«Vino y se postró a sus pies (...) le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,24-30)
Rev. D. Enric CASES i Martín
Hoy se nos muestra la fe de una mujer que no pertenecía al pueblo elegido, pero que tenía la confianza en que Jesús podía curar a su hija. En efecto, aquella madre «era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,26). El dolor y el amor le llevan a pedir con insistencia, sin tener en cuenta ni desprecios, ni retrasos, ni indignidad. Y consigue lo que pide, pues «volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido» (Mc 7,30).
San Agustín decía que muchos no consiguen lo que piden pues son «aut mali, aut male, aut mala». O son malos y lo primero que tendrían que pedir es ser buenos; o piden malamente, sin insistencia, en lugar de hacerlo con paciencia, con humildad, con fe y por amor; o piden malas cosas que si se recibiesen harían daño al alma o al cuerpo o a los demás. Hay que esforzarse, pues, por pedir bien. La mujer sirofenicia es buena madre, pide bien («vino y se postró a sus pies») y pide algo bueno («que expulsara de su hija al demonio»).
El Señor nos mueve a usar perseverantemente la oración de petición. Ciertamente, existen otros tipos de plegaria —la adoración, la expiación, la oración de agradecimiento—, pero Jesús insiste en que nosotros frecuentemos mucho la oración de petición.
¿Por qué? Muchos podrían ser los motivos: porque necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar nuestro fin; porque expresa esperanza y amor; porque es un clamor de fe. Pero existe uno que quizá sea poco tenido en cuenta: Dios quiere que las cosas sean un poco como nosotros queremos. De este modo, nuestra petición —que es un acto libre— unida a la libertad omnipotente de Dios, hace que el mundo sea como Dios quiere y algo como nosotros queremos. ¡Es maravilloso el poder de la oración!
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad» (San Agustín)
«Jesús alaba a la mujer siro-fenicia que insistentemente le pide la curación de su hija. Insistencia que es ciertamente muy agotadora, pero esto es una actitud de la oración. Santa Teresa habla de la oración como una negociación con el Señor» (Francisco)
«Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: ‘Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido’ (Mc 11,24). Tal es la fuerza de la oración, ‘todo es posible para quien cree’ (Mc 9,23), con una fe ‘que no duda’ (Mt 21,22) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.610)
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