POR SER DIFERENTES
Por Javier Leoz
Que la fe sana, cuando se cree y se toma como opción de vida, es un hecho irrefutable. Quien se acerca a Cristo –además de empuje hacia el espíritu de las bienaventuranzas- siente que, la fe, reconforta, anima, levanta, cura y dignifica.
1.- La lepra personifica en los tiempos que vivimos a toda persona que se duele y llora por las situaciones de contradicción que se dan en el mundo. Por tanta exclusión e injusticia fruto de la intolerancia o de los intereses que convierten automáticamente a unos en buenos y a otros en malos. Unos son colocados en el escaparate, como referencia y encarnación de los valores que emergen en una sociedad caprichosa, y otros son desterrados porque –sus exigencias o su modo de vida- pueden resultar chocantes o calificados incluso de “peligrosos”.
Hay muchos descartes en nuestra sociedad y muchos intentos ideológicos de silenciar a los que no hacen orfeón o secundan iniciativas amparadas por leyes de turno. Existen muchas iniciativas de apartar a los “nuevos leprosos” porque no dicen lo que la sociedad quiere oír ni actúan como la sociedad dicta.
2.- Una vez más, como en tiempos de Jesús, la perseverancia y la mano de Dios salen al paso de aquellos que saben que, sólo Dios, es capaz de responder con generosidad cuando el mundo rechaza o abandona.
Miremos un poco a nuestro alrededor. ¿Qué se enaltece? ¿Qué se valora? ¿Qué se desprecia? ¿Qué se margina? ¿Qué se recompensa?
--La eucaristía de cada domingo, el encuentro con la Palabra y con el Resucitado, nos inyecta a los cristianos la fuerza necesaria para insertarnos de nuevo, con impulso renovado y claro, en una sociedad donde no siempre predomina el bien común. Recordemos que hemos de ser sal (aunque pique) y luz (aunque deslumbre).
--La oración, personal o comunitaria, nos brinda esa oportunidad para recuperarnos de otros tantos rechazos cuando presentamos, con respeto pero con valentía, nuestra forma de entender el mundo, la sociedad, el hombre, etc., desde la fe.
--El testimonio, de lo que llevamos dentro, de nuestra experiencia de Dios, nos exige pregonar que con Jesús nos sentimos bien. Que haber encontrado a Dios, lejos de ser una preocupación, nos ayuda a llenar huecos peligrosos en nuestra vida. Nos invita a quemarnos, no hacia dentro, y sí hacia fuera, para que otros hermanos nuestros –con abundancia de lepra materialista, hedonista, individualista, pobreza, malos tratos, etc.- puedan salir de ese estadio y reincorporarse de nuevo a la vida o dejar que otros compartan su misma buena suerte. ¿Acaso no merece la pena? Pongamos algo de nuestra parte.
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