10 dic 2022

Santo Evangelio 10 de Diciembre 2022

 



 Texto del Evangelio (Mt 17,10-13):

Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.



«Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron»


Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal

(Sant Just Desvern, Barcelona, España)

Hoy, Jesús conversa con los discípulos cuando baja de la montaña, donde han vivido la Transfiguración. El Señor no ha acogido la propuesta de Pedro de quedarse, y baja respondiendo a las preguntas de los discípulos. Éstos, que acaban de participar brevemente de la gloria de Dios, están sorprendidos y no entienden que ya haya llegado el Mesías sin que antes haya venido el profeta Elías a prepararlo todo.

Resulta que la preparación ya ha sido realizada. «Os digo, sin embargo, Elías vino ya» (Mt 17,12): Juan Bautista ha preparado el camino. Pero los hombres del mundo no reconocen a los hombres de Dios, ni los profetas del mundo reconocen a los profetas de Dios, ni los prepotentes de la Tierra reconocen la divinidad de Jesucristo.

Es necesaria una mirada nueva y un corazón nuevo para reconocer los caminos de Dios y para responder con generosidad y alegría a la llamada exigente de sus enviados. No todos están dispuestos a entenderlo y, menos, a vivirlo. Es más, nuestras vidas y nuestros proyectos pueden estar oponiéndose a la voluntad del Señor. Una oposición que puede convertirse, incluso, en lucha y rechazo de nuestro Padre del Cielo.

Necesitamos descubrir el intenso amor que guía los designios de Dios hacia nosotros y, si somos consecuentes con la fe y la moral que Jesús nos revela, no han de extrañarnos los malos tratos, las difamaciones y las persecuciones. Ya que estar en el buen camino no nos evita las dificultades de la vida y Él, a pesar del sufrimiento, nos enseña a continuar.

A la Madre de Jesús, Reina de los Apóstoles, le pedimos que interceda para que a nadie le falten amigos que, como los profetas, le anuncien la Buena Nueva de la salvación que nos trae el nacimiento de Jesucristo. Tenemos la misión, tú y yo, de que esta Navidad sea vivida más cristianamente por las personas que encontraremos en nuestro camino.


Sobre María y la Iglesia

 


Sobre María y la Iglesia


El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos. Por naturaleza es Hijo único, por gracia asoció consigo a muchos para que sean uno con él. Pues a cuantos lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.

Haciéndose él Hijo del hombre hizo hijos de Dios a muchos. El que es Hijo único asoció consigo, por su amor y su poder, a muchos. Éstos, siendo muchos por su generación según la carne, por la regeneración divina son uno con él.

Cristo es uno, el Cristo total, cabeza y cuerpo. Uno nacido de un único Dios en el cielo y de una única madre en la tierra. Muchos hijos y un solo Hijo. Pues así como la cabeza y los miembros son un Hijo y muchos hijos, así también María y la Iglesia son una madre y muchas, una virgen y muchas.

Ambas son madres, ambas son vírgenes; ambas conciben virginalmente del Espíritu Santo. Ambas dan a luz, para Dios Padre, una descendencia sin pecado. María dio a luz a la cabeza sin pecado del cuerpo; la Iglesia da a luz por el perdón de los pecados al cuerpo de esa cabeza. Ambas son madres de Cristo, pero ninguna de las dos puede, sin la otra, dar a luz al Cristo total.

Por eso, en las Escrituras divinamente inspiradas, lo que se entiende en general de la Iglesia, virgen y madre, se entiende en particular de la virgen María; y lo que se entiende de modo especial de María, virgen y madre, se entiende de modo general de la Iglesia, virgen y madre. Y, cuando los textos hablan de una u otra, dichos textos pueden aplicarse indiferentemente a las dos.

También se puede decir que cada alma fiel es esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma Sabiduría de Dios, que es la Palabra del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, de modo especial de la Virgen María, e individualmente de cada alma fiel.

