Causa de nuestra alegría
Jesucristo fue y es causa fundamental y primera de nuestra alegría. María es causa secundaria e instrumental.
Nosotros amamos la alegría porque es un bien y amamos la felicidad de la cual la alegría es un fruto. También Dios quiere que estemos alegres pues El "Ama al que da con alegría" (cfr. 2ª. Cor. 9.7).
Existen dos clases de alegría:
Una, la de aquellos que encuentran alegría donde tendrían motivo para entristecerse, esto es, en el pecado.
También la de quienes aunque no ponen su alegría en el pecado, pero sí se deleitan en los honores, en las riquezas, en las comodidades de la vida y en todo aquel cúmulo de frivolidades que un refinamiento insaciable va acumulando sobre los grandes caminos del progreso.
Esta alegría, aún la menos culpable, es frívola, falsa, momentánea.
Es frívola porque satisface más a los sentidos que al alma.
Es falsa, parece alegría, pero no lo es, llena el corazón por breves momentos, pero pronto lo deja vacío y descontento.
Es momentánea, fugaz. La vida del ser humano es muy breve y con frecuencia regada de lágrimas.
Los bienes materiales no pueden damos la felicidad.
• La otra clase de alegría ES LA CRISTIANA y es muy distinta porque más allá de las sombras del misterio y tras el velo de las lágrimas, alcanza y saborea una alegría verdaderamente tranquila, veraz y duradera, como los bienes en los que se funda: la tranquilidad de conciencia, la AMISTAD CON DIOS la justa apreciación de los bienes de esta vida, la paciencia en las adversidades, la esperanza de los bienes eternos, son fuentes inagotables de indecible y sólida alegría. No haz fuerza humana o de acontecimientos que pueda arrebata esta perfecta alegría que anida en las íntimas profundidades del alma y que se identifica con el amor de Jesucristo.
María es CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA porque nos dio a Jesús el Verbo Encarnado.
Jesucristo fue y es causa fundamental y primera de nuestra alegría. María es causa secundaria e instrumental.
Nosotros amamos la alegría porque es un bien y amamos la felicidad de la cual la alegría es un fruto. También Dios quiere que estemos alegres pues El "Ama al que da con alegría" (cfr. 2ª. Cor. 9.7).
Existen dos clases de alegría:
Una, la de aquellos que encuentran alegría donde tendrían motivo para entristecerse, esto es, en el pecado.
También la de quienes aunque no ponen su alegría en el pecado, pero sí se deleitan en los honores, en las riquezas, en las comodidades de la vida y en todo aquel cúmulo de frivolidades que un refinamiento insaciable va acumulando sobre los grandes caminos del progreso.
Esta alegría, aún la menos culpable, es frívola, falsa, momentánea.
Es frívola porque satisface más a los sentidos que al alma.
Es falsa, parece alegría, pero no lo es, llena el corazón por breves momentos, pero pronto lo deja vacío y descontento.
Es momentánea, fugaz. La vida del ser humano es muy breve y con frecuencia regada de lágrimas.
Los bienes materiales no pueden damos la felicidad.
• La otra clase de alegría ES LA CRISTIANA y es muy distinta porque más allá de las sombras del misterio y tras el velo de las lágrimas, alcanza y saborea una alegría verdaderamente tranquila, veraz y duradera, como los bienes en los que se funda: la tranquilidad de conciencia, la AMISTAD CON DIOS la justa apreciación de los bienes de esta vida, la paciencia en las adversidades, la esperanza de los bienes eternos, son fuentes inagotables de indecible y sólida alegría. No haz fuerza humana o de acontecimientos que pueda arrebata esta perfecta alegría que anida en las íntimas profundidades del alma y que se identifica con el amor de Jesucristo.
María es CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA porque nos dio a Jesús el Verbo Encarnado.
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