San Gotardo o Gotardo de Hildesheim, Obispo Mayo 4 Martirologio Romano: En Hildesheim, de Sajonia, en Alemania, san Gotardo, Godeardo, Godeberto o Godofredo, obispo, que, siendo abad del monasterio de Niederaltaich, visitó y renovó varios monasterios, y al morir san Bernwaldo le sucedió en la sede episcopal, promoviendo la vida cristiana de su Iglesia, la disciplina regular del clero y abriendo escuelas. = (n. 960 en Reichersdorf, cerca de Niederalteich, distrito de Deggendorf, en Baja Baviera; f. el 5 de mayo de 1038 en Hildesheim, Baja Sajonia) fue obispo de Hildesheim. Es uno de los santos más representativos de la Edad Media. Su padre era Ratmund, vasallo de los monjes de la abadía de Niederaltaich. Gotthard se educó en el mismo lugar, y estudió humanidades y teología bajo la guía del maestro Uodalgisus. Gotthard luego fue sirviente en la corte del arzobispo de Salzburgo (Austria), donde trabajó como administrador. Después de viajar por varios países (incluida Italia) como monje vagabundo Gotthard completó sus estudios como sirviente de Liutfrid en la escuela de la catedral de Passau. Cuando Enrique II de Baviera decidió transformar la casa capitular de Niederaltaich en un monasterio benedictino, Gotthard permaneció como novicio, y en 990 se convirtió en monje, bajo el abad Ercanbert. En 993, fue ordenado sacerdote y se convirtió en prior, y rector de la escuela de novicios. En 996, fue elegido abad e introdujo en su monasterio las reformas de Cluný. Él ayudó a revivir la regla de san Benito, que luego le proveyó abades para las abadías de Tegernsee, Hersfeld y Kremsmünster para restaurar la observancia benedictina, bajo el patronazgo del emperador Enrique II. El 22 de diciembre de 1022, Aribo (arzobispo de Mainz) lo nombró obispo de Hildesheim. Consiguió fondos para construir unas treinta capillas en la zona. Después de una breve enfermedad, murió el 5 de mayo de 1038. Los sucesores de Gotardo en el episcopado de Hildesheim, Bertoldo (obispo entre 1119 y 1130) y Bernardo II (obispo entre 1130 y 1153), impulsaron su rápida canonización.1 Ésta se logró en 1131, durante el primer año del obispado de Bernardo II, y tomó lugar en un sínodo de obispos en Reims. Allí, el Inocencio II, en la presencia de Bernardo II y de Norberto de Xanten, oficialmente lo nombraron santo. El 4 de mayo de 1132, el obispo Bernardo II trasladó el cadáver de Gotardo (que sus devotos consideraban reliquias) desde la iglesia abadal hasta la catedral de Hildesheim. El 5 de mayo se realizó la primera festividad litúrgica en honor de Gotardo. Sus atributos fueron el dragón (representación del demonio) y la maqueta de una capilla. Inmediatamente se empezaron a atribuir toda clase de milagros a su cadáver. Su veneración se difundió por Escandinavia, Suiza y Europa Oriental. Se le consideraba el patrono de los vendedores viajantes y se le invocaba para curar la fiebre, la hidropesía, la gota, para curar niños con toda clase de enfermedades infantiles, y aliviar los dolores de parto. También se le invocaba contra el granizo. y los peligros en el mar. Es famoso su hospicio para viajeros cerca de Hildesheim (el Mauritius Stift). = Fuente: es.wikipedia.org Blog Vidas Santas
Flor del 4 de mayo: Madre de Cristo Meditación: “De Ella nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1,16). Jesús significa Salvador, y es el Cristo, es decir el Ungido, el Mesías enviado por Dios para la Salvación de Su pueblo. Y Su Madre, Madre de Cristo, del Ungido, ha sido asociada a Su Empresa Redentora. Ella es Corredentora con su amor y su dolor. También Cristo nos llama a cada uno a participar en Su grandiosa Empresa de salvar a todos los hombres. Oración: ¡Oh Madre de Dios, oh Madre del dolor!. Como Corredentora que sos, imprime en nuestro corazón las Llagas del Señor, para participar de la Fiesta de la Salvación. Amén. Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria). Florecilla para este día: Examinar y renovar mi consagración a Cristo y a Su Sagrado Corazón.
Con María, y una barca que se aleja Cuando sientas que las olas del dolor, de la cruz... o cualquier otra, te separe del Maestro, corre con tu corazón a los pies de María. Autor: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net Leo el Evangelio según San Marcos (6,30-34). Lo leo, Madrecita, refugiada en tu Corazón, pues por experiencia he aprendido que es el mejor sitio para escuchar a tu Hijo, para aprender sus enseñanzas y sacar el mayor fruto en mi propia vida. Así pues, mirando tu pequeña imagen de Luján, el corazón se va a aquella casa, donde Jesús está con sus discípulos y "los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer"... Me acompañas, dulce Madre, me tomas de la mano y me sientas muy cerquita del Maestro, para escuchar su Palabra... Cada palabra, cada mirada de Él, es bálsamo exquisito para mi alma dolorida. En un momento, al ver tanta gente, Jesús les dice a los discípulos: "Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco". Se despide de nosotras y se aleja. - ¿Adónde va, Madre? ¿Podemos seguirle? Me tomas de la mano y me conduces a la orilla del lago, justo a tiempo para ver al Maestro y los discípulos subir a una barca y alejarse. Una honda pena me llena el alma. Jesús se aleja... se va... o lo que es peor, no puedo seguirle. Y las olas del lago marcan la distancia con acompasado canto en la orilla. - Madre ¿Qué hago ahora? - Aprende, hija, aprende. Mira las aguas ¿Qué ves? Sin comprenderte aun y sin pensar un poco más allá de lo que tengo a la vista, te digo sorprendida: - Pues... agua, Madre... el agua es... solo agua... - No si la miras con el alma, hija. Vamos, atrévete, te sorprenderás. Y de tu mano dejo a mi alma mirar con sus ojos. Y el agua ya no es agua. Las olas no son olas, sino que son... son todos mis miedos, mis olvidos, mis excusas, mis pecados. Todo lo que no me permite seguir a Jesús por donde va. Y mi alma gime en una pregunta: - Madre ¿Qué hago? ¿Cómo paso por encima de todo esto? ¿Cómo torno en puente estas aguas turbulentas? Me abrazas suavemente y me acaricias el cabello. Siente mi corazón inmensa paz. Siente mi alma que aun no se acabaron los caminos. - No es un puente el único camino para llegar, hija. Además, en la barca se van las herramientas que necesitas para construirlo. No, no puedes hacer un puente. - ¿No hay esperanza, entonces, Madre? - Siempre la hay, querida hija, siempre...Mira a tu alrededor. Allí noto que "les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos" - ¿Rodear el lago, Madre? ¿Ir por tierra siguiendo al que va por las aguas? ¿Cómo llegaré? Es demasiado lejos... no podré, Maria, lo siento... - ¡Vaya, que pronto bajas los brazos! - Es... que conozco mis fuerzas y sé que no podré. - Bien dices, hija. Conoces "tus" fuerzas, pero ¡Te aseguro que desconoces las mías! - No te comprendo, Madre. Y estiras tu mano segura hacia la mía, vacilante. Tu mano es segura, brillante, purísima ¿Cómo negarme a tomarla? Y la aprieto con todas mis fuerzas. - ¿Lista?-me dices sonriente- Prepárate, hija mía, prepara tu alma para el milagro. Y, antes que alguna pregunta turbase tan delicado momento, comienzas a correr por la orilla. Me llevas. Siento los pies ágiles y el corazón liviano. Conoces todos los atajos, todos los secretos del camino. La gente corre a esperar a Jesús y noto que, de tu Mano, voy más rápido. Y compruebo que eres el camino más corto, perfecto, fácil y seguro para llegar a Jesucristo. Estamos a pocos metros de la barca. Jesús nos ve llegar. Tu, espléndida, yo, jadeante, asombrada, feliz... Las demás personas nos miran con asombro pues no comprenden cómo hemos llegado antes que ellos. Recupero el aliento mientras Jesús se nos acerca. Te abraza. Le hablas de mí. El Maestro me mira y se compadece. Las palabras se me han volado... no hacen falta. Él conoce bien cada dolor, cada espina de mi corazón, cada pecado cometido. El Maestro, entonces, se dispone a enseñarnos. Te sientas a mi lado, Madre, y das a mi alma el mejor de los consejos, el que repites a cada devoto tuyo: "Haz todo lo que Él te diga" El alma se va serenando. Apoyo mi cabeza en tu hombro mientras le escucho. Cuando Jesús hace unos segundos de silencio, tú te apresuras a explicarme lo que no entendí. Ya cae la noche, el sol se ha escondido por completo en la ventana de la parroquia. Ya no estoy sentada a la orilla del lago sino en el banco... pero aún siento Tu Mano entre las mías... Al mirarlas, veo con alegría que aun sostienen el Rosario, rezado antes de Misa... Te había pedido abrazar al Maestro cuando terminase de hablar, pero temí no poder hacerlo por tanta gente que había a su alrededor. Pero recordé tus palabras: "¡Tu no conoces mis fuerzas!". Y me diste el regalo del abrazo con Jesús. No a la orilla del lago, sino en la Eucaristía. Un abrazo de Corazón a corazón. Un abrazo lleno de palabras, de lágrimas, de caricias, de alivio para el alma. Ahora sé que muchas veces sentiré que Jesús se aleja y unas olas de dolor, de olvido y hasta de pereza intentarán separarme de Él. Sé, Madre, que entonces deberé tomar tu Mano y correr contigo, porque Tú conoces todos los caminos para llegar a Él... todos los atajos, todos los secretos. Amigo mío, amiga mía que lees este sencillo relato. Cuando sientas que las olas del dolor, del olvido, la indiferencia... o cualquier otra, te separe del Maestro, corre con tu corazón a los pies de María. Pídele te dé su Mano para seguir a Jesús. Ella es el camino más corto, fácil, seguro y perfecto para llegar al más ansiado de los destinos: El Corazón de Jesús. Preguntas o comentarios al autor María Susana Ratero. NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
Texto del Evangelio (Jn 15,18-21): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado». Comentario: Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España) Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado Hoy, el Evangelio contrapone el mundo con los seguidores de Cristo. El mundo representa todo aquello de pecado que encontramos en nuestra vida. Una de las características del seguidor de Jesús es, pues, la lucha contra el mal y el pecado que se encuentra en el interior de cada hombre y en el mundo. Por esto, Jesús resucitado es luz, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Karol Wojtyla nos exhortaba a «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo». Ni el cristiano, ni la Iglesia pueden seguir las modas o los criterios del mundo. El criterio único, definitivo e ineludible es Cristo. No es Jesús quien se ha de adaptar al mundo en el que vivimos; somos nosotros quienes hemos de transformar nuestras vidas en Jesús. «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre». Esto nos ha de hacer pensar. Cuando nuestra sociedad secularizada pide ciertos cambios o licencias a los cristianos y a la Iglesia, simplemente nos está pidiendo que nos alejemos de Dios. El cristiano tiene que mantenerse fiel a Cristo y a su mensaje. Dice san Ireneo: «Dios no tiene necesidad de nada; pero el hombre tiene necesidad de estar en comunión con Dios. Y la gloria del hombre está en perseverar y mantenerse en el servicio de Dios». Esta fidelidad puede traer muchas veces la persecución: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). No hemos de tener miedo de la persecución; más bien hemos de temer no buscar con suficiente deseo cumplir la voluntad del Señor. ¡Seamos valientes y proclamemos sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! ¡Dejemos que el Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!
