24 dic 2022

Santo Evangelio 24 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 1,67-79):

 En aquel tiempo, Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».



«Harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas»


Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents

(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio recoge el canto de alabanza de Zacarías después del nacimiento de su hijo. En su primera parte, el padre de Juan da gracias a Dios, y en la segunda sus ojos miran hacia el futuro. Todo él rezuma alegría y esperanza al reconocer la acción salvadora de Dios con Israel, que culmina en la venida del mismo Dios encarnado, preparada por el hijo de Zacarías.

Ya sabemos que Zacarías había sido castigado por Dios a causa de su incredulidad. Pero ahora, cuando la acción divina es del todo manifiesta en su propia carne —pues recupera el habla— exclama aquello que hasta entonces no podía decir si no era con el corazón; y bien cierto que lo decía: «Bendito el Señor Dios de Israel...» (Lc 1,68). ¡Cuántas veces vemos oscuras las cosas, negativas, de manera pesimista! Si tuviésemos la visión sobrenatural de los hechos que muestra Zacarías en el Canto del Benedictus, viviríamos con alegría y esperanza de una manera estable.

«El Señor ya está cerca; el Señor ya está aquí». El padre del precursor es consciente de que la venida del Mesías es, sobre todo, luz. Una luz que ilumina a los que viven en la oscuridad, bajo las sombras de la muerte, es decir, ¡a nosotros! ¡Ojalá que nos demos cuenta con plena conciencia de que el Niño Jesús viene a iluminar nuestras vidas, viene a guiarnos, a señalarnos por dónde hemos de andar...! ¡Ojalá que nos dejáramos guiar por sus ilusiones, por aquellas esperanzas que pone en nosotros!

Jesús es el “Señor” (cf. Lc 1,68.76), pero también es el “Salvador” (cf. Lc 1,69). Estas dos confesiones (atribuciones) que Zacarías hace a Dios, tan cercanas a la noche de la Navidad, siempre me han sorprendido, porque son precisamente las mismas que el Ángel del Señor asignará a Jesús en su anuncio a los pastores y que podremos escuchar con emoción esta misma noche en la Misa de Nochebuena. ¡Y es que quien nace es Dios!

La Verdad brota de la tierra y la Justicia mira desde el Cielo



 De los Sermones de san Agustín, obispo

(Sermón 185: PL 38, 997-999)

LA VERDAD BROTA DE LA TIERRA Y LA JUSTICIA MIRA DESDE EL CIELO

Despierta, hombre: por ti Dios se hizo hombre. Despierta, tú que duermes, surge de entre los muertos; y Cristo con su luz te alumbrará. Te lo repito: por ti Dios se hizo hombre.

Estarías muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca hubieras sido librado de la carne del pecado, si él no hubiera asumido una carne semejante a la del pecado. Estarías condenado a una miseria eterna, si no hubieras recibido tan gran misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no se hubiera sometido voluntariamente a tu muerte. Hubieras perecido, si él no te hubiera auxiliado. Estarías perdido sin remedio, si él no hubiera venido a salvarte.

Celebremos, pues, con alegría la venida de nuestra salvación y redención. Celebremos este día de fiesta, en el cual el grande y eterno Día, engendrado por el que también es grande y eterno Día, vino al día tan breve de esta nuestra vida temporal.

Él se ha hecho para nosotros justicia, santificación y redención. y así —como dice la Escritura— «el que se gloría que se gloríe en el Señor.»

La verdad brota, realmente, de la tierra, pues Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de la Virgen. Y la justicia mira desde el cielo, pues nadie es justificado por si mismo, sino por su fe en aquel que por nosotros ha nacido. La verdad brota de la tierra, porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo, porque toda dádiva preciosa y todo don perfecto provienen de arriba. La verdad brota de la tierra, es decir, la carne de Cristo es engendrada en María. Y la justicia mira desde el cielo, porque nadie puede apropiarse nada, si no le es dado del cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de Dios. Fíjate que no dice «nuestra gloria», sino la gloria de Dios, porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por ello el que se gloría que se gloríe no en sí mismo, sino en el Señor.

