22 jul 2023

Santo Evangelio 22 de Julio 2023

 



 Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18):

 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».

Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.



«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy celebramos con gozo a santa María Magdalena. ¡Con gozo y provecho para nuestra fe!, porque su camino muy bien podría ser el nuestro. La Magdalena venía de lejos (cf. Lc 7,36-50) y llegó muy lejos… En efecto, en el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús, encontró a Jesús resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nuestro”. Aquella mañana, Jesucristo le descubrió lo más grande de nuestra fe: que ella también era hija de Dios.

En el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos aspectos importantes de la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado “ve” también al Padre, al Señor.

Por otro lado, al “salto de la fe” «se llega por lo que la Biblia llama conversión o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe» (Papa Benedicto). ¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de ser éste también un paso reiterado en nuestras vidas?

En la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no ahorró en perfumes para su Amor. ¡El amor!: he aquí otro “vehículo” de la fe, porque ni escuchamos, ni vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio de san Juan aparece claramente que «creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver (…)». En aquel amanecer, María Magdalena arriesga por su Amor, oye a su Amor (le basta escuchar «María» para re-conocerle) y conoce al Padre. «En la mañana de la Pascua (…), a María Magdalena que ve a Jesús, se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión: ‘He visto al Señor’ (Jn 20,18)» (Papa Francisco).

Ardìa en deseos de Cristo, a quien pensaba que se lo habìan llevado

 



Ardìa en deseos de Cristo, a quien pensaba que se lo habìan llevado


María Magdalena, cuando llegó a al sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el Evangelio acerca de ellos: Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade, a continuación: María se había quedado fuera, llorando junto al sepulcro.

Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el fin se salvará.

Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría, es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los cantares: Desfallezco de amor; y también: Mi alma se derrite.

Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

Jesús dijo: «¡María!» Después de haberla llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera: «Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial.» María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama «rabbuní»,es decir: «maestro», ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.

De las Homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los Evangelios

(Homilía 25, 1-2. 4-5: PL 76, 1189-1193)

21 jul 2023

Santo Evangelio 21 de Julio 2023

 



 Texto del Evangelio (Mt 12,1-8):

 En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».



«Misericordia quiero y no sacrificio»


Rev. D. Josep RIBOT i Margarit

(Tarragona, España)

Hoy el Señor se acerca al sembrado de tu vida, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad, amor a Dios y a los demás? Jesús, que corrige la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático: ¿tendrá que recordarte que solo le interesa tu corazón, tu capacidad de amar?

«Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado» (Mt 12,2). Lo dijeron convencidos, eso es lo increíble. ¿Cómo prohibir hacer el bien, siempre? Algo te recuerda que ningún motivo te excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás.

«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7). Repítelo muchas veces, para grabarlo en tu corazón: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos. «¡Qué cercano está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón» (San Agustín). ¡Y qué lejos estás de Dios cuando permites que tu corazón se endurezca como una piedra!

Jesucristo acusó a los fariseos de condenar a los inocentes. Grave acusación. ¿Y tú? ¿te interesas de verdad por las cosas de los demás? ¿los juzgas con cariño, con simpatía, como quien juzga a un amigo o a un hermano? Procura no perder el norte de tu vida.

Pídele a la Virgen que te haga misericordioso, que sepas perdonar. Sé benévolo. Y si descubres en tu vida algún detalle que desentone de esta disposición de fondo, ahora es un buen momento para rectificar, formulando algún propósito eficaz.


El Testigo interior

 



El Testigo interior


El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él. Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Entonces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero y lo verdadero como falso.

La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.

De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.

(Libro 10, 47-48: PL 75, 946-947)

20 jul 2023

Santo Evangelio 20 de Julio 2023

  


Texto del Evangelio (Mt 11,28-30):

 En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».



«Venid a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso»


P. Julio César RAMOS González SDB

(Mendoza, Argentina)

Hoy, ante un mundo que ha decidido darle la espalda a Dios, ante un mundo hostil a lo cristiano y a los cristianos, escuchar de Jesús (que es quien nos habla en la liturgia o en la lectura personal de la Palabra), provoca consuelo, alegría y esperanzas en medio de las luchas cotidianas: «Venid a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso» (Mt 11,28-29).

