Santo Evangelio 20 de Junio de 2015



Día litúrgico: Sábado XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,24-34): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 

»Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal».

Comentario: P. Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)
«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura»

Hoy el Evangelio habla claramente de vivir el “momento presente”: no darle vueltas al pasado, sino abandonarse en Dios y su misericordia. No atormentarse por el mañana, sino confiarlo a su providencia. Santa Teresita del Niño Jesús afirmaba: «Sólo me guía el abandono, ¡no tengo otra brújula!».

La preocupación jamás ha resuelto ningún problema. Lo que resuelve problemas es la confianza, la fe. «Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6,30), dice Jesús.

La vida no es por sí misma demasiado problemática, es el hombre quien carece de fe… La existencia no siempre es fácil. A veces es pesada; con frecuencia nos sentimos heridos y escandalizados por lo que sucede en nuestra vida o en la de los demás. Pero afrontemos todo esto con fe e intentemos vivir, día tras día, con la confianza en que Dios cumplirá sus promesas. La fe nos llevará a la salvación. 

«No os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mt 6,34). ¿Qué quiere decir esto? Hoy, busca vivir de manera justa, según la lógica del Reino, en la confianza, la sencillez, la búsqueda de Dios, el abandono. Y Dios se ocupará del resto…

Día a día. Es muy importante. Lo que nos agota a menudo son todas esas vueltas al pasado y el miedo al futuro; mientras que cuando vivimos en el momento presente, de manera misteriosa, encontramos la fuerza. Lo que tengo que vivir hoy, tengo la gracia para vivirlo. Si mañana debo hacer frente a situaciones más difíciles, Dios incrementará su gracia. La gracia de Dios se da al momento, día a día. Vivir el momento presente supone aceptar la debilidad: renunciar a rehacer el pasado o dominar el futuro, contentarse con el presente.

Comentario: Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
«No os preocupéis del mañana»

Hoy, Jesús nos dice: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). Con estas palabras nos enfrenta a nuestra inseguridad, que procuramos paliar con el apoyo en la tranquilidad de tener no sólo lo necesario, sino lo que nos apetece, lo cual nos lleva a consumir y malgastar. 

«Que lo oiga el avaro; que lo oiga el que piensa que, llamándose cristiano, puede servir al mismo tiempo a las riquezas y a Cristo. Sin embargo, no dijo: el que tiene riquezas, sino el que sirve a las riquezas; el que es esclavo de las riquezas y las guarda como un esclavo; pero el que ha sacudido el yugo de la esclavitud, las distribuye como señor» (San Jerónimo).

Como en las bienaventuranzas —o en otro pasaje clave, como el del mandato nuevo (Jn 13,34-35)—, hoy el Señor nos invita a una decisión por la confianza ilimitada en un Padre que se nos da como providencia, por la búsqueda del Reino de justicia, paz y alegría, por una verdadera pobreza interior del alma, que se vuelve una y otra vez con “gemidos inenarrables” (cf. Rom 8,26) a Quien únicamente puede saciar nuestro anhelo de plenitud y eternidad. Desde este desasimiento, desde esta precariedad asumida conscientemente, ponemos toda nuestra esperanza en el seguimiento de Cristo.

Dejando el pasado en el perdón de Dios y ahuyentando temores y preocupaciones por un futuro que todavía no ha llegado, Jesús nos invita a vivir el día de “hoy”, que es lo único que ahora tenemos. Y en este “hoy” Él se nos da como pan que acompaña el día. «Sólo el presente nos pertenece, siendo incierta la esperanza del futuro (...). Bástale a cada día su propia malicia. ¿Por qué angustiarnos por el mañana?» (San Gregorio de Nisa).

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Santa Florentina de Cartagena Abadesa 20 de Junio


Santa Florentina de Cartagena
Abadesa
20 de Junio

Cartagena (España), 540 
+ Écija, 633

Escasas son las fuentes históricas que hallamos sobre Florentina. Las que tenemos corresponden a lo que su hermano Leandro (-13 de noviembre) afirma en el capítulo 31 del De la instrucción de las vírgenes y del desprecio del mundo1, y una breve alusión de San Isidoro cuando afirma que ha escrito su obra De fide catholica contra Iudaeos a petición de su hermana2, lo cual indicaría que Florentina era una persona cultural y cristianamente bien formada, como sus hermanos.

Florentina nació en la provincia cartaginense o en la misma Cartagena hacia el año 5503; el nombre de su padre se conoce por lo que dice su hermano Isidoro P,26 de abril) al hablar de Leandro, el hermano mayor de la familia: «Leandro, hijo de un padre llamado Severiano de la provincia hispana cartaginense»4. Su hermano Leandro, refiriéndose a su tierra, salió de Car-

1. J. Velázquez: Leandro de Sevilla. De institutione virginum et contempiu mundi, Madrid, 1979. Para los textos citaremos según esta edición bilingüe, con las abreviaturas DIV. Para los comentarios de esta obra citaremos por J. Velázquez.
2 Cf. PL 83 449. Citado por F. de B. Vizmanos: Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, Madrid, 1949, 625.
3. Cf. J. Vives: »Florentine», en Dictionaire d'Histoire et Géographie ecclesiastique, 17, 1971, 660.
4. •Leander, genitus patre Severiano, Carthaginiensis provinciae Hipaniae...» (De viris illustribus, XXVIII, 1), ed. de C. Codoñer, Salamanca, 1964; citado por U. Domínguez del Val, Historia de la literatura latina hispana cristiana, Madrid, 1998, 19.

tagena a una edad muy temprana: «fuiste sacada de aquella tierra a una edad en la que, aun cuando en ella habías nacido...»5. Algunos han pretendido que Severiano era un duque (dux) de esta provincia e hijo de Teodorico y padre de Teodora, esposa de Leovigildo y madre de Hermenegildo y Recaredo. Pero está comprobado que esta teoría no tiene ningún fundamento, por no estar basada en datos históricos ciertos; todo se reduciría a fábulas o cosas parecidas6. Católico sí era y posiblemente hispanorromano7.

Sin embargo, el nombre de su madre no se conoce. Los consejos que Leandro da a su hermana Florentina, sobre el respeto y el cariño a Túrtura, la superiora del monasterio, motivaron que algunos8 confundieran este nombre y afirmaran, sin fundamento suficientemente serio, que el nombre de la madre de Florentina era Túrtura9. No comprendemos cómo especialistas como J. Fontaine y otros han podido pasar por alto datos del capítulo 31 del De institutione virginum, donde se alude claramente a la muerte ya acaecida de los padres de estos cuatro hermanos: «Por último, queridísima hermana, te ruego..., no te olvides de nuestro hermano menor Isidoro, que nos fue encomendado por nuestros padres a los tres hermanos restantes, tras ponerlo bajo la protección divina, cuando, gozosos y libres de toda preocupación por su niñez, pasaron a la compañía del

5. DIV XXXI, 5.
6. Cf. U. Domínguez: Historia..., 20.
7. Ibíd., 20.
8. Cf. J. Fontaine-P. Cazier: «Quia chassé de Carthaginoise Severianus et les siens? Observations sur 1'histoire familiale d'Isidore de Séville», en Estudios en homenaje a don Claudio Sánchez Albornoz en sus 90 años. I. Anexos de Cuadernos de Historia de España, Buenos Aires, 1983, 349-400.
9. U. Domínguez afirma que «a pesar del énfasis de Fontaine en su intento de identificar a Túrtura con la madre de Isidoro, no parece que lleve la convicción absoluta a todos los escritores, ya que existen otras versiones que entienden el texto de Leandro en sentido diverso...» (Historia de la literatura latina hispana cristiana, Madrid, 1998, III 21, Cf. también págs. 22-25).

