiereis...
El que confía en Mí es el hombre más feliz del mundo, porque yo me encargo de sus cosas.
Tú lo prometiste.
Confío en Ti, porque eres la luz que ilumina nuestro peregrinar hacia el Padre
No vamos caminando en tinieblas, ignorando a dónde poner el pie. Hay luz, Tú eres nuestra luz y caminamos con seguridad, sabiendo a dónde nos llevas. Pero los que no te aceptan son guías de ciegos que caminan en la oscuridad y no saben a dónde van y van cayendo en los hoyos del camino.
No te quieren, Señor y eso equivale a odiarse a sí mismos. ¡Quién les hiciera entender y aceptar que están en el error, que sí hay camino, sí hay luz, pero tiene un solo nombre, Jesús.
Vamos en peregrinación hacia el Padre celestial y Tú nos guías para presentarnos a Él. Hemos sido salvados por ti, llevamos el carácter de cristianos, de hijos en el Hijo, por tanto Él nos aceptará con mucho gusto, Pues Tú le dirás: Estos son mis hermanos muy amados a quienes enseñé a rezar el padre nuestro y a amarte, Padre amantísimo.
Confío en Ti porque has ido a prepararnos una morada en la casa del Padre.
Con qué contenida emoción les dijiste a los apóstoles: En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Y voy a preparos un lugar. Un lugar en el cielo. El lugar donde ahora están y estarán con El toda la eternidad.
Pero no solo ha ido a preparar un lugar en el cielo a sus queridos apóstoles, pues son pocos para las muchas moradas, sino que ha ido a prepararnos un lugar, mi lugar, tu lugar por toda la eternidad.
Esto lo deberíamos pensar con emoción incontenible cada día, sobre todo en los momentos de dificultad. Y el cielo consiste, según definición del mismo Jesús, en esto: en que te conozcan a ti único Dios verdadero y al que enviaste, Jesucristo.
Cuando Jesús, en compañía de María me muestre mi lugar, comprenderé sus palabras: Alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo.
Comprenderé el valor de la cruz y de la sangre, comprenderé, en una palabra, cuánto me amaba y me ama Jesús.
Comprenderé también las palabras de Pablo: Todo lo que se sufre en este mundo es nada en comparación del cielo. Pensamos demasiado poco en el cielo y demasiado poco en el infierno, ni el uno nos emociona mucho ni el otro nos atemoriza.
Vivimos inmersos en lo de aquí, en el hoy vivido materialmente y no levantamos la mirada ni el corazón hacia el cielo. Y, sin embargo lo que vamos a vivir aquí es un puntito comparado con la eternidad.
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