¡ERA JESÚS, EL MAESTRO! ¡ESTABA VIVO!
Por Antonio García-Moreno
1.- PLAN PREVISTO.- Todo estaba previsto. Hubo detalles que se anunciaron desde hacía mucho tiempo y que se cumplieron en el instante determinado por Dios. De momento todo parecía absurdo, extraño, incomprensible. Pero al final todo se vería claro, se comprendería el porqué de muchas cosas que antes no se podían explicar. El Hijo de Dios es condenado a muerte, y la muerte se ejecuta de modo terrible e implacable. El que venía a librar a la Humanidad de sus ataduras es maniatado, el que venía a dar la vida a los hombres pasa por la humillación de morir abandonado. Planes misteriosos de Dios, destinos extraños.
Hay que mirar la vida así, como un plan previsto por Dios. Algo que su sabiduría y su bondad han preparado de antemano. Y aunque nos cueste comprender, decir que sí. Aceptar siempre, sea lo que sea, con una gran confianza, con una enorme seguridad y serenidad de alma. Poner en sus manos nuestra vida y nuestra muerte, nuestros bienes y nuestros males, y permanecer tranquilos, conscientes de que pase lo que pase, realmente nunca pasa nada. Es un gran motivo para ser de verdad felices, para vivir contentos siempre. Saber que todo lo que ocurra está previsto por Dios nuestro Padre. Saber que Él nos ama y que sólo pretende nuestro bien. Saber que al final todo terminará felizmente para los que nos esforzamos en amarle.
Clima de gozo íntimo, de esperanza en carne viva, de alegría honda, de optimismo primaveral. Cristo ha vuelto a la vida. Aquellos hombres, los apóstoles que, a pesar de sus miserias, amaban entrañablemente a Jesús, se llenan de júbilo al verle de nuevo entre ellos, al oír su voz, al escuchar aquel saludo tan maravilloso: La paz sea con vosotros. Por encima de las nubes más densas siempre brilla el sol, y bajo el mar encrespado hay siempre una gran calma. Así tiene que ser continuamente nuestra vida, llena de serenidad y de calma. Anclados fuertemente en la fe, soportando con entereza todos los vaivenes de la vida, logrando conservar la paz de espíritu, sabiendo descubrir, tras lo que sea, la mano de Dios Padre que nos acaricia y nos consuela.
2.- AL PARTIR EL PAN.- Camino de Emaús. Camino triste a la ida y gozoso a la vuelta. Iban cabizbajos, en silencio, rumiando cada uno en su interior los hechos trágicos que habían presenciado en el Calvario. El Mesías había perdido su poder, lo habían maniatado sin que ofreciera la menor resistencia, aparecía vencido y a merced de sus enemigos. Y ellos habían pensado que Jesús de Nazaret sería el gran caudillo libertador de su Pueblo, el elegido de Yahvé, el nuevo Gedeón o el nuevo Moisés, que reduciría a la nada a sus poderosos enemigos, a la omnipotente Roma. En cambio, el Maestro había sido apresado, juzgado, condenado y ejecutado en la cruz.
Qué triste espectáculo el de aquel hombre desnudo y surcado por los latigazos de la flagelación, despreciado por los de su Pueblo, crucificado por los enemigos de Israel, colgado del madero a la vista de todas las gentes que habían llegado de todas partes para celebrar la Pascua. Dónde estaba el valor y la energía del Rabí, su poder de curar a los leprosos y de expulsar a los demonios, de calmar los vientos y el agua, de resucitar a los muertos. Parecía imposible que estuviera en la agonía de muerte quien había afirmado que Él era la Resurrección y la Vida.
Sumidos en estos pensamientos caminaban, mientras otro caminante se les acerca y les pregunta por la causa de su tristeza. Cuando le explican lo ocurrido, aquel desconocido les hace comprender que todo aquello estaba previsto en las Escrituras santas, era parte de los planes de Dios. Poco a poco iban entendiendo el sentido misterioso de aquella tragedia, se les disipaban gradualmente las tinieblas que les inundaban ahogándolos en un mar de tristeza. Les ardía el corazón al escucharlo, sin darse cuenta de quién era. Pero ellos le convencen para que se quede, pues ya es tarde y se echa encima la noche. Y él se queda, se sienta con ellos a la mesa y les parte el pan...
Fue entonces cuando lo reconocieron. ¡Era Jesús, el Maestro! ¡Estaba vivo! De improviso desapareció. Quedan atónitos. No podían quedarse allí. Se olvidan de que la noche ha llegado, y se vuelven corriendo a Jerusalén. El Señor ha resucitado, dicen enardecidos. Sí, le contestan, también Pedro lo ha visto. Desde ese momento el anuncio pascual se repite cada año, y despierta en nuestros corazones la alegría de saber que Cristo ha vencido a la muerte. La cruz no fue el final desastroso sino el comienzo feliz de esta historia que se inició en la Pascua y terminará al final de los tiempos, la historia de nuestra salvación.
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