LA BONDAD HAY QUE TRABAJARLA
Por Gabriel González del Estal
1.- En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaros sus discípulos; y él se puso a hablar, endeñándoles: Hace unos días le preguntaban a un señor que estuvo durante cinco años en un campo de concentración nazi: “¿qué conclusión saca usted de esos cinco años de horror y crueldad humana?”. La respuesta, aunque conocida, me hizo pensar mucho: “que la maldad está siempre dispuesta a manifestarse; la bondad, en cambio, hay que trabajarla”. Pues bien, dejando ahora a un lado matices y precisiones que se podrían hacer a esta respuesta, lo cierto es que, efectivamente, nadie sale santo del vientre de su madre. No nacemos santos; santos tenemos que hacernos. En nuestra naturaleza humana anidan impulsos y fuerzas que nos empujan al mal. En este sentido, podemos decir que nacemos inclinados a la maldad, al egoísmo, al orgullo, a la ambición. El niño no nace ángel, tampoco demonio, sino que nace humano. Es más fácil dejarse arrastrar por los impulsos humanos hacia el mal, que por la atracción del bien. En esta “fiesta de todos los santos” conmemoramos a todas aquellas personas que trabajaron para ser buenos cristianos, lucharon contra sus malos impulsos y que decidieron hacer el bien. Tuvieron que esforzarse, tuvieron que sufrir, pero decidieron aceptar con gozo el esfuerzo y el sufrimiento que les suponía la lucha diaria contra el mal; contra el mal que anidaba en el fondo de su naturaleza humana y contra el mal que les venía del exterior. Se encomendaron a Dios y con su gracia salieron triunfadores en la victoria diaria contra el mal. Fueron santos por la gracia de Dios, sí, pero también porque supieron trabajar su santidad.
2.- Dichosos los que… No olvidemos que para ser dichosos, en el sentido del que hablan las “bienaventuranzas”, hay que ser pobres en el espíritu, llorar, sufrir, pasar hambre y sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, trabajar por la paz, aceptar los insultos y persecuciones que nos lleguen por defender la causa de Jesús y su justicia. Todo esto no se consigue sin lucha y sin esfuerzo, sin trabajo. En el evangelio de hoy se nos dice que, si lo hacemos, seremos santos y obtendremos una recompensa grande en el cielo. En el cielo sí, pero y ¿en la tierra? Porque cuesta, cuesta mucho, ser santos aquí en la tierra con la única esperanza de ser felices en el cielo. Quizá por eso no abunden tanto los santos. Pero también es verdad y, por eso, hoy debemos decir y predicar que también hacer el bien puede y debe hacernos felices aquí en la tierra. Sí, tenemos que intentar ser santos y felices también aquí en la tierra. Con una felicidad humana, que nunca es completa, pero que es necesaria para poder vivir con fuerza y entusiasmo. Dios nos quiere santos y felices. Una santidad y una felicidad que manan en Dios y vienen de Dios, pero que nosotros debemos cuidar y trabajar cada día.
3.- Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Si vivimos aquí en la tierra como auténticos hijos de Dios ya somos santos, con una santidad humana. Esta santidad se manifestará plenamente en el cielo, cuando seamos semejantes a él y lo veamos tal cual es. Así se nos dice en esta primera carta del apóstol san Juan. Nuestra santidad, en definitiva, siempre es fruto del amor de Dios. Esta verdad tan consoladora que nos dice hoy el apóstol debe ayudarnos a celebrar con gozo esta fiesta de todos los santos.
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