San Gotardo o Gotardo de Hildesheim, Obispo Mayo 4 Martirologio Romano: En Hildesheim, de Sajonia, en Alemania, san Gotardo, Godeardo, Godeberto o Godofredo, obispo, que, siendo abad del monasterio de Niederaltaich, visitó y renovó varios monasterios, y al morir san Bernwaldo le sucedió en la sede episcopal, promoviendo la vida cristiana de su Iglesia, la disciplina regular del clero y abriendo escuelas. = (n. 960 en Reichersdorf, cerca de Niederalteich, distrito de Deggendorf, en Baja Baviera; f. el 5 de mayo de 1038 en Hildesheim, Baja Sajonia) fue obispo de Hildesheim. Es uno de los santos más representativos de la Edad Media. Su padre era Ratmund, vasallo de los monjes de la abadía de Niederaltaich. Gotthard se educó en el mismo lugar, y estudió humanidades y teología bajo la guía del maestro Uodalgisus. Gotthard luego fue sirviente en la corte del arzobispo de Salzburgo (Austria), donde trabajó como administrador. Después de viajar por varios países (incluida Italia) como monje vagabundo Gotthard completó sus estudios como sirviente de Liutfrid en la escuela de la catedral de Passau. Cuando Enrique II de Baviera decidió transformar la casa capitular de Niederaltaich en un monasterio benedictino, Gotthard permaneció como novicio, y en 990 se convirtió en monje, bajo el abad Ercanbert. En 993, fue ordenado sacerdote y se convirtió en prior, y rector de la escuela de novicios. En 996, fue elegido abad e introdujo en su monasterio las reformas de Cluný. Él ayudó a revivir la regla de san Benito, que luego le proveyó abades para las abadías de Tegernsee, Hersfeld y Kremsmünster para restaurar la observancia benedictina, bajo el patronazgo del emperador Enrique II. El 22 de diciembre de 1022, Aribo (arzobispo de Mainz) lo nombró obispo de Hildesheim. Consiguió fondos para construir unas treinta capillas en la zona. Después de una breve enfermedad, murió el 5 de mayo de 1038. Los sucesores de Gotardo en el episcopado de Hildesheim, Bertoldo (obispo entre 1119 y 1130) y Bernardo II (obispo entre 1130 y 1153), impulsaron su rápida canonización.1 Ésta se logró en 1131, durante el primer año del obispado de Bernardo II, y tomó lugar en un sínodo de obispos en Reims. Allí, el Inocencio II, en la presencia de Bernardo II y de Norberto de Xanten, oficialmente lo nombraron santo. El 4 de mayo de 1132, el obispo Bernardo II trasladó el cadáver de Gotardo (que sus devotos consideraban reliquias) desde la iglesia abadal hasta la catedral de Hildesheim. El 5 de mayo se realizó la primera festividad litúrgica en honor de Gotardo. Sus atributos fueron el dragón (representación del demonio) y la maqueta de una capilla. Inmediatamente se empezaron a atribuir toda clase de milagros a su cadáver. Su veneración se difundió por Escandinavia, Suiza y Europa Oriental. Se le consideraba el patrono de los vendedores viajantes y se le invocaba para curar la fiebre, la hidropesía, la gota, para curar niños con toda clase de enfermedades infantiles, y aliviar los dolores de parto. También se le invocaba contra el granizo. y los peligros en el mar. Es famoso su hospicio para viajeros cerca de Hildesheim (el Mauritius Stift). = Fuente: es.wikipedia.org Blog Vidas Santas
Flor del 3 de mayo: Madre de Dios Fiesta de nuestra Señora del Valle. Meditación: “Por ser su Hijo Dios, María es Madre de Dios” (Lucas 1,3-5). Dios nos amó tanto que no sólo nos entregó a Su Hijo sino que nos dio a Su Madre. “Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo nacido de Mujer…para que recibiésemos la adopción de Hijos de Dios” (Gálatas 4,5). Este es el maravilloso final del Plan del Padre y el sublime oficio de María, hacernos hijos de Dios, uno en Dios. Oración: ¡Oh María, te agradecemos el regalo que nos ha hecho nuestro Dios amado, ponernos en tus hermosas manos para hacernos santos. Amén. Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria). Florecilla para este día: Examinar mi devoción a la Virgen y cómo la practico.
San Felipe y Santiago el Menor, Apòstoles Mayo 3 San Felipe era originario de Betsaida de Galilea. San Juan habla de él varias veces en el Evangelio. Narra que el Señor Jesús llamó a Felipe al día siguiente de las vocaciones de San Pedro y San Andrés. De los Evangelios se deduce que el Santo respondió al llamado del Señor .Escritores de la Iglesia primitiva y Eusebio, historiador de la Iglesia, afirman que San Felipe predicó el Evangelio en Frigia y murió en Hierápolis. Papías, obispo de este lugar, supo por las hijas del apóstol, que a Felipe se le atribuía el milagro de la resurrección de un muerto. A Santiago se le llama "el Menor" para diferenciarlo del otro apóstol, Santiago el Mayor (que fue martirizado poco después de la muerte de Cristo). El evangelio dice que era de Caná de Galilea, que su padre se llamaba Alfeo y que era familiar de Nuestro Señor. Es llamado "el hermano de Jesús", no porque fuera hijo de la Virgen María, la cual no tuvo sino un solo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, sino porque en la Biblia se le llaman "hermanos" a los que provienen de un mismo abuelo: a los primos, tíos y sobrinos (y probablemente Santiago era "primo" de Jesús, hijo de alguna hermana de la Sma. Virgen). En la S. Biblia se lee que Abraham llamaba "hermano" a Lot, pero Lot era sobrino de Abraham. Y se le lee también que Jacob llamaba "hermano" a Laban, pero Laban era tío de Jacob. Así que el decir que alguno era "hermano" de Jesús no significa que María tuvo más hijos, sino que estos llamados "hermanos", eran simplemente familiares: primos, etc. San Pablo afirma que una de las apariciones de Jesús Resucitado fue a Santiago. Y el libro de Los Hechos de los Apóstoles narra cómo en la Iglesia de Jerusalén era sumamente estimado este apóstol. (Lo llamaban "el obispo de Jerusalén"). San Pablo cuenta que él, la primera vez que subió a Jerusalén después de su conversión, fue a visitar a San Pedro y no vio a ninguno de los otros apóstoles, sino solamente a Santiago. Cuando San Pedro fue liberado por un ángel de la prisión, corrió hacia la casa donde se hospedaban los discípulos y les dejó el encargo de "comunicar a Santiago y a los demás", que había sido liberado y que se iba a otra ciudad (Hech. 12,17). Y el Libro Santo refiere que la última vez que San Pablo fue a Jerusalén, se dirigió antes que todo "a visitar a Santiago, y allí en casa de él se reunieron todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén" (Hech. 21,15). San Pablo en la carta que escribió a los Gálatas afirma: "Santiago es, junto con Juan y Pedro, una de las columnas principales de la Iglesia". (Por todo esto se deduce que era muy venerado entre los cristianos). Cuando los apóstoles se reunieron en Jerusalén para el primer Concilio o reunión de todos los jefes de la Iglesia, fue este apóstol Santiago el que redactó la carta que dirigieron a todos los cristianos (Hechos 15). Hegesipo, historiador del siglo II dice: "Santiago era llamado ‘El Santo’. La gente estaba segura de que nunca había cometido un pecado grave. Jamás comía carne, ni tomaba licores. Pasaba tanto tiempo arrodillado rezando en el templo, que al fin se le hicieron callos en las rodillas. Rezaba muchas horas adorando a Dios y pidiendo perdón al Señor por los pecados del pueblo. La gente lo llamaba: ‘El que intercede por el pueblo’". Muchísimos judíos creyeron en Jesús, movidos por las palabras y el buen ejemplo de Santiago. Por eso el Sumo Sacerdote Anás II y los jefes de los judíos, un día de gran fiesta y de mucha concurrencia le dijeron: "Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que Jesús no es el Mesías o Redentor". Y Santiago se presentó ante el gentío y les dijo: "Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la derecha de Dios". Al oír esto, los jefes de los sacerdotes se llenaron de ira y decían: "Si este hombre sigue hablando, todos los judíos se van a hacer seguidores de Jesús". Y lo llevaron a la parte más alta del templo y desde allá lo echaron hacia el precipicio. Santiago no murió de golpe sino que rezaba de rodillas diciendo: "Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo que hacen". El historiador judío, Flavio Josefo, dice que a Jerusalén le llegaron grandes castigos de Dios, por haber asesinado a Santiago que era considerado el hombre más santo de su tiempo. Este apóstol redactó uno de los escritos más agradables y provechosos de la S. Biblia. La que se llama "Carta de Santiago". Es un mensaje hermoso y sumamente práctico. Ojalá ninguno de nosotros deje de leerla. Se encuentra al final de la Biblia. Allí dice frases tan importantes como estas: "Si alguien se imagina ser persona religiosa y no domina su lengua, se equivoca y su religión es vana". "Oh ricos: si no comparten con el pobre sus riquezas, prepárense a grandes castigos del cielo". "Si alguno está triste, que rece. Si alguno se enferma, que llamen a los presbíteros y lo unjan con aceite santo, y esa oración le aprovechará mucho al enfermo" (de aquí sacó la Iglesia la costumbre de hacer la Unción de los enfermos). La frase más famosa de la Carta de Santiago es esta: "La fe sin obras, está muerta". = Fuente: ACI Prensa
Autor: María Cruz | Fuente: Catholic.net Dios envió a su Hijo para salvarnos. Juan 3, 13-17. Fiesta La Santa Cruz. Gracias Señor Jesús, porque entregaste tu vida en la cruz.
