16 jul 2022

Santo Evangelio 16 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 12,14-21):

 En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle. Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza».



«Los curó a todos»


+ Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

(Barcelona, España)

Hoy encontramos un doble mensaje. Por un lado, Jesús nos llama con una bella invitación a seguirlo: «Le siguieron muchos y los curó a todos» (Mt 12,15). Si le seguimos encontraremos remedio a las dificultades del camino, como se nos recordaba hace poco: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Por otro lado, se nos muestra el valor del amor manso: «No disputará ni gritará» (Mt 12,19).

Él sabe que estamos agobiados y cansados por el peso de nuestras debilidades físicas y de carácter... y por esta cruz inesperada que nos ha visitado con toda su crudeza, por las desavenencias, los desengaños, las tristezas. De hecho, «se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle» (Mt 12,14). y... nosotros que sabemos que el discípulo no es más que el maestro (cf. Mt 10,24), hemos de ser conscientes de que también tendremos que sufrir incomprensión y persecución.

Todo ello constituye un fajo que pesa encima de nosotros, un fardo que nos doblega. Y sentimos como si Jesús nos dijera: «Deja tu fardo a mis pies, yo me ocuparé de él; dame este peso que te agobia, yo te lo llevaré; descárgate de tus preocupaciones y dámelas a mí...».

Es curioso: Jesús nos invita a dejar nuestro peso, pero nos ofrece otro: su yugo, con la promesa, eso sí, de que es suave y ligero. Nos quiere enseñar que no podemos ir por el mundo sin ningún peso. Una carga u otra la hemos de llevar. Pero que no sea nuestro fardo lleno de materialidad; que sea su peso que no agobia.

En África, las madres y hermanas mayores llevan a los pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio a una niña que llevaba a su hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso demasiado grande para ti?». Ella respondió sin pensárselo: «No es un peso, es mi hermanito y le amo». El amor, el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino que nos libera de todo aquello que nos agobia.

María, antes de concebir corporalmente, concibió en su espíritu

 


María, antes de concebir corporalmente, concibió en su espíritu


Dios elige a una virgen de la descendencia real de David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu. Y, para que no se espantara, ignorando los designios divinos, al observar en su cuerpo unos cambios inesperados, conoce, por la conversación con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar en ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que su virginidad ha de permanecer sin detrimento. ¿Por qué había de dudar de este nuevo género de concepción, si se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder? Su fe y su confianza quedan, además, confirmadas cuando el ángel le da una prueba de la eficacia maravillosa de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha obtenido también una inesperada fecundidad: el que es capaz de hacer concebir a una mujer estéril puede hacer lo mismo con una mujer virgen.

Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de Dios, que ya al comienzo estaba con Dios, por quien empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que existen empezó a ser sino por él, se hace hombre para librar al hombre de la muerte eterna; se abaja hasta asumir nuestra pequeñez, sin menguar por ello su majestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era, une la auténtica condición de esclavo a su condición divina, por la que es igual al Padre; la unión que establece entre ambas naturalezas es tan admirable, que ni la gloria de la divinidad absorbe la humanidad, ni la humanidad disminuye en nada la divinidad.

Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola persona, la majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible, Dios verdadero y hombre verdadero se conjugan armoniosamente en la única persona del Señor; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres pudo a la vez morir y resucitar, por la conjunción en él de esta doble condición. Con razón, pues, este nacimiento salvador había de dejar intacta la virginidad de la madre, ya que fue a la vez salvaguarda del pudor y alumbramiento de la verdad.

Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que convenía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se mostró igual a nosotros por su humanidad, superior a nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido Dios verdadero, no hubiera podido remediar nuestra situación; si no hubiera sido hombre verdadero, no hubiera podido darnos ejemplo.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?

De los Sermones de san león Magno, papa

(Sermón 1, En la Natividad del Señor, 2. 3: PL 54, 191-192)


15 jul 2022

Santo Evangelio 15 de Agosto 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 1,39-56):

 En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.



«Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador»


P. Dom Josep ALEGRE Abad emérito de Santa Mª de Poblet

(Tarragona, España)

Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de Santa María en cuerpo y alma a los cielos. «Hoy —dice san Bernardo— sube al cielo la Virgen llena de gloria, y colma de gozo a los ciudadanos celestes». Y añadirá estas preciosas palabras: «¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Con este gesto maravilloso de amistad —que es dar y recibir— se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. El fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos y los dones de más valor. Encumbrada a las alturas, la Virgen Santa prodigará sus dones a los hombres».

