11 nov 2017

Santo Evangelio 11 de noviembre 2017



Día litúrgico: Sábado XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 16,9-15): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero».

Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios».


«El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho»
Rev. D. Joaquim FORTUNY i Vizcarro 
(Cunit, Tarragona, España)


Hoy, Jesús habla de nuevo con autoridad: usa el «Yo os digo», que tiene una fuerza peculiar, de doctrina nueva. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (cf. 1Tim 2,4). Dios nos quiere santos y nos señala hoy unos puntos necesarios para alcanzar la santidad y estar en posesión de lo “verdadero”: la fidelidad en lo pequeño, la autenticidad y el no perder de vista que Dios conoce nuestros corazones.

La fidelidad en lo pequeño está a nuestro alcance. Nuestras jornadas suelen estar configuradas por lo que llamamos “la normalidad”: el mismo trabajo, las mismas personas, unas prácticas de piedad, la misma familia... En estas realidades ordinarias es donde debemos realizarnos como personas y crecer en santidad. «El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho» (Lc 16,10). Es preciso realizar bien todas las cosas, con una intención recta, con el deseo de agradar a Dios, nuestro Padre; hacer las cosas por amor tiene un gran valor y nos prepara para recibir “lo verdadero”. ¡Qué bellamente lo expresaba san Josemaría!: «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!».

Examinar bien nuestra conciencia cada noche nos ayudará a vivir con rectitud de intención y a no perder nunca de vista que Dios lo ve todo, hasta los pensamientos más ocultos, como aprendimos en el catecismo, y que lo importante es agradar en todo a Dios, nuestro Padre, a quien debemos servir por amor, teniendo en cuenta que «ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Lc 16,13). Nunca lo olvidemos: «Sólo Dios es Dios» (Benedicto XVI).

Abandono


Me he dado cuenta de que lo que yo desee no tiene valor a los ojos de Dios, y que lo mejor es ponerse en sus manos, y nada más. Beato Rafael Arnáiz

10 nov 2017

Santo Evangelio 10 de noviembre 2017



Día litúrgico: Viernes XXXI del tiempo ordinario

Santoral 10 de Noviembre: San León Magno, papa y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».


«Los hijos de este mundo son más astutos (...) que los hijos de la luz»
Mons. Salvador CRISTAU i Coll Obispo Auxiliar de Terrassa 
(Barcelona, España)


Hoy, el Evangelio nos presenta una cuestión sorprendente a primera vista. En efecto, dice el texto de san Lucas: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente» (Lc 16,8).

Evidentemente, no se nos propone aquí que seamos injustos en nuestras relaciones, y menos aún con el Señor. No se trata, por tanto, de una alabanza a la estafa que comete el administrador. Lo que Jesús manifiesta con su ejemplo es una queja por la habilidad en solucionar los asuntos de este mundo y la falta de verdadero ingenio por parte de los hijos de la luz en la construcción del Reino de Dios: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz» (Lc 16,8).

Todo ello nos muestra —¡una vez más!— que el corazón del hombre continúa teniendo los mismos límites y pobrezas de siempre. En la actualidad hablamos de tráfico de influencias, de corrupción, de enriquecimientos indebidos, de falsificación de documentos... Más o menos como en la época de Jesús.

Pero la cuestión que todo esto nos plantea es doble: ¿Acaso pensamos que podemos engañar a Dios con nuestras apariencias, con nuestra mediocridad como cristianos? Y, al hablar de astucia, tendríamos también que hablar de interés. ¿Estamos interesados realmente en el Reino de Dios y su justicia? ¿Es frecuente la mediocridad en nuestra respuesta como hijos de la luz? Jesús dijo también que allí donde esté nuestro tesoro estará nuestro corazón (cf. Mt 6,21). ¿Cuál es nuestro tesoro en la vida? Debemos examinar nuestros anhelos para conocer dónde está nuestro tesoro... Nos dice san Agustín: «Tu anhelo continuo es tu voz continua. Si dejas de amar callará tu voz, callará tu deseo».