Señor" 10. Si los padres habían fallecido ya, Túrtura no podía ser la madre natural de Florentina.

En realidad, lo que Leandro dice es lo siguiente: «Tú, que naciste de Túrtura, eres hija de la sencillez. En esa sola persona hallarás compendiados los oficios de muchos de tus seres queridos. Mira a Túrtura como a una madre, considera a Túrtura tu maestra; y puesto que ella te engendra todos los días para Cristo con su afecto, estímala como madre más querida que la que te dio el ser»11 Está claro que Túrtura no era su madre, sino su superiora: «toma por madre» y «toma por maestra», son dos expresiones que no equivalen a «es tu madre», «es tu maestra», sino dos maneras de hablar aconsejando cómo tenía que conducirse con Túrtura. Sus padres, como se ha dicho, habían muerto según afirma el propio Leandro al recomendarle a su hermano pequeño Isidoro («y no te olvides de nuestro hermano menor Isidoro, que nos fue encomendado por nuestros padres a los tres hermanos restantes»12) y al mencionar a su madre ya fallecida alude a los recuerdos que de ella mantenía. Leandro prosigue refiriendo palabras y recuerdos de su madre: «Con frecuencia, hablando con nuestra madre, al desear saber yo si le gustaría regresar a la patria, ella, que comprendía que había salido de allí por voluntad divina y para conseguir salvarse, solía responderme..., que no quería ver su tierra y que jamás la volvería a ver, y, bañada en lágrimas, añadía: el destierro me hizo conocer a Dios; desterrada moriré, y deseo recibir sepultura donde adquirí conocimiento de Dios. Pongo a Jesús por testigo de que esto es lo que recuerdo haberle oído decir de sus deseos y aspiraciones: que, por larga que fuese su vida, no volvería a ver su patria»13.

10. DIV XXXI, 11.
11. El texto latino dice: «Simplicitatis filia es, quae Turture matre nata es... Turturem pro madrem respice, Tururem pro magistra adtende; et quae te Christo cottidie adfectibus generat, cariorem, cua nata es reputa matrem» (DIV XXXI, 9).
12. DIV XXXI, 11.
13. Ibíd., XXXI, 4.

Si del nombre de la madre no tenemos datos fiables ni tampoco tenemos ninguno de su origen godo, sin embargo sabemos, por los datos que ofrece Leandro, que era posiblemente arriana, al referir sus propias palabras: «... y bañada en lágrimas, añadía: "El destierro me hizo conocer a Dios; desterrada moriré, y deseo recibir sepultura donde adquirí conocimiento de Dios"»14. Muchos investigadores han entendido esto como un abandono del arrianismo para convertirse al catolicismo, aunque hay discrepancias entre ellos15

Según Leandro, Florentina nació en Cartagena y salió cuando aún era muy pequeña. En efecto, en el año 554 Florentina salía hacia el destierro, con sus padres y hermanos, siendo muy niña según se deduce de lo que afirma su hermano Leandro: «Fuiste sacada de aquella tierra a una edad en la que, aun cuando en ella habías nacido, no puedes ahora recordarla. No guardas recuerdo alguno que permita a tu ánimo sentir nostalgia; dichosa de ti, que ignoras lo que, sin duda, te causaría dolor16. En consecuencia, Leandro alude a una edad en la que Florentina carecería aún del uso de razón17. Si aceptamos como año de nacimiento el 550, Florentina tendría unos cuatro años cuando sus padres y hermanos salieron de Cartagena. Hay, sin embargo, algunos datos ciertos: Leandro era su hermano mayor, e Isidoro, su hermano menor. Si tenemos en cuenta lo que Leandro dice, se puede conjeturar, en primer lugar, que Fulgencio (-16 de enero) sería mayor que ella, dado que sería algo difícil que coincidieran en la familia dos niños tan pequeños. Y, en segundo lugar, si hacemos caso a lo que afirman J. Velázquez y E. Romero Pose, Leandro había enviado a su hermano Fulgencio a Cartagena para hacerse cargo de los bienes

14 DIV XXXI, 3.
15 Cf. U. Domínguez, Historia..., 23.
16 DIV XXXI, 5-6.
17 «De todo lo anterior podemos justificadamente sacar esta primera conclusión: Florentina debía ser, como mínimo, 10 años mayor que Isidoro» (F. J. Lozano Sebastián, San Isidoro de Sevilla. Teología del pecado y la conversión, Burgos, 1976, 26).

de su padre18. El hecho de haberlo mandado allí con alguna responsabilidad, implicaría que éste tendría un mínimo de conocimientos del lugar y de la situación familiar y patrimonial, conocimiento que no sólo habría recibido de su propio hermano Leandro, sino de su propia estancia consciente en aquella tierra. En ese sentido sería el segundo de los hermanos. No obstante, lo único cierto es que Florentina y él ocupaban los lugares intermedios entre Leandro e Isidoro.

A la muerte de sus padres en tierras andaluzas, se hizo cargo de los hermanos Leandro, que era el hermano mayor. Era lógico que éste continuara velando por la formación cultural y religiosa de sus hermanos. Según se deduce del libro que ella pidió a su hermano Isidoro sobre las pruebas de la fe cristiana en el Antiguo Testamento, parece que Leandro puso gran empeño en la formación religiosa y profana de su hermana, aprovechándose ésta de esas enseñanzas, entre las que tuvo un lugar preferente, para ella, la Sagrada Escritura19. Esta intensa formación y el ejemplo y experiencia que Leandro tenía de la vida monástica se dejó sentir en Florentina, que adoptó este género de vida en un monasterio de Écija. Como afirma F. de Vizmanos, entraba dentro de lo normal que dos desengaños prematuros de su destierro, el dolor por la rápida desaparición de sus padres, la orientación religiosa..., le hicieran concebir el propósito de consagrarse a Cristo, retirándose a un monasterio situado probablemente en Écija, cuya sede episcopal gobernaba su hermano Fulgencio20. Una tradición, conservada hasta el día de hoy entre vistosidades de romerías y procesiones, señala como emplazamiento del convento visigodo un lugar en las afueras de la ciudad, a orillas del Genil, llamado Nuestra Se-

18. Según J. Velázquez, 23 «en un intento de recuperar los bienes patrimoniales». E. Romero Pose, «Fulgencio de Astygi», en Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, Salamanca, 1998, 901: «Volvió a Cartagena a recuperar los bienes de su padre, pero no sabemos nada de su permanencia allí del 575 al 589».
19. Cf. J. Vives: «Florentine», 660.
20. Cf. L. A. García Moreno: Prosopografia del reino visigodo de Toledo, Salamanca, 1971, 192. Citamos esta obra por números.