El primer don que te prodiga es la Palabra, que Ella supo guardar con tanta fidelidad en el corazón, y hacerla fructificar desde su profundo silencio acogedor. Con esta Palabra en su espacio interior, engendrando la Vida para los hombres en su vientre, «se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39-40). La presencia de María expande la alegría: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44), exclama Isabel.

Sobre todo, nos hace el don de su alabanza, su misma alegría hecha canto, su Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-47). ¡Qué regalo más hermoso nos devuelve hoy el cielo con el canto de María, hecho Palabra de Dios! En este canto hallamos los indicios para aprender cómo se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, y llegar a responder como Ella al regalo que nos hace Dios en su Hijo, a través de su Santa Madre: para ser un regalo de Dios para el mundo, y mañana un regalo de nuestra humanidad a Dios, siguiendo el ejemplo de María, que nos precede en esta glorificación a la que estamos destinados.


Santo Evangelio 15 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 12,1-8):

 En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».



«Misericordia quiero y no sacrificio»


Rev. D. Josep RIBOT i Margarit

(Tarragona, España)

Hoy el Señor se acerca al sembrado de tu vida, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad, amor a Dios y a los demás? Jesús, que corrige la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático: ¿tendrá que recordarte que solo le interesa tu corazón, tu capacidad de amar?

«Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado» (Mt 12,2). Lo dijeron convencidos, eso es lo increíble. ¿Cómo prohibir hacer el bien, siempre? Algo te recuerda que ningún motivo te excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás.

«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7). Repítelo muchas veces, para grabarlo en tu corazón: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos. «¡Qué cercano está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón» (San Agustín). ¡Y qué lejos estás de Dios cuando permites que tu corazón se endurezca como una piedra!

Jesucristo acusó a los fariseos de condenar a los inocentes. Grave acusación. ¿Y tú? ¿te interesas de verdad por las cosas de los demás? ¿los juzgas con cariño, con simpatía, como quien juzga a un amigo o a un hermano? Procura no perder el norte de tu vida.

Pídele a la Virgen que te haga misericordioso, que sepas perdonar. Sé benévolo. Y si descubres en tu vida algún detalle que desentone de esta disposición de fondo, ahora es un buen momento para rectificar, formulando algún propósito eficaz

La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo

 



La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo


Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios y el misterio oculto desde los siglos. El que mira plenamente de cara este propiciatorio y lo contempla suspendido en la cruz, con fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.


Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.


Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos. Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado, preferiría la muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi herencia eterna. Bendito el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»

Del Opúsculo de san Buenaventura, obispo, Sobre el itinerario de la mente hacia Dios

(Cap. 7, 1. 2. 4. 6: Opera omnia 5, 312-313)

14 jul 2022

Santo Evangelio 14 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 11,28-30):

 En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».



«Venid a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso»


P. Julio César RAMOS González SDB

(Mendoza, Argentina)

Hoy, ante un mundo que ha decidido darle la espalda a Dios, ante un mundo hostil a lo cristiano y a los cristianos, escuchar de Jesús (que es quien nos habla en la liturgia o en la lectura personal de la Palabra), provoca consuelo, alegría y esperanzas en medio de las luchas cotidianas: «Venid a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso» (Mt 11,28-29).

Consuelo, porque estas palabras contienen la promesa del alivio que proviene del amor de Dios. Alegría, porque hacen que el corazón manifieste en la vida, la seguridad en la fe de esa promesa. Esperanzas, porque caminando, en un mundo así de resuelto contra Dios y nosotros, los que creemos en Cristo sabemos que no todo acaba con un fin, sino que muchos “fines” fueron “principios” de cosas mucho mejores, como lo mostró su propia resurrección.

Nuestro fin, para principio de novedades en el amor de Dios, es estarse siempre con Cristo. Nuestra meta es ir indefectiblemente al amor de Cristo, “yugo” de una ley que no se basa en la limitada capacidad de los voluntarismos humanos, sino en la eterna voluntad salvadora de Dios.

En ese sentido nos dirá Benedicto XVI en una de sus Catequesis: «Dios tiene una voluntad con y para nosotros, y ésta debe convertirse en lo que queremos y somos. La esencia del cielo estriba en que se cumpla sin reservas la voluntad de Dios, o para ponerlo en otros términos, donde se cumple la voluntad de Dios hay cielo. Jesús mismo es “cielo” en el sentido más profundo y verdadero de la palabra, es Él en quien y a través de quien se cumple totalmente la voluntad de Dios. Nuestra voluntad nos aleja de la voluntad de Dios y nos vuelve mera “tierra”. Pero Él nos acepta, nos atrae hacia Sí y, en comunión con Él, aprendemos la voluntad de Dios». Que así sea, entonces.