Por eso dice: Habitaré en la heredad del Señor. La heredad del Señor en su significado universal es la Iglesia, en su significado especial es la Virgen María y en su significado individual es también cada alma fiel. Cristo permaneció nueve meses en el seno de María; permanecerá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia hasta la consumación de los siglos; y en el conocimiento y en el amor del alma fiel por los siglos de los siglos.

De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella

(Sermón 51: PL 194, 1862-1863. 1865)


9 dic 2022

Santo Evangelio 9 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 11,16-19):

 En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».



«¿Con quién compararé a esta generación?»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy debiéramos removernos ante el suspiro del Señor: «Con quién compararé a esta generación?» (Mt 11,16). A Jesús le aturde nuestro corazón, demasiadas veces inconformista y desagradecido. Nunca estamos contentos; siempre nos quejamos. Incluso nos atrevemos a acusarle y a echarle la culpa de lo que nos incomoda.

Pero «la Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19): basta contemplar el misterio de la Navidad. ¿Y nosotros?; ¿cómo es nuestra fe? ¿No será que con esas quejas tratamos de encubrir la ausencia de nuestra respuesta? ¡Buena pregunta para el tiempo de Adviento!

Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre —particularmente el hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «Fuera, fuera, crucifícalo» (Jn 19,15). Jesús «es el Dios-que-viene» (Benedicto XVI) y nosotros parecemos "el hombre-que-se-va": «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).

¿Por qué huimos? Por nuestra falta de humildad. San Juan Bautista nos recomendaba "menguarnos". Y la Iglesia nos lo recuerda cada vez que llega el Adviento. Por tanto, hagámonos pequeños para poder entender y acoger al "Pequeño Dios". Él se nos presenta en la humildad de los pañales: ¡nunca antes se había predicado un "Dios-con-pañales"! Ridícula imagen damos a la vista de Dios cuando los hombres pretendemos encubrirnos con excusas y falsas justificaciones. Ya en los albores de la humanidad Adán lanzó las culpas a Eva; Eva a la serpiente y…, habiendo transcurrido los siglos, seguimos igual.

Pero llega Jesús-Dios: en el frío y la pobreza extrema de Belén no vociferó ni nos reprochó nada. ¡Todo lo contrario!: ya empieza a cargar sobre sus pequeñas espaldas todas nuestras culpas. Entonces, ¿le vamos a tener miedo?; ¿de verdad van a valer nuestras excusas ante ese "Pequeño-Dios"? «La señal de Dios es el Niño: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad» (Benedicto XVI).

Sobre Eva y María



 Sobre Eva y María


Cuando vino Dios visiblemente a sus creaturas y fue sostenido por esta creación que es por él mismo sostenida, expió aquella desobediencia cometida bajo un árbol, por medio de la obediencia efectuada sobre otro árbol, y destruyó así la seducción con que fue vilmente engañada aquella virgen Eva, destinada ya para un varón, con la verdad que le fue venturosamente anunciada por el ángel a la Virgen María, ya también prometida a otro varón.

Y así como Eva fue seducida por un ángel para que se alejara de Dios, desobedeciendo su palabra, así María fue notificada por otro ángel de que llevaría a Dios en su seno, si obedecía su palabra. Y como aquélla fue inducida a no obedecer a Dios, así ésta fue persuadida a obedecerlo, y de esta manera la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.

Al renovar profundamente el Señor todas las cosas, declaró la guerra a nuestro enemigo, aplastó a aquel que en un principio nos había hecho cautivos en Adán y pisoteó su cabeza, según lo que, en el Génesis, Dios dice a la serpiente: Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón.

Con ello se anunciaba que aquel que debía nacer de una mujer Virgen, hecho hombre como Adán, aplastaría la cabeza de la serpiente. De esta descendencia habla el Apóstol, en la carta a los Gálatas, cuando dice: La ley mosaica fue puesta por Dios hasta que viniese la descendencia a quien se habían hecho las promesas.

Más claramente aún lo demuestra, en esa misma carta, al decir: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. El enemigo no hubiera sido vencido con justicia si el hombre que lo venció no hubiera nacido de una mujer, pues ya desde el comienzo se opuso al hombre, dominándolo por medio de la mujer.

