LOS FRUTOS DE NUESTRA VIDA
Por Francisco Javier Colomina Campos
Después de escuchar el pasado domingo la llamada de Jesús acerca del amor a todos, incluso a los enemigos, y a punto de celebrar el Miércoles de Ceniza y con él dar comienzo a la Cuaresma, la liturgia de la palabra nos invita hoy a preguntarnos si los frutos que estamos dando en nuestra vida son los frutos que espera Dios de nosotros, y a tomarnos en serio el camino de conversión y de preparación a la Pascua que comenzaremos el próximo miércoles con la imposición de la ceniza.
1. La verdadera justicia comienza por uno mismo. Después de las exigencias del amor a los enemigos que escuchábamos en el Evangelio del pasado domingo, hoy Jesús nos invita a revisarnos a nosotros mismos. Es fácil pensar que los demás son los que no hacen bien las cosas. Cuántas veces leemos en la Escritura algún texto, o escuchamos la homilía de un sacerdote, y pensamos: qué bien le vendría a fulanito escuchar esto… Por eso hoy Jesús nos llama la atención y nos dice que no es posible que podamos ver la mota de polvo que tiene el otro en su ojo cuando intentamos quitársela, si no nos quitamos nosotros primero la viga que tenemos en el nuestro. Es decir, que hemos de empezar por juzgarnos a nosotros mismos antes de juzgar a los demás, que hemos de corregirnos a nosotros mismos antes de pretender corregir a los demás. No está el discípulo por encima de su maestro, dice Jesús en el Evangelio de hoy, y esto se completa cuando nos damos cuenta de que hemos de considerar a los demás como maestros, como superiores a nosotros. Hemos de abrir bien los ojos, pero no para fijarnos en las faltas y en los defectos de los demás, sino para ver primero nuestras faltas y defectos, para sacarnos las “vigas” de nuestros ojos, y entonces, cuando veamos con claridad, poder guiar a otros, poderles ayudar a quitarse la mota de polvo que tienen en su ojo. Qué fácil es exigir a los demás, cuando nosotros no hacemos muchas veces ni la mitad de lo que exigimos a otros. Si queremos que las cosas vayan bien, si deseamos que el mundo o la misma Iglesia funcionen mejor, comencemos por cambiarnos a nosotros mismos y pongámonos en camino de conversión, y después estaremos en disposición de ayudar a otros a que se corrijan.
2. ¿De qué tenemos lleno el corazón? Jesús, a continuación, nos invita a preguntarnos qué tenemos en nuestro interior, en nuestro corazón. Pues “de lo que rebosa el corazón habla la boca”. Si queremos un criterio que nos ayude a conocer qué tenemos en nuestro corazón, fijémonos en las cosas que decimos. ¿De qué cosas solemos hablar?, ¿cuáles son nuestros temas habituales de conversación? Así es como sabremos si nuestro corazón está lleno de amor y de compasión hacia los demás o más bien está lleno de juicios; o si en verdad está lleno de Dios o más bien está lleno de las cosas del mundo. Jesús nos recuerda que cada árbol da el fruto que le corresponde, y que de un árbol bueno se espera que dé fruto bueno, mientras que de un árbol malo se espera que de fruto malo. Del mismo modo, de un hombre que tiene un buen corazón, lleno del amor de Dios, saldrán frutos de bondad, de amor y de misericordia hacia los demás, mientras que un corazón lleno de maldad, de rencor y de juicios hacia los demás sólo podrá dar furos de odio, de división y de maldad. Por ello, hoy es un buen día, cercanos ya a la Cuaresma, para que nos preguntemos: ¿cuáles son los frutos que estoy dando?
3. Dios nos da la victoria sobre el mal y sobre la muerte. Pero no hemos de olvidar que quien llena nuestro corazón de la bondad y del amor es Dios. Él es quien nos da la salvación y quien es capaz de convertir nuestro corazón de piedra por un corazón de carne. Es importante recordar esto: que no somos nosotros quienes podemos cambiar nuestro corazón, por mucho que nos esforcemos en ello. Es Dios, como nos dice san Pablo en la segunda lectura, quien nos da la victoria sobre el mal y sobre la muerte, es Él quien ha vencido a la muerte con su propia muerte. Así, si deseamos dar los buenos frutos que Dios espera de nosotros, lo primero que hemos de hacer es acercarnos a Él, con un corazón sencillo y humilde, para que Él llene nuestro corazón de la bondad y del amor. Demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de Jesucristo, como nos invita san Pablo, conscientes de que no somos nosotros, sino que es Dios quien vence a la muerte. Ya no hay nada que pueda con nosotros si estamos con Él y en Él.
Este tiempo de Cuaresma, que estamos ya cercanos a comenzar, es un tiempo propicio de conversión para acercarnos de nuevo a Dios y dejar que Él nos transforme, que nos ayude a quitar las “vigas” que tenemos en nuestros ojos, que llene nuestro corazón de amor y de misericordia, pues es Él quien ha muerto por nosotros en la cruz y es Él quien nos da la salvación.
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