La Ley del Señor abarca muchos aspectos

 


La Ley del Señor abarca muchos aspectos


La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe entenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuáles son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Ayudaos a llevar mutuamente vuestras cargas; y así cumpliréis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: La caridad es comprensiva, la caridad no presume ni se engríe; no es ambiciosa ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

La caridad es comprensiva, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es benigna, porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloria de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambiciosa, porque, dedicada con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya que sólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con ella. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí misma a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anhelosa únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí misma, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, como esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.

(Libro 10, 7-8. 10: PL 75, 922. 925-926)

13 jul 2022

Santo Evangelio 13 de Julio 2022

 



 Texto del Evangelio (Mt 11,25-27):

 En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».



«Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños»


P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP

(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de penetrar, por así decir, en la estructura de la misma divina sabiduría. ¿A quien entre nosotros no le apetece conocer desvelados los misterios de esta vida? Pero hay enigmas que ni el mejor equipo de investigadores del mundo nunca llegará siquiera a detectar. Sin embargo, hay Uno ante el cual «nada hay oculto (...); nada ha sucedido en secreto» (Mc 4,22). Éste es el que se da a sí mismo el nombre de “Hijo del hombre”, pues afirma de sí mismo: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11,27). Su naturaleza humana —por medio de la unión hipostática— ha sido asumida por la Persona del Verbo de Dios: es, en una palabra, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, delante la cual no hay tinieblas y por la cual la noche es más luminosa que el pleno día.

Un proverbio árabe reza así: «Si en una noche negra una hormiga negra sube por una negra pared, Dios la está viendo». Para Dios no hay secretos ni misterios. Hay misterios para nosotros, pero no para Dios, ante el cual el pasado, el presente y el futuro están abiertos y escudriñados hasta la última coma.

Dice, complacido, hoy el Señor: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25). Sí, porque nadie puede pretender conocer esos o parecidos secretos escondidos ni sacándolos de la obscuridad con el estudio más intenso, ni como debido por parte de la sabiduría. De los secretos profundos de la vida sabrá siempre más la ancianita sin experiencia escolar que el pretencioso científico que ha gastado años en prestigiosas universidades. Hay ciencia que se gana con fe, simplicidad y pobreza interiores. Ha dicho muy bien Clemente Alejandrino: «La noche es propicia para los misterios; es entonces cuando el alma —atenta y humilde— se vuelve hacia sí misma reflexionando sobre su condición; es entonces cuando encuentra a Dios».

Escùchanos Señor



Escùchanos Señor

Con la súplica a Jesucristo para que nos escuche, pedimos a Dios que nos otorgue todas aquellas gracias que necesitamos, todos los bienes que El nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro ... la perseverancia final, gracia decisiva sin la cual todas las demás son inútiles.

Se añade SEÑOR, para hacernos comprender la grandeza de Aquel que nos concede el perdón y se complace en oír nuestras oraciones y peticiones y para agradecerle tantos beneficios recibidos.

Toda mi esperanza está puesta en tu gran Misericordia

 


Toda mi esperanza está puesta en tu gran Misericordia


Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas. Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio militar? Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras

De las Confesiones de san Agustín, obispo.

(Libro 10, 26, 37-29, 40: CSEL 33, 255-256)

12 jul 2022

Santo Evangelio 12 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 11,20-24):

 En aquel tiempo, Jesús se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti».



«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!»

Fr. Damien LIN Yuanheng

(Singapore, Singapur)


Hoy, Cristo reprende a dos ciudades de Galilea, Corozaín y Betsaida, por su incredulidad: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, (...) se habrían convertido» (Mt 11,21). Jesús mismo da testimonio en favor de las ciudades fenicias, Tiro y Sidón: éstas hubieran hecho penitencia, con gran humildad, de haber experimentado las maravillas del poder divino.

Nadie es feliz recibiendo una buena reprimenda. En efecto, tiene que ser especialmente doloroso ser reprendido por Cristo, Él que nos ama con un corazón infinitamente misericordioso. Simplemente, no hay excusa, no hay inmunidad cuando uno es reprendido por la mismísima Verdad. Recibamos, pues, con humildad y responsabilidad cada día la llamada de Dios a la conversión.