Por eso el Señor afirma que él es el Hijo del hombre, el hombre por excelencia, el cual resume en sí al linaje nacido de mujer, de modo que, si nuestra especie bajó a la muerte a causa de un hombre vencido, por un hombre victorioso subamos de nuevo a la vida.

Del tratado de San Ireneo, obispo, Contra las herejías

(Libro 5, 19, 1; 20, 2; 21, 1: SC 153, 248-250. 260-264)


8 dic 2022

Santo Evangelio 8 de Diciembre 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 1,26-38):

 En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.



«Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’»


Rev. D. David COMPTE i Verdaguer

(Manlleu, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio toca un acorde compuesto por tres notas. Tres notas no siempre bien afinadas en nuestra sociedad: la del hacer, la de la amistad y la de la coherencia de vida. Hoy día hacemos muchas cosas, pero, ¿tenemos un proyecto? Hoy, que navegamos en la sociedad de la comunicación, ¿tiene cabida en nuestros corazones la soledad? Hoy, en la era de la información, ¿nos permite ésta dar forma a nuestra personalidad?

Un proyecto. María, una mujer «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1,28). María tiene un proyecto. Evidentemente, de proporciones humanas. Sin embargo, Dios irrumpe en su vida para presentarle otro proyecto... de proporciones divinas. También hoy, quiere entrar en nuestra vida y dar proporciones divinas a nuestro quehacer humano.

Una presencia. «No temas, María» (Lc 1,30). ¡No construyamos de cualquier manera! No fuera caso que la adicción al “hacer” escondiera un vacío. El matrimonio, la vida de servicio, la profesión no han de ser una huida hacia adelante. «Llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Presencia que acompaña y da sentido. Confianza en Dios, que —de rebote— nos lleva a la confianza con los otros. Amistad con Dios que renueva la amistad con los otros.

Formarnos. Hoy día, que recibimos tantos estímulos con frecuencia contrapuestos, es necesario dar forma y unidad a nuestra vida. María, dice san Luis María Grignion, «es el molde vivo de Dios». Hay dos maneras de hacer una escultura, expone Grignion: una, más ardua, a base de golpes de cincel. La otra, sirviéndose de un molde. Ésta segunda es más sencilla. Pero el éxito está en que la materia sea maleable y que el molde dibuje con perfección la imagen. María es el molde perfecto. ¿Acudimos a Ella siendo nosotros materia maleable?


Salmo 124

 


Salmo 124 -


 EL SEÑOR VELA POR SU PUEBLO.


Los que confían en el Señor son como el monte Sión:

no tiembla, está asentado para siempre.


Jerusalén está rodeada de montañas,

y el Señor rodea a su pueblo

ahora y por siempre.


No pesará el cetro de los malvados

sobre el lote de los justos,

no sea que los justos extiendan

su mano a la maldad.


Señor, concede bienes a los buenos,

a los sinceros de corazón;

y a los que se desvían por sendas tortuosas,

que los rechace el Señor con los malhechores.

¡Paz a Israel!


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

7 dic 2022

Santo Evangelio 7 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 11,28-30):

 En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».



«Mi yugo es suave y mi carga ligera»


P. Jacques PHILIPPE

(Cordes sur Ciel, Francia)

Hoy, Jesús nos conduce al reposo en Dios. Él es, ciertamente, un Padre exigente, porque nos ama y nos invita a darle todo, pero no es un verdugo. Cuando nos exige algo es para hacernos crecer en su amor. El único mandato es el de amar. Se puede sufrir por amor, pero también se puede gozar y descansar por amor…

La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Por eso, Jesús, que nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y seguirle, nos dice: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). Aunque en ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo: «Haz que vaya por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco» (Sal 119,35).

Me gustaría contar un hecho. A veces, cuando después de un día bastante agotador me voy a dormir, percibo una ligera sensación interior que me dice: —¿No entrarías un momento en la capilla para hacerme compañía? Tras algunos instantes de desconcierto y resistencia, termino por consentir y pasar unos momentos con Jesús. Después, me voy a dormir en paz y tan contento, y al día siguiente no me despierto más cansado que de costumbre.

