24 sept 2022

Santo Evangelio 24 de septiembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 9,43b-45):

 En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.



«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, más de dos mil años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9,45).

Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.

Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.


María, Madre nuestra

 



María, Madre nuestra


Acudamos a la que es su esposa, su madre, su perfecta esclava. Todo esto es María.

Pero, ¿qué haremos en su presencia? ¿Qué presentes le ofreceremos? ¡Ojalá pudiéramos, por lo menos, devolverle lo que le debemos en justicia! Le debemos honor, servicio, amor, alabanza. Le debemos honor, porque es madre de nuestro Señor. Pues el que no honra a la madre, sin duda deshonra al hijo. Y la Escritura dice: Honra a tu padre y a tu madre.

¿Qué más diremos, hermanos? ¿No es ella nuestra madre? Ciertamente, hermanos, es realmente madre nuestra, ya que por ella hemos nacido, no para el mundo, sino para Dios.

Nos hallábamos todos, como creéis y sabéis, en la muerte, en la caducidad, en las tinieblas, en la miseria. En la muerte, porque habíamos perdido al Señor; en la caducidad, porque estábamos sometidos a la corrupción; en las tinieblas, porque habíamos perdido la luz de la sabiduría, y así estábamos totalmente perdidos.

Mas, por María, hemos nacido mucho mejor que por Eva, por el hecho de haber nacido de ella Cristo. En vez de la caducidad hemos recobrado la novedad, en vez de la corrupción la incorrupción, en vez de las tinieblas la luz.

Ella es madre nuestra, madre de nuestra vida, de nuestra incorrupción, de nuestra luz. Dice el Apóstol, refiriéndose a nuestro Señor: Dios lo ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

Ella, pues, por ser madre de Cristo, es madre de nuestra sabiduría, de nuestra justicia, de nuestra santificación, de nuestra redención. Por ello es más madre nuestra que la misma madre carnal, ya que nuestro nacimiento de ella es superior; de ella, en efecto, procede nuestra santidad, nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención.

Dice la Escritura: Alabad a Dios por sus santos. Si hemos de alabar a nuestro Señor por sus santos, a través de los cuales realiza portentos y milagros, ¡cuánto más no hemos de alabarlo por aquella en la cual se hizo a sí mismo aquel que es admirable sobre todo lo admirable!

De los Sermones del beato Elredo, abad

(Sermón 20, En la Natividad de la Virgen María: PL 195, 322-324)

23 sept 2022

Santo Evangelio 23 de Septiembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 9,18-22):

 Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».



«¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»


Rev. D. Pere OLIVA i March

(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?


Alzaré fuerte mi voz a El y no cesaré

 


Alzaré fuerte mi voz a El y no cesaré


En fuerza de esta obediencia me resuelvo a manifestarle lo que sucedió en mí desde el día 5 por la tarde que se prolongó durante todo el 6 del corriente mes de agosto.

No soy capaz de decirle lo que pasó a lo largo de este tiempo de superlativo martirio. Me hallaba confesando a nuestros seráficos la tarde del 5, cuando de repente me llené de un espantoso terror ante la visión de un personaje celeste que se me presenta ante los ojos de la inteligencia. Tenía en la mano una especie de dardo, semejante a una larguísima lanza de hierro con una punta muy afilada y parecía como si de esa punta saliese fuego. Ver todo esto y observar que aquel personaje arrojaba con toda violencia tal dardo sobre el alma fue todo uno. A duras penas exhalé un gemido, me parecía morir. Le dije al seráfico que se marchase, porque me sentía mal y no me encontraba con fuerzas para continuar. Este martirio duro sin interrupción hasta la mañana del día siete. No sabría decir cuánto sufrí en este periodo tan luctuoso. Sentía también las entrañas como arrancadas y desgarradas por aquel instrumento mientras todo quedaba sometido a hierro y fuego.

Y ¿qué decirle con respecto a lo que me pregunta sobre cómo sucedió mi crucifixión? ¡Dios mío, qué confusión y humillación experimento al tener que manifestar lo que tú has obrado en esta tu mezquina criatura!

Era la mañana del 20 del pasado mes de septiembre en el coro, después de la celebración de la santa misa, sentí una sensación de descanso, semejante a un dulce sueño. Todos los sentidos internos y externos, incluso las mismas facultades del alma se encontraron en una quietud indescriptible. Durante todo esto se hizo un silencio total en torno a mí y dentro de mí; siguió luego una gran paz y abandono en la más completa privación de todo, como un descanso dentro de la propia ruina. Todo esto sucedió con la velocidad del rayo.

