«Ven y lo verás» (Jn 1,43-51)
Rev. D. Rafel FELIPE i Freije
(Girona, España)
Hoy, Felipe nos da una lección cabal al acompañar a Natanael hasta el Maestro. Actúa como el amigo que desea compartir con otro el tesoro recién descubierto: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Rápidamente, con ilusión, quiere compartirlo con los demás, para que todos puedan recibir sus beneficios. El tesoro es Jesucristo. Nadie como Él puede llenar el corazón del hombre de paz y felicidad. Si Jesús vive en tu corazón, el deseo de compartirlo se convertirá en una necesidad. De aquí nace el sentido del apostolado cristiano. Cuando Jesús, más tarde, nos invite a tirar las redes nos dirá a cada uno de nosotros que debemos ser pescadores de hombres, que son muchos los que necesitan a Dios, que el hambre de trascendencia, de verdad, de felicidad... hay Alguien que puede colmarla por completo: Jesucristo. «Solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!» (San Ambrosio).
Nadie puede dar lo que no tiene o no ha recibido. Antes de hablar del Maestro, es necesario haber hablado con Él. Sólo si lo conocemos bien y nos hemos dejado conocer por Él, estaremos en condiciones de presentarlo a los demás, tal como hace Felipe en el Evangelio de hoy. Tal como han hecho tantos santos y santas a lo largo de la historia.
Tratar a Jesús, hablar con Él como un amigo habla con su amigo, confesarlo con una fe convencida: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49), recibirlo a menudo en la Eucaristía y visitarlo con frecuencia, escuchar atentamente sus palabras de perdón... todo ello nos ayudará a presentarlo mejor a los demás y a descubrir la alegría interior que produce el hecho de que muchas otras personas le conozcan y le amen.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«En el momento de la inmolación [consagración], al sonido de la voz del sacerdote, los cielos se abren y los coros angélicos están presentes en el misterio de Jesucristo. En el altar, lo más bajo se une con lo más sublime, la tierra con el cielo, lo visible y lo invisible» (San Gregorio Magno)
«La sonrisa de una familia es capaz de vencer esta desertización de nuestras ciudades. El proyecto de Babel edifica rascacielos sin vida. El Espíritu de Dios, en cambio, hace florecer los desiertos» (Francisco)
«El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es “Cristo”, es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará ‘cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder’ (Hch 10,38)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 486)
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