No obstante, a veces me sucede lo contrario. Ante un problema grave que me preocupa, me digo: —Esta noche rezaré durante una hora en la capilla para que se resuelva. Y al dirigirme a dicha capilla, una voz me dice en el fondo de mi corazón: —¿Sabes?, me complacería más que te fueras a acostar inmediatamente y confiaras en mí; yo me ocupo de tu problema. Y recordando mi feliz condición de "servidor inútil", me voy a dormir en paz, abandonando todo en las manos del Señor…

Todo ello viene a decir que la voluntad de Dios está donde existe el máximo amor, pero no forzosamente donde esté el máximo sufrimiento… ¡Hay más amor en descansar gracias a la confianza que en angustiarse por la inquietud!

Salmo 53, 3-6. 8-9 -



 Salmo 53, 3-6. 8-9 -

 PETICIÓN DE AUXILIO


¡Oh Dios!, sálvame por tu nombre,

sal por mí con tu poder.

¡Oh Dios!, escucha mi súplica,

atiende a mis palabras:


porque unos insolentes se alzan contra mí,

y hombres violentos me persiguen a muerte

sin tener presente a Dios.


Pero Dios es mi auxilio,

el Señor sostiene mi vida.


Te ofreceré un sacrificio voluntario

dando gracias a tu nombre, que es bueno;

porque me libraste del peligro

y he visto la derrota de mis enemigos.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


6 dic 2022

Santo Evangelio 6 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 18,12-14):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».



«No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»


Fr. Damien LIN Yuanheng

(Singapore, Singapur)

Hoy, Jesús nos lanza un reto: «¿Qué os parece?» (Mt 18,12); ¿qué clase de misericordia practicas? Quizás nosotros, “católicos practicantes”, habiendo gustado muchas veces de la misericordia de Dios en sus sacramentos, estemos tentados a pensar que ya estamos justificados ante los ojos de Dios. Corremos el peligro de convertirnos inconscientemente en el fariseo que menosprecia al publicano (cf. Lc 18,9-14). Aunque no lo digamos en voz alta, quizás pensemos que estamos libres de culpa ante Dios. Algunos síntomas de que este orgullo farisaico echa raíces en nosotros pueden ser la impaciencia ante los defectos de los demás, o pensar que las advertencias nunca van para nosotros.

El “desobediente” profeta Jonás, un judío, se mantuvo inflexible cuando Dios mostró pena por los habitantes de Nínive. Yahvé reprochó la intolerancia de Jonás (cf. Jon 4,10-11). Aquella mirada humana ponía límites a la divina misericordia. ¿Acaso también nosotros ponemos límites a la misericordia de Dios? Hemos de prestar atención a la lección de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Con toda probabilidad, ¡todavía nos queda un largo camino por recorrer para imitar la misericordia de Dios!

¿Cómo debiéramos entender la misericordia de nuestro Padre celestial? El Papa Francisco dijo que «Dios no perdona mediante un decreto, sino con un abrazo». El abrazo de Dios para con cada uno de nosotros se llama “Jesucristo”. Cristo manifiesta la misericordia paternal de Dios. En el capítulo cuarto del Evangelio de san Juan, Cristo no airea los pecados de la mujer samaritana. En lugar de ello, la divina misericordia cura a la Samaritana ayudándola a afrontar plenamente la realidad de su pecado. La misericordia de Dios es totalmente coherente con la verdad. La misericordia no es una excusa para tomarse rebajas morales. Sin embargo, Jesús debió haber provocado su arrepentimiento con mucha más ternura que la que sintió la mujer adúltera “herida por el amor” (cf. Jn 8,3-11). Nosotros también debemos aprender cómo ayudar a los demás a encararse con sus errores sin avergonzarles, con gran respeto hacia ellos como hermanos en Cristo, y con ternura. En nuestro caso, también con humildad, sabiendo que nosotros mismos somos “vasijas de barro”.


Salmo 36 III

 



Salmo 36 III


La boca del justo expone la sabiduría,

su lengua explica el derecho;

porque lleva en el corazón la ley de su Dios,

y sus pasos no vacilan.