Del santo Evangelio según san Juan 3, 13-17 En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Oración introductoria Señor Jesús, hoy que se celebra la Santa Cruz, en algunos países, quiero agradecerte el que hayas aceptado el anonadarte a Ti mismo para venir a salvarme. Que nunca me acostumbre o sea indiferente ante tu sacrificio en la cruz. Concédeme que en esta oración pueda percibir un poco más tu amor, vivo y verdadero, para buscar, con tu gracia, corresponderte. Petición Jesucristo, dame tu gracia para cargar mi cruz con amor y paciencia, contemplándote siempre a Ti, que vas mostrándome el camino que debo seguir. Meditación del Papa Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible, ha amado tanto al mundo que -nos ha dado a su hijo Unigénito, para que quien cree en Él no se pierda sino que tenga vida eterna-, y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto también a nosotros las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo ha atravesado; es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor, ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. (...) Se nos invita, una vez más, a renovar con valor y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, es más, a vivir con esta gran esperanza y a dar testimonio de ella al mundo: después del presente no está la nada. Y precisamente, la fe en la vida eterna da al cristiano el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra y trabajar para construirle un futuro, para darle una esperanza verdadera y segura. Benedicto XVI, 2 de noviembre de 2011. Reflexión Hoy celebramos la fiesta de la Cruz, símbolo del cristiano. En este diálogo entre Jesús y Nicodemo se anuncia de una manera oculta el momento supremo de la vida de nuestro Salvador: la crucifixión. La cruz no es sólo un símbolo material, sino la guía de nuestra vida. Dios en su gran amor, viendo la necesidad que tenía el mundo de ser salvado, no dudó en entregar a su propio Hijo para su salvación. Las circunstancias históricas concurrieron para que la redención se realizara por medio de la cruz. A partir de este acontecimiento la cruz se ha convertido en señal de salvación para todo el que cree que Jesús es el redentor del hombre. A pesar de que Jesús se puso el primero en el padecer no nos resulta fácil asumir la realidad de la cruz y todos la esquivamos de la mejor manera posible. Pero si ser cristiano es seguir al crucificado, ¿por qué rehusamos seguir sus huellas? Sólo desde el amor se entiende esta entrega, y sólo el amor hace posible convertir en alegría las mayores angustias de la vida. Es cuestión de amor, y cuando algo nos cuesta mucho es señal de que el termómetro del amor marca baja temperatura. Propósito Participar en una hora eucarística o hacer un acto de adoración a la Santa Cruz. Diálogo con Cristo Señor Jesús, que por nuestro amor entregaste tu vida en la cruz, te pedimos acrecientes en nosotros el amor para que podamos asumir con prontitud de ánimo los sufrimientos de la vida. Conoce más acerca de la Fiesta de la Santa Cruz.
Autor: Óscar Santana | Fuente: Catholic.net El gozo de Jesús Juan 15, 9-11. Pascua. En todo momento Jesús quiere estar conmigo, la realidad más grande de la fe.
Del santo Evangelio según san Juan 15, 9-11
En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
Oración introductoria
Señor,
¿cómo corresponder a tanto amor? ¿Cómo conservar en el corazón la
alegría con la que colmas mi vida? ¡Ven, Espíritu Santo, lléname de tu
amor para que pueda cumplir en todo tu voluntad, viviendo el mandamiento
supremo de la caridad.
Petición
Señor, ayúdame a seguir el camino de mi felicidad, que es el de vivir la caridad.
Meditación del Papa
En
cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos
nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el
sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente
en vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces
aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos
completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en
vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas
difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que
"permanezcamos" en la vid, en Cristo. En esta breve perícopa, el
evangelista usa la palabra "permanecer" una docena de veces. Este
"permanecer-en-Cristo" caracteriza todo el discurso. En nuestro tiempo
de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y
el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la
amistad es frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de
nuestras necesidades, como los discípulos de Emaús: "Señor, quédate con
nosotros, porque anochece, porque las tinieblas nos rodean"; el Señor
resucitado nos ofrece aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y
confianza, de paz y seguridad.Benedicto XVI, 22 de septiembre de 2011.
Reflexión
Permaneced en mí y yo en vosotros
Jesucristo
en este pasaje nos hace viva una realidad que posiblemente nos es
difícil recordar. Puede ser porque parece a simple vista algo
complicado. "Permaneced en mí y yo en vosotros".
¿Qué significa
esta frase de Cristo en nuestras vidas? Quiere decir la realidad más
grande de nuestra Fe. ¡Dios está con nosotros!
Es una presencia
que se hace real no sólo en el Sacramento de la Eucaristía, donde Dios
mismo, bajo las apariencias de pan y vino, se queda junto a nosotros. Es
también real en la vida diaria, en mis dificultades y en mis alegrías,
en mis altas y en mis bajas. En todo momento Jesús quiere estar conmigo.
Mas Cristo quiere que yo también me una a Él. Quiere que junto a
Él yo viva los afanes del día. Que mis estudios, mi trabajo, los
asuntos de la familia y demás ocupaciones las viva junto a Él. Que mi
día no corra sin ningún sentido. ¿Cuántas veces no he llegado al final
del día y al mirar atrás no me he sentido vacío, como si sólo hubiese
ido y venido sin ningún fruto? Pues si eso ha sucedido es la prueba más
contundente de que esa jornada Dios no ha estado presente en lo más
mínimo. Jesús ya nos lo había dicho. "Como el sarmiento no puede dar
fruto sin estar unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis
unidos a mí... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos."
El
cristiano no debería pasar por la vida como quien sólo busca "matar el
tiempo", "divertirme lo más posible para no aburrirme". El cristiano
debe ir por esta vida sufriendo, disfrutando; mas no como un animal sino
como un hombre que vive unido a la vid. Hagamos la prueba. Vivamos un
día, tan sólo un día unido a la vid, ofreciendo a Dios nuestras
alegrías, nuestras penas, nuestras venturas y desventuras. Y al final,
cuando llegue la noche, preguntémonos: ¿He tenido frutos hoy? ¿Ha valido
la pena que yo haya vivido hoy? Si la respuesta es un sí, no tengas
miedo a darle sentido a tu vida y a las de tus semejantes. "Quien
permanece en mí y yo en Él tendrá mucho fruto, porque sin mí no podéis
hacer nada."
Propósito
Con esperanza y confianza rezar hoy un rosario, fuente de paz y alegría.
Diálogo con Cristo
Gracias,
Dios mío, por tanto amor. No puedo dejar de agradecerte por darme a tu
santísima Madre. Por su intercesión quiero pedirte que sepa cambiar o
eliminar todo aquello que me impida vivir el mandamiento de la caridad.
Meditación: “Hágase en mi según Tu Palabra”. “El que haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3,35). María cumplió como nadie la Voluntad de Dios. Esto vale más que todos los demás dones suyos, sean cualidades humanas o gracias espirituales. Del mismo modo, por cumplir la Voluntad del Padre, Jesús sufre Su Pasión y Muerte, alcanzándonos la Redención. Oración: ¡Oh María, Preciosísima, Cáliz de Amor!. Te ofrecemos nuestro corazón para que lo guardes junto a vos, uniéndolo al de tu Hijo Dios, como entrega de amor. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
Florecilla para este día: Prontitud y alegría para el trabajo, empezando por levantarme sin pereza y agradeciendo a Dios por un nuevo día.
