LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD AUTÉNTICA
Por José María Martín OSA
1.- La sed de felicidad. Las lecturas cuaresmales del ciclo A tienen un tono claramente catecumenal. Hacen una referencia significativa al Bautismo: el agua (samaritana), la luz (ciego de nacimiento), la vida (resurrección de Lázaro). El hombre tiene ansia de profundidad y de plenitud. No hay nada ni nadie en este mundo que pueda llenar totalmente su vacío. Sólo saliendo de lo superficial y buscando lo trascendente puede ser feliz. Muchas veces buscamos por caminos equivocados, quedándonos en las cosas terrenas. Hay en nosotros sed de felicidad, deseo de alcanzar el sentido de nuestra vida. El tema de la sed y del agua aparece numerosas veces en las tradiciones del desierto. La primera lectura narra el episodio de las aguas de Mará. El pueblo lleva tres días caminando por el desierto de Sur sin encontrar agua. Al fin, llegan a Mará y, cuando van a beber el agua de un manantial... resulta que es amarga. El pueblo murmura contra Moisés y contra Dios. Moisés invoca al Señor y el Señor le da el poder de convertir aquellas aguas contaminadas en aguas capaces de saciar la sed. Dios demuestra, con ello, que está con su pueblo, que su pueblo no tiene que tener miedo, porque Dios lo acompaña y lo protege. No sólo les da el agua de Mará, sino que a continuación les lleva a Elim, un oasis donde había doce fuentes de agua (una por cada tribu de Israel). Pero el pueblo tiene el corazón rebelde y veleta. No aprende de la experiencia ni se fía del Dios que le promete la vida. Por eso, cuando tiene sed de nuevo, murmura contra Moisés sin esperar en Dios. Es el episodio de Massá y Meribá. Allí “me pusieron a prueba, aunque habían visto mis obras”, dice el Señor en el Salmo 95.
2.- El deseo de Dios puede hacer que le encontremos. Solo Dios puede saciar nuestra sed de felicidad. Pero el mundo de hoy no facilita el encuentro con Dios. La anorexia espiritual de los hombres de hoy tiene su raíz en que estamos saturados de comida basura, nos dejamos engañar por los que venden falsas felicidades que no sacian nuestra sed auténtica de felicidad. Alguien piensa en nosotros y en nuestra sed y nos brinda una clase de agua para cada día de la semana: Bezoya, Santolín, Coca-Cola,…y nos la publicita con un: Obedece a tu sed. Jesús también publicita el agua que él ofrece. “Si conocieras el don de Dios, tú le pedirías y él te daría el agua viva”. “El que beba el agua que yo le daré nunca tendrá sed y se convertirá en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Solo si nuestro deseo es grande podemos encontrarle como nos muestra esta parábola:
Un estudiante fue a consultar a su maestro espiritual y le hizo la siguiente pregunta: “Maestro, ¿cómo puedo encontrar verdaderamente a Dios? El maestro espiritual le pidió que le acompañara hasta el río y le dijo que se metiera en el agua. Cuando alcanzaron la mitad del río, el maestro le dijo: “Ahora sumérgete en el agua”. El director espiritual cogió la cabeza del joven y la mantuvo dentro del agua. El estudiante comenzó a agitarse y a batir el agua con sus manos, pero el maestro la mantuvo sumergida. Finalmente, el estudiante libre salió del agua en busca de aire. “Cuando tu deseo de Dios sea tan grande como tu deseo de respirar el aire, entonces encontrarás a Dios”, le explicó su director espiritual”.
3.- El proceso de personalización de la fe. Jesús es judío, pero se trata de un judío muy “extraño”, pues le dirige la palabra a una mujer y, para colmo, samaritana. Pero Jesús no hace ningún caso de principios y normas que marginen y excluyan a los débiles. Entre Jesús y la samaritana había una barrera grande: él era hombre y ella, mujer. Vemos que Jesús es la fortaleza y le vemos débil, comenta San Agustín, porque "con su fortaleza nos creó y con su debilidad nos buscó". Mujeres, extranjeros, pobres y enfermos eran poco menos que “gentuza” de la que un buen israelita debía procurar apartarse para mantener intacta su “pureza”. Jesús hace de esos “lugares de abajo” un lugar privilegiado para manifestar su salvación. La vida de esta mujer está marcada por la carencia y la rutina infecunda. Diariamente debía ir a buscar el agua, pues carecía de ella. Tampoco tenía marido. Había tenido cinco, y su compañero actual no era su marido. Esta mujer representa el pueblo idólatra, incapaz de saciar su sed de vida con los numerosos dioses paganos a los que se había ido aferrando sin encontrar lo que pedía su corazón. La referencia a los cinco maridos es una clara alusión a las cinco ermitas de los dioses paganos. El sexto marido se refiere a Yahveh. Es curioso el proceso que va haciendo esta mujer: pasa de sus búsquedas más superficiales a las más profundas; del agua material al agua viva; de la percepción de Jesús como un “judío”, un simple “hombre”, al reconocimiento de Jesús Profeta y Mesías-Cristo. Su fe sorprendida la arrastra a dejar el cántaro y a ir corriendo a anunciar lo que ha visto y oído. Su fe contagia de fe a sus paisanos, quienes terminan confesando: “Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”. Los samaritanos de Sicar creen en Jesús por el anuncio de la mujer. Pero no se conforman con una fe “recibida”, “heredada”, “externa”. La hacen suya cuando ellos mismos conocen a Jesús y le oyen. El proceso que sigue su fe es significativo: 1- el testimonio de alguien; 2- la fe desde lo escuchado; 3- la personalización de la fe; 4- la confesión. Es un itinerario catecumenal. Es el itinerario bautismal que los cristianos queremos seguir en esta Cuaresma.
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