Consuelo, porque estas palabras contienen la promesa del alivio que proviene del amor de Dios. Alegría, porque hacen que el corazón manifieste en la vida, la seguridad en la fe de esa promesa. Esperanzas, porque caminando, en un mundo así de resuelto contra Dios y nosotros, los que creemos en Cristo sabemos que no todo acaba con un fin, sino que muchos “fines” fueron “principios” de cosas mucho mejores, como lo mostró su propia resurrección.

Nuestro fin, para principio de novedades en el amor de Dios, es estarse siempre con Cristo. Nuestra meta es ir indefectiblemente al amor de Cristo, “yugo” de una ley que no se basa en la limitada capacidad de los voluntarismos humanos, sino en la eterna voluntad salvadora de Dios.

En ese sentido nos dirá Benedicto XVI en una de sus Catequesis: «Dios tiene una voluntad con y para nosotros, y ésta debe convertirse en lo que queremos y somos. La esencia del cielo estriba en que se cumpla sin reservas la voluntad de Dios, o para ponerlo en otros términos, donde se cumple la voluntad de Dios hay cielo. Jesús mismo es “cielo” en el sentido más profundo y verdadero de la palabra, es Él en quien y a través de quien se cumple totalmente la voluntad de Dios. Nuestra voluntad nos aleja de la voluntad de Dios y nos vuelve mera “tierra”. Pero Él nos acepta, nos atrae hacia Sí y, en comunión con Él, aprendemos la voluntad de Dios». Que así sea, entonces.


La Ley del Señor abarca muchos aspectos

 



La Ley del Señor abarca muchos aspectos


La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe entenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuáles son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Ayudaos a llevar mutuamente vuestras cargas; y así cumpliréis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: La caridad es comprensiva, la caridad no presume ni se engríe; no es ambiciosa ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

La caridad es comprensiva, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es benigna, porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloria de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambiciosa, porque, dedicada con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya que sólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con ella. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí misma a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anhelosa únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí misma, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, como esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.

(Libro 10, 7-8. 10: PL 75, 922. 925-926)

19 jul 2023

Santo Evangelio 19 de Julio 2023

 



 Texto del Evangelio (Mt 11,25-27):

 En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».



«Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños»


P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP

(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de penetrar, por así decir, en la estructura de la misma divina sabiduría. ¿A quien entre nosotros no le apetece conocer desvelados los misterios de esta vida? Pero hay enigmas que ni el mejor equipo de investigadores del mundo nunca llegará siquiera a detectar. Sin embargo, hay Uno ante el cual «nada hay oculto (...); nada ha sucedido en secreto» (Mc 4,22). Éste es el que se da a sí mismo el nombre de “Hijo del hombre”, pues afirma de sí mismo: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11,27). Su naturaleza humana —por medio de la unión hipostática— ha sido asumida por la Persona del Verbo de Dios: es, en una palabra, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, delante la cual no hay tinieblas y por la cual la noche es más luminosa que el pleno día.

Un proverbio árabe reza así: «Si en una noche negra una hormiga negra sube por una negra pared, Dios la está viendo». Para Dios no hay secretos ni misterios. Hay misterios para nosotros, pero no para Dios, ante el cual el pasado, el presente y el futuro están abiertos y escudriñados hasta la última coma.

Dice, complacido, hoy el Señor: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25). Sí, porque nadie puede pretender conocer esos o parecidos secretos escondidos ni sacándolos de la obscuridad con el estudio más intenso, ni como debido por parte de la sabiduría. De los secretos profundos de la vida sabrá siempre más la ancianita sin experiencia escolar que el pretencioso científico que ha gastado años en prestigiosas universidades. Hay ciencia que se gana con fe, simplicidad y pobreza interiores. Ha dicho muy bien Clemente Alejandrino: «La noche es propicia para los misterios; es entonces cuando el alma —atenta y humilde— se vuelve hacia sí misma reflexionando sobre su condición; es entonces cuando encuentra a Dios».


Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia

 


Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia


Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas. Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio militar? Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!

De las Confesiones de san Agustín, obispo.

(Libro 10, 26, 37-29, 40: CSEL 33, 255-256)

18 jul 2023

Santo Evangelio 18 de Julio 2023

  


Texto del Evangelio (Mt 11,20-24):

 En aquel tiempo, Jesús se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti».



«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!»