Atanasio, Santo Obispo y Doctor de la Iglesia, Mayo 2 Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Obispo y Doctor de la Iglesia
Atanasio
nació en Alejandría de Egipto en el año 295, y es la figura más
dramática y desconcertante de la rica galería de los Padres de la
Iglesia. Tozudo defensor de la ortodoxia durante la gran crisis arriana,
inmediatamente después del concilio de Nicea, pagó su heroica
resistencia a la herejía con cinco destierros decretados por los
emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente. Arrio, un
sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de Alejandría, negando la
igualdad substancial entre el Padre y el Hijo, amenazaba atacar el
corazón mismo del cristianismo. En efecto, si Cristo no es Hijo de Dios,
y él mismo no es Dios, ¿a qué queda reducida la redención de la
humanidad?
En un mundo que se despertó improvisamente arriano,
según la célebre frase de San Jerónimo, quedaba todavía en pie un gran
luchador, Atanasio, que a los 33 años fue elevado a la prestigiosa sede
episcopal de Alejandría. Tenía el temple del luchador y cuando había que
presenter batalla a los adversarios era el primero en partir lanza en
ristre: "Yo me alegro de tener que defenderme" escribió en su Apologia
por la fuga. Atanasio tenía valentía hasta para vender, pero sabiendo
con quién tenía que habérselas (entre las acusaciones de sus
calumniadores estaba la de que él había asesinado al obispo Arsenio, que
después apareció vivo y sano), no esperaba en casa a que vinieran a
amarrarlo. A veces sus fugas fueron sensacionales. El mismo nos habla de
ellas con brío.
Pasó sus últimos dos destierros en el desierto,
en compañía de sus amigos monjes, esos simpáticos anárquicos de la vida
cristiana, que aunque rehuyendo de las normales estructuras de la
organización social y eclesiástica, se encontraban bien en compañía de
un obispo autoritario e intransigente como Atanasio. Para ellos escribió
el batallador obispo de Alejandría una grande obra, la "Historia de los
arrianos", dedicada a los monjes, de la que nos quedan pocas páginas,
pero suficientes para revelarnos abiertamente el temperamento de
Atanasio: sabe que habla a hombres que no entienden las metáforas, y
entonces llama al pan pan y al vino vino: se burla del emperador,
llamándolo con apodos irrespetuosos, y se burla también de los
adversarios; pero habla con entusiasmo de las verdades que le interesan,
para arrancar a los fieles de las garras de los falsos pastores.
Durante
las numerosas e involuntarias peregrinaciones llegó a Occidente, a Roma
y Tréveris en donde hizo conocer el monaquismo egipcio, como estado de
vida organizado de modo muy original en el desierto, presentando al
monje ideal en la sugestiva figura de un anacoreta, San Antonio, de
quien escribió la célebre Vida, que se puede considerar como una especie
de manifiesto del monaquismo. Murió en el año 373.
Jesús, como permanece
para siempre, tiene un sacerdocio eterno. De aquí que tiene poder para
llevar a la salvación definitiva a cuantos por él se vayan acercando a
Dios, porque vive para siempre para interceder por ellos. Y tal era
precisamente el sumo sacerdote que nos convenía: santo, sin maldad, sin
mancha, excluido del número de los pecadores y exaltado más alto que los
cielos. No tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer
víctimas cada día, primero por sus propios pecados y luego por los del
pueblo. Esto lo hizo una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo.
Fiesta de San José Obrero. Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este "hombre justo". Autor: SSJuan Pablo II | Fuente: Catholic.net
"Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... Servid a Cristo Señor" ( Col 3, 23 s.).
¿Cómo no ver en estas palabras de la liturgia de hoy el programa y la síntesis de toda la existencia de San José, cuyo testimonio de generosa dedicación al trabajo propone la Iglesia a nuestra reflexión en este primer día de mayo? San José, "hombre justo", pasó gran parte de su vida trabajando junto al banco de carpintero, en un humilde pueblo de Palestina. Una existencia aparentemente igual que la de muchos otros hombres de su tiempo, comprometidos, como él, en el mismo duro trabajo. Y, sin embargo, una existencia tan singular y digna de admiración, que llevó a la Iglesia a proponerla como modelo ejemplar para todos los trabajadores del mundo.
¿Cuál es la razón de esta distinción? No resulta difícil reconocerla. Está en la orientación a Cristo, que sostuvo toda la fatiga de San José. La presencia en la casa de Nazaret del Verbo Encarnado, Hijo de Dios e Hijo de su esposa María, ofrecía a José el cotidiano por qué de volver a inclinarse sobre el banco de trabajo, a fin de sacar de su fatiga el sustento necesario para la familia. Realmente "todo lo que hizo", José lo hizo "para el Señor", y lo hizo "de corazón".
Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este "hombre justo". La experiencia singular de San José se refleja, de algún modo, en la vida de cada uno de ellos. Efectivamente, por muy diverso que sea el trabajo a que se dedican, su actividad tiende siempre a satisfacer alguna necesidad humana, está orientada a servir al hombre. Por otra parte, el creyente sabe bien que Cristo ha querido ocultarse en todo ser humano, afirmando explícitamente que "todo lo que se hace por un hermano, incluso pequeño, es como si se le hiciese a Él mismo" (cf. Mt 25, 40). Por lo tanto, en todo trabajo es posible servir a Cristo, cumpliendo la recomendación de San Pablo e imitando el ejemplo de San José, custodio y servidor del Hijo de Dios.
Al dirigir hoy, primer día de mayo, un saludo cordialísimo a todos vosotros, (...), mi pensamiento va con todo afecto especialmente a los trabajadores presentes y, mediante ellos, a todos los trabajadores del mundo, exhortándoles a tomar renovada conciencia de la dignidad que les es propia: con su fatiga sirven a los hermanos: sirven al hombre y, en el hombre, a Cristo. Que San José les ayude a ver el trabajo en esta perspectiva, para valorar toda su nobleza y para que nunca les falten motivaciones fuertes a las que pueden recurrir en los momentos difíciles.
MAYO, MES CONSAGRADO A LA VIRGEN
Hoy comienza el mes que la piedad popular ha consagrado de modo especial al culto de la Virgen María. Al hablar de San José y de la casa de Nazaret, el pensamiento se dirige espontáneamente a Aquella que, en esa casa, fue durante años la esposa afectuosa y madre tiernísima, ejemplo incomparable de serena fortaleza y de confiado abandono. ¿Cómo no desear que la Virgen Santa entre también en nuestras casas, obteniendo con la fuerza de su intercesión materna -como dije en la Exhortación Apostólica "Familiaris consortio"- que "cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una ´pequeña Iglesia´, en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo" (n. 86)?
Para que esto suceda, es necesario que en las familias florezca de nuevo la devoción a María, especialmente mediante el rezo del Rosario. El mes de mayo, que comienza hoy, puede ser la ocasión oportuna para reanudar esta hermosa práctica que tantos frutos de compromiso generoso y de consuelo espiritual ha dado a las generaciones cristianas, durante siglos. Que vuelva a las manos de los cristianos el rosario y se intensifique, con su ayuda, el diálogo entre la tierra y el cielo, que es garantía de que persevere el diálogo entre los hombres mismos, hermanados bajo la mirada amorosa de la Madre común.
"El 1 de mayo de 1955—escribe un testigo presencial— Roma era un hervidero de gente sencilla y morena, con mirada abierta y espontánea. Aquí y allá, en los bares y vías que acercan al Vaticano, grupos de hombres, mujeres y niños, mezclados en alegre algarabía, despachaban el leve bagaje de sus mochilas y apuraban unas tazas de rico café. En su derredor parecía soplar un aire nuevo, sin estrenar. Hasta tal punto que el semblante de la Ciudad Eterna, acostumbrado a todos los acontecimientos y a todas las extravagancias de todos los pueblos de la tierra, parecía asombrado ante aquella avalancha nueva de cuerpos duros y curtidos y de almas ingenuas, que desbordaban todo lo previsto."
Se diría que había un presentimiento. Cuando aquellos grupos confluyeron en una de las grandes plazas romanas y a lo largo de las amplias márgenes del Tíber e iniciaron su marcha hacia el Vaticano, flotaba algo en el ambiente. La vía de la Conciliación se estremecía con un eco nuevo, el de las rotundas voces de los obreros del mundo, que, al compás de bravos himnos, y bajo sus guiones y pancartas, representando a todos sus hermanos del mundo, avanzaban al encuentro del Papa.
Era una riada inmensa de vida, de calor, de entusiasmo. Bajo el crepitar de los camiones, cargados de trabajadores, que con sus instrumentos de trabajo avanzaban hacia la plaza de San Pedro, corría una multitud alegre y sencilla, gritando hermosas consignas: "¡Viva Cristo Trabajador! ¡Vivan todos los trabajadores! ¡Viva el Papa!". Aquellos doscientos mil hombres superaban el viejo latido de odio y de muerte, cambiándolo por otro de resurrección y de vida.