También notamos que Cristo no se anda con rodeos. Él situó a su audiencia frente a frente ante la verdad. Debemos examinarnos sobre cómo hablamos de Cristo a los demás. A menudo, también nosotros tenemos que luchar contra nuestros respetos humanos para poner a nuestros amigos frente a las verdades eternas, tales como la muerte y el juicio. El Papa Francisco, conscientemente, describió a san Pablo como un “alborotador”: «El Señor siempre quiere que vayamos más lejos... Que no nos refugiemos en una vida tranquila ni en las estructuras caducas (…). Y Pablo, molestaba predicando al Señor. Pero él iba hacia adelante, porque tenía dentro de sí aquella actitud cristiana que es el celo apostólico. No era un “hombre de compromiso”». ¡No rehuyamos nuestro deber de caridad!

Quizá, como yo, encontrarás iluminadoras estas palabras de san Josemaría Escrivá: «(…) Se trata de hablar en sabio, en cristiano, pero de modo asequible a todos». No podemos dormirnos en los laureles —acomodarnos— para ser entendidos por muchos, sino que debemos pedir la gracia de ser humildes instrumentos del Espíritu Santo, con el fin de situar de lleno a cada hombre y a cada mujer ante la Verdad divina.

Perdónanos, Señor, Escúchanos, Señor

 


Perdónanos, Señor, Escúchanos, Señor


 La Iglesia cierra las Letanías de la Virgen, como las ha comenzado, esto es, invocando a Dios que es la fuente de toda gracia, principio y último fin de todas las cosas.

La Iglesia nos enseña a invocar a Dios hecho Hombre, Jesucristo, bajo la figura y el nombre de CORDERO, símbolo con el cual el Redentor se presentó al mundo. Ya el Profeta Isaías veía en Cristo al Cordero manso que se dejaría inmolar por los pecados de los hombres, sin un gemido, sin un lamento.

"Como cordero será conducido al matadero" ...

El cordero es despreciado por su corto entendimiento, ¿cómo puede en este punto representar a nuestro Señor Jesucristo, Sabiduría del Padre?. El escogió este símbolo para enseñarnos la humildad y manifestarnos el amor que siente por nosotros. El amor que Jesús nos tuvo fue tal que ocultó su Sabiduría y ciencia Divinas; por esto quiso ser representado por el cordero.

San Juan Bautista queriendo dar a conocer el oficio principal y la característica del Mesías, lo señala con las palabras: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29)

San Pedro nos dice de que modo y a que precio, borró Jesús el pecado del mundo: "Habéis sido rescatados con la Sangre preciosa de Jesucristo" (1ª Pedro 1: 18.20)

Esta Sangre de valor Infinito añade San Pablo, Cristo la derramó y nosotros fuimos redimidos y (1. S.J. 2:2) " ... se hizo propiciación por nuestros pecados ... y por todos los del mundo ..." El aplica sus méritos por medio de la Iglesia ... de los Sacramentos ... el Sacrificio de la Misa ... y las indulgencias.

Pensamientos para el Evangelio de hoy (Lc 11,1-13)

 


Pensamientos para el Evangelio de hoy  (Lc 11,1-13)


«Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado, para que yo le ame a Él ¡con locura…!» (Santa Teresa de Lisieux)

«El Señor nos dice cómo hemos de orar. Lucas pone el “Padrenuestro” en relación con la oración personal de Jesús mismo. Él nos hace partícipes de su propia oración, nos introduce en el diálogo interior del Amor trinitario» (Benedicto XVI)

«Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.765)

11 jul 2022

Santo Evangelio 11 de Julio 2022

 



 Texto del Evangelio (Mt 10,34--11,1):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.



«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí»


Rev. D. Valentí ALONSO i Roig

(Barcelona, España)

Hoy Jesús nos ofrece una mezcla explosiva de recomendaciones; es como uno de esos banquetes de moda donde los platos son pequeñas "tapas" para saborear. Se trata de consejos profundos y duros de digerir, destinados a sus discípulos en el centro de su proceso de formación y preparación misionera (cf. Mt 11,1). Para gustarlos, debemos contemplar el texto en bloques separados.

Jesús empieza dando a conocer el efecto de su enseñanza. Más allá de los efectos positivos, evidentes en la actuación del Señor, el Evangelio evoca los contratiempos y los efectos secundarios de la predicación: «Enemigos de cada cual serán los que conviven con él» (Mt 10,36). Ésta es la paradoja de vivir la fe: la posibilidad de enfrentarnos, incluso con los más próximos, cuando no entendemos quién es Jesús, el Señor, y no lo percibimos como el Maestro de la comunión.

