NOVIEMBRE ES EL MES DE ÁNIMAS
Por Antonio García-Moreno
ARCÁNGEL SAN MIGUEL. "En el tiempo aquel se levantará Miguel el arcángel, que se ocupa de tu pueblo: Serán tiempos difíciles, como no los ha habido..." (Dn 12, 1). Miguel es el príncipe de la celestial milicia, el arcángel que defiende al pueblo de Dios. El libro del Apocalipsis nos lo presenta guerreando al frente de los ángeles contra el dragón y sus ejércitos. Y después de rudo combate "el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el seductor del mundo entero, y sus ángeles fueron precipitados con él".
Visiones apocalípticas que hicieron estremecer a sus primeros lectores. Indicios y signos, símbolos que transmiten una realidad escondida, un futuro latente que un día llegará. Día de la ira, día del temblor, día de las lágrimas. “Dies irae”; una secuencia de lamentos que siguen con la cadencia melódica de una elegía medieval. Los nuevos armamentos nucleares, las defensas antisatélite, las amenazas de los colosos, los "ingenios bélicos" que desfilan en las grandes paradas, los misiles de largo alcance... En el fondo, está el Maligno. Por ello el pueblo de Dios está sumido en mil ataques diabólicos, de fuera y de dentro. Tiempos difíciles, de grandes consternaciones ideológicas. Ante tan graves peligros recurrimos a ti, arcángel San Miguel, para que nos defiendas en la lucha, para que seas nuestro amparo contra las asechanzas del demonio.
"Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida perpetua, otros para ignominia perpetua" (Dn 12, 2). El libro de la vida. También el vidente de Patmos nos habla en el Apocalipsis de ese libro. "Y los muertos fueron juzgados según el contenido de los libros, cada uno según sus obras... Y el que no fue encontrado escrito en el libro de la vida fue arrojado en el estanque del fuego". Estamos aún en el mes de los difuntos, el mes de las hojas muertas, cuando los árboles van quedando desnudos como esqueletos ennegrecidos por el viento. Mes para reflexionar en los novísimos del hombre, esas cuatro realidades que han de ayudarnos a dar sentido cristiano a nuestra caduca existencia: muerte, juicio, infierno y gloria.
No son realidades trasnochadas, cuentos de miedo para asustar a los niños en la noche. Son verdades fundamentales que, queramos o no, están ahí ante nosotros como una amenaza, o como un motivo de esperanza y de consuelo. Sí, porque "bienaventurados desde ahora los muertos que mueren el Señor. Si, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, porque sus obras les acompañan". "Para siempre, para siempre, para siempre", repetía Santa Teresa. Y esta idea la animaba a seguir luchando, a perseverar en su entrega, a ser fiel al amor del Amado. Llénate tú, y yo también, ante el recuerdo de estas realidades, de un deseo constante de seguir adelante, cubriendo gozoso todas las etapas que conducen a la última meta.
CUANDO LAS HOJAS CAEN. "El día y la hora nadie lo sabe..." (Mc 13, 32). Nuestro mundo no ha de durar siempre. Tampoco nuestra vida terrena. Día llegará en que el sol se apagará -nos dice el Señor, la luna no brillará, las estrellas perderán su ruta y todo el orbe se estremecerá hasta derrumbarse en el caos y en las tinieblas. Además, tengamos en cuenta que también el equilibrio de nuestro cuerpo se romperá algún día. Basta un fallo del corazón para que el reloj que señala nuestras horas se quede parado. Son realidades evidentes que nos suceden a diario, pues cada día tanto el mundo como cada uno de nosotros vamos muriendo un poco.
Realidades, sin embargo, que de ordinario olvidamos. Somos animales de corto alcance. Sólo nos afecta lo inmediato y lo tangible. Nuestra miopía nos impide ver más allá de estos años que pasan veloces. No somos capaces de descubrir los hechos que ocurrirán quizás mañana, y seguimos como si tal cosa, sin prever ni proveer a eso que un día cualquiera nos ocurrirá.
La Iglesia nuestra Madre sale al encuentro de nuestra inconsciencia e insensatez de niños torpes. Nos recuerda las palabras del Señor que nos ponen en sobre aviso de esos acontecimientos luctuosos y terribles que han de ocurrir. Quiere que lo sepamos para que ese día no nos coja desprevenidos, desprovistos de lo único que en ese día nos valdrá, su divina gracia, su amistad y su favor. Pensemos hoy en todo eso y hagamos propósitos concretos para mejorar nuestra vida con vistas a hacer dichosa nuestra muerte.
Aprended lo que os enseña la higuera, dice también nuestro Señor. Es necesario mirar lo que nos rodea con el deseo de descubrir el sentido oculto que todo tiene. La Naturaleza es un inmenso libro abierto lleno de enseñanzas y de consejos prácticos para quien sabe leer en sus páginas. En este tiempo, cuando el otoño va de caída, el espectáculo de los árboles que se deshojan ha de recordarnos que también nosotros nos vamos deshojando a medida que pasan los días. Todos, unos tras otros, vamos cayendo, suave o bruscamente, hasta quedar cubiertos por la tierra donde nuestro cuerpo se pudre como una hoja seca.
El mes de noviembre es el mes de ánimas. Nos recuerda a esos seres queridos que ya se marcharon de nuestro lado, y también nos viene a decir que un día, imprevisto casi siempre, seremos nosotros, tú o yo, los que tendremos que partir camino del más allá. Estas dos ideas nos han de estimular por una parte para rogar por nuestros difuntos, a aplicarles Misas por su eterno descanso (una Misa con "costar tan poco", vale más que todas las flores del mundo). Por otro lado el recuerdo de la muerte, aunque parezca paradójico, nos ha de estimular a vivir con intensidad, ansiosos de aprovechar los días que nos queden, muchos o pocos, para merecer con vistas a la otra vida, para hacer todo el bien que podamos. Sólo así nos enfrentaremos, serenos y esperanzados, a la muerte y al juicio.
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