Oigamos de nuevo al mismo cronista: "Con espíritu nuevo y conciencia clara de la nobleza trabajadora la inmensa muchedumbre fue llenando, en creciente oleaje, la monumental plaza de San Pedro. Las fontanas se transformaron en racimos humanos y sobre la enardecida concentración el obelisco neroniano parecía un dedo luminoso que apuntaba tercamente la ruta de los luceros, la única capaz de redimir al doliente mundo del trabajo. A los pies mismos de la basílica se detenía el oleaje humano y bajo el balcón central de la iglesia más monumental del cristianismo se levantaba el rojo estrado papal. Pronto apareció en él la blanca figura del Vicario de Cristo mientras la plaza entera vibraba en un ensordecedor griterío y un continuo agitar de pañuelos y pancartas. Las fontanas parecían abrir sus bocas para gritar, el obelisco se estiraba más y más hacia el cielo y la majestuosa columnata de Bernini tenía un movimiento de gozo y de gloria. Todo se movía en torno al Cristo en la tierra, y por las cornisas y capiteles —como bandada de palomas al viento— iban saltando los gritos de paz, trabajo y amor.
"De la inmensa plaza se fueron destacando pequeños grupos de obreros, portadores de mil obsequios calientes que el mundo del trabajo ofrecía al Papa. Los vimos subir las gradas del estrado y arrodillarse, con sus manos llenas y toscas, ante el Cristo visible en la tierra. Algunos, con serenidad, decían una frase densamente aprendida. Otros, vencidos por el momento grandioso, lo olvidaban todo e improvisaban ricas espontaneidades, O no hacían más que mirar al Papa, cara a cara, y llorar. La plaza seguía gritando por su descomunal boca de doscientos cuarenta metros de anchura y volando en alas de los doscientos mil corazones de obreros. Sólo cuando el Papa se levantó quedó muda y sobrecogida, como un desierto silencioso. Sobre el silencio palpitante vibró la voz del papa Pío XII.
“¡Cuántas veces Nos hemos afirmado y explicado el amor de la Iglesia hacia los obreros! Sin embargo, se propaga difusamente la atroz calumnia de que "la Iglesia es la aliada del capitalismo contra los trabajadores". Ella, madre y maestra de todos, ha tenido siempre particular solicitud por los hijos que se encuentran en condiciones más difíciles, y también, de hecho, ha contribuido poderosamente a la consecución de los apreciables progresos obtenidos por varias categorías de trabajadores. Nos mismo, en el radiomensaje natalicio de 1942, decíamos: "Movida siempre por motivos religiosos, la Iglesia condenó los diversos sistemas del socialismo marxista y los condena también hoy, siendo deber y derecho suyo permanente preservar a los hombres de las corrientes e influjo que ponen en peligro su salvación eterna".
"Pero la Iglesia no puede ignorar o dejar de ver que el obrero, al esforzarse por mejorar su propia condición, se encuentra frente a una organización que, lejos de ser conforme a la naturaleza, contrasta con el orden de Dios y con el fin que ÉI ha señalado a los fieles terrenales. Por falsos, condenables y peligrosos que hayan sido y sean los caminos que se han seguido, ¿quién y, sobre todo, qué sacerdote o cristiano podrá hacerse el sordo al grito que se levanta del profundo y que en el mundo de Dios justo pide justicia y espíritu de hermandad?"
Sin embargo, la fiesta, con toda su hermosura, hubiera podido quedar como una más entre las muchas que se han celebrado en la magnífica plaza de San Pedro y el discurso como uno de tantos entre los pronunciados por el papa Pío XII. No fue así. Por boca del Sumo Pontífice la Iglesia se aprestó a hacer con la fiesta del 1 de mayo lo que tantas veces había hecho, en los siglos de su historia, con las fiestas paganas o sensuales: cristianizarlas.
El 1 de mayo había nacido en el calendario, de las festividades bajo el signo del odio. Desde mediados del siglo XIX esa fecha se identificaba en la memoria y en la imaginación de muchos con los bulevares y las avenidas de las grandes ciudades llenas de multitudes con los puños crispados. Era un día de paro total en que el mundo de los proletarios recordaba a la sociedad burguesa hasta qué punto había quedado a merced del odio de los explotados. Y esa fiesta, la fiesta del odio, de la venganza social, de la lucha de clases, iba a transformarse por completo en una fiesta litúrgica, solemnísima, del máximo rango (doble de primera clase), con su hermoso oficio propio y su misa también propia.
El Papa lo anunció con toda solemnidad: "Aquí, en este día 1 de mayo, que el mundo del trabajo se ha adjudicado como fiesta propia, Nos, Vicario de Jesucristo, queremos afirmar de nuevo solemnemente este deber y compromiso, con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo y que ella inspire la vida social y las leyes fundadas sobre la equitativa repartición de derechos y de deberes”.
"Tomado en este sentido por los obreros cristianos el 1 de mayo, recibiendo así, en cierto modo, su consagración cristiana, lejos de ser fomento de discordias, de odios y de violencias, es y será una invitación constante a la sociedad moderna a completar lo que aún falta a la paz social. Fiesta cristiana, por tanto; es decir, día de júbilo para el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familia del trabajo. A fin de que os quede grabado este significado... nos place anunciaros nuestra determinación de instituir, como de hecho lo hacemos, la fiesta litúrgica de San José Obrero, señalando para ella precisamente el día Uno de Mayo. ¿Os agrada. amados obreros, este nuestro don? Estamos seguros que sí porque el humilde obrero de Nazaret no sólo encarna, delante de Dios y de la Iglesia, la dignidad del obrero manual, sino que es también el próvido guardia de vosotros y de vuestras familias".
Y desde aquella tarde serena y gozosa el 1 de mayo entraba en el calendario católico bajo la advocación de San José Obrero.
Los liturgistas pondrán, ciertamente, una vez más, su nota de escrúpulo ante esta fiesta de tipo ideológico, recordando que el ciclo litúrgico es esencialmente conmemoración de acontecimientos, no de ideas. Sin embargo, aunque en la línea de una exquisita pureza litúrgica pueda caber la discusión, no hay lugar a ella desde el punto de vista pastoral. Una fiesta, inserta en una fecha ya consagrada como exaltación del trabajo, resulta pedagógicamente admirable, en orden a llevar de una manera gráfica, plástica, colorida y vital un manojo de ideas a las muchedumbres de hoy.
Plástica, colorida y vital resulta la idea de la dignidad del trabajo cuando la encontramos, no al través de unos párrafos oratorios, sino encarnada en la sublime sencillez de la vida del mismo padre putativo de Jesucristo. Él había dicho ya en el Antiguo Testamento: “Mis caminos no son vuestros caminos y mis pensamientos no son vuestros pensamientos". Cualquiera de nosotros, consultado, hubiera sido de opinión de que era preferible que Jesucristo, puesto a traer al mundo el mensaje de una ideología que forzosamente habría de chocar con el mundo de entonces, hubiera nacido rodeado de lo que solemos llamar un prestigio social: de familia ilustre, sin angustias económicas, en alguna ciudad, como la antigua Roma, que resultase crucial en la marcha de los tiempos.
Pero no fue así. Antes al contrario. Jesucristo elige para sí, para su Madre bendita, para San José, un ambiente de auténtica pobreza. Entendámonos: no un ambiente de pobreza más o menos convencional, de vida sencilla pero al margen de preocupaciones económicas, sino la áspera realidad de tener que ganarse el pan trabajando, de tener que disipar los tenues ahorrillos en el destierro, de tener que sufrir muchas veces la amargura de no poder disponer ni siquiera de lo necesario.
Desde los Evangelios apócrifos, con su muchedumbre de milagros adornando la niñez de Jesucristo, hasta el mismo San Ignacio poniendo, con encantadora ternura, la figura de una criadita que acompañe al matrimonio camino de Belén, los cristianos nos hemos rebelado muchas veces contra ese designio de la Divina Providencia que se nos antojaba excesivo. Cuando hemos querido imaginar a la Santísima Virgen le hemos dado siempre trabajos que traían consigo un halo de poesía:
La Virgen lava pañales y los tiende en el romero...
Pero lo cierto es que la Virgen habría de lavar más de una vez las humildes escaleras de la casita y barrer el pobre taller, y preparar la frugal comida. Y, junto a ella, también a San José habría de corresponderle su parte en las consecuencias de tanta pobreza.
Sabemos que fue carpintero. Alguno de los Padres apostólicos, San Justino, llegó a ver toscos arados romanos trabajados en el taller de Nazaret por el Patriarca San José y el mismo Jesús. Fuera de esto, todo lo demás son conjeturas. Pero conjeturas hechas a base de certeza, si cabe hablar paradójicamente, pues, por mucho que queramos forzar nuestra imaginación, siempre resultará que fue difícil y dura la vida de un pobre carpintero de pueblo, que a su condición de tal ha añadido las tristes consecuencias de haber vivido algún tiempo en el destierro.
Porque si algunos ahorros hubo, si algo pudo llegar a valer aquel tallercito, ciertamente que todo hizo falta cuando, como consecuencia de la persecución de Herodes, la Sagrada Familia hubo de marchar a Egipto. Dura la vida allí. Dura también la vida a la vuelta.
En este ambiente vivió Jesucristo. Y éste es el modelo que hoy se propone a todos los cristianos. Para que cada cual aprenda la lección que le corresponde.
Quiere la Iglesia que la fiesta de San José Obrero sirva, como dice la sexta lección del oficio, para despertar y aumentar en los obreros la fe en el Evangelio y la admiración y el amor por Jesucristo; sirva para despertar en los que gobiernan la atención hacia aquellos que sufren, y el deseo de poner en práctica las cosas que pueden conducir a un recto orden en la sociedad humana; sirva para corregir en la sociedad los falsos criterios mundanos que en tantas ocasiones llegan a penetrarla por completo.
Insistamos en esta triple idea.