ñora del Valle. De creer a los antiguos breviarios sevillanos21, Santa Florentina no sólo fue superiora de aquel monasterio, sino que tuvo a su cargo otros varios de la comarca, con un total de monjas rayano en el millar22. Pudo haber tenido alguna tentación de dejar el monasterio para volver con su hermano Fulgencio a Cartagena23, según se desprende de las palabras de su hermano Leandro: «Te ruego encarecidamente, hermana, que te guardes de lo que tanto temor infundía a tu madre y evites con suma cautela la desgracia de la que ella huyó por haberla experimentado»24. Para el investigador J. Vives, «hay buenas razones para creer que después de la muerte de la abadesa Túrtura, Florentina ocupó su lugar, porque San Braulio (-26 de marzo) la llama praeposita virginum (prepósita de vírgenes) en el prefacio de las obras de Isidoro»25.

No sabemos con qué motivo le dedicó su hermano Leandro una de las dos obras que quedan de él: el De institutione virginum, cuyo capítulo 31 es el que contiene los datos más personales que Leandro ofrece sobre su familia. Las conjeturas no faltan.

Florentina había decidido entregarse al Señor en la vida monástica26, hasta el posible conato de que Florentina, ya monja, hubiera decidido abandonar el monasterio para marchar con su hermano Fulgencio a Cartagena. Por eso le avisaría Leandro sobre los peligros que suponía la vuelta atrás, tanto figurada como realmente, refiriendo palabras de su madre: «Te ruego encarecidamente, hermana, que te guardes de lo que tanto temor infundía a tu madre...; no obstante, estaré suficientemente protegido si tú, que te hallas más segura por estar de allí ausente, ruegas al Señor por él»27; «no alces el vuelo del

21. E. Flórez: España Sagrada, t. X, 118-122, citado por F. de Vizmanos, 625.
22. F. de Vizmanos, 625.
23. Cf. J. Vives: «Florentine», 660.
24. DIV XXXI, 4-5, Cf. también ibíd., 5-7.
25. J. Vives: «Florentine», 660.
26. Cf. F. de Vizmanos, 625-626.
27. De ahí los avisos del cap. XXXI, 5 del DIV.

nido...»28. Un estilo familiar y cercano del De institutione virginum se detecta en el abundante empleo de pronombres personales, posesivos personales que llevan siempre una fuerte dosis psicológica enfática y frecuentemente afectiva y significan e indican calor y cercanía; además de esto se hallan las expresiones afectuosas en superlativo como soror carissima, carissima mi Florentina, carissima te germana29.

Según J. Vives, Florentina murió en el año 633 y fue sepultada al lado de la tumba de Leandro, que había fallecido en el año 601. Entre ellos dos se enterró en el año 636 su hermano Isidoro, según lo atestigua una inscripción30. Su culto consta a partir del siglo XII, según un calendario franco-hispánico de finales del siglo XII, aunque eso no quiere decir que no existiera antes31. Los calendarios mozárabes anteriores no la mencionan, sino que se añade su oficio de la liturgia hispana en el breviario de 1502, preparado por orden del cardenal J. de Cisneros32.

En su Crónica de la Provincia Franciscana de Cartagena, el padre Manuel Ortega refiere que, en el año 1593, el también franciscano fray Diego de Arce «fue nombrado Comissario, por el Señor Don Sancho Davila, y Toledo, obifpo de este Obifpado, y por la Ciudad de Murcia, para que traxesse las reliquias de los dos Santos Hermanos, Cartaginenfes, San Fulgencio, y Santa Florentina, que por intecefsion del Señor Felipe Segundo, se pudieron confeguir, para esta dicha Ciudad, y su Santa Iglesia. Hallándose, los dos hermanos33, en Madrid, cayó enfermo, el dicho Don Pedro; y el M. R. P. Arce, passó al Escurial, en donde se hallaba, á la sazon, el Catolico Monarca; y allí le entregaron las reliquias, que avian sido conducidas, de orden del Rey, desde la Villa de Bercozana, del Obispado de Plasencia,

28. Ibíd., XXXI, 9.
29. DIV Praefatio, núms. 1; y X, 1; XXX, 11 respectivamente.
30. Cf. Hübner, Inser. Hisp. Christ., n.° 362 y J. Vives, Inscr. Cristianas, n.4 272, citado por J. Vives, «Florentine», 660; cf. también p. 661.
31. Cf. J. Vives, «Florentine», 660.
32 Cf. PL 86, 1331 (Cfr. J. Vives, «Florentine», 661.
33. Se refiere a fray Diego de Arce y a su hermano Pedro de Arce.

en donde estuvieron, depositadas, algunos siglos. Aviendo buelto, pues, el M. R. P. Arce, a su Convento de Murcia, lo hicieron Vicario Provincial, por muerte del Ministro, Lain; y después, Provincial absoluto, como yá dexamos historiado'34

ANTONIO GÓMEZ COBO, O.F.M.

19 jun 2015

Santo Evangelio 19 de Junio de 2015


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,19-23):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»

Pedro Belderrain, cmf

En mi ciudad de residencia, la bella villa de Madrid, hoy ha llovido con fuerza varias veces. Durante el día se han combinado ratos preciosos de sol radiante con cuartos de hora de intensísimas lluvias. El agua ha provocado cortes de tráfico, problemas en el transporte público, inundaciones. Los bomberos han tenido que arriesgarse para rescatar a alguna persona que se empeñaba en salvar del agua algunos objetos que consideraba valiosos.

¿Cuáles son nuestros tesoros? ¿Qué es para nosotros lo realmente importante en la vida? ¿Quiénes son de verdad nuestros ‘señores’?

Las ciencias sociales llevan décadas haciéndonos algunas observaciones interesantes. Una de ellas insiste en la importancia de la comunicación no verbal. Nuestra palabra tiene mucho valor, pero es refrendada o desacreditada por lo que transmitimos por otros caminos: gestos, tono de voz, aspecto externo… Todos conocemos ejemplos en un sentido y en otro.

Una vez más Jesús muestra un excepcional conocimiento de la condición humana: donde está nuestro tesoro está nuestro corazón. Demos la vuelta a la frase: las prioridades de nuestro corazón permiten descubrir qué consideramos realmente nuestro tesoro. ¿Qué tiene primacía en nuestro corazón, en nuestras ilusiones, en nuestros criterios de juicio? Ellos son los que hablan de nuestra verdadera escala de valores.  ¿Cómo va nuestra conversión? (Sí, no se asusten, han leído bien: ¿cómo va nuestro crecimiento como discípulos?) ¿Es realmente el Evangelio tan importante para nosotros? ¿Lo son los valores del Reino? ¿Sigue habiendo en nuestra vida concreta muchas zonas o dimensiones sin evangelizar?