Fr. Damien LIN Yuanheng

(Singapore, Singapur)

Hoy, Cristo reprende a dos ciudades de Galilea, Corozaín y Betsaida, por su incredulidad: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, (...) se habrían convertido» (Mt 11,21). Jesús mismo da testimonio en favor de las ciudades fenicias, Tiro y Sidón: éstas hubieran hecho penitencia, con gran humildad, de haber experimentado las maravillas del poder divino.

Nadie es feliz recibiendo una buena reprimenda. En efecto, tiene que ser especialmente doloroso ser reprendido por Cristo, Él que nos ama con un corazón infinitamente misericordioso. Simplemente, no hay excusa, no hay inmunidad cuando uno es reprendido por la mismísima Verdad. Recibamos, pues, con humildad y responsabilidad cada día la llamada de Dios a la conversión.

También notamos que Cristo no se anda con rodeos. Él situó a su audiencia frente a frente ante la verdad. Debemos examinarnos sobre cómo hablamos de Cristo a los demás. A menudo, también nosotros tenemos que luchar contra nuestros respetos humanos para poner a nuestros amigos frente a las verdades eternas, tales como la muerte y el juicio. El Papa Francisco, conscientemente, describió a san Pablo como un “alborotador”: «El Señor siempre quiere que vayamos más lejos... Que no nos refugiemos en una vida tranquila ni en las estructuras caducas (…). Y Pablo, molestaba predicando al Señor. Pero él iba hacia adelante, porque tenía dentro de sí aquella actitud cristiana que es el celo apostólico. No era un “hombre de compromiso”». ¡No rehuyamos nuestro deber de caridad!

Quizá, como yo, encontrarás iluminadoras estas palabras de san Josemaría Escrivá: «(…) Se trata de hablar en sabio, en cristiano, pero de modo asequible a todos». No podemos dormirnos en los laureles —acomodarnos— para ser entendidos por muchos, sino que debemos pedir la gracia de ser humildes instrumentos del Espíritu Santo, con el fin de situar de lleno a cada hombre y a cada mujer ante la Verdad divina.

A ti, Señor, me manifiesto tal como soy

 



A ti, Señor, me manifiesto tal como soy


Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como soy por ti conocido. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni defecto. Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que obra la verdad viene a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme sino es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.

Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello lo transformas de impío en justo. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita en él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.

Ciertamente ahora te vemos como en un espejo y borrosamente, no cara a cara, y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.

Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.

De las Confesiones de san Agustín, obispo

(Libro 10, 1, 1—2, 2; 5, 7: CSEL 33, 226-227. 230-231)

17 jul 2023

Santo Evangelio 17 de Julio 2023

  


Texto del Evangelio (Mt 10,34--11,1):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.



«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí»


Rev. D. Valentí ALONSO i Roig

(Barcelona, España)

Hoy Jesús nos ofrece una mezcla explosiva de recomendaciones; es como uno de esos banquetes de moda donde los platos son pequeñas "tapas" para saborear. Se trata de consejos profundos y duros de digerir, destinados a sus discípulos en el centro de su proceso de formación y preparación misionera (cf. Mt 11,1). Para gustarlos, debemos contemplar el texto en bloques separados.

Jesús empieza dando a conocer el efecto de su enseñanza. Más allá de los efectos positivos, evidentes en la actuación del Señor, el Evangelio evoca los contratiempos y los efectos secundarios de la predicación: «Enemigos de cada cual serán los que conviven con él» (Mt 10,36). Ésta es la paradoja de vivir la fe: la posibilidad de enfrentarnos, incluso con los más próximos, cuando no entendemos quién es Jesús, el Señor, y no lo percibimos como el Maestro de la comunión.

En un segundo momento, Jesús nos pide ocupar el grado máximo en la escala del amor: «quien ama a su padre o a su madre más que a mí…» (Mt 10,37), «quien ama a sus hijos más que a mí…» (Mt 10,37). Así, nos propone dejarnos acompañar por Él como presencia de Dios, puesto que «quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mt 10,40). El efecto de vivir acompañados por el Señor, acogido en nuestra casa, es gozar de la recompensa de los profetas y los justos, porque hemos recibido a un profeta y un justo.

La recomendación del Maestro acaba valorando los pequeños gestos de ayuda y apoyo a quienes viven acompañados por el Señor, a sus discípulos, que somos todos los cristianos. «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo...» (Mt 10,42). De este consejo nace una responsabilidad: respecto al prójimo, debemos ser conscientes de que quien vive con el Señor, sea quien sea, ha de ser tratado como le trataríamos a Él. Dice san Juan Crisóstomo: «Si el amor estuviera esparcido por todas partes, nacerían de él una infinidad de bienes».