Quizás hoy, ante el Señor, tendremos que plantearnos cuál ha de ser nuestra astucia como hijos de la luz, es decir nuestra sinceridad en las relaciones con Dios y con nuestros hermanos. «En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre bien y mal (…). En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse» (Benedicto XVI).

La Hora de la Misericordia




La Hora de la Misericordia


Las Tres de la Tarde


Oraciones.

"Expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó inmensamente para las almas, y el océano de Misericordia se abrió por todo el mundo. O fuente de Vida, Oh Misericordia Infinita, abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros."

"Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, en Vos confío."


Según el diario de Santa María Faustina Kowalska.

"Yo te recuerdo hija mía que tan pronto como suene el reloj a las tres de la tarde, te sumerjas completamente en mi Misericordia, adorándola y glorificándola; invoca su omnipotencia para todo el mundo, y particularmente para los pobres pecadores; porque en ese momento la Misericordia se abrió ampliamente para cada alma."

"A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en MI desamparo en momento de agonía. Esta es la hora de gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré entrar dentro de Mi tristeza mortal. En esta hora, no le rehusare nada al alma que me lo pida por los méritos de Mi Pasión."

9 nov 2017

Santo Evangelio 9 de noviembre 2017



Día litúrgico: 9 de Noviembre: Dedicación de la Basílica del Laterano en Roma

Texto del Evangelio (Jn 2,13-22): Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.

Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.


«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, en esta fiesta universal de la Iglesia, recordamos que aunque Dios no puede ser contenido entre las paredes de ningún edificio del mundo, desde muy antiguo el ser humano ha sentido la necesidad de reservar espacios que favorezcan el encuentro personal y comunitario con Dios. Al principio del cristianismo, los lugares de encuentro con Dios eran las casas particulares, en las que se reunían las comunidades para la oración y la fracción del pan. La comunidad reunida era —como también hoy es— el templo santo de Dios. Con el paso del tiempo, las comunidades fueron construyendo edificios dedicados a las reuniones litúrgicas, la predicación de la Palabra y la oración. Y así es como en el cristianismo, con el paso de la persecución a la libertad religiosa en el Imperio Romano, aparecieron las grandes basílicas, entre ellas San Juan de Letrán, la catedral de Roma.

San Juan de Letrán es el símbolo de la unidad de todas las Iglesias del mundo con la Iglesia de Roma, y por eso esta basílica ostenta el título de Iglesia principal y madre de todas las Iglesias. Su importancia es superior a la de la misma Basílica de San Pedro del Vaticano, pues en realidad ésta no es una catedral, sino un santuario edificado sobre la tumba de San Pedro y el lugar de residencia actual del Papa, que, como Obispo de Roma, tiene en la Basílica Lateranense su catedral.

Pero no podemos perder de vista que el verdadero lugar de encuentro del hombre con Dios, el auténtico templo, es Jesucristo. Por eso, Él tiene plena autoridad para purificar la casa de su Padre y pronunciar estas palabras: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). Gracias a la entrega de su vida por nosotros, Jesucristo ha hecho de los creyentes un templo vivo de Dios. Por esta razón, el mensaje cristiano nos recuerda que toda persona humana es sagrada, está habitada por Dios, y no podemos profanarla usándola como un medio.

Abandono


La fidelidad a la oración y la caridad fraterna serán para nosotros señales de discernimiento para comprobar la autenticidad del abandono. Jaume Boada

8 nov 2017

Santo Evangelio 8 de noviembre 2017



Día litúrgico: Miércoles XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»


«El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío»
Rev. D. Joan GUITERAS i Vilanova 
(Barcelona, España)


Hoy contemplamos a Jesús en camino hacia Jerusalén. Allí entregará su vida para la salvación del mundo. «En aquel tiempo, caminaba con Jesús mucha gente» (Lc 14,25): los discípulos, al andar con Jesús que les precede, deben aprender a ser hombres nuevos. Ésta es la finalidad de las instrucciones que el Señor expone y propone a quienes le siguen en su ascensión a la “Ciudad de la paz”.