Por eso también, cuando el Señor nació de la Virgen, los ángeles entonaron este himno: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

¿Cómo vino la paz a la tierra? Sin duda porque la verdad brota de la tierra, es decir, Cristo nace de María. Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, para que todos seamos hombres de buena voluntad, unidos unos a los otros con el suave vínculo de la unidad. Alegrémonos, pues, por este don, para que nuestra gloria sea el testimonio que nos da nuestra conciencia; y así nos gloriaremos en el Señor, y no en nosotros. Por eso dice el salmista: Tú eres mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza.

¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único lo hizo Hijo del hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios.

Busca dónde está tu mérito, busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia: y verás que no puedes encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios.


23 dic 2022

Santo Evangelio 23 de Diciembre 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 1,57-66):

 Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues, ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.



«‘¿Qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él»


Rev. D. Miquel MASATS i Roca

(Girona, España)

Hoy, en la primera lectura leemos: «Esto dice el Señor: ‘Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí’» (Mal 3,1). La profecía de Malaquías se cumple en Juan Bautista. Es uno de los personajes principales de la liturgia de Adviento, que nos invita a prepararnos con oración y penitencia para la venida del Señor. Tal como reza la oración colecta de la misa de hoy: «Concede a tus siervos, que reconocemos la proximidad del Nacimiento de tu Hijo, experimentar la misericordia del Verbo que se dignó tomar carne de la Virgen María y habitar entre nosotros».

El nacimiento del Precursor nos habla de la proximidad de la Navidad. ¡El Señor está cerca!; ¡preparémonos! Preguntado por los sacerdotes venidos desde Jerusalén acerca de quién era, él respondió: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: ‘Enderezad el camino del Señor’» (Jn 1,23).

«Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20), se lee en la antífona de comunión. Hemos de hacer examen para ver cómo nos estamos preparando para recibir a Jesús el día de Navidad: Dios quiere nacer principalmente en nuestros corazones.

La vida del Precursor nos enseña las virtudes que necesitamos para recibir con provecho a Jesús; fundamentalmente, la humildad de corazón. Él se reconoce instrumento de Dios para cumplir su vocación, su misión. Como dice san Ambrosio: «No te gloríes de ser llamado hijo de Dios —reconozcamos la gracia sin olvidar nuestra naturaleza—; no te envanezcas si has servido bien, porque has cumplido aquello que tenías que hacer. El sol hace su trabajo, la luna obedece; los ángeles cumplen su misión. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles dice: ‘Yo no merezco el nombre de Apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’ (1Cor 15,9)».

Busquemos sólo la gloria de Dios. La virtud de la humildad nos dispondrá a prepararnos debidamente para las fiestas que se acercan.

22 dic 2022

Santo Evangelio 22 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 1,46-56):

 En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.



«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador»


Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas

(Girona, España)

Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la Liturgia de las Horas cuando, rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades.

María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.

Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.


Magnificat

 



Magnificat


María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.»

«El Señor —dice— me ha engrandecido con un don tan magnífico e inaudito que no se puede explicar con palabras humanas, y el mismo corazón con todo su amor apenas puede llegar a comprenderlo. Por lo tanto, me entrego con todas mis fuerzas a la alabanza y a la acción de gracias, contemplando la grandeza de aquel que es eterno, y gustosamente le consagro mi vida, sentimientos y pensamientos, porque mi espíritu se alegra en la divinidad eterna de Jesús, es decir, del Salvador, que se ha revestido de mi carne y reposa en mi seno.»

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Estas palabras se relacionan con el comienzo del cántico, donde se dice: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Sin duda que sólo aquel en quien el Poderoso hace obras grandes sabrá proclamar dignamente la grandeza del Señor y podrá exhortar a los que, como él, se sienten enriquecidos por Dios, diciendo: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.

Pues el que no proclama la grandeza del Señor, sabiendo que es infinita, y no bendice su nombre será el último en el reino de los cielos. Se dice que su nombre es santo porque, por su inmenso poder, trasciende toda creatura y está infinitamente por encima de todas las cosas creadas.

Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su misericordia. Con toda propiedad el cántico llama siervo o niño del Señor a Israel, pues, para salvarlo, Dios lo acogió como se acoge a un niño obediente y humilde, según aquello que dice Oseas: Cuando Israel era un niño yo lo amé.

Porque quien no quiere humillarse no puede tampoco ser salvado ni decir con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, pues, el que se haga pequeño tal como este niño será el más grande en el reino de los cielos.

Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Al hablar aquí de la descendencia de Abraham no se refiere a la descendencia según la carne, sino según el espíritu, es decir, no sólo habla de aquellos que han sido engendrados según la carne, sino también de todos aquellos que han seguido los pasos de Abraham por medio de la circuncisión de la fe. Porque Abraham creyó cuando estaba en la circuncisión y, ya entonces, su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.

Por lo tanto la venida del Salvador fue prometida a Abraham y a su descendencia por siempre, es decir, a los hijos de la promesa, de quienes se dice: Si sois de Cristo sois por lo mismo descendencia de Abraham, herederos según la promesa.

Con razón la madre del Señor y la madre de Juan se adelantaron con sus respectivas profecías al nacimiento de sus hijos; con ello, de la misma forma que el pecado comenzó por la mujer, también por la mujer se inicia la salvación, y la vida, que fue perdida por el engaño que sedujo a una sola mujer, es ahora devuelta al mundo por la profecía de dos mujeres que compiten en su empeño por anunciar la salvación.

Del Comentario de san Beda el Venerable, presbítero, sobre el evangelio de san Lucas

(Libro 1, 46-55: CCL 120, 37-39)


21 dic 2022

Santo Evangelio 21 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 1,39-45): 

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».



«¡Feliz la que ha creído!»


Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch

(Salt, Girona, España)

Hoy, el texto del Evangelio corresponde al segundo misterio de gozo: la «Visitación de María a su prima Isabel». ¡Es realmente un misterio! ¡Una silenciosa explosión de un gozo profundo como nunca la historia nos había narrado! Es el gozo de María, que acaba de ser madre, por obra y gracia del Espíritu Santo. La palabra latina “gaudium” expresa un gozo profundo, íntimo, que no estalla por fuera. A pesar de eso, las montañas de Judá se cubrieron de gozo. María exultaba como una madre que acaba de saber que espera un hijo. ¡Y qué Hijo! Un Hijo que peregrinaba, ya antes de nacer, por senderos pedregosos que conducían hasta Ain Karen, arropado en el corazón y en los brazos de María.

Gozo en el alma y en el rostro de Isabel, y en el niño que salta de alegría dentro de sus entrañas. Las palabras de la prima de María traspasarán los tiempos: «¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!» (cf. Lc 1,42). El rezo del Rosario, como fuente de gozo, es una de las nuevas perspectivas descubiertas por San Juan Pablo II en su Carta apostólica sobre El Rosario de la Virgen María.

La alegría es inseparable de la fe. «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). La alegría de Dios y de María se ha esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que haya una solución de continuidad entre una cosa y otra.

Visitación de la Virgen María

 



VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


Cuando el ángel reveló a María los misterios recónditos de Dios, para fortificar la fe con un ejemplo, habló a la Virgen de la maternidad de una mujer ya anciana y estéril; con ello le quiso demostrar que para Dios no hay nada imposible.

Al oír María este anuncio, llena de gozo y sin demora, partió hacia las montañas, no porque dudara de las palabras del ángel ni porque estuviera incierta de la veracidad del hecho ni porque vacilara ante la realidad del ejemplo, sino porque se sentía impulsada por el deseo de cumplir un deber de piedad, anhelante de prestar sus servicios y presurosa por la intensidad de su alegría.

Llena ya totalmente de Dios, ¿a dónde podía dirigirse María con prisa sino hacia las alturas? En efecto, la gracia del Espíritu Santo ignora la lentitud. Los beneficios de María y los dones de la presencia del Señor se manifestaron en seguida, pues, así que Isabel oyó el saludo de María, su criatura saltó de gozo en su seno y ella quedó llena del Espíritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, sí observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella se dice: Dichosa tú que has creído.

Pero también vosotros sois dichosos porque habéis oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios y proclama sus obras.

Que resida, pues, en todos el alma de María, y que esta alma proclame la grandeza del Señor; que resida en todos el espíritu de María, y que este espíritu se alegre en Dios; porque, si bien según la carne hay sólo una madre de Cristo, según la fe Cristo es fruto de todos nosotros, pues todo aquel que se conserva puro y vive alejado de los vicios, guardando íntegra la castidad, puede concebir en sí la Palabra de Dios.

El que alcanza, pues, esta perfección proclama, como María, la grandeza del Señor y siente que su espíritu, también como el de María, se alegra en Dios, su salvador; así se afirma también en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor.