Y mientras sucedía todo esto, me encontré delante de un misterioso personaje, semejante al que había visto la tarde del 5 de agosto, que se diferenciaba de éste solamente en que tenía las manos, los pies y el costado manando sangre. Sólo su visión me aterrorizó; no sabría expresar lo que sentí en aquel momento. Creí morir y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido para sostener mi corazón, el cual latía como si se quisiera salir del pecho. La visión del personaje desapareció y yo me encontré con las manos, los pies y el costado traspasados y manando sangre. Imaginad qué desgarro estoy experimentando continuamente casi todos los días. La herida del corazón mana asiduamente sangre, sobre todo desde el jueves por la tarde hasta el sábado.

Padre mío, yo muero de dolor por el desgarro y la subsiguiente confusión que yo sufro en lo más íntimo del corazón. Temo morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de mi corazón y retira de mí este peso. ¿Me concederá esta gracia Jesús que es tan bueno? ¿Me quitará al menos esta confusión que experimento por estas señales externas? Alzaré fuerte mi voz a él sin cesar, para que por su misericordia retire de mí la aflicción, no el desgarro ni el dolor, porque lo veo imposible y yo deseo embriagarme de dolor, sino estas señales externas que son para mí de una confusión y humillación indescriptible e insostenible.

El personaje del que quería hablarle en mi anterior, no es otro que el mismo del que le hablé en otra carta mía y que vi el 5 de agosto. El continúa su actividad sin parar, con gran desgarro del alma. Siento en mi interior como un continuo rumor, como el de una cascada, que está siempre echando sangre. ¡Dios mío!

Es justo el castigo y recto tu juicio, pero trátame al fin con misericordia. Señor —te diré siempre con tu profeta—: Señor no me corrijas con ira, no me castigues con cólera. Padre mío, ahora que conoces toda mi interioridad, no desdeñes de hacer llegar hasta mí la palabra de consuelo, en medio de tan feroz y dura amargura.

De las cartas de San Pío de Pietrelcina

(Carta 500; 510; Epist.1, 1065; 1093-1095, Edic. 1992)


22 sept 2022

Santo Evangelio 22 de septiembre 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): 

En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.



«Buscaba verle»


Rev. P. Jorge R. BURGOS Rivera SBD

(Cataño, Puerto Rico)

Hoy el texto del Evangelio nos dice que Herodes quería ver a Jesús (cf. Lc 9,9). Ese deseo de ver a Jesús le nace de la curiosidad. Se hablaba mucho de Jesús por los milagros que iba realizando a su paso. Muchas personas hablaban de Él. La actuación de Jesús trajo a la memoria del pueblo diversas figuras de profetas: Elías, Juan el Bautista, etc. Pero, al ser simple curiosidad, este deseo no trasciende. Tal es el hecho que cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). Su deseo se desvanece al verlo cara a cara, porque Jesús se niega a responder a sus preguntas. Este silencio de Jesús delata a Herodes como corrupto y depravado.

Nosotros, al igual que Herodes, seguramente hemos sentido, alguna vez, el deseo de ver a Jesús. Pero ya no contamos con el Jesús de carne y hueso como en tiempos de Herodes, sin embargo contamos con otras presencias de Jesús. Te quiero resaltar dos de ellas.

En primer lugar, la tradición de la Iglesia ha hecho de los jueves un día por excelencia para ver a Jesús en la Eucaristía. Son muchos los lugares donde hoy está expuesto Jesús-Eucaristía. «La adoración eucarística es una forma esencial de estar con el Señor. En la sagrada custodia está presente el verdadero tesoro, siempre esperando por nosotros: no está allí por Él, sino por nosotros» (Benedicto XVI). —Acércate para que te deslumbre con su presencia.

Para el segundo caso podemos hacer referencia a una canción popular, que dice: «Con nosotros está y no lo conocemos». Jesús está presente en tantos y tantos hermanos nuestros que han sido marginados, que sufren y no tienen a nadie que “quiera verlos”. En su encíclica Dios es Amor, dice el Papa Benedicto XVI: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial». Así pues, Jesús te está esperando, con los brazos abiertos te recibe en ambas situaciones. ¡Acércate!