Salmo 94

 


Salmo 94 

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


Venid, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.


Durante cuarenta años

aquella generación me repugnó, y dije:

Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso»


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Si aceptamos de Dios los bienes, ¿No vamos a aceptar los males?

 


Si aceptamos de Dios los bienes, ¿No vamos a aceptar los males?


El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Llevamos este tesoro en vasos de barro. En el bienaventurado Job, el vaso de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Entiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como eternos, y por males las calamidades presentes, acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.

Pero en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha. En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.

(Libro 3, 15-16: PL 75, 606-608)


16 jul 2023

Santo Evangelio 16 de Julio 2023

 



 Texto del Evangelio (Mt 13,1-23):

 Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente se quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas.

Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

»Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».



«Salió un sembrador a sembrar»


P. Jorge LORING SJ

(Cádiz, España)

Hoy consideramos la parábola del sembrador. Tiene una fuerza y un encanto especiales porque es palabra del propio Señor Jesús.

El mensaje es claro: Dios es generoso sembrando, pero la concreción de los frutos de su siembra dependen también —y a la vez— de nuestra libre correspondencia. Que el fruto depende de la tierra donde cae es algo que la experiencia de todos los días nos lo confirma. Por ejemplo, entre alumnos de un mismo colegio y de una misma clase, unos terminan con vocación religiosa y otros ateos. Han oído lo mismo, pero la semilla cayó en distinta tierra.

La buena tierra es nuestro corazón. En parte es cosa de la naturaleza; pero sobre todo depende de nuestra voluntad. Hay personas que prefieren disfrutar antes que ser mejores. En ellas se cumple lo de la parábola: las malas hierbas (es decir, las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas) «ahogan la Palabra, y queda sin fruto» (Mt 13,22).

Pero quienes, en cambio, valoran el ser, acogen con amor la semilla de Dios y la hacen fructificar. Aunque para ello tengan que mortificarse. Ya lo dijo Cristo: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). También nos advirtió el Señor que el camino de la salvación es estrecho y angosto (cf. Mt 7,14): lo que mucho vale, mucho cuesta. Nada de valor se consigue sin esfuerzo.

El que se deja llevar de sus apetitos tendrá el corazón como una selva salvaje. Por el contrario, los árboles frutales que se podan dan mejor fruto. Así, las personas santas no han tenido una vida fácil, pero han sido unos modelos para la humanidad. «No todos estamos llamados al martirio, ciertamente, pero sí a alcanzar la perfección cristiana. Pero la virtud exige una fuerza que (…) pide una obra larga y muy diligente, y que no hemos de interrumpir nunca, hasta morir. De manera que esto puede ser denominado como un martirio lento y continuado» (Pío XII).

Hija de senadora, asesora europea de un Ministerio, al Carmelo con 47 años: «Soy muy feliz»

  


Hija de senadora, asesora europea de un Ministerio, al Carmelo con 47 años: «Soy muy feliz»

La Hermana Beatriz de la Cruz posa sonriente en el Carmelo de Ponzano en Madrid

La Hermana Beatriz de la Cruz, de las cumbres europeas del Ministerio de Interior, al Monte Carmelo, en Madrid

Beatriz Pérez Raposo, a los 42 años, era una de las asesoras de Asuntos Europeos del Ministerio español de Economía, y acompañaba al Ministro Luis de Guindos a encuentros europeos con otras delegaciones de ministros y economistas de todo el continente.

Rodeada de economistas de alto nivel, se hacía preguntas sobre temas de justicia social, pero también espirituales. ¿Por qué las naciones no pueden actuar de forma más virtuosa? ¿Y por qué no lo hacen los hombres?

Cinco años y algunos retiros después, con 47 años, entró en el convento de carmelitas descalzas de la calle Ponzano en Madrid. Ahora es la Hermana Beatriz de la Cruz. Lleva 20 meses allí, "muy feliz", dice, cuando explica a ReL su apasionante itinerario espiritual y algunas de las exigencias de la vida carmelita. "Yo quería una fórmula ya probada después de haber pasado por cosas novedosas y experimentales", explica.

