22 oct 2022

Santo Evangelio 22 de Octubre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 13,1-9):

 En aquel tiempo, llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».

Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».



«Fue a buscar fruto (...) y no lo encontró»


+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret

(Vic, Barcelona, España)

Hoy, las palabras de Jesús nos invitan a meditar sobre el inconveniente de la hipocresía: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró» (Lc 13,6). El hipócrita aparenta ser lo que no es. Esta mentira llega a su cima al fingir virtud (aspecto moral) siendo vicioso, o devoción (aspecto religioso) al buscarse uno mismo y sus propios intereses y no a Dios. La hipocresía moral abunda en el mundo, la religiosa perjudica a la Iglesia.

Las invectivas de Jesús contra los escribas y fariseos —más claras y directas en otros pasajes evangélicos— son terribles. No podemos leer o escuchar lo que acabamos de leer o escuchar sin que estas palabras nos lleguen al fondo del corazón, si realmente las hemos escuchado y entendido.

Lo diré en plural personal, ya que todos experimentamos la distancia entre lo que aparentamos ser y lo que somos de veras. Lo somos los políticos cuando nos aprovechamos del país proclamando que estamos a su servicio; los cuerpos de seguridad cuando protegemos a grupos corruptos en nombre del orden público; el personal sanitario cuando suprimimos vidas incipientes o terminales en nombre de la medicina; los medios de comunicación social cuando falseamos las noticias y pervertimos al personal diciendo que lo estamos divirtiendo; los administradores de los fondos públicos cuando desviamos una parte de ellos hacia nuestros bolsillos (individuales o de partido) y alardeamos de honestidad pública; los laicistas cuando impedimos la dimensión pública de la religión en nombre de la libertad de conciencia; los religiosos cuando vivimos de nuestras instituciones con infidelidad al espíritu y a las exigencias de los fundadores; los sacerdotes cuando vivimos del altar pero no servimos abnegadamente a nuestros feligreses con espíritu evangélico; etc.

¡Ah!: y tú y yo también, en la medida en que nuestra conciencia nos dice lo que tenemos que hacer y dejamos de hacerlo para dedicarnos únicamente a ver la paja en el ojo ajeno sin querer darnos cuenta siquiera de la viga que ciega el nuestro. ¿O no?

—Jesús, Salvador del mundo, ¡sálvanos de nuestras pequeñas, medianas y grandes hipocresías!


El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo Hombre

 


El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo Hombre


El apóstol san Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo, pero muy diversos en su obrar; totalmente iguales por el número y orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo origen. Dice, en efecto, la Escritura: El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo; el último Adán, en espíritu que da vida.

Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir; el último Adán, en cambio, se configuró a sí mismo y fue su propio autor, pues no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede la vida de todos. Aquel primer Adán fue plasmado del barro deleznable; el último Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél, la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios.

Y ¿qué mas podemos añadir? Éste es aquel Adán que, cuando creó al primer Adán, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, también el primero, como él mismo afirma: Yo soy el primero y yo soy el último.

«Yo soy el primero, es decir, no tengo principio. Yo soy el último, porque ciertamente no tengo fin. El espíritu no fue lo primero —dice—, primero vino la vida y después el espíritu.» Antes, sin duda, es la tierra que el fruto, pero la tierra no es tan preciosa como el fruto; aquélla exige lágrimas y trabajo, éste, en cambio, nos proporciona alimento y vida. Con razón el profeta se gloría de tal fruto, cuando dice: Nuestra tierra ha dado su fruto. ¿Qué fruto? Aquel del que se afirma en otro lugar: A un fruto de tus entrañas lo pondré sobre tu trono. Y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.

Igual que el hombre terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. ¿Cómo, pues, los que no nacieron con tal naturaleza celestial llegaron a ser de esta naturaleza y no permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la condición en que habían renacido? Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu, el cual fecunda con su luz el seno materno de la fuente virginal, para que aquellos a quienes el origen terreno de su raza da a luz en condición terrena y miserable vuelvan a nacer en condición celestial, y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador. Por tanto, renacidos ya, recreados según la imagen de nuestro Creador, realizamos lo que nos dice el Apóstol: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Renacidos ya, como hemos dicho, a semejanza de nuestro Señor, adoptados como verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia, virtudes todas por las que el Señor se ha dignado hacerse uno de nosotros y ser semejante a nosotros.