Cuidemos nuestra ‘mirada’: ¿desde dónde vemos la vida? ¿Y a las personas? ¿Qué son para nosotros los demás? ¿Y los especialmente necesitados? ¿Dejamos de verdad que el Espíritu conduzca nuestra vida?

Alguien puede pensar que son demasiadas preguntas para un viernes. No se apuren. Hoy en el salmo responsorial de la eucaristía recordamos que “el Señor libra a los justos de todas sus angustias”. Habla del mismo que invita a ir a él a todos los cansados y agobiados. Buen día el viernes, en el que el amor infinito del Resucitado se hace singularmente visible: ¡enhorabuena!

Vuestro hermano:
Pedro

Santa Juliana de Falconieri, 19 de Junio

19 de junio

Santa Juliana de Falconieri
 († 1341)

Santa Juliana de Falconieri es la fundadora de las religiosas terciarias servitas, organizadas en 1306 en Florencia y designadas comúnmente en Italia con el nombre de Mantellate, o de la mantilla. Deben, pues, distinguirse bien, por un lado, de los servitas, o siervos de María, insigne Orden mendicante que debe su origen a los célebres siete santos fundadores florentinos, y, por otro, de las religiosas servitas, fundadas por San Felipe Benicio, de carácter puramente contemplativo. Sin embargo, Santa Juliana está, en cierto modo, emparentada con ambas Ordenes, pues, por una parte, pertenece a la familia de los Falconieri, de la que procedía su tío, San Alejo Falconieri, uno de los siete fundadores de los servitas, y, por otra, se inició en la vida religiosa con las religiosas servitas y bajo la dirección de su fundador, San Felipe Benicio.

 Nacida del hermano de San Alejo Falconieri, llamado Carisino, recibió en Florencia una educación profundamente cristiana. Su padre, que había reunido con su comercio grandes riquezas, levantó a sus expensas la magnífica iglesia de Nuestra Señora de la Anunciata, y no mucho después murió. Juliana, por su parte, según refieren sus antiguos biógrafos, dio desde sus primeros años las más expresivas muestras de eximia piedad y, sobre todo, de su predilección por la Santísima Virgen y por la virginidad cristiana. Por esto se refiere que San Alejo, su tío, llegó a decir a la madre de Juliana que había traído al mundo, no una niña, sino un ángel.

 Efectivamente, cuando contaba sólo catorce años, en 1284, renunciando al ventajoso matrimonio que se le ofrecía y ansiando consagrar a Dios su virginidad, recibió de San Felipe Benicio el hábito de terciaria de las religiosas servitas por él fundadas, y hasta la muerte de su madre vivió en su propia casa conforme a las normas recibidas del Santo. Su ejemplo fue imitado por algunas damas de la buena sociedad florentina, y aun su propia madre se puso bajo su dirección en la vida de piedad. Un año más tarde recibía San Benito Benicio su profesión religiosa, y al morir poco después confió a Juliana la Orden por él fundada y la alentó de un modo especial en la Congregación de terciarias servitas iniciada por ella, que bien pronto, a causa de la mantilla que todas ellas llevaban, fueron vulgarmente designadas con el epíteto de Mantellate.

 Después de la muerte de su madre su vida de consagración a Dios fue tomando una forma más rigurosa y definitiva. Se impuso ayuno riguroso los miércoles y viernes, no tomando en estos días más que un poco de pan y agua. El sábado lo empleaba entregándose por completo a la contemplación de los dolores de la Virgen, y el viernes lo dedicaba por entero a la meditación de la Pasión, en cuyo obsequio tomaba una sangrienta disciplina. De este modo fue creciendo rápidamente la fama de sus virtudes y de la sublimidad de la vida que llevaba, por lo cual fue aumentando el número de las mujeres que se le iban juntando. Todas ellas llevaban, como ella, en sus propias casas una vida de piedad y de la más absoluta consagración a Dios, sobre todo por medio de su virginidad. Entre las que ya entonces se le juntaron en este genero de vida merecen especial mención una de sus primas, llamada Juana, que se distinguió por su eximia virtud, y una hermana del mismo San Felipe Benicio.

 Sin embargo, todo este significaba únicamente una vida de consagración al Señor puramente individual o privada. Ella y sus compañeras deseaban algo más, es decir, convertirse en Congregación religiosa canónicamente reconocida por la Iglesia. Así, pues, cuando ya estaban todas ellas, habituadas a aquella vida de consagración y penitencia, el año 1306 se establecieron en vida común en una casa preparada para ello en Florencia. Por esto se considera esta fecha como la de la fundación de la Congregación. Ya los papas Honorio IV (1285-1287), Nicolás IV (1288-1292), Bonifacio VIII (1294-1303) y Benedicto XI (1303-1304) habían aprobado su primer género de vida; pero la aprobación definitiva de la Congregación propiamente tal de las servitas terciarias de Santa Juliana de Falconieri se la concedió el papa Martín V (1417-1431) por medio de la bula Sedis Apostolicae providentia.

 La vida de la nueva Congregación, conforme al contenido de la misma bula, se distinguía por un conjunto de prescripciones de una alta perfección y por su austeridad en los ayunos y en otras penitencias. Sin embargo, estas constituciones de las servitas terciarias ya no tienen valor en nuestros días. Las diversas ramas de dicho Instituto tienen actualmente reglas particulares, canónicamente establecidas y acomodadas a los tiempos presentes.

 Una vez, pues, organizada y canónicamente establecida la Congregación, Juliana se vio forzada, bien contra su inclinación natural, a admitir el cargo de superiora general, que mantuvo durante treinta y cinco años, hasta su muerte. Bien persuadida de que, precisamente por ser la organizadora y por estar al frente de la Congregación, tenía más obligación que nadie de observar sus constituciones, procuró desde el principio ser modelo de observancia aun de las más mínimas prescripciones de la regla, pues, como para las demás, también para ella constituía la voluntad de Dios. Por otra parte, sintiendo en su interior un ansia, cada día más intensa, de corresponder a las gracias que había recibido del cielo, entregábase de lleno a la oración y a la práctica de las mayores austeridades. De un modo muy especial se pondera el empeño con que procuró ejercitar la humildad y caridad con los demás, buscando siempre los empleos más humildes y siendo la esclava de todas sus hermanas.

 En estos puntos son interesantes los datos concretos que nos comunican las biografías e historias antiguas de la Orden de los servitas, de la que esta Congregación es considerada como una rama femenina. Algunas de estas prácticas, que en nuestros días nos parecen excesivas y aun extravagantes y desde luego no aconsejables, responden al espíritu de religiosidad y austeridad propios de la Edad Media. Así se refiere que pasaba a veces veinticuatro horas seguidas en oración, sea porque se sentía arrebatada por el espíritu interior, sea porque quería por este medio librarse de graves tentaciones. Por otro lado, dormía con frecuencia sobre la tierra desnuda, y para mortificar su carne usaba disciplinas, cuerdas, cilicios en la cintura; ordinariamente no tomaba más que un poco de alimento cuatro veces por semana. Los demás días solamente la comunión.