Hija de senadora, educada en el Colegio del Pilar

Beatriz es hija de profesores ingenieros. "Mi madre fue senadora por la Unión de Centro Democrático en la primera legislatura", detalla. Beatriz estudió en los muy prestigiosos colegios Jesús y María, Jesús Maestro y Nuestra Señora del Pilar. "Me licencié en ICADE en Administración y Dirección de Empresas, en Madrid; y cursé un año de bachillerato en Estados Unidos".

"A mis padres les interesaba más la política que la religión. Íbamos juntos a misa los domingos y rezábamos una bendición antes de comer. Mi bisabuelo materno murió mártir en Paracuellos en 1936. Pero en casa ellos no hablaban casi de religión, lo consideraban algo 'ya dado', así que no lo valoraban mucho", explica a ReL.

"Ellos trabajaban todo el día, así que nos cuidaba una niñera vasca, muy religiosa. Ella fue la que nos enseñó a rezar al acostarnos y levantarnos y a ofrecer cosas a Dios, porque en casa no teníamos esas devociones", recuerda. Los padres delegaron la educación religiosa en los colegios.

"De niña yo era muy devota y decía que quería ser monja. Me salía así. Yo veía a Jesús como alguien cercano. Me podía pasar toda la tarde cantando canciones de fe con la guitarra. La familia de mi padre estaba algo más alejada de la fe y a mi padre no le gustaba mucho que hiciera eso. En cambio, mi madre, cuando yo llegué a la adolescencia, fue valorando más la fe y me invitaba a rezar el Rosario con ella. En los viajes familiares la acompañaba a visitar imágenes de la Virgen".

Una familia de EEUU: devoción pero sin austeridad

En su año de bachillerato en EEUU se quedó en una familia de la que se hicieron muy amigos. "Eran metodistas devotos, su hija tenía muy buenos valores. En ellos vi que la vida espiritual es una lucha que hay que asumir intencionalmente. Por ejemplo, ella sólo escuchaba música cristiana. Y seleccionaban muy bien lo que veían en televisión. Pero, por otra parte, yo veía que eran prósperos, ricos, sin necesidad de la Iglesia Católica. De alguna manera, el catolicismo hace más hincapié en la austeridad y el sacrificio. El caso es que yo deseé mejorar mi situación económica y parece que empecé a pensar en hacer una religión, digamos, 'a mi medida'".

Alejada de la fe a los 23 años

Con 22 o 23 años empezó a salir con novios que no eran creyentes, y a volcarse en el trabajo, donde ganaba éxitos y reconocimiento. "Dejé de confesarme, de comulgar y de ir a misa. Mi bisabuelo había sido mártir y yo, en apenas tres generaciones, ya estaba lejos de la Iglesia, simplemente porque mi cristianismo era superficial. Sentía que los mandamientos de Dios no me dejaban tomar mis propias decisiones. Caí en el razonamiento fácil que el mundo cuenta, que una vida plena y feliz consiste en tener prosperidad material, una buena carrera profesional, una vida de lujo y amigos exitosos".

Tiempos duros... descubre la Biblia

Dejó un buen trabajo para intentar entrar en la Administración y se encontró atascada y enfangada estudiando unas oposiciones muy duras. Además, su madre se enfrentaba a un cáncer. Se sentía agobiada y desconcertada. Sus amigos de EEUU le recomendaron un libro que, le dijeron, encarnaba el "espíritu americano" que ella tanto admiraba. Se trataba de "El poder del pensamiento positivo", de Norman Vincent Peale, publicado en 1952.

"Yo pensé que trataría de horarios y disciplina y superarse, pero me descolocó, porque este autor había sido un pastor protestante en la Quinta Avenida y animaba a poner en el centro a Jesucristo y leer la Biblia. Así que tomé la Biblia, empecé a leer desde Génesis... y la devoré. La leía cada noche, veía que ganaba paz y que ya dormía mejor. Me leí la Biblia dos veces de pe a pa, de Génesis a Apocalipsis, subrayando citas y memorizándolas".

La Biblia transformó a Beatriz y la acercó a Dios. "Con la historia del Rey David, llegué a la certeza de que Dios es mi padre. Antes había visto a Dios como algo inalcanzable, pero la Biblia me lo mostraba como alguien cercano a la gente, acompañando a su pueblo, aunque ellos le fallen. Me gustaba cómo David estaba enamorado de Dios, yo quería enamorarme igual".

