MARÍA FUE, ES, Y SERÁ
El honor de la Santa Madre de Dios fue muchas veces ultrajado a través de los siglos cristianos. Esas ofensas tuvieron indefectiblemente el rechazo de la Iglesia, y, en mayor o menor medida, el condigno desagravio.
También en nuestros tiempos es afrentada María Santísima, con afrentas más feroces, seguramente en razón de ser éstos “sus tiempos” según lo afirmaron los Sumos Pontífices, cuando Ella está mostrando su Realeza y Señorío al mundo. Por otra parte, los ataques actuales revisten sin duda más gravedad porque simultáneamente se ignoran –se minimizan o silencian- sus grandezas, y se pretende olvidar el lugar que Dios le diera en los tiempos y en la eternidad.
Por esos desgraciados motivos, cumpliendo con el sagrado deber de defender su honor, por voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, y según la consigna dada solemnemente por el Papa Pablo VI en estos tiempos aciagos, de “mantener bien alto el nombre y el honor de María” (21 de nov. de 1964, clausura de la IIIª sesión del Concilio Vaticano II); y consecuentes con la afirmación del Cardenal Luigi Ciappi OP, teólogo papal de los Sumos Pontífices Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, cuando decía que “la obra maestra del supremo Artífice, cual es la Madre de Dios, es un Misterio de belleza espiritual, de prerrogativas y glorias tan sublime que únicamente la luz de la Divina Revelación es capaz de manifestárnoslo dignamente."
Por tanto debemos buscar esos rayos de luz superior en el Magisterio de la Iglesia y en la Tradición, para concentrarnos en la imagen de la “úmile et alta piú che creatura” -la más humilde y más alta criatura- (Dante).
Impulsados por el deseo de que sean recordadas, meditadas y difundidas las enseñanzas de la Iglesia sobre la Virgen María, en la voz de sus Padres y Doctores, y del Magisterio, para desagravio de su Corazón Inmaculado,presentamos las siguientes confesiones:
María Santísima fue predestinada por el Altísimo desde toda la eternidad
El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el Segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de Ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola Ella se complació con señaladísima benevolencia. (Beato Pío IX, Const. Ap. Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854).
El Altísimo la predestinó desde la eternidad para Madre del Verbo encarnado. Por eso entre las maravillas de los tres órdenes, de naturaleza, de gracia y de gloria, la distinguió de forma tal que con razón entiende la Iglesia que se refiere a María el oráculo divino: “Yo salí de la boca de Dios como la primogénita y más privilegiada criatura”.(León XIII).
Y dice San Bernardo: “El Ángel fue enviado a María...” María no fue hallada por casualidad, sino elegida desde el principio de los tiempos, preconizada y preparada para Sí por el Altísimo, custodiada por los Ángeles, preseñalada a los Patriarcas, prometida por los profetas.
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