Discípulo significa “seguidor”. Seguir las huellas del Maestro, ser como Él, pensar como Él, vivir como Él... El discípulo convive con el Maestro y le acompaña. El Señor enseña con hechos y palabras. Han visto claramente la actitud de Cristo entre el Absoluto y lo relativo. Han oído de su boca muchas veces que Dios es el primer valor de la existencia. Han admirado la relación entre Jesús y el Padre celestial. Han visto la dignidad y la confianza con la que oraba al Padre. Han admirado su pobreza radical.

Hoy el Señor nos habla en términos claros. El auténtico discípulo ha de amar con todo su corazón y toda su alma a nuestro Señor Jesucristo, por encima de todo vínculo, incluso del más íntimo: «Si alguno viene donde mí y no odia (…) hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). Él ocupa el primer lugar en la vida del seguidor. Dice san Agustín: «Respondamos al padre y a la madre: ‘Yo os amo en Cristo, no en lugar de Cristo’». El seguimiento precede incluso al amor por la propia vida. Seguir a Jesús, al fin y al cabo, comporta abrazar la cruz. Sin cruz no hay discípulo.

La llamada evangélica exhorta a la prudencia, es decir, a la virtud que dirige la actuación adecuada. Quien quiere construir una torre debe calcular si podrá afrontar el presupuesto. El rey que ha de combatir decide si va a la guerra o pide la paz después de considerar el número de soldados de que dispone. Quien quiere ser discípulo del Señor ha de renunciar a todos sus bienes. ¡La renuncia será la mejor apuesta!

Abandono


La Providencia no se ha comprometido a reparar todos los defectos del hombre: enrielar un tren que corre demasiado a prisa, sostener una escalera demasiado llena de gente... No es una compañía de seguros. La Providencia deja obrar las causas segundas. Pero eso sí, todo lo que suceda a una persona que se fía en manos de Dios contribuirá a su bien, al gran bien, al supremo bien moral de su vida. 
Padre Alberto Hurtado Cruchaga S.J.

7 nov 2017

Santo Evangelio 7 de noviembre 2017



Día litúrgico: Martes XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 14,15-24): En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir’.

»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».

«Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa»
Rev. D. Joan COSTA i Bou 
(Barcelona, España)


Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.

Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!

Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y de admiración.

Abandono


Jesús, haz de mí lo que Tú quieras. Te adoraré de todas maneras. Que se haga tu santa voluntad. Yo glorificaré tu infinita misericordia. Y, repentinamente, cesaron mis terribles tormentos y vi a Jesús y me dijo: Yo estoy siempre en tu corazón. 

Santa Faustina Kowalska

6 nov 2017

Santo Evangelio 6 de noviembre 2017



Día litúrgico: Lunes XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 14,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo también a aquel hombre principal de los fariseos que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».


«Cuando des un banquete, llama a los pobres, (...) porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos»
Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME 
(Ikenanzizi, Nigeria)


Hoy, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana: el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa» (Lc 14,12).

El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).

El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).

Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).

Hazme vivir, Señor, como tú dices y vives



HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES

Que haga, no aquello que el mundo espera,

sino aquello que Tú deseas:

para construir tú Reino siendo tu sal y tu luz

Con tu fuerza, Señor, y en tu Palabra

que viva con el fervor de tus discípulos

con la sencillez de María

o arropado con el testimonio de los mártires

Pero, Señor, que no viva de espaldas a tu Verdad:

que mi “sí” a tu voluntad,

se manifieste en un compromiso sincero por un mundo mejor

que mi “si” a tu Palabra

sea luego imagen real de lo que pienso y realizo

Que lejos de desafinar en mí existencia cristiana

sepa armonizar mi idea, con mi práctica

mis ilusiones, con mis realidades

mis anhelos, con mis luchas diarias

mi amistad contigo, con la fraternidad del día a día



HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES

Sin dividir mi estancia contigo, del servicio a los demás

la oración que te contempla y te necesita

del trabajo que me aguarda en la tierra que me espera

Sin olvidar que, aún mirándote con mis ojos,

o escuchándote con mis oídos

me faltará por recorrer el camino del recio compromiso

de la vida que se ofrece sin medida

de los gestos de perdón o de confianza.



HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES

Desviviéndote, en tu intimidad con el Padre

y deshaciéndote por la salvación de la humanidad

Guiándote por la mano del Padre

y dirigiendo con la tuya el camino del que te desea y busca

Proclamando la bondad de Dios en un mundo egoísta

y mostrando, con tus heridas y tu cruz,

que tu vida no es solo palabra…no solo proyectos…

que, tu vida, es hacer aquello que vives: ¡DIOS!

5 nov 2017

Santo Evangelio 5 de noviembre 2017



Día litúrgico: Domingo XXXI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.

»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


«El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»
Rev. D. Miquel PLANAS i Buñuel 
(Montornès del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, el Señor nos hace un retrato de los notables de Israel (fariseos, maestros de la Ley…). Éstos viven en una situación superficial, no son más que apariencia: «Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). Y, además, cayendo en la incoherencia, «porque dicen y no hacen» (Mt 23,3), se hacen esclavos de su propio engaño al buscar sólo la aprobación o la admiración de los hombres. De esto depende su consistencia. Por sí mismos no son más que patética vanidad, orgullo absurdo, vaciedad… necedad.

Desde los inicios de la humanidad continúa siendo la tentación más frecuente; la antigua serpiente continúa susurrándonos al oído: «El día en que comiereis de él (el fruto del árbol que está en medio del jardín), se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gn 3,5). Y continuamos cayendo en ello, nos hacemos llamar: “rabí”, “padre” y “guías”… y tantos otros ampulosos calificativos. Demasiadas veces queremos ocupar el lugar que no nos corresponde. Es la actitud farisaica.

Los discípulos de Jesús no han de ser así, más bien al contrario: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11). Y como que tenemos un único Padre, todos ellos son hermanos. Como siempre, el Evangelio nos deja claro que no podemos desvincular la dimensión vertical (Padre) y la horizontal (nuestro) o, como explicitaba el domingo pasado, «amarás al Señor, tu Dios (…). Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37.39).

Toda la liturgia de la Palabra de este domingo está impregnada por la ternura y la exigencia de la filiación y de la fraternidad. Fácilmente resuenan en nuestro corazón aquellas palabras de san Juan: «Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso» (1Jn 4,20). La nueva evangelización —cada vez más urgente— nos pide fidelidad, confianza y sinceridad con la vocación que hemos recibido en el bautismo. Si lo hacemos se nos iluminará «el camino de la vida: hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre» (Sal 16,11).

Fariseismo: fácil caer en él



FARISEÍSMO: FÁCIL CAER EN ÉL

Por Antonio García-Moreno

1.- ANTICLERICALISMO.- "Y ahora os toca a vosotros. Si no obedecéis..." (Ml 2, 2) En tiempos del profeta Malaquías, los sacerdotes de la Antigua Alianza habían olvidado sus obligaciones como hombres de Dios. Rompieron el pacto hecho con Yahvé y en lugar de guiar al pueblo por buenos caminos, lo descarriaban por senderos torcidos que no conducían hasta Dios. Por su negligencia, cuando no por su malicia, muchos se olvidaron del Señor y se apartaron de su divina ley. Delito grave que hace clamar al profeta con tonos airados contra esa actitud indigna y nefasta para el pueblo.