Además, tuvo una experiencia que le mostró la fuerza que Dios da a quienes acuden a Él. "Estaba tumbada en la cama, muy desanimada con lo de las oposiciones. ¿Debía renunciar a ellas? Y recé: 'Dios mío, si he de seguir, dímelo'. Y sentí como un empujón fortísimo que me levantó de la cama. Yo antes estaba hecha polvo, pero me puse a estudiar con mucha fuerza, y ya no paré: 11 horas diarias. Y aprobé". Esas oposiciones la llevarían al Ministerio de Economía.

La monja anciana con don de profecía

Volcarse en las oposiciones ordenó su vida y le alejó de malas amistades y malos hábitos. Para no cansar a su madre enferma, se fue una temporada a estudiar a una hospedería de benedictinas en Ávila.

"Una de las monjas, la Madre Natividad, hospedera, muy simpática, de más de 80 años, tenía don de profecía. Y me dijo: "estás aquí por tu familia". 'No, no, yo estoy aquí para estudiar un examen'. Pero me dijo: 'Mi hermano tampoco creía, pero al final de mi vida conseguí que se confesase y comulgase y muriese bien'. Yo no le había contado nada, pero también mi hermano estaba alejado de Dios desde los 18 años y me entristecía".

La situación era peculiar, porque la carrera profesional de Beatriz en el Ministerio de Economía iba bien, pero su relación con Dios no incluía casi ni a Jesús ni a la Iglesia. "Yo iba muy por libre, pensaba que la Iglesia era demasiado dura, porque rechazaba el dinero y porque pedía sacrificios".

Se volcó en asistir a cursos de crecimiento personal: "Cómo organizarse bien, cómo tomar buenas decisiones, cómo ahorrar, cómo gestionar las emociones, cómo tener buenas relaciones personales... me interesaba todo eso, pero no involucraba a Jesucristo en ninguno de esos temas. Tardé tiempo en entender que sin sacramentos y comunidad podemos acercarnos a Jesús sólo por poco tiempo".

Murió su madre y su padre se volvió a casar. Los hermanos se iban alejando poco a poco unos de otros. Los cursos de 'crecimiento' a los que iba tenían cada vez tonos más cercanos a la New Age y los veía desequilibrados.

Rodeada de ministros, visitó cada país de la UE

Con 42 años era asesora de Asuntos Europeos, acompañaba al Ministro Luis de Guindos y a delegaciones españolas a reuniones por toda Europa. "Había una reunión cada mes en Bruselas y cada seis meses en otro país. Yo hablaba inglés e italiano. Visité casi todos los países de Europa, en las reuniones de ministros, las bilaterales..."

Veía a políticos de Europa del Norte hablar mal de Europa del Sur por su deuda alta. "Una vez vi al Gobernador del Banco Central de Luxemburgo pedir que nos multaran por ser poco ahorradores. Le dijimos: 'Si Luxemburgo dejara de ser paraíso fiscal y de atraer así a empresas de nuestros países, tendríamos mejor renta'. Un paraíso fiscal presumiendo de virtuoso...".

Eso le hizo pensar que la ética y la coherencia no era sólo una exigencia entre países, sino también en la vida de cada persona. Intuyó que la mejora de Europa no sólo pasaba por mejorar la economía, sino por mejorar los corazones de las personas. Y esos corazones, lo veía ya, no iban a mejorar a golpe de cursos de crecimiento personal.

Del curso materialista al Retiro de Emaús

"Fui a un curso de crecimiento que ya me cansó, porque me quedó claro que los profesores lo único que querían era cobrar y hacerse ricos. Eso colmó el vaso. Y sentí una inspiración del Espíritu Santo. Me surgió un pensamiento claro: 'Tengo que volver a la Iglesia católica. A mi parroquia, que no sé cual será'".

En ese momento recibió una llamada de una amiga, otra antigua opositora, una católica que había rezado por ella pero de la que había desconectado.

- ¿Beatriz? Ay, perdona, llamaba a otra Beatriz, quería invitarla a un curso católico...

- Ah, bien. Invítame a mí, que yo voy.

- ¿Tú? No sé, tú estás en otras cosas.

- No, no, que yo voy.

Era un curso de medio año de unas franciscanas alcantarinas, sobre vivir el amor esponsal. Lo que le gustó a Beatriz fue tratar con las religiosas, "me gustaba verlas, tan sencillas y felices". Su amiga, además, pidió a unas clarisas que oraran por Beatriz. Y la invitó a un curso de Misión+, de liderazgo con buenos valores.

