4 abr 2021

«No está aquí, ha resucitado» Juan 20 1-9



 «No está aquí, ha resucitado»  Juan 20 1-9


Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

(Barcelona, España)

Hoy, en el Evangelio de la Vigilia pascual, late un gran dinamismo: dos mujeres corren hacia el sepulcro, un terremoto, un ángel hacer rodar la piedra, unos guardas asustados caen como muertos. Y Jesús, vivo y resucitado, se hace compañero de camino de aquellas mujeres…

La mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).

Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aún produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.

Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van por el camino.

El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!

Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad i contemplad a Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación, poseeréis con Él las eternas moradas».


VIGILIA PASCUAL (B) (Mc 16,1-7): «Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado»


+ Mons. Ramon MALLA i Call Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)

Hoy, la Iglesia celebra con júbilo la fiesta principal: el triunfo de su Cabeza, Cristo Jesús. La Resurrección de Jesucristo es un hecho del que no podemos dudar. Es comprensible que no sea extraño que un hecho celestial, un cuerpo resucitado, no pueda ser captado por medios terrenales. Pero muy pronto María Magdalena y la madre del Apóstol Santiago, recibían un testimonio indudable, comprobado después con muchas apariciones, realizadas de tal modo que excluyen del todo la sospecha de alucinaciones: «No os asustéis. Estáis buscando a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron» (Mc 16,6).

Además del gozo por el hecho de la Resurrección de Cristo, este acontecimiento nos trae la alegría de contar con una respuesta, jubilosa y clara, a los interrogantes del hombre: ¿qué nos espera al final de la vida?; ¿qué sentido tiene el sufrimiento en la tierra? No podemos dudar de que, después de la muerte, nos espera una vida nueva, que será eterna: «Allí le veréis, tal como os dijo» (Mc 16,7). San Pablo lo afirma con gran convencimiento: «Si hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre Él» (Rm 6,8-9). Lógicamente, al interrogante sobre el final de la vida, el cristiano responde con alegre esperanza.

El Evangelio de hoy pone de relieve que el joven —el ángel— que habla a las mujeres, une los dos conceptos de dolor y gloria: el que ha resucitado es el mismo que fue crucificado. Dice san León Magno: «… (por tu cruz) los creyentes sacan fuerza de la debilidad, gloria del oprobio, y vida de la muerte», las cruces cotidianas son, pues, camino de Resurrección.

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