De los Sermones de san Pedro Crisólogo, obispo

(Sermón 117: PL 52, 520-521)

21 oct 2022

Santo Evangelio 21 de Octubre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 12,54-59):

 En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: ‘Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: ‘Viene bochorno’, y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».



«¿Cómo no exploráis (...) este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?»


Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal

(Barcelona, España)

Hoy, Jesús quiere que levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Esta mañana, después de tres días de lluvia persistente, el cielo ha aparecido luminoso y claro en uno de los días más espléndidos de este otoño. Vamos entendiendo en el tema de cambios de tiempo, ya que ahora los meteorólogos son casi como de la familia. En cambio, nos cuesta más entender en qué tiempo estamos o vivimos: «Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12,56). Muchos de los que escuchaban a Jesús dejaron perder una ocasión única en la historia de toda la Humanidad. No vieron en Jesús al Hijo de Dios. No captaron el tiempo, la hora de la salvación.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 4), actualiza el Evangelio de hoy: «Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (…). Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático».

Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la Iglesia por no haber descubierto el momento entonces vivido. Pero, Señor: ¿cuántas ocasiones no habremos perdido ahora por no descubrir los signos de los tiempos o, lo que es lo mismo, por no vivir e iluminar la problemática actual con la luz del Evangelio? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.

No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba san Juan de la Cruz, habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que Él llenó de hermosura. Santa Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo, nuestro tiempo, ha entendido a santa Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto sin perder de vista la tierra.


En Todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura

 



En Todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

Por esto nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia que Dios me ha dado, os pido a todos y a cada uno: No tengáis de vosotros mismos un concepto superior a lo que es justo. Abrigad sentimientos de justa moderación, cada uno en la medida de la fe que Dios le ha dado. A la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros desempeñan distinta función, lo mismo nosotros: siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, e individualmente somos miembros unos de otros y tenemos carismas diferentes, según la gracia que Dios nos ha dado.

Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.

De los Libros de san Agustín, obispo, Sobre la ciudad de Dios

(Libro 10, 6: CCL 47, 278-279)

20 oct 2022

Santo Evangelio 20 de Octubre 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 12,49-53):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».



«He venido a prender fuego en el mundo»


+ Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach

(Vilamarí, Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús como una persona de grandes deseos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» (Lc 12,49). Jesús ya querría ver el mundo arder en caridad y virtud. ¡Ahí es nada! Tiene que pasar por la prueba de un bautismo, es decir, de la cruz, y ya querría haberla pasado. ¡Naturalmente! Jesús tiene planes, y tiene prisa por verlos realizados. Podríamos decir que es presa de una santa impaciencia. Nosotros también tenemos ideas y proyectos, y los querríamos ver realizados enseguida. El tiempo nos estorba. «¡Qué angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12,50), dijo Jesús.

Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.

¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.


Sobre los grados de la contemplaciòn



 Sobre los grados de la contemplaciòn


Refugiémonos en Cristo, nuestra fortaleza, y adhirámonos con todas nuestras fuerzas al Señor, la roca sólida y siempre firme, y podremos decir con el profeta, como está escrito: Afianzó mis pies en la roca y aseguró mis pasos. Consolidados así y afianzados podremos contemplar y escuchar lo que él nos diga y sabremos cómo responder cuando él nos reprenda.

El primer grado de esta contemplación, amados hermanos, consiste en considerar atentamente cuál sea la voluntad del Señor y qué es lo acepto a sus ojos. Y, como todos pecamos con frecuencia y nuestro orgullo ofende muchas veces su santísima voluntad y no se adhiere ni conforma a lo que el Señor desea, es necesario que nos humillemos bajo la poderosa mano del Dios altísimo y procuremos solícitamente presentarnos ante él con espíritu humilde, diciendo: Sáname, Señor, y quedaré sano, sálvame y quedaré a salvo. Y también aquello otro: Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.

Cuando estos pensamientos hayan ya purificado la mirada de nuestro corazón, en vez de andar según la amargura de nuestro espíritu nos dejaremos llevar del Espíritu de Dios y viviremos alegres, sin preocuparnos ya de cuál sea la voluntad de Dios sobre nosotros, sino interesándonos más bien sobre cuál sea la voluntad divina en sí misma.

