EL VERDADERO TEMPLO DE DIOS ES EL HOMBRE
EL VERDADERO CULTO ES EL SERVICIO DEL HOMBRE
Para los judíos, como para la mayor parte de los cristianos actuales, el primer mandamiento era muy superior al segundo. Tenían en su más alto grado el sentido de la trascendencia de Dios, de sus derechos, de su inalienable singularidad.
Lo que les escandalizaba de Jesús era que ponía a la ley de Dios, a la voluntad de Dios, a los derechos de Dios por detrás del servicio al hombre. Jesús traspasa la ley de Dios por amor al prójimo. Los hombres más piadosos, los más religiosos del mundo, condenaron a Cristo, no porque negase el primer mandamiento, sino por la manera con que lo cumplía: ¡al servicio del hombre! (Cfr. Ch. Duquoc, Cristología, Salamanca l969, 150-152).
Si Cristo hubiese sido un hombre religioso en el sentido con que se entiende esta palabra en la piedad cristiana de la actualidad: adorar a Dios y compadecer a los hermanos, no habría suscitado ninguna oposición. Lo que agitó los espíritus fue su asimilación, su identificación de las dos cosas, su afirmación de que había que destruir el templo, terminar con el culto, abandonar la ley, porque el verdadero templo de Dios es el hombre, el verdadero culto es el servicio a los hombres, la verdadera ley ordena que nos amemos los unos a los otros, y el primer mandamiento tiene que cumplirse en el segundo.
Es verdad que el instinto religioso del hombre natural era demasiado fuerte para que pudiera aceptar de golpe semejante revolución.
Los cristianos se preocuparon enseguida de poner a Dios en su sitio, en el primer lugar, de edificar templos, de reinventar cultos, de ponerse apasionadamente al servicio de Dios y de su ley, como el sacerdote y el levita de la parábola... ¡dejando desdeñosamente al hombre herido en la cuneta!
Louis Evely
El ateísmo de los cristianos
Verbo Divino 1970, p. 20 s
3.
COMO A Tl MISMO
La mayor parte de los cristianos saben muy bien que el amor al prójimo es fundamental en el cristianismo. Pero la mayor parte también ha olvidado en la praxis lo que posiblemente recita de memoria sin titubear. Pues Jesús no se limitó a mandarnos amar al prójimo, sino que dijo: amarás al prójimo como a ti mismo. El olvido de esta cláusula ha desvirtuado la práctica de la limosna y desnaturaliza el amor cristiano y la caridad.
Uno no puede menos de recordar, a este propósito, el gesto profético del alcalde mejicano. Recién terminadas unas viviendas sociales, al visitarlas, decidió condenar al promotor, al arquitecto y al aparejador a habitar durante un año en dichas viviendas para que aprendieran a no construir semejantes chapuzas para los económicamente débiles.
Como el alcalde charro, habría que tomar decisiones así con tantos y tantos que, llamándose cristianos, en vez de ajustarse a la medida evangélica (como a ti mismo) usan y abusan de la ley del embudo. Deciden, por ejemplo, el salario de sus subalternos, que, por lo visto, no son iguales a él. Tratan a sus clientes o colaboradores, como si se tratase de seres inferiores o de otra especie. Cualquier nimiedad (un cargo, un nombramiento, un uniforme, un título, un tratamiento, una insignia, una buena remuneración...) les parece una razón para destruir e ignorar la igualdad radical que va implícita en el mandamiento de Jesús, en el mandamiento principal. Porque el principal mandamiento no es hacer caridad, ni dar limosnas, sino amar al prójimo como a uno mismo. Lo principal del mandamiento es, pues, el "como a uno mismo", de suerte que la omisión del "como" descalifica cualquier otra praxis que quiera camuflarse como caridad cristiana.
Y así no es de extrañar que resulte oscura, si no ambigua la presencia cristiana en la sociedad. Pues si con lo principal, que es amar al prójimo como a uno mismo, se ha jugado con tan poca seriedad y respeto, ¿qué tiene de extraño que se manipule todo lo demás, que sólo es secundario?
El principal mandamiento es un alegato, ineludible, en favor de la igualdad de todos los hombres y en contra de todo tipo de discriminación, acepción de personas, estratificación y jerarquización, cuando llevan consigo la reducción del prójimo a otro menos que yo, en vez de a otro igual que yo.
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