Como consecuencia de la profunda revolución que supuso el maquinismo surgió, a mediados del siglo XIX, una nueva clase social; el proletariado. No puede decirse que esta clase social se haya apartado de la Iglesia. En realidad, estuvo en la mayor parte de los países, salvemos excepciones tan gloriosas como Irlanda, totalmente al margen de ella. Sometida a unas condiciones infrahumanas de vida, a una jornada agotadora de trabajo, a una situación económica aflictiva, hubo forzosamente de abrirse a ideologías paganas y materialistas. Gestos tan nobles como la magistral encíclica del papa León XIII Rerum Novarum cayeron en el vacío. Una sociedad que se llamaba cristiana desoyó por completo tales llamamientos. Entonces surgió poderoso, amenazador, el auge del marxismo, y posteriormente el arraigo del comunismo en esas masas, y su triunfo político en algunas naciones.
A tal situación se trata de oponer, más que una ideología, un símbolo: el de San José Obrero. Late en él toda una concepción de la vida, y del papel del trabajo en ella. Diríamos que toda una teología del trabajo. Como dice el responsorio de sexta y de nona: "El verbo de Dios, por quien han sido hechas todas las cosas se ha dignado trabajar por sus propias manos... ¡Oh inmensa dignidad del trabajo que Cristo santificó!" Es más: en ese mismo trabajo resplandece una ley divina, establecida por el Creador de todas las cosas, según recuerda la oración de la misa.
Pero la fiesta no es sólo una predicación de la dignidad del trabajo y un recuerdo de que ese trabajo ha sido compartido por el hijo de Dios y por San José. Es también un aldabonazo en la conciencia de quienes gobiernan. A ellos se les recuerda cuáles son sus obligaciones en relación con los pobres y con los humildes. Dice así el papa Pío XII: "La acción de las fuerzas cristianas en la vida pública mira, ciertamente, a que se promueva la promulgación de buenas leyes y la formación de instituciones adaptadas a los tiempos, pero también más aún significa el destierro de frases huecas y de palabras engañosas, y el sentirse la generalidad de los hombres apoyados y sostenidos en sus legítimas exigencias y esperanzas. Es necesario formar una opinión pública que, sin buscar el escándalo, señale con franqueza y valor las personas y las circunstancias que no se conforman con las leyes e instituciones justas o que deslealmente ocultan la realidad. Para lograr que un ciudadano cualquiera ejerza su influjo no basta ponerle en la mano la papeleta del voto u otros medios semejantes. Si desea asociarse a las clases dirigentes, si quiere, para el bien de todos, poner alguna vez remedio a la falta de ideas provechosas o vencer el egoísmo invasor, debe poseer personalmente las necesarias energías internas y la ferviente voluntad de contribuir a infundir una sana moral en todo el orden público".
No se trata de algo puramente retórico. Hay detrás de todo esto auténticas tragedias. Como, en esta misma fiesta, decía el papa Juan XXIII en 1959: "A diario llega a nosotros el grito doloroso de tantos hijos nuestros que piden pan para sí y para sus seres queridos, buscan trabajo, solicitan empleo seguro... A ellos, por tanto, debe dirigirse la común solicitud, y confiamos en que, con oportunas medidas y con solícito cuidado, se resuelvan las dificultades encontrándoles la debida y necesaria fuente de sustento y de serenidad familiar".
Desgraciadamente, se hace necesario también una tercera actuación de esta fiesta, no sólo sobre los trabajadores y los dirigentes, sino sobre la misma sociedad. El Evangelio de la fiesta nos recuerda el desdén con que las gentes contemporáneas de Jesucristo comentaban, al oír su predicación, que se trataba del hijo de un carpintero. Después de veinte siglos de cristianismo todavía queda mucho de aquél, y estamos lejos de apreciar en nuestra vida corriente y normal la sublime dignidad del hombre, aunque sea de condición humilde y tenga que trabajar con sus manos. Nos escandaliza encontrar en la historia épocas en que este trabajo era, en ambientes que se decían cristianos, algo deshonroso, que podía incluso, si se encontraba en los antepasados, impedir el acceso a algunas Ordenes religiosas. Pero no nos costaría mucho encontrar idénticos criterios mundanos, paganos, construidos de espaldas al verdadero cristianismo, en nuestra misma sociedad de hoy. Hay mucho que reformar. Para que los puestos de dirección se den a quien se lo merezca, y no por razón de nacimiento o influencia; para que nuestras clases sociales sean permeables, y sea, por consiguiente, fácil el paso de unas a otras; para que se superen añejos prejuicios raciales o sociales; para que en todas partes, en las Asociaciones católicas, en los colegios, en el trabajo, en la amistad..., todos nos sintamos verdaderamente hermanos.
Este es el triple fruto que la Iglesia se propone obtener con la institución de la fiesta de San José Obrero.
Ningún colofón final mejor que reproducir aquí la hermosa oración con que el papa Juan XXIII terminaba su alocución en esta fiesta el año 1959.
" ¡Oh glorioso San José, que velaste tu incomparable y real dignidad de guardián de Jesús y de la Virgen María bajo la humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste sus vidas, protege con amable poder a los hijos que te están especialmente confiados!
"Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos porque tú mismo los probaste al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que, oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron creados por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus almas inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las oficinas, en las minas, en los laboratorios de la ciencia no están solos para trabajar, gozar y servir, sino que junto a ellos está Jesús con María, Madre suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar el sudor, para mitigar sus fatigas. Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento altísimo de santificación".
La Iglesia ha dedicado el mes de mayo a María, a la dulce Reina de nuestras vidas, es por eso que comenzando con una simple oración le regalaremos nuestro corazón: ¡Oh María, oh dulcísima, oh dueña mía!. Vengo a entregarte lo poco que poseo yo, pues sólo tuyo soy para que lo pongas en oblación ante el Trono de nuestro Señor. Te doy mi voluntad, para que no exista más y sea siempre la Voluntad del Padre Celestial. Cada día del mes de mayo tiene que ser una flor para María. Por eso le regalaremos en cada jornada de su mes una meditación, una oración, una decena del Santo Rosario y una florecilla. De este modo iremos formando un ramo de flores para nuestra Reina del Cielo que nuestros ángeles custodios le llevarán en actitud de veneración.
Flor del 1 de mayo: Santa María Fiesta de San José Obrero, su castisimo esposo. Meditación: “El nombre de la Virgen era María” (Lucas 1,27). Según la tradición cristiana a la Santísima Virgen le impusieron ese nombre por especial designio de Dios, significando en arameo Señora, en hebreo Hermosa y en egipcio Amada de Dios. Oración: ¡Oh hermosa Señora, nos alegramos en tu Hijo Resucitado ya que Dios te ha amado tanto para hacerte Hija del Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de Su Hijo!. Amén. Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria). Florecilla para este día: Hacer un especial examen de conciencia por la noche, antes de ir a dormir.
Autor: Jaime Rodríguez | Fuente: Catholic.net Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador Juan 15,1-8. Pascua. Cristo quiere que demos mucho fruto y por esto nos poda, nos limpia, aunque duela.
Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador
San José Obrero Mateo 13, 54-58
Del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8
Yo
soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en
mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé
más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he
anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el
sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid;
así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros
los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto;
porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en
mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen,
los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La
gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.
Oración introductoria
Padre,
mi gran y buen viñador. Que esta oración me ayude a descubrir todo lo
que tenga que «podar» en mi vida, para poder unirme plenamente a tu
amada vid, Cristo, que me da la gracia para vivir en plenitud, como
discípulo y misionero de su amor.
Petición
Señor, dame la gracia de ser un sarmiento que viva siempre unido a Ti, para poder dar fruto.
Meditación del Papa
Él
está con nosotros, y nosotros con Él. "¿Por qué me persigues?" Por
tanto, es Jesús quien sufre las persecuciones contra su Iglesia. Y, al
mismo tiempo, no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe.
Jesús está con nosotros. En la parábola, Jesús continúa diciendo: "Yo
soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador", y explica que el
viñador toma la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que
dan fruto para que den más fruto. Usando la imagen del profeta
Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios quiere
arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, para darnos un
corazón vivo, de carne. Quiere darnos vida nueva y llena de fuerza.
Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los que necesitan
el médico, y no los sanos. Y así, como dice el Concilio Vaticano II, la
Iglesia es el "sacramento universal de salvación" que existe para los
pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de
la vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha
sido confiada por Cristo. Benedicto XVI, 22 de septiembre de 2011.
Reflexión
Vino que no envejece
Los frutos de los cuales Jesús habla son frutos que duran para la vida eterna, que no se deterioran, que están siempre frescos.
Estos
frutos son las obras del cristiano y simboliza el sarmiento, cada uno
de nosotros, que se encuentra en la gracia de Dios porque está unido a
Jesús que es la vid, dador de la savia a toda la viña. El deseo de
Cristo es que llevamos mucho fruto y por esto nos poda, nos pone a
prueba porque quiere que permanezcamos en Él. "No dice que permanezcamos
con "él", sino "en" él. Permanecer en Cristo es una elección que sólo
nos corresponde hacer a nosotros. Ser fieles a ella sólo será posible
con la gracia de su misericordia.
Además, "permanecer en Cristo"
no significa sólo hacer coincidir nuestro actuar, pensar y desear con su
voluntad, sino que requiere un constante empeño en el amor. Amor que
confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida.
Sólo
el amor constante es auténtico. La inconstancia en el amor se llama
volubilidad. Un amor que no decae, sino que afronta y resiste a las
dificultades de la vida, a pesar de los golpes y de los ataques. Este
amor se fortalece, se purifica, se vuelve poco a poco más fuerte. Así el
Viñador, podando y cortando, trata de refinar cada vez más el vino,
fruto de cada sarmiento, para que nos parezcamos a aquel perfecto y
sublime amor de Cristo. Aferremos nos, pues, a la vid, que es Cristo, y
gustemos su amistad, la savia que nos sustenta durante el camino
terrenal.