En un segundo momento, Jesús nos pide ocupar el grado máximo en la escala del amor: «quien ama a su padre o a su madre más que a mí…» (Mt 10,37), «quien ama a sus hijos más que a mí…» (Mt 10,37). Así, nos propone dejarnos acompañar por Él como presencia de Dios, puesto que «quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mt 10,40). El efecto de vivir acompañados por el Señor, acogido en nuestra casa, es gozar de la recompensa de los profetas y los justos, porque hemos recibido a un profeta y un justo.

La recomendación del Maestro acaba valorando los pequeños gestos de ayuda y apoyo a quienes viven acompañados por el Señor, a sus discípulos, que somos todos los cristianos. «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo...» (Mt 10,42). De este consejo nace una responsabilidad: respecto al prójimo, debemos ser conscientes de que quien vive con el Señor, sea quien sea, ha de ser tratado como le trataríamos a Él. Dice san Juan Crisóstomo: «Si el amor estuviera esparcido por todas partes, nacerían de él una infinidad de bienes».


Reina de la Paz



 Reina de la Paz


Ardía la guerra mundial, el odio y los estragos se extendían a todas las Naciones; los campos de concentración llenos de fugitivos, de prisioneros, de confinados; las familias deshechas; los hogares abandonados; la loca carrera de la muerte sembraba innumerables víctimas en los campos de batalla y en los hospitales y despedazaba los corazones de millones de esposas, de madres, de hijos, de novias y de amigos; el espectro del hambre; el espectáculo de las inmensas ruinas sembradas por la guerra; las terribles incógnitas del mañana, mantenían en angustia a todos los corazones, que cada día exploraban el futuro obstinadamente obscuro y amenazador.

En esas circunstancias, el Papa Benedicto XV, el 30 de Noviembre de 1915, concedió facultad a los obispos para añadir a las Letanías Lauretanas, la Invocación "Reina de la Paz, ruega por nosotros".

Veamos el sentido de esta Invocación:

La paz, la más noble aspiración del corazón humano, es, según San Agustín, la tranquilidad del orden. La paz es la constante serenidad del ambiente moral que hace que la vida sea tranquila y fecunda. En este ambiente todo prospera y crece.

El Divino Redentor quiso que toda su vida discurriera entre dos mensajes de PAZ: la cantaron los Angeles en Belén y la anunció El mismo a los Apóstoles el día de su Resurrección: "La Paz sea con vosotros".

De dos clases de paz puede gozar el hombre: la externa y la interna.

a) La paz externa consiste en la tranquilidad del orden externo, en las amistosas relaciones de los hombres entre sí, cuando son excluidas las disensiones, las contiendas, las disputas y las guerras.

Esta paz funde en armonía de intentos y de vida la pequeña y la gran sociedad.

Todos los hombres creados a imagen y semejanza de Dios estamos en la tierra para amarnos, no para oprimirnos y matarnos. Todos nos dirigimos a la Patria común: el Cielo. Jesucristo nos unió con el vínculo de la paz y fraternidad que no tiene fronteras cuando dijo: "sois todos hermanos". Pero se ha roto este vínculo sagrado, su historia es una serie de guerras fratricidas. Y la guerra constituye siempre una amenaza que pesa tanto más terriblemente cuanto más poderosos son los medios de destrucción. Esta paz pedimos a Dios por medio de la Virgen María.

h) La paz interior, que es el germen y la condición de la paz exterior, consiste en la posesión de la Gracia santificarte, de la vida sobrenatural. Este tesoro inestimable que Jesucristo nos mereció al precio de SU SANGRE nos hace hijos de Dios (en el Hijo). herederos del cielo ... de la felicidad eterna.

El espíritu de Jesucristo y del Evangelio debe vivificar, no solo a cada una de las almas, sino a toda la sociedad de los hijos de Dios y también todas las funciones del cuerpo social.

El Evangelio tiene una respuesta Divina para todos los problemas, no solo para aquellos que reflejan las relaciones del hombre con Dios y la consecución del último fin, sino aún para los que se refieren a la vida temporal de la sociedad humana.

Esta paz externa e interna, es la que imploramos a María con la invocación Reina de la Paz. Y, nótese que no la llamamos amiga o madre de la paz, sino que la llamamos Reina, porque Ella ha Poseído la paz en grado sumo, en una medida verdaderamente regia.