El Señor es engrandecido ciertamente, pero no en el sentido de que reciba por medio de nuestras palabras algo que a él le faltaba, sino porque con estas palabras él queda engrandecido en nosotros. En efecto, porque Cristo es la imagen de Dios, cuando alguien actúa con piedad y con justicia engrandece la imagen de Dios -pues todo hombre ha sido creado a su imagen y semejanza- y, al engrandecer esta imagen, también él queda engrandecido por una mayor participación de la grandeza divina.

Del Comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el evangelio de san Lucas

(Libro 2, 19. 22-23. 26-27: CCL 14, 39-42)


20 dic 2022

Santo Evangelio 20 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 1,26-38):

 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.



«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»


Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells

(Salt, Girona, España)

Hoy contemplamos, una vez más, esta escena impresionante de la Anunciación. Dios, siempre fiel a sus promesas, a través del ángel Gabriel hace saber a María que es la escogida para traer al Salvador al mundo. Tal como el Señor suele actuar, el acontecimiento más grandioso para la historia de la Humanidad —el Creador y Señor de todas las cosas se hace hombre como nosotros— pasa de la manera más sencilla: una chica joven, en un pueblo pequeño de Galilea, sin espectáculo.

El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde, sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida.

De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide —escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes».

Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: —¿Qué espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de la respuesta que demos!

Salmo 89

 


Salmo 89 -


 BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR


Señor, tú has sido nuestro refugio

de generación en generación.


Antes que naciesen los montes

o fuera engendrado el orbe de la tierra,

desde siempre y por siempre tú eres Dios.


Tú reduces el hombre a polvo,

diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»

Mil años en tu presencia

son un ayer, que pasó;

una vigilia nocturna.


Los siembras año por año,

como hierba que se renueva:

que florece y se renueva por la mañana,

y por la tarde la siegan y se seca.


¡Cómo nos ha consumido tu cólera

y nos ha trastornado tu indignación!

Pusiste nuestras culpas ante ti,

nuestros secretos ante la luz de tu mirada:

y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,

y nuestros años se acabaron como un suspiro.


Aunque uno viva setenta años,

y el más robusto hasta ochenta,

la mayor parte son fatiga inútil,

porque pasan aprisa y vuelan.


¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,

quién ha sentido el peso de tu cólera?

Enséñanos a calcular nuestros años,

para que adquiramos un corazón sensato.


Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?

Ten compasión de tus siervos;

por la mañana sácianos de tu misericordia,

y toda nuestra vida será alegría y júbilo.


Danos alegría, por los días en que nos afligiste,

por los años en que sufrimos desdichas.

Que tus siervos vean tu acción,

y sus hijos tu gloria.


Baje a nosotros la bondad del Señor

y haga prósperas las obras de nuestras manos.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

19 dic 2022

Santo Evangelio 19 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 1,5-25):

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».



«El ángel le dijo: ‘No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo’»


Rev. D. Ignasi FUSTER i Camp

(La Llagosta, Barcelona, España)

Hoy, el ángel Gabriel anuncia al sacerdote Zacarías el nacimiento “sobrenatural” de Juan el Bautista, que preparará la misión del Mesías. Dios, en su amorosa providencia, prepara el nacimiento de Jesús con el nacimiento de Juan, el Bautista. Aunque Isabel sea estéril, no importa. Dios quiere hacer el milagro por amor a nosotros, sus criaturas.

Pero Zacarías no manifiesta en el momento oportuno la visión sobrenatural de la fe: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad» (Lc 1,18). Tiene una mirada excesivamente humana. Le falta la docilidad confiada en los planes de Dios, que siempre son más grandes que los nuestros: ¡en este caso, ni más ni menos que la Encarnación del Hijo de Dios para la salvación del género humano! El ángel encuentra a Zacarías como “despistado”, lento para las cosas de Dios, como estando en “fuera de juego”.

Cuando ya faltan pocos días para la Navidad, conviene que el Ángel del Señor nos encuentre preparados, como María. Es necesario tratar de mantener la presencia de Dios a lo largo del día, intensificar nuestro amor a Jesucristo en nuestro tiempo de oración, recibir con mucha devoción la Sagrada Comunión: ¡porque Jesús nace y viene a nosotros! Y que no nos falte la visión sobrenatural en todos los quehaceres de nuestra vida. Hemos de poner visión sobrenatural en nuestro trabajo profesional, en nuestros estudios, en nuestros apostolados, incluso en los contratiempos de la jornada. ¡Nada escapa a la providencia divina! Con la certeza y la alegría de saber que nosotros colaboramos con los ángeles y con el Señor en los planes amorosos y salvadores de Dios.