El malvado espía al justo

e intenta darle muerte;

pero el Señor no lo entrega en sus manos,

no deja que lo condenen en el juicio.


Confía en el Señor, sigue su camino;

él te levantará a poseer la tierra,

y verás la expulsión de los malvados.


Vi a un malvado que se jactaba,

que prosperaba como un cedro frondoso;

volví a pasar, y ya no estaba;

lo busqué, y no lo encontré.


Observa al honrado, fíjate en el bueno:

su porvenir es la paz;

los impíos serán totalmente aniquilados,

el porvenir de los malvados quedará truncado.


El Señor es quien salva a los justos,

él es su alcázar en el peligro;

el Señor los protege y los libra,

los libra de los malvados y los salva,

porque se acogen a él.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


5 dic 2022

Santo Evangelio 5 de Diciembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 5,17-26):

Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».



«Hombre, tus pecados te quedan perdonados»


Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido

(Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, el Señor enseña y cura a la vez. Hoy vemos al Señor que enseñaba a los que se consideraban muy sabios en aquellos tiempos: los fariseos y los maestros de la ley. A veces, nosotros podemos pensar que por el siglo en que vivimos o por los estudios que hemos hecho, poco nos queda para aprender. Esta lógica no sobrenatural nos lleva frecuentemente a querer hacer que los caminos de Dios sean los nuestros y no al revés.

En la actitud de quienes quieren la curación de su amigo vemos los esfuerzos humanos para conseguir lo que realmente desean. Lo que querían era algo muy bueno: que el enfermo pudiera andar. Pero no es suficiente con esto. Nuestro Señor quiere hacer con nosotros una sanación completa. Y por eso comienza con lo que Él ha venido a realizar en este mundo, lo que su santo nombre significa: Salvar al hombre de sus pecados.

—La fuente más profunda de mis males son siempre mis pecados: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados» (Lc 5,20). Muy frecuentemente, nuestra oración o nuestro interés es puramente material, pero el Señor sabe lo que nos conviene más. Como en aquellos tiempos, los consultorios de los médicos están llenos de enfermos. Pero, como aquellos hombres, tenemos el riesgo de no ir con tanta diligencia al lugar donde realmente nos restablecemos plenamente: al encuentro con el Señor en el sacramento de la Penitencia.

Punto fundamental en todo tiempo para el creyente es el encuentro sincero con Jesucristo misericordioso. Él, rico en misericordia, nos recuerda especialmente hoy que en este Adviento no podemos descuidar el necesario perdón que Él da a manos llenas. Y, si es preciso, echemos los impedimentos —el tejado— que nos impiden verle. —Yo también necesito retirar las tejas de mis prejuicios, de mis comodidades, de mis ocupaciones, de las desconfianzas, que son un obstáculo para “mirar de tejas arriba”.

Salmo 120

 


Salmo 120 - EL GUARDIÁN DEL PUEBLO.


Levanto mis ojos a los montes:

¿de dónde me vendrá el auxilio?

El auxilio me viene del Señor,

que hizo el cielo y la tierra.


No permitirá que resbale tu pie,

tu guardián no duerme;

no duerme ni reposa

el guardián de Israel.


El Señor te guarda a su sombra,

está a tu derecha;

de día el sol no te hará daño,

ni la luna de noche.


El Señor te guarda de todo mal,

él guarda tu alma;

el Señor guarda tus entradas y salidas,

ahora y por siempre.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


4 dic 2022

Santo Evangelio 4 de Diciembre 2022

  



Texto del Evangelio (Mt 3,1-12):

 Por aquellos días se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos». Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas’. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.

Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».



«Dad fruto digno de conversión»


Pbro. Walter Hugo PERELLÓ

(Rafaela, Argentina)

Hoy, el Evangelio de san Mateo nos presenta a Juan el Bautista invitándonos a la conversión: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos» (Mt 3,2).