La paz interna, porqué desde el primer instante de su existencia Ella estuvo llena dé gracia y fue elegida para engendrar en su serio al Principe dé Paz. Maria es él gozo y el modelo de toda familia humana.

La paz externa. porqué Ella al pie de la Cruz abrazó con caridad maternal a todos los hombres, mostrando especial predilección y misericordia para los pecadores.

La llamamos Reina dé la Paz para significar su poder ante Dios. Ella poseía en grado sumo la tranquilidad en el orden.

Sólo cuando sé ha quitado la causa de todo mal. que es el pecado, podernos vivir la paz estable, perfecta y duradera: paz en la familia que es la primera célula dé la sociedad: paz en la Patria, entre las Naciones, en el mundo entero: paz en la sociedad civil y paz en la Iglesia para qué los dos poderes, el civil y el religioso, conduzcan a los hombres a la prosperidad temporal y a la felicidad eterna

Como todas las cosas hermosas y buenas, la paz es fruto del sacrificio. por consiguiente la paz nace de la mortificación que frena el orgullo y el egoísmo y la Paz tiene su origen en la CARIDAD proclamada por Jesús Crucificado y que se debe tener con todos los demás, aun con los enemigos .. caridad que hace orar aun por los verdugos

Maria Santísima es siempre la benigna ESTRELLA que dirige las almas descarriadas en la inmensidad del mar hacía el puerto de salvacíon: la estrella qué aun en la noche más profunda del odio, señala el camino a los navegantes la estrella mensajera del día qué nos trae la luz, preludio del eterno día en qué las almas descansaran en paz

Hoy en él mundo no hay paz. y es porque la busca donde no la hay, porqué ha olvidado las palabras de Jesucristo: "Os dejo la paz" "Os doy mi paz, no como la da él mundo". (Juan 14.27).

¡Virgen Santísima Reina de la paz, acoge benignamente nuestra oración. Inspira pensamientos de paz a los que gobiernan, y haz que la justicia y la caridad florezcan en las almas, en las familias y en la sociedad.


 

No antepongan nada absolutamente a Cristo

 


No antepongan nada absolutamente a Cristo


Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, y así nunca lo contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos desherede, o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.

Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora que despertéis del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón; y también: El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, para que las tinieblas de la muerte no os sorprendan.

Y el Señor, buscando entre la multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige a todos esta invitación: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos atentos a vuestras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os diré: Aquí estoy.»

¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida.

Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver a aquél que nos ha llamado a su reino. Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras.

Así como hay un celo malo, lleno de amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Éste es el celo que han de practicar con ferviente amor los monjes, esto es: tengan por más dignos a los demás; soporten con una paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros; procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor fraterno; vivan siempre en el temor y amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan nada absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.

De la Regla de san Benito, abad

(Prólogo, 4-22; cap. 72, 1-12: CSEL 75, 2-5. 162-163)

10 jul 2022

Santo Evangelio 10 de Julio 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 10,25-37):

 En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y para poner a prueba a Jesús, le preguntó: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».

Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’.

»¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».



«Un samaritano (...) tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas (...) y, montándole sobre su propia cabalgadura...»


Rev. D. Jordi POU i Sabater

(Sant Jordi Desvalls, Girona, España)

Hoy, nos preguntamos: «Y, ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Cuentan de unos judíos que sentían curiosidad al ver desaparecer su rabino en la vigilia del sábado. Sospecharon que tenía un secreto, quizá con Dios, y confiaron a uno el encargo de seguirlo... Y así lo hizo, lleno de emoción, hasta una barriada miserable, donde vio al rabino cuidando y barriendo la casa de una mujer: era paralítica, y la servía y le preparaba una comida especial para la fiesta. Cuando volvió, le preguntaron al espía: «¿Dónde ha ido?; ¿al cielo, entre las nubes y las estrellas?». Y éste contestó: «¡No!, ha subido mucho más arriba».

Amar a los otros con obras es lo más alto; es donde se manifiesta el amor. ¡No pasar de largo!: «Es el propio Cristo quien alza su voz en los pobres para despertar la caridad de sus discípulos», afirma el Concilio Vaticano II en un documento.

