PUERTA DEL CIELO
María Santísima es invocada como PUERTA DEL CIELO porque fue por Ella que Nuestro Señor Jesucristo pasó del Cielo a la tierra.
Fue voluntad de Dios, que aceptara voluntariamente y con pleno conocimiento el ser Madre de Jesus y no que fuera un simple instrumento pasivo, cuya maternidad no hubiera tenido mérito ni recompensa. Dios espero la respuesta de Ella que con pleno consentimiento de un corazón lleno de amor de Dios y con gran humildad pronunció las sublimes palabras. "hágase en mí, según tú palabra".
Fue por este consentimiento que se convirtió en la PUERTA DEL CIELO ... porque el Verbo Divino entró en el mundo al Encarnarse en el Seno Purísimo de María ... y habitó entre nosotros.
Jesús dijo de sí mismo "Yo soy la Puerta" (Jn. 10.9) la Puerta de la Iglesia y por tanto la Puerta del Cielo.
Dice San Gregorio Magno: "entra por LA PUERTA que es Cristo, aquel que por la gracia Divina profesa las verdades de la fe, las guarda con la CARIDAD y las manifiesta prácticamente con las obras". Por consiguiente la fe verdadera y el amor operativo, frutos de la gracia Divina, son las condiciones indispensables para entrar en el cielo.
El amor y la devoción a María (después de Cristo) son el medio más eficaz y seguro para conseguir la gracia Divina y los dones de la fe.
La fe en la Humanidad de Jesucristo es tan necesaria para nuestra salvación como la fe en su Divinidad.
La fe en la Santísima Humanidad de Jesucristo se aclara y se afirma; nos da luz, al reflexionar y meditar en la prodigiosa Maternidad Virginal de María. Por medio de Ella, conocemos también a Dios.
Ilustremos este pensamiento con la guía de los Teólogos. Dios creó todas las cosas para gloria suya.
Si El --causa primera, absoluta y eficiente de la creación-- debía ser el fin último y supremo de todas las criaturas, debía serlo especialmente de las más nobles, dotadas de inteligencia y de libertad, esto es, de los ángeles y de los hombres.
Estos debían inmediata y directamente servir a Dios, conocerle y amarle, esto es, darle gloria, para abismarse después en El y en su perfecto conocimiento y amor, y en la gloria que habían de tributarle, hallar su suprema felicidad; pero el homenaje y la gloria que podían dar a Dios estas criaturas, tan sublimes como se quiera, es siempre escaso y defectuoso, infinitamente distante del mérito que tiene Dios para ser obsequiado y glorificado, puesto que siempre será finito, y Dios merece gloria infinita.
¿Quién puede tributar a Dios esta gloria infinita? Nadie más que un Ser infinito, nadie más que Dios. Pero este Dios debía ser también a la vez criatura, porque debía ser el representante de las criaturas y tributar a Dios gloria en nombre y representación de las criaturas. Y he aquí que ya se perfila, en el admirable plan de la Sabiduría de Dios, el misterio de la Encarnación del Verbo, por el cual el Hijo de Dios se hizo criatura, asumió nuestra naturaleza y la unió hipostáticamente a la eterna naturaleza Divina en unidad de Persona.
Así fue resuelto el arduo problema: Jesucristo es verdadero Hombre y verdadero Dios, como hombre dio y continúa dando gloria a Dios, como Dios da a esta gloria un precio, un valor, un mérito infinitos; esta gloria es dada por la criatura y es digna de Dios: el Hombre paga su deuda a Dios, y así, se hace digno de entrar en el cielo y gozar de Dios.
María Santísima ES MADRE DEL VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE.
Por estas consideraciones podemos entender la decisiva importancia que tiene la verdadera devoción a la Excelsa Madre de Dios, devoción sólida y perseverante de amor efectivo, de obras buenas y de constante alejamiento del pecado.
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