 En medio de una vida tan austera, entregada por entero a la contemplación y a la penitencia, es admirable lo que se refiere sobre el influjo que llegó a tener sobre el mundo que la rodeaba. La fama y el aroma de su santidad había trascendido de tal manera fuera de la casa donde habitaba, que producía más provecho espiritual que muchas predicaciones. Así consta que en varias ocasiones obtuvo la conversión de grandes pecadores, y, sobre todo, que logró poner término a enconadas enemistadas, discordias y odios individuales y aun públicos.

 Tanta penitencia y austeridad llegaron, por fin, a causar trastornos en su estómago y producirle agudas enfermedades. Pero ella supo sobrellevarlo todo con la mayor resignación. Próxima ya a morir, según refieren antiguos testimonios más o menos fidedignos, no pudiendo recibir el viático, rogó ella que, al menos, le trajeran el copón y lo depositaran sobre su pecho, sobre el cual se extendieron los corporales. Así se hizo; pero al punto desapareció la Sagrada Forma que en él se contenía. Y añaden las mismas crónicas que, después de su muerte, se encontró grabado sobre el pecho, encima del corazón, un sello a manera de hostia. Precisamente como recuerdo de esta tradición, sus religiosas, las Mantellate, llevan sobre el lado izquierdo de su escapulario la imagen de una hostia. Murió el 19 de junio de 1341 y desde un principio fue sumamente venerada por su eximia santidad.

 BERNARDINO LLORCA, S. I.



18 jun 2015

Santo Evangelio 18 de Junio de 2015


Día litúrgico: Jueves XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».


Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)
«Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial»

Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.

Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.

Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.

Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos generosamente.

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Santos Marcos y Marcelino mártires 18 de Junio


18 de Junio
 
Santos Marcos y Marcelino
mártires


Son mártires y patronos secundarios de la Diócesis de Badajoz —hoy Archidiócesis de Mérida-Badajoz—.

Un rayo que cayó en el castillo fue la causa del terrible fuego que amenazaba a todas luces alcanzar el polvorín o almacenes de pólvora de la ciudad y cuya explosión hubiera sido una catástrofe tanto en pérdida de vidas humanas como de viviendas y bienes. El apresurado rezo a los santos del día en aquel apuro hizo que milagrosamente se detuvieran las llamas en la misma zona inmediatamente próxima al almacén de munición. Las personas que se supieron protegidas por la intercesión de los santos mártires Marcelino y Pedro pidieron a las autoridades eclesiásticas sea oficialmente reconocida la protección de los santos que les libraron al final de aquella terrible tormente.

Un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos faculta al Deán y Cabildo para elegirlos patronos menos principales de la ciudad de Badajoz. Una vez ejecutado, es aprobado por el Obispo Juan Marín Rodezno, el 13 de junio de 1699.

Su celebración es sólo para la ciudad.

San Marco y Marceliano, mártires, hermanos gemelos, hijos de San Tranqulino y Santa Marcia, convertidos a la fe por San Sebastián, y crucificados por J. C., Roma, 286.

Santo Evangelio 17 de Junio de 2015



Día litúrgico: Miércoles XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»

Hoy, Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).

La falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.

Por tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra acción.

Pero lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor» (San Gregorio Magno).

San Rainiero trovador, 17 de Junio

San Rainiero
trovador

17 de junio 

Autor: P. Felipe Santos


Etimológicamente significa “consejo poderoso”. Viene de la lengua alemana.

Cuando una persona siente y vive en el amor a Dio y a los demás, percibe un estado de grata felicidad.

El joven Rainiero, un trovador que cantaba por todas partes para alegrar a la gente con sus canciones, llevaba una vida personal desordenada.

Todo este mundo se le vino abajo cuando se encontró con un señor ermitaño. Parece ser que el inspiró confianza. Y le dijo:"Padre, rece por mí, pues no soy tan feliz como la gente se cree".

El bueno del ermitaño debió orar con tanto fervor que Dios escuchó su oración. El joven se convirtió. Tiró el instrumento musical, una viola, con la que acompañaba su canto y tanto lloró su pecado que hasta se volvió ciego.

Siguió trabajando de otra manera para conseguir dinero e irse en peregrinación a Tierra santa. Un día, cuenta él, el diablo le abrió la bolsa y le quitó el dinero. Fue una premonición para su vida. Desde entonces sólo comía con la limosna que le daban.

En el barco que llevaba a Israel, se puso a trabajar de remero. Cantaba y alegraba la vida de los viajeros.

Cuando volvió a Pisa, en donde había nacido y murió en el año 1160, se alojó en casa de los canónigos, y después en el monasterio de san Guy hasta el final de su existencia.

Se dedicó a ayudar a la gente mediante el consuelo, el aliento, el buen consejo.

También tenía la facultad de curar algunas enfermedades y alegrar la vida al más pintado.

Al morir, le llevaron los cónsules de la ciudad.

En 1591 sus restos se trasladaron a la capilla de la catedral de Pisa. Parte de sus restos los había adquirido la reina Juana de Aragón en el año 1372.

 

Santo Evangelio 16 de Junio de 2015



Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».


Comentario: Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Rubí, Barcelona, España)
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿y nuestros compañeros de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿cómo los amamos? ¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?

Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...

Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros.

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San Eliseo Profeta 16 de Junio

Profeta San Eliseo
16 de Junio


Eliseo ("Dios es mi salvación") es una figura dominante del siglo IX antes de Cristo. Conocemos el nombre de su padre, Safat, originario de Abel Meholah, al sur de Bewt-Shan, y sabemos que su familia era acomodada (1 Re 19, 16-19).

El Carmelo desde siempre consideró a este discípulo de San Elías, de quien heredó su doble espíritu, como su segundo padre espiritual. 

Dios le elige directa y especialmente (1 Re 19,16) para que vaya en seguimiento de Elías (1 Re 19,l9ss), al cual sucederá después de la misteriosa desaparición de éste, heredando su espíritu en la medida establecida por la Ley para los primogénitos: el doble que los otros herederos [2 Re 2,1-15]. Su condición de "hombre de Dios" se revela principalmente en los prodigios de todo género con que está entretejida su vida. Los obra por si mismo, para personas particulares y para comunidades enteras. 

Vivió hacia 850-800, sucesor de san Elias, al que supera ciertamente por el número y lo llamativo de sus milagros, pero no por su personalidad y su influencia religiosa. Así, Elías es mencionado en el Nuevo Testamento, significativamente, 30 veces; Eliseo sólo una vez (Lc 4,27). 

Su historia, casi legendaria y a veces plagiada de la de Elías, fue recogida en 1 y 2 Re (1 Re 19, 19-21,2 Re, 13-8, 15,9,1-15,13, 14,-21). Con la unción de Yehú provocó la caída de la dinastía de Ajab. Gozaba de gran estimación entre los reyes Yosafat (2 Re 3,12) y Yoás (2 Re 13,14-19). Parece que incluso sus propios huesos obraban milagros (2 Re 13,20s). 