Y, ya que en su voluntad está la vida, no podemos dudar lo más mínimo de que nada encontraremos que nos sea más útil y provechoso que aquello que concuerda con el querer divino. Por tanto, si en verdad queremos conservar la vida de nuestra alma, procuremos con solicitud no desviarnos en lo más mínimo de la voluntad de Dios.

Y, cuando hayamos ya progresado algún tanto en la vida espiritual, guiados por el Espíritu Santo, que escudriña los más altos misterios de Dios, dediquémonos a contemplar cuán suave es el Señor y cuán bueno es en sí mismo; y con el profeta supliquémosle que nos manifieste cuál sea su voluntad, para que pongamos nuestra mansión no en nuestro pobre corazón humano, sino en su santo templo; así podremos repetir con el mismo profeta: Mi alma se acongoja, te recuerdo.

Pues hay que advertir, que la plenitud de nuestra vida espiritual se encuentra en estas dos cosas: en aquella reflexión sobre nosotros mismos, que nos turba y nos contrista en vista a la conversión, y en la contemplación de Dios, que nos llena del gozo y del consuelo del Espíritu Santo; lo primero engendra en nosotros el temor y la humildad, lo segundo alumbra en nuestro interior el amor y la esperanza.

De los Sermones de san Bernardo, abad

(Sermón 5 sobre diversas materias, 4-5: Opera omnia, edición cisterciense, 6, 1 [1970], 103-104)


19 oct 2022

Santo Evangelio 19 de Octubre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 12,39-48):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.

»Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».



«Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»


Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera

(Badalona, Barcelona, España)

Hoy, con la lectura de este fragmento del Evangelio, podemos ver que cada persona es un administrador: cuando nacemos, se nos da a todos una herencia en los genes y unas capacidades para que nos realicemos en la vida. Descubrimos que estas potencialidades y la vida misma son un don de Dios, puesto que nosotros no hemos hecho nada para conseguirlas. Son un regalo personal, único e intransferible, y es lo que nos confiere nuestra personalidad. Son los “talentos” de los que nos habla el mismo Jesús (cf. Mt 25,15), las cualidades que debemos hacer crecer a lo largo de nuestra existencia.

«En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40), acaba diciendo Jesús en el primer párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. San Agustín nos lo recuerda con las palabras del Salmo 32,12: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor», para que podamos ser conscientes de ello, formando parte de esta nación.

«También vosotros estad preparados» (Lc 12,40), esta exhortación representa una llamada a la fidelidad, la cual nunca está subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber “dar respuesta” a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida. «Conociendo la voluntad de su señor» (Lc 12,47), es lo que llamamos nuestra “conciencia”, y es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.


Me pondrè de centinela para escuchar lo que me dice el Señor



 Me pondrè de centinela para escuchar lo que me dice el Señor


Leemos en el Evangelio que, predicando en cierta ocasión el Salvador y habiendo afirmado que daría a comer su carne sacramental para que así sus discípulos pudieran participar de su pasión, algunos exclamaron: ¡Duras son estas palabras! Y se alejaron de él. A vista de ello, preguntó el Señor a sus discípulos si también ellos querían dejarlo; ellos entonces respondieron: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.

Pues bien, hermanos, es manifiesto que en nuestros días las palabras de Jesús son también espíritu y vida para algunos y, por ello, éstos lo siguen; pero, en cambio, a otros estas mismas palabras les parecen duras, por lo cual no faltan quienes van a buscar en otra parte un consuelo miserable. La sabiduría no deja de levantar su voz en las plazas, anunciando que el camino que conduce a la muerte es ancho y espacioso, a fin de que cuantos andan por él vuelvan sobre sus pasos.

Durante cuarenta años —dice— aquella generación me repugnó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado.» Y en otro salmo añade: Una sola vez habló Dios; es cierto que Dios habló una sola vez, pues está hablando siempre, ya que su locución es continua y eterna, y nunca se interrumpe.

Esta voz invita sin cesar a los pecadores, exhortándoles a meditar en su corazón y reprendiendo los errores de este corazón, pues es la voz de aquel que habita en el corazón del hombre y habla en su interior, realizando así lo que ya dijo por boca del profeta: Hablad al corazón de Jerusalén.

