10 jul 2019

Conozcan y amen a sus hijos

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Conozcan y amen a sus hijos

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


Una de las cosas más fundamentales de nuestra existencia es conocerse uno mismo. Nuestra alma encierra secretos infinitamente más sorprendentes que los del átomo y hasta ahora sólo hemos visto algunas de las cosas profundas que hay en ella. La psicología moderna intenta profundizar más en nuestro interior y cada vez causa más sorpresa la profundidad tan grande que existe en todo nuestro ser. 

¿Sabe usted que el 53% de los estudiantes que empiezan estudios universitarios no llegan a terminarlos? De hecho, un gran porcentaje de personas no se desarrolla en la vida porque están mutilados psicológicamente y que esto viene de muy atrás, por ejemplo de la infancia. 

Estudios científicos serios han demostrado que hay cantidades de personas que sufren una gran serie de mutilaciones psicológicas. Existe demasiada gente desdichada que no ha conocido un desarrollo afectivo o social normal, un desarrollo integral. Muchas de las neurosis de los adultos, escuche usted, provienen de traumas padecidos generalmente durante los seis primeros años de la vida. Entonces, esas experiencias no aceptadas o bloqueadas pero activas, pesan sobre el adulto y le hacen mucho daño. Por eso, los psicólogos hablan de la importancia de los primeros años de existencia de los seres humanos. 

Es importante estudiar cómo los padres están formando sus hijos, porque esto es vital para su desarrollo y nos interesa muchísimo. Muchos papás no se dan cuenta de la importancia que tienen los primeros años de sus hijos y muchas veces, sin querer, desarrollan en ellos graves problemas que les afectan para el resto de sus vidas. A los hijos hay que educarlos para la libertad, para que sean ellos mismos y puedan valerse por sí mismos en el futuro. Por eso es tremendamente importante que los papás sean conscientes de cómo están educando a sus hijos. 

El niño, para crecer y desarrollarse plena e integralmente, necesita amor. Para amar y aceptar a los demás, hay que haber sido amado y aceptado, haber sido llevado uno a amarse y aceptarse a sí mismo. Un niño que no ha sido amado es un ser que no ha despertado, que no tiene derecho ni lugar en el mundo, ni desarrolla interés en la vida. Así se siente él. Los niños que no han sido amados, muchas veces, se convierten en personas egoístas, se consideran como el centro del universo y lo quieren acaparar todo. Pero es que en el fondo sienten que no tienen sitio en ninguna parte. Pobres los egoístas. Generalmente han sido niños poco y pobremente amados. 

En cambio, el niño que ha conocido y recibido amor, que ha sido totalmente aceptado, comprendido, protegido, y a quien se le ha revelado su valor profundo, puede llegar a ser un adulto seguro de sí mismo y generoso. Una persona así perseguirá incansablemente en la vida la búsqueda de la felicidad y la construcción de una vida nueva y lo llegará a realizar. 

Los padres que aman a sus hijos creen en ellos. Los papás que no crean en las infinitas posibilidades de bien que se encierran en el corazón de sus hijos no los aman. Esos padres no pueden amar porque no tienen suficiente fe y valor para amarlos. Cuando los hijos no se sienten amados, se sienten desgraciados y entonces vuelven su mirada hacia la calle, buscando afuera al amigo, a alguien que los quiera y crea en ellos. Sólo crecerán auténticamente integrados si crecen siendo verdaderamente amados. 

Por otra parte, el niño necesita autoridad tanto como amor. La firmeza de sus papás es tan indispensable para su sentimiento de seguridad como el amor. El niño quiere y necesita la autoridad. Ésta le asegura y le estimula. Si es tan grande el número de muchachos nerviosos se debe a que no han gozado del sostén de una autoridad auténtica, que les exija responsabilidad de sus actos, cumplimiento del deber, y dar lo más que pueden de sí mismos. 

Los niños necesitan una autoridad que sea justa, que alabe y estimule pero que también corrija a tiempo. Necesitan una autoridad que se preocupe por ellos y les ayude, con sinceridad, a superar obstáculos y corregir defectos. Los niños y los muchachos necesitan saber que existe alguien, papá y mamá, cuya palabra es palabra que se da y se cumple. Los padres deben ser justos y buenos pero también exigentes. Es importante que cumplan siempre lo que dicen. La autoridad de los padres no debe ser, por cierto, negada por el otro cónyuge, sino que se debe compartir entre los dos. Los dos deben ponerse de acuerdo para corregir o castigar. Recuerde que los niños necesitan de una autoridad genuina y auténtica, tanto como mucho amor. 

En los países más desarrollados se ha descubierto el tremendo fracaso de los planes de crianza científica en centros especializados donde envían a los niños desde muy pequeñitos para recibir una educación, digamos, muy especial y sofisticada. Muchos de ellos crecen con una profunda frustración interna. Resulta que la falta de afecto, de un encuentro con una persona a la que el niño pueda amar y reconocer como algo muy íntimo y sentirse amado por esa persona provoca dramas tremendos en su ser. 

En esos países, se ha vuelto a insistir mucho en la profunda necesidad del niño de tener a su madre y a su padre al lado y poder experimentar el calor humano, maternal y paternal, el roce físico, el abrazo, las palabras tiernas y el amor profundo. El niño necesita todo eso para crecer bien a un nivel profundo. 

Los papás que aprenden, entonces, a amar con profundidad pero con madurez a esos niños, saben mezclar bien amor y firmeza, amor y disciplina, amor y exigencia. Le enseñan a sus hijos a ser ellos mismos, les dan confianza en sí mismos y, aunque los protejan y los cuiden también los dejan solos para que aprendan a resolver sus propios problemas. Esos papás formarán bien a sus hijos y esas criaturas podrán defenderse mejor en la vida y ser miembros responsables de la sociedad.


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