El designio de la Encarnación Redentora

 



El designio de la Encarnación Redentora


La gloria del hombre es Dios. El beneficiario de la actividad de Dios, de toda su sabiduría y poder, es el hombre.

Y de la misma forma que la habilidad del médico se manifiesta en los enfermos, así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice san Pablo: Dios encerró a todos los hombres en la desobediencia, para usar con todos ellos de misericordia. En estas palabras el Apóstol se refiere al hombre que, por desobedecer a Dios, perdió la inmortalidad, pero que alcanzó luego la misericordia, recibiendo la gracia de adopción por el Hijo de Dios.

El hombre que, sin orgullo ni presunción, piensa rectamente de la verdadera gloria de las creaturas y de la de aquel que las creó —es decir, de Dios todopoderoso que da a todos el ser— y permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios recibirá de él una gran gloria y crecerá en ella en la medida en que se asemeje al que por él murió.

El Hijo de Dios se sometió a una existencia semejante a la de la carne de pecado para condenar el pecado y, una vez condenado, expulsarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. El Verbo de Dios que habitó en el hombre se hizo también Hijo del hombre, para que el hombre se habituara a percibir a Dios y Dios a vivir en el hombre, conforme a la voluntad del Padre.

Por eso, pues, aquel que es la señal de nuestra salvación, el Emmanuel nacido de la Virgen, nos fue dado por el mismo Señor, porque era el mismo Señor quien salvaba a los que por sí mismos no podían alcanzar la salvación; por eso Pablo proclama la debilidad del hombre, diciendo: Ya sé que en mí, es decir, dentro de mi estado puramente natural, no habita lo bueno; así indica que nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios. y añade también: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y luego, para aclarar quien lo libra, afirma que esta liberación es obra de la gracia de Jesucristo nuestro Señor.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará. Esto lo dice para significar que por nosotros mismos no podemos alcanzar la salvación, sino que ésta es consecuencia de la ayuda de Dios.

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

(Libro 3, 20, 2-3: SC 34, 342-344)

18 dic 2022

Santo Evangelio 18 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 1,18-24):

 La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.



«Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado»


+ Rev. D. Pere GRAU i Andreu

(Les Planes, Barcelona, España)

Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a considerar y admirar la figura de san José, un hombre verdaderamente bueno. De María, la Madre de Dios, se ha dicho que era bendita entre todas las mujeres (cf. Lc 1,42). De José se ha escrito que era justo (cf. Mt 1,19).

Todos debemos a Dios Padre Creador nuestra identidad individual como personas hechas a su imagen y semejanza, con libertad real y radical. Y con la respuesta a esta libertad podemos dar gloria a Dios, como se merece o, también, hacer de nosotros algo no grato a los ojos de Dios.

No dudemos de que José, con su trabajo, con su compromiso en su entorno familiar y social se ganó el “Corazón” del Creador, considerándolo como hombre de confianza en la colaboración en la Redención humana por medio de su Hijo hecho hombre como nosotros.

Aprendamos, pues, de san José su fidelidad —probada ya desde el inicio— y su buen cumplimiento durante el resto de su vida, unida —estrechamente— a Jesús y a María.

Lo hacemos patrón e intercesor para todos los padres, biológicos o no, que en este mundo han de ayudar a sus hijos a dar una respuesta semejante a la de él. Lo hacemos patrón de la Iglesia, como entidad ligada, estrechamente, a su Hijo, y continuamos oyendo las palabras de María cuando encuentra al Niño Jesús que se había “perdido” en el Templo: «Tu padre y yo...» (Lc 2,48).

Con María, por tanto, Madre nuestra, encontramos a José como padre. Santa Teresa de Jesús dejó escrito: «Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendeme mucho a él (...). No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer».

Especialmente padre para aquellos que hemos oído la llamada del Señor a ocupar, por el ministerio sacerdotal, el lugar que nos cede Jesucristo para sacar adelante su Iglesia. —¡San José glorioso!: protege a nuestras familias, protege a nuestras comunidades; protege a todos aquellos que oyen la llamada a la vocación sacerdotal... y que haya muchos.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79



 Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo.

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tiniebla

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.