Propósito
Confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida, el amor a Cristo y a su Iglesia.
Diálogo con Cristo
La
Palabra de Dios es la verdad. «Pidan lo que quieran y se les
concederá». Señor, ¿por qué conociendo tu Palabra no la hago vida? ¿Por
qué mi meditación frecuentemente no es auténtica oración? Sin Ti, mi
vida es incompleta, sin Ti, la vida no tiene un sentido pleno, sin Ti,
no puedo dar fruto, por eso hoy te pido tu gracia para que mi oración me
lleve a compartir con los demás la alegría de haberte encontrado.
Propone una «bendita vergüenza» La confesión, según el Papa Francisco: ni una lavandería, ni una sesión de tortura
Actualizado 30 abril 2013
El
confesionario no es ni una "lavandería" que elimina las manchas de los
pecados, ni una "sesión de tortura", donde se infligen golpes.
La
confesión es, más bien, un encuentro con Jesús donde se toca de cerca
su ternura. Pero hay que acercarse al sacramento sin trucos o verdades a
medias, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados con aquella
"bendita vergüenza", la "virtud del humilde" que nos hace reconocer como
pecadores.
Así se ha expresado el papa Francisco sobre la
reconciliación, en la homilía pronunciada durante la misa celebrada este
lunes 29 de abril, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, según
informaba el diario vaticano L´Osservatore Romano.
Entre los
concelebrantes estaban el cardenal Domenico Calcagno, presidente de la
Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), con el
secretario, monseñor Luigi Mistò; el arzobispo Francesco Gioia,
presidente de la Opera Peregrinatio ad Petri Sedem, el arzobispo de
Owerri, monseñor Anthony Obinna, y el procurador general de los
Verbitas, padre Giancarlo Girardi.
También concelebraron monseñor
Eduardo Horacio García, obispo auxiliar y provicario general de Buenos
Aires. Entre los presentes, las hermanas Pías Discípulas del Divino
Maestro, que sirven en el Vaticano y un grupo de empleados de APSA.
El
papa inició su homilía con una reflexión sobre la primera carta de San
Juan (1, 5-2, 2), en la que el apóstol «se dirige a los primeros
cristianos, y lo hace con sencillez: "Dios es luz y en Él no hay
tiniebla alguna". Pero "si decimos que estamos en comunión con Él",
amigos del Señor, "y andamos en tinieblas, somos mentirosos y no
practicamos la verdad". Y a Dios se le debe adorar en espíritu y en
verdad».
"¿Qué quiere decir -preguntó el papa--, caminar en la
oscuridad? Porque todos tenemos oscuridad en nuestras vidas, incluso
momentos en los que todo, incluso en la propia conciencia, es oscuro,
¿no? Caminar en la oscuridad significa estar satisfecho consigo mismo.
Estar convencidos de no necesitar salvación. ¡Esas son las tinieblas!".
Y,
continuó, "cuando uno avanza en este camino de la oscuridad, no es
fácil volver atrás. Por lo tanto Juan continúa, tal vez esta manera de
pensar lo ha hecho reflexionar: "Si afirmamos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros". Miren sus
pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos. Este es el
punto de partida".
"Si confesamos nuestros pecados --dijo el
papa--, Él es fiel, es justo tanto para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. Y se presenta a nosotros, ¿no es así?, este
Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona. Cuando el Señor
nos perdona hace justicia. Sí, hace justicia primero a sí mismo, porque
Él ha venido a salvar, y cuando nos perdona hace justicia a sí mismo.
«Soy tu salvador» y nos acoge".
Lo hace en el espíritu del Salmo
102: "Como un padre es tierno con sus hijos, así es el Señor, y tierno
con los que le temen", con los que vienen a Él. La ternura del Señor.
Siempre nos entiende, pero no nos deja hablar: Él lo sabe todo. «No te
preocupes, vete en paz», la paz que sólo Él da".
Esto es lo que
"sucede en el sacramento de la reconciliación. Tantas veces --dijo el
papa--, pensamos que ir a la confesión es como ir a la lavandería. Pero
Jesús en el confesionario no es una lavandería".
La confesión «es
un encuentro con Jesús que nos espera como somos. "Pero, Señor, mira,
yo soy así". Estamos avergonzados de decir la verdad: hice esto, pensé
en aquello. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana, e
incluso humana. La capacidad de avergonzarse: no sé si en italiano se
dice así, pero en nuestra tierra a los que no pueden avergonzarse le
dicen "sinvergüenza". Este es uno sin "vergüenza", porque no tiene la
capacidad de avergonzarse. Y avergonzarse es una virtud del humilde».
Seguido
a esto, el papa Francisco retomó la carta de san Juan. Estas palabras,
dijo, que nos invitan a confiar: "El Paráclito está de nuestro lado y
nos sostiene ante el Padre. Él sostiene nuestra vida débil, nuestro
pecado. Nos perdona. Él es nuestra defensa, porque nos sostiene. Ahora,
¿cómo debemos ir hasta el Señor, así, con nuestra realidad de pecadores?
Con confianza, incluso con alegría, sin maquillaje. ¡Nunca debemos
maquillarnos delante de Dios! Con la verdad. ¿Con vergüenza? Bendita
vergüenza, esta es una virtud".
«Jesús nos espera a cada uno de
nosotros, reiteró citando el evangelio de Mateo (11, 25-30): "Vengan a
mí todos los que están fatigados y sobrecargados", incluso del pecado,
"y yo les daré descanso. Lleven sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí,
que soy manso y humilde de corazón". Esta es la virtud que Jesús nos
pide: la humildad y la mansedumbre».
"La humildad y la
mansedumbre --prosiguió el papa--, son como el marco de una vida
cristiana. Un cristiano siempre va así, en la humildad y en la
mansedumbre. Y Jesús nos espera para perdonarnos. ¿Puedo hacerles una
pregunta?: ¿ir ahora a confesarse, no es ir a una sesión de tortura?
¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y
Él me espera para golpearme? No, sino con ternura para perdonarme. ¿Y
si mañana hago lo mismo? Vas de nuevo, y vas, y vas, y vas... Él siempre
nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta mansedumbre".
El papa invitó a confiar en las palabras del apóstol Juan: "Si alguno ha pecado, tenemos un Paráclito ante el Padre".
Y
concluyó: "Esto nos da aliento. Es bello, ¿no? ¿Y si tenemos vergüenza?
Bendita vergüenza porque eso es una virtud. Que el Señor nos dé esta
gracia, este valor de ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es
la luz. Y no con la oscuridad de las verdades a medias o de las
mentiras delante de Dios”.
Para rezar...un cirio encendido Arroja fuera de ti las preocupaciones, aparta de ti tus inquietudes. Dedícate un rato a Dios y descansa un momento en su presencia. Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com
Esta es mi rutina todas las mañanas al comenzar la meditación: Entro a mi habitación, cierro la puerta y las persianas, apago las luces, enciendo un cirio, lo pongo frente al crucifijo, me arrodillo o me siento, y en un ambiente de completo silencio voy a la profundidad del corazón: "Cuando ores, entra en tu alcoba, y cerrada tu puerta ora a tu Padre que está en lo secreto." Mt 6,6
Busco la calma, callo todo aquello que no me lleva al encuentro conmigo mismo y con Dios. El silencio es la frecuencia para el encuentro con Dios. Debe reinar el silencio para escuchar a Dios, sobre todo silencio en el corazón. El silencio requerido para la meditación debe ser no sólo de ruidos exteriores, también y sobre todo de los ruidos interiores que provocan la imaginación, la memoria y las emociones.
Para este momento San Anselmo escribe: "Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él." (San Anselmo)
Jesús buscó siempre el silencio. El silencio del corazón de María el día de la anunciación, el silencio de la cueva de Belén, el silencio de la casita humilde en Nazaret, el silencio del desierto al comenzar la vida pública, el silencio de las noches de oración, el silencio del huerto de los olivos, el silencio de la cruz, del sábado santo y de la resurrección. Hoy está en el silencio del Sagrario y te espera en el silencio de tu corazón. Quiere que en él encuentres un silencio sonoro: la irrupción del mismo Espíritu que se hizo presente en la comunidad de los apóstoles y se posó sobre cada uno de ellos cuando estaban en oración (Hechos 1,14; 2,1)
El silencio es la puerta de acceso al corazón. El silencio y la soledad son preparación para el encuentro con Dios; el encuentro con Dios es comunión y plenitud. Primero es ausencia de interferencias, luego es el ambiente propicio para la escucha, luego la unión de corazones: un silencio fascinante, fecundo, revelador.
Veo con toda calma la llama del cirio: humilde, serena, ardiente, luminosa. Cierro los ojos y con la mirada interior, la de la fe, traigo a la memoria la llama que el Espíritu Santo encendió en lo más profundo de mi corazón el día de mi Bautismo. Esa llama que arde en lo más profundo de mi ser es la presencia de Dios vivo. "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" 1 Cor 3,16
"Di, pues, alma mía, di a Dios: -Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.- Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte." (San Anselmo)
El silencio ahora es atención amorosa a la presencia oculta de Dios en el corazón: "Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior, estarse amando al amado." (Suma de perfección, San Juan de la Cruz) Ya en la presencia de Dios, permaneces en sus brazos: "callado y tranquilo, como un niño recién amamantado en brazos de su madre." (Sal 131) Y entonces te quedas envuelto en la presencia de Aquél en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (He 17, 28)
Martirologio
Romano: San Pío V, papa, de la Orden de Predicadores, que, elevado a la
sede de Pedro, se esforzó con gran piedad y tesón apostólico en poner
en práctica los decretos del Concilio de Trento acerca del culto divino,
la doctrina cristiana y la disciplina eclesiástica, promoviendo también
la propagación de la fe. Se durmió en el Señor en Roma, el día primero
del mes de mayo (1572).