Hacer de buen samaritano significa cambiar los planes («llegó junto a él»), dedicar tiempo («cuidó de él»)... Esto nos lleva a contemplar también la figura del posadero, como dijo san Juan Pablo II: «¡Qué habría podido hacer sin él? De hecho, el posadero, permaneciendo en el anonimato, realizó la mayor parte de la tarea. Todos podemos actuar como él cumpliendo las propias tareas con espíritu de servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa, de ayudar a quien lo necesita (...). El cumplimiento fiel de los propios deberes profesionales ya es practicar el amor por las personas y la sociedad».

Dejarlo todo para acoger a quien lo necesita (el buen samaritano) y hacer bien el trabajo por amor (el posadero), son las dos formas de amar que nos corresponden: «‘¿Quién (...) te parece que fue prójimo?’. ‘El que practicó la misericordia con él’. Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo’» (Lc 10,36-37).

Acudamos a la Virgen María y Ella —que es modelo— nos ayude a descubrir las necesidades de los otros, materiales y espirituales.

Reina del Santísimo Rosario

 


REINA DEL SANTÍSIMO ROSARIO


Al terminar el Siglo XII y a principios del XIII, se manifestaron algunos herejes, llamados albigenses, que invadieron el sur de Francia, parte de España y de Italia; sus errores atacaban los Dogmas fundamentales de la fe, de la moral cristiana y minaban las bases de la sociedad civil y constituían una amenaza y un peligro para la Iglesia.

Santo Domingo, el ilustre santo fundador de la Orden de los Predicadores, recibió el encargo de predicar la Divina palabra a aquellos herejes, y convertirlos.

Muy devoto de María, conoció que para abatir, destruir esos errores y devolver a la Iglesia esos herejes, debía buscar la Intercesión de la Virgen Santísima.

Los infundados errores de los albigenses atacaban de modo especial los privilegios y la dignidad de esta excelsa Reina. "Predica mi rosario", le dijo la Señora, él destruirá las herejías, promoverá la virtud y atraerá sobre todos las Divinas misericordias.

Y esta celestial inspiración, por la Intercesión de María y por Ella secundada, y fecundada por la Divina gracia, triunfó de la obstinación. Santo Domingo predicó e introdujo entre los pueblos la práctica del Rosario y los que estaban en el error lo abandonaron y se convirtieron y desde aquel tiempo esta devoción se practica hasta nuestros días. Tal es la historia del Rosario de María.

• La oración es la fuerza del débil: el Evangelio nos revela esta casi divina debilidad que no resiste a la oración del hombre. Dice el escrito de un autor "La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios".

• La oración es el consuelo del alma

• La oración es la grandeza del hombre, porque eleva la mente y el corazón a metas infinitas, hasta los profundos abismos de la vida Divina.

Cuan grande es el valor y la excelencia de la oración tanto vocal como mental Pero este valor y excelencia se acrecientan en el Santo Rosario, porque éste asocia y une la oración vocal y la mental Como oración vocal, el Rosario pone en los labios lo mas grande, noble y eficaz que nos enseñaron Jesús y la Iglesia: como oración mental ofrece a la mente y al corazón lo que nuestra religion contiene de más sublime y conmovedor.

La oración dominical (el Padre Nuestro) y la salutación angelica (el Ave Mania) forman la oración vocal del Santo Rosario: los Misterios de !a vida - pasión - muerte y de la Gloria de Cristo, constituyen la oración mental.

--- El Padre Nuestro, enseñado por el mismo Jesucristo, es la oración mas perfecta, sublime y sencilla a la vez: todo lo que el cristiano puede y debe pedir a Dios está expresado en él.

En la primera parte pedimos la gloria de Dios, último fin de todas las cosas en su conocimiento, en la exaltación de su santo nombre y en el advenimiento de su Reino pedimos el reino de la gracia en las almas, el reino de la Iglesia en el mundo y el reino de la gloria en el cielo.

En la segunda parte imploramos gracias para nosotros que Dios nos conceda los bienes necesarios y en su misericordia, nos libre de los males especialmente del mas grande de todos los males EL PECADO.

--- En el Ave Maria, le recordamos a Ella la plenitud de la gracia que Dios le otorgó; la sobrehumana dignidad a la cual fue exaltada; las virtudes que le merecieron tan excelsos honores; el inefable elogio que Dios hizo de Ella por medio del Arcángel Gabriel y las felicitaciones de su prima.

Pasamos luego a rogarle a Ella que interponga ante Dios sus omnipotentes (omnipotencia suplicante. San Bernardo) oraciones para nuestro bien en todos los momentos de nuestra vida y sobre todo en el decisivo instante de la muerte.

Veamos ahora la excelencia del Santo Rosario considerado como oración mental.

