Jesús, como permanece
para siempre, tiene un sacerdocio eterno. De aquí que tiene poder para
llevar a la salvación definitiva a cuantos por él se vayan acercando a
Dios, porque vive para siempre para interceder por ellos. Y tal era
precisamente el sumo sacerdote que nos convenía: santo, sin maldad, sin
mancha, excluido del número de los pecadores y exaltado más alto que los
cielos. No tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer
víctimas cada día, primero por sus propios pecados y luego por los del
pueblo. Esto lo hizo una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo.
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