Eliseo aparece en la Biblia cuando Elías es arrebatado y su carisma pasa a Eliseo (2 Re 1), y concluye con el milagro que tuvo lugar con el cadáver del profeta ya enterrado (2Re 13,21). 

La mayoría de las narraciones, que semejan hermosas "florecillas", muestran a Eliseo rodeado de unos grupos que reciben el nombre de "discípulos (o hijos) de los profetas". 

¿Los carmelitas sucesores de "los hijos de los Profetas"? 

Esta es una cuestión ya superada, pero quizá sea bueno recordar aquí quiénes eran estos "hijos de los Profetas" a los que muchos autores de dentro y fuera de la Orden señalaron durante siglos como predecesores de los actuales carmelitas, que tienen su verdadero origen a finales del siglo XII. 

San Eliseo era el Maestro y Padre de todos estos grupos, a quien acudían y obedecían: 2 Re 4,38;6, 1-2,12-21... 

Quizá no nos equivoquemos si consideráramos a esas confraternidades de profetas como los últimos portadores de una fe en Yahvé, pura y sin mezcla; ni tampoco nos equivoquemos, si estimamos en alto grado su importancia en orden a la pervivencia de la fe en Yahvé, y en especial para el sello característico que tendrá en adelante. En último término, éste es el punto del que partió aquella inaudita radicación de la fe yahvista y del derecho divino que nos encontramos en los profetas más tardíos. 

Los sorprendentes descubrimientos en las grutas situadas al noroeste del mar Muerto, no solamente nos proporcionan noticia de un establecimiento de esenios de estricta observancia, un siglo antes y un siglo después del nacimiento de Cristo, sino que nos proporcionan también una visión exacta de las ordenanzas rigurosas de su vida comunitaria dirigida autoritativamente (todo ello gracias al documento llamado "Reglas de la secta"), muestran bajo nueva luz los relatos referentes a las fraternidades de profetas de la época de Eliseo.

Santo Evangelio 15 de Junio de 2015



Día litúrgico: Lunes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».


Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
«Pues yo os digo: no resistáis al mal»

Hoy, Jesús nos enseña que el odio se supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba el derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al prójimo lo que él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una injusticia; esto es lo que significa el aforismo de «ojo por ojo, diente por diente». Aun así, era un progreso limitado, ya que Jesucristo en el Evangelio afirma la necesidad de superar la venganza con el amor; así lo expresó Él mismo cuando, en la Cruz, intercedió por sus verdugos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

No obstante, el perdón debe acompañarse con la verdad. No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Vemos, pues, cuál debe ser la conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón y decir las cosas claramente. Ciertamente no es un arte fácil, pero es el único modo de frenar la violencia y manifestar la gracia divina a un mundo a menudo carente de gracia. San Basilio nos aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de vuestra mansedumbre».

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Santa María Micaela del Santisimo Sacramento 15 de Junio

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento
15 de junio
(†  1865)

La situación, en la pobrísima casita en que Santa María Micaela había acogido a un grupo de desgraciadas muchachas, era humanamente desesperada. Todas estaban enfermas, por haberse contagiado con la gripe. La fundadora, en un arranque de sobrehumana fortaleza, atendía, ayudada en ocasiones por los propios médicos que se sentían sobrecogidos ante tamaña grandeza, a las enfermas. Por otra parte, el dinero faltaba de manera angustiosa, y por si fuera poco, cuando la situación era más negra, uno de los mayores acreedores de la casa se había presentado a reclamar airadamente su dinero, y había amenazado con el embargo.

 Entonces se veían aparecer a la puerta de la casa, y detenerse un momento, los coches señalados con el escudo de las más nobles casas de Madrid. Desde dentro, sin bajar, preguntaban sus ocupantes al portero:

 —¿Vive la Superiora?

 —Sí, señor. Vive aún.

 —Pues dígale usted de mi parte que como ella se ha querido todo esto, y lo hace por su gusto, que lo sufra.

 No es más que una anécdota. Pero como ésta, podrían contarse a centenares. El estampido que en la buena sociedad madrileña causó la decisión de Micaela Desmasiéres López de Dicastillo y Olmedo, vizcondesa de Jorbalán, de ponerse al servicio de las pobres mujeres caídas y consagrarse a la tarea de redimirlas, era tal que, usando frase ignaciana, podríamos decir que "el mundo no tenía oídos para escucharlo". Su familia, horrorizada, deja de tratarla; sus antiguas amistades, le vuelven la cara. Personas que le debían favores, le niegan la más mínima ayuda, porque aquello no tiene ni pies ni cabeza y se va a deshacer de un momento a otro. Por encima de todo esto, Micaela del Santísimo Sacramento se mantiene firme con una grandeza de ánimo, con un espíritu de fe tan colosal, que su figura, nos atrevemos a afirmarlo rotundamente, es una de las más colosales de todo el santoral cristiano.

 En la flor de la edad, a sus cuarenta y tres años, muere inesperadamente el padre, teniendo Micaela que interrumpir la educación que venía recibiendo en las ursulinas de Pau. Poco después es su hermano Luis el que en un accidente, una caída de caballo, muere en Toulouse. Su hermana Engracia, a la que una niñera imprudente llevó a presenciar la ejecución de un reo, empieza a dar muestras de perturbación mental, y termina trastornándose por completo. Su hermana Manuela, que sobreviviría a tantas desgracias, hubo de marchar al destierro, a causa de las ideas legitimistas de su esposo.

 En medio de todas estas tribulaciones, María Micaela recibe una educación excepcional. Se le enseña no sólo lo que es costumbre que aprendan las señoritas de buena sociedad en aquel tiempo, sino otras muchas cosas que le han de ser excepcionalmente útiles en su futura vida de fundadora. Aprende también a familiarizarse con el dolor y la humillación. Después de tres años de limpio noviazgo, pues ella "no entendía muy bien de bodas", con un joven piadosísimo, hijo de los marqueses de Villadarias, cuando iba a celebrarse la boda se rompe el compromiso por cuestiones de intereses. El paso humilla a Micaela y la lanza por vez primera a la maledicencia madrileña. Ella, en sus memorias, maravilloso documento de espontáneo y naturalísimo estilo, resumirá aquel noviazgo diciendo que "todo era tomarnos cuenta de los rezos... y quién hacía más oración".

 Pero esta extraña escuela del noviazgo, para una fundadora, se va a hacer más extraña aún cuando, muerta su madre, María Micaela acompañe a su hermano primero a París y después a Bruselas. Durante su estancia en estas dos capitales europeas, Micaela se verá obligada a hacer una vida verdaderamente extraña. La dirección de un santo jesuita, el padre Carasa, a quien su madre la ha dejado encomendada, le servirá de seguridad en dificilísimos trances. El hecho es que ha de madrugar muchísimo para hacer su oración y recibir la comunión, que toda su vida fue cotidiana. Que ha de aprovechar la mañana para sus obras de caridad. Pero que luego ha de sentarse a la mesa, acompañando a sus hermanos, y con frecuencia invitados del cuerpo diplomático, ha de salir de paseo a caballo y ha de pasar la noche entre teatros, tertulias y bailes. Nadie podía sospechar que al dolor intensísimo que le causaba su enfermizo estómago (tuvo diagnosticado el cáncer por mucho tiempo) añadía ella la aspereza de un cilicio. Ni podían sospechar tampoco, quienes la veían en la platea, que los anteojos que ella llevaba estaban dispuestos de tal manera que, aun mirando fijamente al escenario, nada se alcanzara a ver.