"Era un curso muy normalito, pero a mí me dio como una gran ternura, al ver que cada uno, al presentarse, era un católico comprometido en algo. Pensé que tenía que comprometerme yo también y saber qué es lo que pide la Iglesia", recuerda.

Viajó a Medjugorje, donde sintió un mensaje del Espíritu Santo: estaba convencida de que debía entrar en un grupo de oración, "aunque yo no sabía ni lo que era eso".

"Un chico, que era directivo del BBVA, me invitó a hacer un Retiro de Emaús. Había uno para mujeres en mi parroquia, pero faltaban tres meses. Pensé: '¿y qué hago este tiempo? Me voy a perder'. Y así decidí empezar a ir a misa cada domingo".

"No vi a Cristo pero sé que estaba allí"

Tres meses después, en el retiro de Emaús, Beatriz tuvo lo que llama su encuentro con Jesucristo. "Yo no vi a Cristo, pero ese sábado por la tarde, tras las confesiones, sé estaba allí, porque unos minutos antes me sentía sola y después supe que no estoy sola, que Jesús está conmigo. Primero fue una intención. Luego entendí que yo buscaba al Señor y que Él me amaba".

- Quiero estar tan cerca de Jesús como he estado este fin de semana. ¿Qué he de hacer? -le preguntó a su párroco.

- Pues practicar los sacramentos -respondió él.

Eso transformó su vida. Se apuntó a la misa diaria por las mañanas y a confesarse cada 15 días. Pidió tener director espiritual, viendo que mucha gente en Emaús lo tenía.

"A mi director le dije, después de tres meses: 'yo no quiero nada raro, yo quiero casarme'. Pero unos meses después ya le dije, al volver de Medjugorje: 'creo que tengo vocación religiosa, porque veo que lo más importante para mí es Jesucristo'.

Fuerza del Espíritu Santo

Seguía explorando la vida de fe. Acudió a un encuentro diocesano grande de la Renovación Carismática Católica de Madrid. "Guitarra eléctrica, batería, todos cantando y alabando, sin parar de alabar a Dios... Mucho de eso me iba bien, porque yo tenía ganas de alabar continuamente a Dios. Me gustó su naturalidad y los frutos. Así que me apunté, con mi prima y una amiga, a un seminario carismático, de Vida en el Espíritu, en San Antonio de la Florida, con el padre Juan Luis Rascón".

En ese retiro, el padre Rascón le impuso las manos, rezó por ella, para recibir la efusión del Espíritu... "y ya ahí sentí la valentía de empezar a plantearme en serio la vocación religiosa. Yo necesitaba mucha fuerza para romper con toda mi vida, tenía que tomarlo en serio. Mi planteamiento ahora era: Beatriz, ¿como quieres morir? Como decía San Ignacio: ¿cómo quieres llegar al fin de tu vida?"



La Hermana Beatriz de la Cruz lleva 20 meses en el Carmelo, reza por España y por Europa

La Hermana Beatriz de la Cruz, carmelita en Madrid. Ella, que representó a España con el Ministerio de Interior en cumbres de ministros por toda Europa, ahora reza por España y por Europa.

¿Cómo llegó a las carmelitas? "Yo antes decía: todo menos carmelitas, no puedo con eso de las rejas, el sacrificio. Pero tenía una amiga de la infancia que se metió a carmelita. Iba a verla, ella rezaba por mí y mi vida se ordenó mucho. Yo valoraba sus oraciones. Consideré otras contemplativas, pero yo he representado a España, y quería rezar mucho por España, por mi familia. Sentí mucha atracción por una orden de santos españoles como Santa Teresa y San Juan de la Cruz".

"Aunque estudié con las teresianas, al principio  SantaTeresa me parecía inalcanzable. Pero poco a poco vi que lo que yo quería era vida de oración, y Teresa y San Juan son maestros en eso. Y yo quería algo muy probado, un camino muy probado ya, porque ya estuve en muchas cosas experimentales y novedosas, de crecimiento", señala.

Del gimnasio más pijo a las genuflexiones diarias

Entró en el Carmelo de la calle Ponzano con 47 años. Ella, que había viajado por tantísimos países por placer, y luego por toda Europa representando a España, se encerró en un convento, con torno y rejas.

