UNA VEZ MÁS LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
Por Gabriel González del Estal
1.- Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: un hombre tenía dos hijos… Para entender bien esta parábola debemos fijarnos a quiénes se la dirige y por qué. Se la dirige a los fariseos y escribas, porque ellos eran los que le acusaban de acoger a los pecadores y comer con ellos. Por tanto, lo primero que quiere dejar claro Jesús en su respuesta a los fariseos y escribas es que él hace lo que hace para cumplir la voluntad de su Padre, Dios, y actuar como actuaría su Padre, Dios. Está claro que Jesús lo primero que quiere dejar claro a los escribas y fariseos es que Dios actúa siempre con los hombres con misericordia y compasión, teniendo una especial predilección por los más débiles, en este caso con los pecadores, porque son los que más alejados están de él. Por eso, a esta parábola, creo yo que no deberíamos titularla del hijo pródigo, sino del padre pródigo en misericordia y compasión, porque Jesús lo que quiere es que, los escribas y fariseos después de escuchar esta parábola, saquen la conclusión de que Dios es sumamente misericordioso, pródigo en misericordia. No es en la conducta del hijo menor, del llamado hijo pródigo, sino en la conducta de Dios, en lo que quiere que se fijen en primer lugar los fariseos y escribas, no tanto en la conducta del hijo menor.
2.- Recapacitando entonces, el hijo menor se dijo: cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino hacia dónde está mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Como vemos, la actitud del hijo menor tampoco es en este caso un ejemplo de generosidad y amor al padre, como para dar título a esta parábola. Lo que realmente es maravillosa y pródiga en amor es la actitud del padre que “cuando todavía el hijo estaba lejos y su padre lo vio se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos”. Le vistió con una túnica nueva, le puso un anillo en la mano y sandalias en los pies y celebró en honor de este hijo un banquete, sacrificando al ternero cebado. Realmente, el padre fue pródigo en amor: ni un solo reproche, todo fue alegría y gozo por la vuelta de este hijo que estaba perdido y ahora había vuelto a la casa paterna. En esto quería Jesús que se fijaran los escribas y fariseos y que se dieran cuenta que él, cuando acogía a los pecadores y comía con ellos, lo único que estaba haciendo era imitar a su Padre, Dios. Y esto es en lo que quiere Jesús ahora es que nos fijemos nosotros: que Dios es sumamente misericordioso y que su misericordia es más grande que nuestros pecados. La comprensión de esta verdad en ningún caso debe inducirnos a nosotros a pecar irresponsablemente, sino todo lo contrario, debe inducirnos a amar más a Dios, correspondiendo a su amor con amor y, por amor a este Dios pródigo en misericordia, no hacer nada que pueda ofenderle.
3.- Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Y este le contestó: ha vuelto tu hermano y tu padre le ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Este se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo… Le dijo: hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido: estaba muerto y lo hemos encontrado.
En esto es en lo quería Jesús que se fijaran los escribas y fariseos, y en esto es en lo que quiere que nos fijemos hoy nosotros: en que Dios se alegra cuando un pecador se convierte y vuelve al amor de Dios. Esta fue siempre la conducta de Jesús: amaba a los pecadores y comía con ellos, no por el hecho de que fueran pecadores, sino para que se convirtieran. En este sentido debemos hoy también nosotros amar a los pecadores, pobres y marginados, imitando a nuestro maestro, Jesús. Queremos predicar y contribuir con nuestro amor a que nuestro mundo sea cada día un poco más justo y generoso con las personas más necesitadas. Tampoco nosotros, como Jesús, hemos venido a este mundo no para juzgarlo, sino para salvarlo. Esta es nuestra misión aquí y ahora: intentar que este mundo, nuestro mundo, se parezca cada día un poco más al reino de Dios que Jesús vino a predicar y poner en marcha. Para esto se requiere mucho amor, ser pródigos en amor. A esto nos invita en este domingo Jesús, al proponernos esta bellísima parábola del hijo, del Padre, pródigo.
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