Ven Señor, Jesús, entra en mi corazón,
Tú, el Crucificado, que nos diste la vida,
que amas,
que eres fiel, veraz, paciente y humilde,
que has tomado sobre tí
una lenta y pesada vida
en un rincón del mundo,
negado por los tuyos,
poco amado por tus amigos,
traicionado por ellos, sujeto de la ley
juguete de la política desde un principio
niño refugiado, hijo de obrero,
una creatura que encontró obstáculos y
superficialidades como resultado
de sus trabajos,
un hombre que amó y no encontró
la respuesta del amor,
Tú demasiado exaltado,
para que te comprendieran
los que te rodeaban.
Te dejaron desolado
hasta el punto de que te sentiste
abandonado por Dios,
Tú que sacrificaste todo,
que te encomendaste en las manos del Padre
y gritaste: "Dios mío, Padre mío"
¿ Por qué me has abandonado?
Te recibiré como eres,
y te haré ley y regla de mi vida,
como la carga y la fuerza de mi vida;
cuando te recibo, acepto de vida
de todos los días como ella es.
No necesito palabras sublimes para decírtelo.
Puedo poner delante de tí mi vida cotidiana
simplemente como es,
porque la recibo de Tí,
cada día con su luz interior,
cada día con su significado,
cada día con la virtud para soportarlo,
la pura familiaridad de ello
que llega a ser la eternidad de tu Vida.
Amén.
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