Pasados 20 meses, le preguntamos qué es lo que más le cuesta de la exigente vida carmelita. "Pues, mira, yo en el mundo hacía gimnasio, iba al Reebok, el gimnasio más pijo de todo Madrid, y tenía mucha fuerza. Pero aquí en el convento hay que hacer 60 genuflexiones al día, y no paramos. Hay que estar en buena forma física. Aquí andamos mucho, no sé, 15 kilómetros al día. ¡Ríete del fitness!", comenta divertida.

¿Y lo que más le gusta del Carmelo? "Cuando estoy con el Señor. Muchos momentos de oración en comunidad, que las veo como un milagro. Somos gente tan distinta, de tantas regiones, algunas extranjeras, cada una con sus costumbres... Pero nos juntamos y compartimos. ¡Eso sí que tendría que aprenderlo la Unión Europea! Y me gustan las conversaciones edificantes, que te llenan".

¿Y la familia y los compañeros qué piensan? "Mi familia no lo lleva del todo bien. Estaban algo alejados. Veo que les va a llevar un tiempo. La amiga aquella que me llamó 'por equivocación' también decidió consagrarse. Me dijo, divertida, '¡eh, me has adelantado, no puede ser!" Tras mi anuncio, dos compañeros de trabajo se han convertido. Estaban alejados y se plantearon: "Aquí tiene que haber algo". Uno se va a casar por la Iglesia. El anuncio fue como una bomba para todos, nadie se lo esperaba. Me decían: '¡Pero si tienes una buena plaza!' Me han llamado compañeros del Ministerio, católicos practicantes, diciendo que están muy contentos de mi decisión. Y el ministro, Luis de Guindos, nos escribe. Dice que quiere venir en verano a vernos".

Fuente: Religión en Libertad

Un hombre simple y honrado, temeroso de Dios

 



Un hombre simple y honrado, temeroso de Dios


Hay algunos cuya simplicidad llega hasta ignorar lo que es honrado. Esta simplicidad no es la simplicidad de la inocencia, ya que no los conduce a la virtud de la honradez; pues, en la medida en que no saben ser cautos por su honradez, su simplicidad deja de ser verdadera inocencia.

De ahí que Pablo amonesta a los discípulos con estas palabras: Quiero que seáis sabios para el bien y simples para todo mal. Y dice también: Sed niños sólo en malicia; sed adultos en juicio.

De ahí que la misma Verdad en persona manda a sus discípulos: Sed prudentes como serpientes y simples como palomas. Nos manda las dos cosas de manera inseparable, para que así la astucia de la serpiente complemente la simplicidad de la paloma y, a la inversa, la simplicidad de la paloma modere la astucia de la serpiente.

Por esto el Espíritu Santo hizo visible a los hombres su presencia, no sólo con figura de paloma, sino también de fuego. La paloma, en efecto, representa la simplicidad, y el fuego representa el celo. Y así se mostró bajo esta doble figura, para que todos los que están llenos de él practiquen la simplicidad de la mansedumbre, sin por eso dejar de inflamarse en el celo de la honradez contra las culpas de los que delinquen.

Simple y honrado, temeroso de Dios y apartado del mal. Todo el que anhela la patria eterna vive con simplicidad y honradez: con simplicidad en sus obras, con honradez en su fe; con simplicidad en las buenas obras que realiza aquí abajo, con honradez por su intención que tiende a las cosas de arriba. Hay algunos, en efecto, a quienes les falta simplicidad en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplauso de los hombres. Por esto dice con razón uno de los libros sapienciales: ¡Ay del hombre que va por dos caminos! Va por dos caminos el hombre pecador que, por una parte, realiza lo que es conforme a Dios, pero, por otra, busca con su intención un provecho mundano.

Bien dice el libro de Job: Temeroso de Dios y apartado del mal; porque la santa Iglesia de los elegidos inicia su camino de simplicidad y honradez por el temor, pero lo lleva a la perfección por el amor. Ella, en efecto, se aparta radicalmente del mal, cuando, por amor a Dios, empieza a detestar el pecado. Cuando practica el bien movida sólo por el temor, todavía no se ha apartado totalmente del mal, ya que continúa pecando por el hecho de que querría pecar si pudiera hacerlo impunemente.

Acertadamente, pues, se afirma de Job que era temeroso de Dios y, al mismo tiempo, apartado del mal; porque, cuando el amor sigue al temor, queda eliminada incluso aquella parte de culpa que subsistía en nuestro interior, por nuestro mal deseo.

De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.

(Libro 1, 2. 36: PL 75, 529-530. 543-544)