A él acudían muchas personas buscando bautizarse y «confesando sus pecados» (Mt 3,6). Pero dentro de tanta gente, Juan pone la mirada en algunos en particular, los fariseos y saduceos, tan necesitados de conversión como obstinados en negar tal necesidad. A ellos se dirigen las palabras del Bautista: «Dad fruto digno de conversión» (Mt 3,8).

Habiendo ya comenzado el tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espera, nos encontramos con la exhortación de Juan, que nos hace comprender que esta espera no se identifica con el “quietismo”, ni se arriesga a pensar que ya estamos salvados por ser cristianos. Esta espera es la búsqueda dinámica de la misericordia de Dios, es conversión de corazón, es búsqueda de la presencia del Señor que vino, viene y vendrá.

El tiempo de Adviento, en definitiva, es «conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano» (San Juan Pablo II).

Aprovechemos, hermanos, este tiempo oportuno que nos regala el Señor para renovar nuestra opción por Jesucristo, quitando de nuestro corazón y de nuestra vida todo lo que no nos permita recibirlo adecuadamente. La voz del Bautista sigue resonando en el desierto de nuestros días: «Preparad el camino al Señor, enderezad sus sendas» (Mt 3,3).

Así como Juan fue para su tiempo esa “voz que clama en el desierto”, así también los cristianos somos invitados por el Señor a ser voces que clamen a los hombres el anhelo de la vigilante espera: «Preparemos los caminos, ya se acerca el Salvador y salgamos, peregrinos, al encuentro del Señor. Ven, Señor, a libertarnos, ven tu pueblo a redimir; purifica nuestras vidas y no tardes en venir» (Himno de Adviento de la Liturgia de las Hor

Una voz clama en el desierto

 



Una voz clama en el desierto


Una voz clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas para nuestro Dios.» El profeta afirma claramente que no es en Jerusalén, sino en el desierto, donde se cumplirá esta profecía, es decir, la manifestación de la gloria del Señor y el anuncio de la salvación de Dios a todos los hombres.

Estas cosas se cumplieron en la historia y a la letra cuando Juan Bautista predicó la venida salvadora de Dios en el desierto del Jordán, donde se reveló la salvación de Dios. Porque Cristo se manifestó y su gloria se hizo patente a todos cuando, en su bautismo, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo, descendiendo en forma de paloma, permaneció sobre él y se oyó la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo muy amado, escuchadlo.

Estas cosas se dijeron porque Dios iba a venir a un desierto que había estado siempre cerrado e inaccesible: todas las naciones estaban privadas del conocimiento de Dios, y los justos y los profetas evitaban el trato con ellas. Por eso aquella voz manda preparar un camino a la Palabra de Dios y enderezar las sendas, para que cuando llegue nuestro Dios pueda avanzar sin obstáculos. Preparad el camino del Señor: este camino es la proclamación de la Buena Noticia que trae a todos un nuevo consuelo, que desea ardientemente hacer llegar a todos los hombres el conocimiento de la salvación de Dios.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas palabras que acabamos de citar están cuidadosamente ordenadas y hacen una oportuna mención de los evangelistas: después de haber hablado de la voz que clama en el desierto, anuncian la llegada de Dios a los hombres. A la profecía sobre Juan Bautista sigue muy lógicamente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sión sino la que antes fue llamada Jerusalén? Pues también aquélla era un monte, como dice la Escritura: El monte Sión donde pusiste tu morada, y el Apóstol: Os habéis acercado al monte de Sión. ¿No aludirá acaso al coro de los apóstoles, elegidos de entre aquel primer pueblo de la circuncisión?

Es esta Sión y Jerusalén la que ha recibido la salvación de Dios y que ha sido edificada sobre el monte de Dios, es decir, sobre el Verbo unigénito. Y es a ésta a quien Dios manda subir al monte alto y anunciar la palabra de la salvación. ¿Quién es el que lleva la Buena Noticia sino el coro de los que proclaman el Evangelio? ¿Qué significa llevar la Buena Noticia? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, la venida de Cristo a la tierra.

De los Comentarios de Eusebio de Cesarea, obispo, sobre el profeta Isaías

(Cap. 40: PG 24, 366-367)