• El Rosario es un catecismo que nos recuerda los Misterios principales de nuestra Religión; ofrece a nuestra consideración la vida de Jesús y la de su santa Madre.

• Cuando recemos el Santo Rosario, pongámonos en la presencia de Dios y mientras la boca va repitiendo las oraciones vocales trasladémonos con el pensamiento, por ejemplo a Nazaret y consideremos la humildad de la Virgen que al anunciarle el Angel la divina maternidad responde: "he aquí la esclava del Señor" ... y así considerar cada uno de los Misterios.

Los Misterios Gozosos enseñan el valor de las humillaciones ofrecidas a Dios, de las renuncias, de la sujeción a la voluntad de Dios.

Los Dolorosos nos recuerdan que la vida cristiana está llena de sufrimiento y de dolor, de tentaciones y de pruebas.

Los Gloriosos alimentan nuestro valor en la lucha y en la esperanza de seguir a Jesús en el triunfo y en la Gloria.

El Santo Rosario es fuente de gracias espirituales para las personas y para los hogares. Bienaventuradas aquellas familias que tienen la piadosa costumbre de rezarlo en común.

--- El Gloria (al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, etc.) que se reza entre cada una de las decenas del Rosario es una oración de alabanza y glorificación a la Santísima Trinidad que también se debe meditar.

Los que no saben meditar basta que recen con exactitud y devoción los Padre Nuestro, las Ave María y los Gloria. Los que son capaces de meditar, procuren acompañar con la mente y el corazón los Misterios, esto es, los hechos, las acciones y las palabras de Jesucristo y de María para alcanzar luces de Fe y buenos propósitos de virtud.

¡Virgen bendita! Poderoso auxilio de los cristianos, te suplicamos enciendas en nuestra mente y en nuestro corazón el amor hacia la prodigiosa oración del Santo Rosario, que podamos rezarlo en la forma más grata a Dios, la más honrosa para Ti y la de más fruto para nuestras almas.

Un hombre simple y honrado, temeroso de Dios

 


Un hombre simple y honrado, temeroso de Dios


Hay algunos cuya simplicidad llega hasta ignorar lo que es honrado. Esta simplicidad no es la simplicidad de la inocencia, ya que no los conduce a la virtud de la honradez; pues, en la medida en que no saben ser cautos por su honradez, su simplicidad deja de ser verdadera inocencia.

De ahí que Pablo amonesta a los discípulos con estas palabras: Quiero que seáis sabios para el bien y simples para todo mal. Y dice también: Sed niños sólo en malicia; sed adultos en juicio.

De ahí que la misma Verdad en persona manda a sus discípulos: Sed prudentes como serpientes y simples como palomas. Nos manda las dos cosas de manera inseparable, para que así la astucia de la serpiente complemente la simplicidad de la paloma y, a la inversa, la simplicidad de la paloma modere la astucia de la serpiente.

Por esto el Espíritu Santo hizo visible a los hombres su presencia, no sólo con figura de paloma, sino también de fuego. La paloma, en efecto, representa la simplicidad, y el fuego representa el celo. Y así se mostró bajo esta doble figura, para que todos los que están llenos de él practiquen la simplicidad de la mansedumbre, sin por eso dejar de inflamarse en el celo de la honradez contra las culpas de los que delinquen.

Simple y honrado, temeroso de Dios y apartado del mal. Todo el que anhela la patria eterna vive con simplicidad y honradez: con simplicidad en sus obras, con honradez en su fe; con simplicidad en las buenas obras que realiza aquí abajo, con honradez por su intención que tiende a las cosas de arriba. Hay algunos, en efecto, a quienes les falta simplicidad en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplauso de los hombres. Por esto dice con razón uno de los libros sapienciales: ¡Ay del hombre que va por dos caminos! Va por dos caminos el hombre pecador que, por una parte, realiza lo que es conforme a Dios, pero, por otra, busca con su intención un provecho mundano.

Bien dice el libro de Job: Temeroso de Dios y apartado del mal; porque la santa Iglesia de los elegidos inicia su camino de simplicidad y honradez por el temor, pero lo lleva a la perfección por el amor. Ella, en efecto, se aparta radicalmente del mal, cuando, por amor a Dios, empieza a detestar el pecado. Cuando practica el bien movida sólo por el temor, todavía no se ha apartado totalmente del mal, ya que continúa pecando por el hecho de que querría pecar si pudiera hacerlo impunemente.

De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.

(Libro 1, 2. 36: PL 75, 529-530. 543-544)