 Su vida en París y en Bruselas fue una siembra ininterrumpida de maravillosa caridad. Pobres, enfermos, necesitados, iglesias desmanteladas..., por doquiera hubiese una necesidad, encontraban inmediato remedio en la espléndida vizcondesa. Un anecdotario copiosísimo y edificante nos demuestra la extraordinaria capacidad, hasta humana, de una mujer que sin desatender en lo más mínimo a sus obligaciones (se obligó con voto a obedecer a su cuñada), desplegaba una pasmosa actividad al servicio del prójimo.

 Un episodio extraño nos va a dar la medida de su extraordinaria figura. Volviendo hacia España, quiso su cuñada detenerse una temporada en Burdeos. También allí se significó María Micaela por su ejemplaridad. Un día reciben una extraña invitación: el cónsul de España les ruega que vayan a tomar el té a su casa. Ellas oponen algunos reparos, y el cónsul les explica que es el señor arzobispo quien se lo ha pedido porque quiere hablar con Micaela, y no le parece oportuno ni discreto acudir al hotel en que se hospedan. Dicho y hecho: se reúnen, comienzan a conversar y el arzobispo pide a Micaela... algo verdaderamente inaudito para una muchacha seglar.

 María Micaela venía oyendo la misa que celebraba un canónigo español en la iglesia de unas religiosas, sin caer en cuenta de la situación en que se encontraban. El arzobispo le abrió los ojos: contagiadas por el jansenismo, las religiosas estaban en franca rebeldía contra él, y ésta era la razón de que allí no se celebrara misa. Pedía a Micaela que interviniera para que aquella situación cesase. Y Micaela intervino. Ella nos ha contado lo que sucedió, que llega a lindar con lo increíble. Recibida con frialdad, se gana primero el ánimo de la superiora, habla después a toda la comunidad reunida, entrando para ello en clausura, llega a convencerlas de que acepten hacer unos ejercicios espirituales, preside la comunión final, con su traje seglar, en medio del coro, en lugar de la superiora, convence a un pequeño grupo que aún se resistía, y marcha de Burdeos dejando a las religiosas enteramente reconciliadas con Dios, y despidiéndola con lágrimas.

 El encuentro más decisivo de su existencia iba a tener lugar en forma inesperada y claramente providencial. El padre Carasa le había encomendado, al quedar sola en Madrid, que alternara con una señora de la que Micaela, extraordinariamente parca en alabanzas, nos dice que "era santa": María Ignacia Rico de Grande. Esa señora la llevó un día al hospital de San Juan de Dios, donde, según nos dice Micaela, "sufre el olfato, la vista, el tacto, los oídos". "Todo tiene allí su especial mortificación y es un jardín de muchas virtudes que practicar". En efecto, al hospital se acogían las pobres mujeres de la calle, al caer enfermas de sus más repugnantes enfermedades. Micaela nada sabía ni de la existencia de tales mujeres, ni mucho menos del trato vil que la sociedad culpable les daba después de haberlas corrompido.

 Aquella visita fue para ella una revelación. Y cuando vio la situación, no sólo del hospital, sino, lo que era muchísimo más trágico, la que les esperaba a la salida del mismo, no pudo menos de pensar que había que hacer algo. En este o aquel caso concreto las dos amigas consiguieron hallar un remedio. Pero hacía falta más: una casa en la que poder acoger a aquellas pobres mujeres, prevenir en lo posible las caídas, remediarlas cuando ya habían ocurrido.

 Y así se hizo. En una insignificante casita inició María Micaela su maravillosa obra de caridad. La Comisaría de Cruzada le ofreció alguna ayuda. Se formó una junta y se preparó un sencillísimo reglamento. Pero claramente se veía que aquello no podía seguir en manos mercenarias, y que únicamente quien lo hiciera por Dios podría soportar las dificultades, las humillaciones, los desprecios que el trato con aquellas mujeres aparejaba.

 Se produjo entonces uno de los episodios más dolorosos de su vida: se hicieron cargo de la casa unas religiosas francesas. Pero, desgraciadamente, pronto se vio que no habían sido leales ni en los ofrecimientos, ni en las obligaciones que habían asumido. Contra lo que habían afirmado, no tenían práctica ninguna de aquella clase de apostolado. Por otra parte. en la vida económica de la casa había muchos aspectos obscuros, obedeciendo, al parecer, a compromisos con la casa central. Lo cierto es que la situación se hizo insostenible; Micaela, apoyada por la autoridad eclesiástica que le daba plena razón, hubo de recurrir a medios extremos, y mientras, en medio de un griterío espantoso, con la casa rodeada por la fuerza pública, salían las religiosas, Micaela se hacía cargo de nuevo de las muchachas allí acogidas.

 Con sobrecogedora grandeza de ánimo hizo frente a la situación. Pensando seriamente las cosas vio que Dios la llamaba a aquella tarea. Dejó su casa, se quedó a vivir con ellas, e inició ya de lleno su espléndido apostolado.

 Y empieza una vida en la que, sin paradoja alguna, sino con toda verdad, se puede decir que lo sobrenatural es enteramente natural. No hay una peseta en casa, y ni siquiera carbón para encender la lumbre. A media mañana llega un religioso filipino, visita el colegio, y, entusiasmado, regala tres onzas de oro. La comida de aquel día es espléndida, y las colegialas piensan que el encender tan tarde la cocina ha sido... una broma de la superiora.

 Cuando la calumnia llega hasta el mismo arzobispo de Toledo, se presenta el cura de la parroquia para quitar el Santísimo de la casa. Micaela pide al Señor que no consienta en irse, y el ánimo del cura cambia por completo después de estar un rato de rodillas. Emocionado, se ofrece para todo lo que haga falta.

 En una época de su vida un confesor duro de carácter, el padre Labarta, querrá poner coto a tantas maravillas, y le prohibirá hacer uso de lo que Dios Nuestro Señor a cada paso le revelaba. Imprudente medida que ocasiona conflictos curiosísimos. "Va a haber fuego en el altar", avisa el Señor. Y la Santa no puede hacer nada que no sea disponer con disimulo un poco de agua a mano. "Te van a envenenar", y ella, ante la prohibición del confesor, se ve obligada a empezar a tomar la taza que contenía el arsénico, hasta que, ante lo repugnante del gusto, piensa que también sin revelación habría dejado aquello, y lo deja. Pero la obediencia le costará una enfermedad gravísima, y quedar al borde de la muerte. Felizmente no todos los confesores eran como el padre Labarta, y la figura celestial de San Antonio María Claret vendría en su auxilio y le ayudaría maravillosamente en los últimos años de su vida.