Sacerdotes de entonces que cometieron el tremendo delito de alejar a los hombres del verdadero Dios. Hoy también se puede repetir ese hecho. Y, aunque sea duro reconocerlo, también se repite, empezando por mí... Quizá sea una buena ocasión para hacer examen de conciencia y rectificar. Y también puede ser el momento de pensar que todos hemos de echar una mano a los sacerdotes y rezar por ellos. Para que sean fieles a la misión salvífica que Dios les ha encomendado y sean un estímulo continuo para el bien y no para el mal.

"Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo" (Ml 2, 9) Despreciables y viles. Terrible condena de Dios que con frecuencia ha sido una realidad en la Historia. Sin embargo, muchas veces ese desprecio contra el sacerdote ha sido injusto, sacrílego incluso. Entonces la convicción de que Dios está junto a su elegido ha sido fortaleza para los mayores heroísmos de los ministros del Señor.

Pero otras veces ese desprecio es el resultado de una justa indignación ante situaciones inadmisibles. Es un peligro que tiene siempre el sacerdote: olvidarse de que ha de encarnar la figura de Cristo en su propia vida, y pretender llevar a cabo su misión por otros caminos que los señalados por Dios.

Señor, tú dijiste a los apóstoles que los enviabas como ovejas en medio de lobos. Difícil tarea has puesto en manos de tus sacerdotes. Por eso no debe extrañarnos que a veces fallen. Y de ahí también que nos esforcemos por comprenderlos, por perdonarlos, por ayudarles, por animarlos a seguir con la ilusión de los principios por la empinada senda del sacerdocio de Cristo.

2.- COMO UN NIÑO.- "Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros..." (Sal 130 ,1) Es muy difícil frenar las ambiciones del hombre. Todos, de una forma u otra, llevamos dentro el deseo innato de ser más, de tener más. Podemos decir que eso es algo bueno, como bueno es todo lo que hay en la condición humana de modo connatural. En el fondo esa continua ambición, ese anhelo siempre insatisfecho es prueba de que hemos nacido para cosas mayores, para un destino muy alto que sólo en el mismo Dios se realizará. Por eso si la ambición que late dentro de nuestro corazón la encauzamos hacia el bien, si siempre aspiramos a ser mejores, si crecemos más y más en el amor, esos deseos y anhelos, esa continua insatisfacción de nosotros mismos puede llevarnos a metas muy elevadas, a estar siempre jóvenes en la ilusión y en la esperanza, a luchar con espíritu deportivo contra los obstáculos que se interponen en nuestro afán de ser santos.

"...no pretendo grandezas que superan mi capacidad" (Sal 130, 1) Ser ambiciosos en el amor a Dios y a nuestros hermanos los hombres. Y no serlo para nada más. Es decir, saber conformarse con lo que uno tiene y con lo que uno buenamente pueda tener. Luchar por el bienestar personal y el de los nuestros, pero al mismo tiempo saber conformarse con lo que la vida nos depare, estar contento con lo que Dios quiere disponer para nosotros. Pensemos que quien sabe contentarse con menos tendrá siempre más, que quien sabe vivir con poco vivirá siempre con mucho, persuadido de que Dios es un Padre providente y bueno, poderoso y sabio.

En lugar de soñar con grandezas, en lugar de querer ser más de lo que se es, nos aconseja el salmista acallar y moderar los propios deseos, ser como un niño en brazos de su madre. Qué imagen tan bonita y tan sencilla, tan expresiva y tan clara. Si somos humildes, si somos capaces de adaptarnos a las circunstancias, si la ambición no nos domina, entonces viviremos tranquilos y serenos en esta tierra, y felices para siempre en la otra. Ojalá aprendamos la lección de hoy y nos asemejemos a ese niño que descansa tranquilo en el seno de su madre.