Ya véis, hermanos, cuán saludablemente nos amonesta el profeta a fin de que si hoy escuchamos su voz no endurezcamos el corazón. Las palabras que leemos en el profeta son casi las mismas que hallamos también en el Evangelio. En efecto, en el Evangelio dice el Señor: Mis ovejas oyen mi voz, y en el salmo afirma el profeta: Nosotros, su pueblo (el del Señor, ciertamente), el rebaño que él guía, ojalá escuchemos hoy su voz y no endurezcamos el corazón.

Escucha, finalmente, al profeta Habacuc; él no disimula la increpación del Señor, sino que la medita asiduamente y por ello exclama: Me pondré de centinela, me plantaré en la atalaya, velaré para escuchar lo que me dice, lo que responde a mis quejas. Procuremos, hermanos, ponernos también nosotros de centinela, porque la vida presente es tiempo de lucha.

Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo habita, y que nuestros actos sean reflexivos y nuestras obras según los dictados de la razón; pero de tal forma que no confiemos excesivamente en nuestros actos ni nos fiemos excesivamente de nuestras simples reflexiones.

De los Sermones de san Bernardo, abad

(Sermón 5 sobre diversas materias, 1-4: Opera omnia, edición cisterciense, 6,1 [1970], 98-103)


18 oct 2022

Santo Evangelio 18 de Octubre 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 10,1-9):

 En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.

»En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’».



«El Reino de Dios está cerca de vosotros»


Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet

(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

Hoy, en la fiesta de san Lucas —el Evangelista de la mansedumbre de Cristo—, la Iglesia proclama este Evangelio en el que se presentan las características centrales del apóstol de Cristo.

El apóstol es, en primer lugar, el que ha sido llamado por el Señor, designado por Él mismo, con vistas a ser enviado en su nombre: ¡es Jesús quien llama a quien quiere para confiarle una misión concreta! «El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10,1).

El apóstol, pues, por haber sido llamado por el Señor, es, además, aquel que depende totalmente de Él. «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino» (Lc 10,4). Esta prohibición de Jesús a sus discípulos indica, sobre todo, que ellos han de dejar en sus manos aquello que es más esencial para vivir: el Señor, que viste los lirios de los campos y da alimento a los pájaros, quiere que su discípulo busque, en primer lugar, el Reino del cielo y no, en cambio, «qué comer ni qué beber, y [que] no estéis inquietos. [Porque] por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso» (Lc 12,29-30).

El apóstol es, además, quien prepara el camino del Señor, anunciando su paz, curando a los enfermos y manifestando, así, la venida del Reino. La tarea del apóstol es, pues, central en y para la vida de la Iglesia, porque de ella depende la futura acogida al Maestro entre los hombres.

El mejor testimonio que nos puede ofrecer la fiesta de un Evangelista, de uno que ha narrado el anuncio de la Buena Nueva, es el de hacernos más conscientes de la dimensión apostólico-evangelizadora de nuestra vida cristiana.


El Señor viene detrás de sus predicadores



 El Señor viene detrás de sus predicadores


Nuestro Señor y Salvador, hermanos muy amados, nos enseña unas veces con sus palabras, otras con sus obras. Sus hechos, en efecto, son normas de conducta, ya que con ellos nos da a entender tácitamente lo que debemos hacer. Manda a sus discípulos a predicar de dos en dos, ya que es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo.

El Señor envía a los discípulos a predicar de dos en dos, y con ello nos indica sin palabras que el que no tiene caridad para con los demás no puede aceptar, en modo alguno, el ministerio de la predicación.

Con razón se dice que los envió delante de si por todas las aldeas y lugares que iba a visitar. En efecto, el Señor viene detrás de sus predicadores, ya que, habiendo precedido la predicación, viene entonces el Señor a la morada de nuestro interior, cuando ésta ha sido preparada por las palabras de exhortación, que han abierto nuestro espíritu a la verdad. En este sentido dice Isaías a los predicadores: Preparad el camino del Señor; enderezad las sendas para nuestro Dios. Por esto les dice también el salmista: Alfombrad el camino del que sube sobre el ocaso. Sobre el ocaso, en efecto, sube el Señor, ya que en el declive de su pasión fue precisamente cuando, por su resurrección, puso más plenamente de manifiesto su gloria. Sube sobre el ocaso, porque, con su resurrección, pisoteó la muerte que había sufrido. Por esto nosotros alfombramos el camino del que sube sobre el ocaso cuando os anunciamos su gloria, para que él, viniendo a continuación, os ilumine con su presencia amorosa.

Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: La mies es mucha, pero los operarios son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies. Por tanto, para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio.

Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que dice el Evangelio: Rogad al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies. Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio.

De las Homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los Evangelios

(Homilía 17, 1-3: PL 76, 1139)


17 oct 2022

Santo Evangelio 17 de Octubre 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 12,13-21):

 En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».

Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».



«La vida de uno no está asegurada por sus bienes»


Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet

(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

Hoy, el Evangelio, si no nos tapamos los oídos y no cerramos los ojos, causará en nosotros una gran conmoción por su claridad: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lc 12,15). ¿Qué es lo que asegura la vida del hombre?

Sabemos muy bien en qué está asegurada la vida de Jesús, porque Él mismo nos lo ha dicho: «El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha dado al Hijo ese mismo poder» (Jn 5,26). Sabemos que la vida de Jesús no solamente procede del Padre, sino que consiste en hacer su voluntad, ya que éste es su alimento, y la voluntad del Padre equivale a realizar su gran obra de salvación entre los hombres, dando la vida por sus amigos, signo del más excelso amor. La vida de Jesús es, pues, una vida recibida totalmente del Padre y entregada totalmente al mismo Padre y, por amor al Padre, a los hombres. La vida humana, ¿podrá ser entonces suficiente en sí misma? ¿Podrá negarse que nuestra vida es un don, que la hemos recibido y que, solamente por eso, ya debemos dar gracias? «Que nadie crea que es dueño de su propia vida» (San Jerónimo).

Siguiendo esta lógica, sólo falta preguntarnos: ¿Qué sentido puede tener nuestra vida si se encierra en sí misma, si halla su agrado al decirse: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19)? Si la vida de Jesús es un don recibido y entregado siempre en el amor, nuestra vida —que no podemos negar haber recibido— debe convertirse, siguiendo a la de Jesús, en una donación total a Dios y a los hermanos, porque «quien vive preocupado por su vida, la perderá» (Jn 12,25).


Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras



 Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras

Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo. Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios.

De nada me servirán los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en si entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mi, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.

El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar mi deseo que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo. Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice: «Ven al Padre.» No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.

No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido.

16 oct 2022

Santo Evangelio 16 de Octubre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 18,1-8):

 En aquel tiempo, Jesús les decía una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’».

Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?».



«Es preciso orar siempre sin desfallecer»


Rev. D. Pere CALMELL i Turet

(Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos recuerda que «es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Enseña con sus obras y con las palabras. San Lucas se nos presenta como el evangelista de la oración de Jesús. Efectivamente, en algunas de las escenas de la vida del Señor, que los autores inspirados de la Escritura Santa nos transmiten, es únicamente Lucas quien nos lo muestra rezando.

En el Bautismo en el Jordán, en la elección de los Doce y en la Transfiguración. Cuando un discípulo le pidió «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1), de sus labios salió el Padrenuestro. Cuando anuncia las negaciones a Pedro: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lc 22,32). En la crucifixión: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Cuando muere en la Cruz: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu», del Salmo 31. El Señor mismo es modelo de la oración de petición, especialmente en Getsemaní, según la descripción de todos los evangelistas.

—Puedo ir concretando cómo elevaré el corazón a Dios en las distintas actividades, porque no es lo mismo hacer un trabajo intelectual que manual; estar en la iglesia que en el campo de deportes o en casa; conducir por la ciudad que por la autopista; no es lo mismo la oración de petición que el agradecimiento; o la adoración que pedir perdón; de buena mañana que cuando llevamos todo el cansancio del día. San Josemaría Escrivá nos da una receta para la oración de petición: «Más consigue aquel que importuna más de cerca... Por tanto, acércate a Dios: esfuérzate por ser santo».

Santa María es modelo de oración, también de petición. En Caná de Galilea es capaz de avanzar la hora de Jesús, la hora de los milagros, con su petición, llena de amor por aquellos esposos y llena de confianza en su Hijo.


Acordémonos del Amor de Cristo

 


Acordémonos del Amor de Cristo

Con tan buen amigo presente —nuestro Señor Jesucristo—, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita.

Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado.

¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de Siena.

Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.

Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo.

De las Obras de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia.

(Libro de su vida, cap. 22, 6-7. 12. 14)