 No hay palabras para explicar el grandioso heroísmo de la caridad de la Santa. Tenía un carácter fuerte, por otra parte, verdaderamente necesario si había de sacar adelante una fundación en la que se encontraban unánimes a la hora de rechazarla todos, los buenos y los malos.

 Tuvo la persecución de los malos. Era lógico. Con el puñal, con el veneno, con el incendio, con la calumnia, con el pasquín, con el periódico..., con todos los medios. Repetimos que era lógico. Hombres poderosos, que se veían privados por el bienhechor influjo de la Santa de las mujeres de quienes habían hecho objeto de su pasión, no dejaban piedra por mover a la hora de perseguirla. Temporadas enteras hubo de dormir vestida, pensando que de un momento a otro se vería asaltada la casa. Su valor fue, sin embargo, tan extraordinario que consta de alguna ocasión en que llegó a presentarse, sola e indefensa, en una casa pública, a trueque de arrebatar de allí una pobre mujer a la que retenían contra su voluntad, escena esta inmortalizada por Tomás Borrás.

 Pero acaso le tuvo que doler muchísimo más, y sin acaso, la persecución de los buenos. Un día es su mismo confesor, el padre Carasa, que, dando oídos a una hipócrita, se muestra duro y desdeñoso con ella y se niega a atenderla. Otro día, un crédulo arzobispo, que organiza una inaudita escena, en la que insulta y rebaja hasta lo increíble a la Santa. Otra, su propio Ordinario que, dando oídos a las habladurías, intenta retirar el Santísimo Sacramento de la Casa. Ocasión hubo en que ella misma confesó tener enfrente prácticamente a todo el clero de Madrid.

 Fue calumniada aun en las mismas cosas en que ni siquiera apariencia pudo haber de nada malo. Así, sus relaciones con Isabel II. Se obligó con voto a no pedir jamás a la reina absolutamente nada, ni para sí ni para los demás. Rehusó sistemáticamente hablar con ella de cosas que no fueran de Dios. Y a pesar de todo, se vio acusada de formar parte de la camarilla, de influir en la política, de fomentar aquellas relaciones, aceptadas por ella exclusivamente por obediencia y con una repugnancia grandísima.

 Pero lo más maravilloso es y será siempre su trato con las pobres mujeres. El dominio de su naturaleza, en el cuidado de las llagas más purulentas, en la aceptación de los insultos más procaces, en la constancia y en la humillación, sobrepasa lo que puede explicarse. La pluma no encuentra palabras para ponderar la caridad admirable ejercitada por la Santa a lo largo de su vida. Pero cuando recogemos los testimonios de quienes presenciaron aquellas escenas, los ojos se nos llenan de lágrimas. Parece imposible, e imposible sería sin la acción de la divina gracia, que una mujer de alcurnia sirva en los más viles menesteres a tan pobres desgraciadas. Que acepte, sin una vacilación, el constante peligro del contagio. Que salga a recoger, por las calles de Madrid, el insulto y la befa para pedir una limosna. Alhajas vinculadas al recuerdo de su madre, recibidas de la familia real, cargadas de historia de España, pasaban a las sórdidas manos de los prestamistas, a un precio irrisorio..., porque las colegialas tenían que comer y no había en todo Madrid quien quisiera dar a Micaela una sola peseta.

 "En 1850 me vine al colegio, a dirigirlo yo misma, pero me parecía que no había de poder hacer el gran sacrificio que me proponía. ¡Me hallaba tan sola..., tan triste..., tan despreciada de todos!"

 Sola, triste y despreciada. ¡Qué tres adjetivos! Humanamente era imposible pensar que alguien quisiera compartir con ella aquella vida. Pero cuando las obras son de Dios se hace posible lo imposible, pues Él nos dijo que había venido a confundir la sabiduría de este mundo con la locura que El traía del cielo. En efecto, con vacilaciones, con deserciones dolorosísimas, pero con seguridad absoluta, el minúsculo grupo de personas que le ayudaban se fue ensanchando más y más y, quien nunca pensó en ser fundadora, se encontró un buen día al frente de una naciente congregación religiosa: las Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad.

 Durante mucho tiempo estuvieron viviendo sin regla escrita ni normas, pero con una observancia tal y un fervor tan grande que se traslucía al exterior y atraía las vocaciones. El 6 de enero de 1859, festividad de los Santos Reyes, hicieron los votos simples Micaela y sus siete primeras compañeras. El 15 de junio de 1860 emitió Micaela sus votos perpetuos. Poco a poco se fueron ordenando todas las cosas y se inició la expansión del instituto. Primero, a Zaragoza. Después a otras muchas poblaciones españolas que las llamaban con interés: Valencia, Barcelona, Burgos, etcétera.

 También en estas fundaciones le esperaban episodios parecidos a los de Madrid. Hubo defecciones dolorosísimas, como la de la superiora de Valencia. Y embrollos humanamente insolubles. En cierta ocasión escribía a sus hijas de Madrid desde Zaragoza: "Dudo yo que haya superiora ni más acusada, ni más calumniada, ni más reconvenida. ¡Te aseguro que desmenuzan mis acciones!".

 Pero entre tantas dificultades el instituto se había consolidado y la madre Sacramento podía entonar el Nunc dimittis. Por tres veces, en 1834, 1854 y 1855, había hecho frente a las epidemias, que la habían respetado.

 Ahora, en 1865, el cólera había estallado en Valencia. Ella sabía que le esperaba la muerte, y mil indicios lo demostraron: su empeño en recorrer todas las casas, lo solemne y triste de las despedidas, el estilo de algunas cartas... y otros mil indicios no dejaban lugar a dudas. Y, en efecto, ella marchó serenamente hacia la muerte.

 La casa de Valencia estaba en necesidad extrema. Pero al ver llegar a la madre todas se alegraron inmensamente. Una pena, sin embargo, le esperaba: una de las chicas del colegio acababa de cometer un sacrilegio cuando ella llegó. Deshecha en llanto, se postraba en la tribuna de la capilla exclamando:

 —¿Cómo, Señor, has podido consentir tamaña ofensa en tu casa? De haber previsto tanta infamia, ¿hubiera abierto yo jamás el colegio?

 Pronto se presentó la enfermedad. "Es la última", dijo a su confesor con entera seguridad. La última, y la más dolorosa. Calambres casi continuos, acompañados de dolores agudísimos. El médico declaraba, asombrado, que nunca había visto sufrir tanto con tan extraordinario ánimo. Por fin, suavemente, abrió sus ojos, los elevó hacia el cielo y murió. Eran las doce menos siete minutos del 24 de agosto de 1865.

 A las cinco de la tarde del día siguiente, sin ningún aparato, fue depositada en el nicho número 2143 del cementerio de San Martín. Harto fue conseguir que no la enterraran en la fosa común, como a las demás víctimas de la epidemia. Veintiséis años más tarde el cuerpo fue llevado a la casa de la congregación en Valencia.

 La heroicidad de sus virtudes fue proclamada en 1922. Su beatificación tuvo lugar en 1925 y su canonización en 1934.

 LAMBERTO DE ECHEVERRÍA