3.- PALABRA DE DIOS "Os tratamos con delicadeza, como una madre" (1 Ts 2, 7) San Pablo era sin duda un hombre recio, un carácter fuerte y enérgico. Así lo revelan las proezas que llevó a cabo, también sus palabras, con frecuencia, ardientes y vibrantes, pronunciadas con toda autoridad. Pero junto a esa fortaleza y reciedumbre tenía el Apóstol una enorme capacidad de ternura y de cariño, era como una madre que trata a sus hijos con delicadeza y hasta con mimo. Tanto los quiere, explica, que no sólo les ha entregado el Evangelio de Dios, lo mejor que tenía, sino que se les entregó a sí mismo, sin escatimar sacrificio alguno por ayudarles. Su figura es un modelo, una muestra de lo que han sido los buenos ministros de Dios, una imagen de lo que es el sacerdote en la Iglesia, llamada con razón nuestra santa Madre Iglesia. Su primer jerarca es llamado también el Papa, o Santo Padre.

"...la acogisteis, no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios" (1 Ts 2, 13) La gente ha llamado siempre al sacerdote con el entrañable nombre de padre. Con ello se pone de manifiesto la fe del pueblo sencillo que ve en el servicio de la Iglesia, a través del Papa y de los sacerdotes, un servicio de amor y de entrega, de abnegación y desinterés. Y si no fuera así estaríamos traicionando a Cristo y a sus primeros apóstoles, que nos marcaron con su conducta y con su palabra el camino que habíamos de seguir.

Los cristianos de Tesalónica ayudaron al Apóstol en su ministerio. Sobre todo por la manera de corresponder a su predicación. Ellos supieron descubrir y aceptar que las palabras de aquel judío de Tarso tenían una fuerza divina, eran no sólo palabra de hombre, sino también Palabra de Dios. Nos puede parecer que aquello era inadmisible, decir que lo que hablaba Pablo era Palabra de Dios. Desde el punto de vista de la sola razón así es, pero no desde la perspectiva de la fe. Para quien tiene fe, también hoy la Palabra de Dios sigue resonando en nuestros oídos, revestida con el pobre ropaje del decir humano. Es preciso creer, saber que a través del hombre nos habla Dios. Hay que escuchar y leer, meditar y vivir la sagrada Escritura como lo que en verdad es, Palabra de Dios.

4.- HIPOCRESÍA Y ORGULLO.- "En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos..." (Mt 23, 1) Es curioso e interesante ver cómo Jesucristo respetó a los que hacían de guías en su pueblo. Considera que lo que enseñan es correcto y, por tanto, hay que atenderlos y obedecerlos. Ellos transmitían la Ley de Dios promulgada por Moisés, y esa Ley permanecía en vigor por voluntad divina. De ahí que no es cierto que Jesús fuera un rebelde ante el orden constituido, un revolucionario que estaba en contra de la autoridad de su tiempo.

Sin embargo, Jesús previene a la gente que le escucha contra la conducta de los fariseos, que decían una cosa y hacían otra, no adecuaban su conducta con su doctrina. Eran unos hipócritas que presumían de ser gente honorable, despreciando a los demás. Hipocresía y soberbia, esos eran los dos defectos que chocaban frontalmente con el estilo y la doctrina de Jesucristo.

La hipocresía, el aparecer bueno ante los demás y ser en realidad un indeseable, es un defecto que repele a todo hombre honrado. Jesús que defendía la sinceridad, que amaba la verdad, tenía que chocar necesariamente con ellos. Él conocía el interior del hombre, y por eso se irritaba contra quienes presumían de hombres justos, sin serlo. Esa actitud les llevaba, en efecto, al orgullo. Se consideraban mejores que los demás y despreciaban al prójimo. Enseñaban a todos y no permitían que nadie les enseñara. De ahí que no pudieran sufrir que Jesús, un aldeano de Nazaret, pretendiera enseñarles a ellos.

Fariseísmo, un fenómeno humano que nos repele y que, sin embargo, es muy frecuente entre los hombres, siendo fácil caer en él. Hay que estar atentos, vigilantes, hay que ser humildes y sinceros, luchar contra esa tendencia a juzgar con ligereza al prójimo, a considerarnos mejor que los otros, y a rechazar cualquier posibilidad de aprender de los demás.