Etimológicamente: Pío = Aquel que es piadoso, es de origen latino. Se
le recuerda principalmente como “el Papa de la victoria de Lepanto”, no
porque fuera un hombre belicoso, sino porque con su autoridad y con su
prestigio personal logró imponer una tregua en las discordias caseras de
los Estados europeos y llevarlos a una “santa alianza” para detener la
amenazadora avanzada de los turcos. El 7 de octubre la armada Cristiana
obtuvo en las aguas de Lepanto una definitiva victoria contra la flota
turca. Ese mismo día Pío V, que no disponía de los rápidos medios de
comunicación de hoy, ordenó que tocaran todas las campanas de Roma,
invitando a los fieles a darle gracias a Dios por la victoria obtenida.
Michele
Ghisleri elegido Papa en 1566 con el nombre de Pío V, nació en Bosco
Marengo, Provincia de Alessandria (Italia) en 1504. A los 14 años entró a
la Orden de los dominicos. Una vez ordenado sacerdote, atravesó todas
las etapas de una carrera excepcional: professor, prior del convento,
superior provincial, inquisidor en Como y en Bérgamo, obispo de Sutri y
Nepi, cardenal, grande inquisidor, obispo de Mondoví, y Papa.
Pío
V fue sobre todo un gran reformador. Entre las reformas que promovió,
siguiendo el concilio de Trento, recordamos la obligación de residencia
para los obispos, la clausura de los religiosos, el celibato y la
santidad de vida de los sacerdotes, las visitas pastorales de los
obispos, el impulso a las misiones, la corrección de los libros
litúrgicos, la censura de las publicaciones. La rígida disciplina que el
santo Pontífice impuso a la Iglesia fue también norma constante de su
vida. Vivía el ideal ascético del fraile mendicante.
Condescendiente
con los humildes, paterno con la gente sencilla, pero sumamente severo
con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y
decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I, a
sabiendas de las consecuencias trágicas que esto acarrearía a los
católicos ingleses.
Pío V murió el 1 de mayo de 1572, a los 68 años de edad. Fue canonizado 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI. = Fuente: Archidiócesis de Madrid
Autor: H. Cristian González | Fuente: Catholic.net Cristo da su paz a los discípulos Juan 14, 27-31. Pascua. En Cristo está nuestra paz, y con Él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar?
Cristo da su paz a los discípulos Del santo Evangelio según san Juan 14, 27-31
Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.
Oración introductoria
Señor, mi corazón está hecho para vivir en paz y Tú eres la única, autentica, abundante y gratuita fuente de paz. Nada, ni el mundo, ni los problemas ni las dificultades pueden arrebatármela. Lléname de tu paz para poder difundirla en los demás.
Petición
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dame tu paz.
Meditación del Papa
Dios no pasa nunca y todos existimos en virtud de su amor. Existimos porque él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra "sombra". Nuestra serenidad, nuestra esperanza, nuestra paz se fundan precisamente en esto: en Dios, en su pensamiento y en su amor; no sobrevive sólo una "sombra" de nosotros mismos, sino que en él, en su amor creador, somos conservados e introducidos con toda nuestra vida, con todo nuestro ser, en la eternidad. Es su amor lo que vence la muerte y nos da la eternidad, y es este amor lo que llamamos "cielo": Dios es tan grande que tiene sitio también para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al mismo tiempo Dios, es para nosotros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden existir y vivir eternamente uno en el otro.Benedicto XVI, 15 de agosto de 2010.
Reflexión
Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que él considera más importantes.
Primero nos da su paz, y nos dice que no se turbe nuestro corazón porque "me voy pero volveré" y en otro pasaje: "yo estoy y estaré con ustedes, todos los días, hasta el final del mundo..." En él está nuestra paz, es más, él es nuestra paz, y con él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar?
Sólo nos podemos preocupar por aquello que afecte nuestra amistad con Él o nuestra salvación eterna, lo demás no es esencial. Sólo Dios, sólo Él.
Las últimas dos líneas de este pasaje son las más importantes: "...llega el príncipe de este mundo. No tiene ningún poder sobre mí, pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según me ha ordenado". Dicho en palabras más claras, Cristo está diciendo que el demonio no tiene poder sobre Él, pero que va a morir en la cruz libremente porque quiere que aprendamos, que sepamos que lo más importante es amar a Dios, y amar es cumplir sus mandamientos, es obedecerle. Adán y Eva pecaron desobedeciendo, Cristo nos redimió obedeciendo, y obedeciendo por amor.
Propósito
Pedir al Espíritu Santo que me haga testigo y misionero fiel del amor y de la paz.
Diálogo con Cristo
Tu cercanía, Señor, en esta oración es causa de una paz y alegría inmensa, porque me siento amado, acompañado, sostenido. ¿Cómo agradecer tanto amor? Sí, lo sé, la paz y la alegría, cuando eres Tú la fuente, son expansivas, necesariamente y sin mérito propio, hacen también la diferencia en la vida de los demás. Qué don tan grande, ¡gracias!
Recibid
¡oh Espíritu Santo!, la consagracion perfecta y absoluta de todo mi
ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en
cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi
director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. ¡Oh
Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo
de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo
Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén
Tenemos muchos amigos, pero sólo un Amigo ¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos hacen el mayor mal. Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net
Todos tenemos la tendencia a amar y sentimos la necesidad de ser amados.
¡Cuánto
sufre una esposa cuando siente que su marido ya no la ama! ¡Cuánto les
duele a los hijos cuando ven a sus padres separarse! Muchas veces el
amar y el sentirse amado parecen sólo una ilusión.
Hay una
Persona que satisface esta sed existencial del hombre. Él no quiere
fallarnos, ni puede hacerlo. Es Jesús de Nazaret. Es la única persona
que llena totalmente el corazón del hombre.
Él es el único amigo
sincero, es el único amigo fiel, es el único que nos tiende la mano y
nos ayuda y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la vejez, en
la tumba y en la eternidad.
La imagen que nos da el Evangelio de
Cristo es de un hombre fiel a sus amigos. Cuando Pedro le quiere
disuadir de ir a Jerusalén para ser torturado y muerto, responde:
¡Apártate de mí, Satanás, pues tus caminos no son los de Dios!. Con
estas palabras duras quiere corregir a su Apóstol, que no entiende el
camino salvífico de la cruz. Pero Cristo fue tolerante y fiel a aquel
que había escogido para ser el primer Papa de la Iglesia, pues le
perdonó el haberle traicionado cobardemente durante la pasión; al hablar
con él después de su resurrección le dijo: ¡Apacienta mis corderos y
mis ovejas.!
Hace falta tener este tipo de amigo, que no nos deja
nadar tranquilamente en el dulce charco de nuestra mediocridad, que no
nos deja pisar la arena movediza de la comodidad.
Cristo exigió a
la Samaritana el superarse cuando le dijo: ¡Mujer, vete y llama a tu
marido!. Por medio de esta afirmación quería mover su conciencia, porque
ella no tenía un marido, sino había tenido varios amantes. Algo
semejante dijo a la mujer sorprendida en flagrante adulterio; los
fariseos querían apedrearla, pero Cristo la salvó; al final le dijo: No
te condeno, pero vete y no peques más.
Este Amigo quería lo mejor
para sus amigos y por eso quiso salvarles de la muerte radical y
definitiva, que es el infierno, y darles la vida radical y definitiva,
que es el cielo. El mayor bien que se puede hacer a un amigo es ayudarle
a salvar su alma.
¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos hacen el mayor mal.
La amistad que Cristo nos ofrece supera las fronteras espacio-temporales. Él nos ama en esta vida y en la otra.
Me
acuerdo que una señora, viuda, sin hijos, me dijo una vez: "Ya no tengo
razón para vivir." Yo le contesté: "Lo siento mucho por Ud., señora,
pues parece ser que nunca ha entendido el Evangelio. Evangelio significa
buena nueva". La gran noticia que el Mesías nos comunicó es que Dios
nos ama por medio de Cristo; lo mandó a este mundo para enseñarnos la
Verdad y la Vida, pues Él es el Camino para conocer la Verdad y para
adquirir la Vida. Cuando uno se da cuenta de esto, aún los sufrimientos
más duros, sean físicos o morales, se relativizan, porque nos damos
cuenta que hay una Persona que nos ama inmensamente.
Una vez tuve
la ocasión de hablar con una muchacha que se había cortado las venas
con la intención de acabar con su vida. Tenía sólo 16 años y todavía se
podían ver las cicatrices de las cortaduras en sus muñecas. Ella me
dijo: "Mis padres no me quieren. Nadie me quiere." Yo le hablé del amor
inmenso de Dios hacia cada uno de nosotros. Ella se quedó muy consolada.
Cuando
Pedro Bernardone, el padre de Francisco de Asís, lo echó fuera de casa y
lo desheredó, el Santo se dio cuenta que tenía un Padre que no le podía
fallar.
Tal vez éste sea el mensaje central y esencial del
Evangelio: tenemos un Padre en el Cielo que nos ama apasionadamente y lo
ha mostrado por medio de su Hijo Jesucristo.