En Pastos jugosos apacentaré a mis ovejas

 


En Pastos jugosos apacentaré a mis ovejas


Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de entre las naciones, las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel. Para ti, Israel, el Señor constituyó montes, es decir, suscitó profetas que escribieran las divinas Escrituras. Apacentaos en ellas y tendréis un pasto que nunca engaña. Todo cuanto en ellas encontréis gustadlo y saboreadlo bien; lo que en ellas no se encuentre repudiadlo. No os descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del pastor. Retiraos a los montes de las santas Escrituras, allí encontraréis las delicias de vuestro corazón, nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues ricos son los pastizales que allí se encuentran. Venid, pues, vosotras, solamente vosotras, las ovejas que estáis sanas; venid, y apacentaos en los montes de Israel.

En los ríos y en los poblados del país. Desde los montes que os hemos mostrado fluyen, abundantes, los ríos de la predicación evangélica, de los cuales se dice: A toda la tierra alcanza su pregón; a través de estos ríos de la predicación evangélica el mundo entero se ha convertido en alegre y rico pastizal, donde pueden apacentarse los rebaños del Señor.

Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel, esto es, hallarán un lugar del que podrán decir: «Bien estamos aquí; aquí hemos encontrado y nos han manifestado la verdad; no nos han engañado.» Se recostarán bajo la claridad de Dios, y en la luz de Dios encontrarán su descanso. Dormirán, es decir, descansarán, se recostarán en fértiles campos.

Y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel. Ya hemos dicho más arriba que los montes de Israel son unos montes buenos, hacia los cuales levantamos nuestros ojos, pues de ellos nos viene el auxilio. Aunque, en realidad, el auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por ello, para que no pongamos nuestra confianza en un monte, por muy bueno que nos parezca, se nos dice a continuación: Yo mismo apacentaré a mis ovejas. Levanta, pues, tus ojos a los montes, de donde te vendrá el auxilio, pero espera únicamente en el que te dice: Yo mismo te apacentaré, pues, tu auxilio te viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Y concluye, diciendo: Las apacentaré con justicia. Fíjate cómo él es el único que puede apacentar con justicia. Pues, ¿quién puede juzgar al hombre? La tierra entera está llena de juicios temerarios. En efecto, aquel de quien desesperábamos, en el momento menos pensado, súbitamente se convierte y llega a ser el mejor de todos. Aquel, en cambio, en quien tanto habíamos confiado, en el momento menos pensado, cae súbitamente y se convierte en el peor de todos. Ni nuestro temor es constante ni nuestro amor indefectible.

Lo que sea en el día de hoy el hombre apenas si lo sabe el propio hombre, aunque, quizá, en alguna manera, lo que es hoy sí que puede saberlo; pero lo que uno será mañana ni uno mismo lo sabe. El Señor, en cambio, que conoce lo que hay en el hombre, puede apacentar con justicia, dando a cada uno lo que necesita: A éste, esto; a ése, eso; a aquél, aquello: a cada cual según sus propias necesidades, pues él sabe bien qué es lo que debe hacer.

Cuando el Señor apacienta con justicia, redime a los que juzga; por tanto, el Señor apacienta con justicia.

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

(Sermón 46, 24-25. 27: CCL 41, 551-553)



21 sept 2022

Santo Evangelio 21 de Septiembre de 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 8,19-21):

 En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».



«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»


Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé

(Lleida, España)

Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.

Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».

Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.


Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió



 Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió


Jesús vio a un hombre, llamado Mateo, sentado ante la mesa de cobro de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sígueme. «Sígueme», que quiere decir: «imítame.» Le dijo: «Sígueme», más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque, quien dice que está siempre en Cristo debe andar de continuo como él anduvo.

Él —continúa el texto sagrado— se levantó y lo siguió. No hay que extrañarse del hecho de que aquel recaudador de impuestos, a la primera indicación imperativa del Señor, abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaba a aquel que él veía carecer en absoluto de bienes. Es que el Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible.

Y sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron a colocarse junto a él y a sus discípulos. La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio, ya que Mateo, que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores. De este modo, ya en los inicios de su fe, comienza su ministerio de evangelizador que luego, llegado a la madurez en la virtud, había de desempeñar. Pero, si deseamos penetrar más profundamente el significado de estos hechos, debemos observar que Mateo no sólo ofreció al Señor un banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó, por su fe y por su amor, otro banquete mucho más grato en la casa de su interior, según aquellas palabras del Apocalipsis: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo.

Nosotros escuchamos su voz, le abrimos la puerta y lo recibimos en nuestra casa, cuando de buen grado prestamos nuestra asentimiento a sus advertencias, ya vengan desde fuera, ya desde dentro, y ponemos por obra lo que conocemos que es voluntad suya. Él entra para cenar con nosotros y nosotros con él, porque por el don de su amor habita en el corazón de los elegidos para saciarlos con la luz de su continua presencia, haciendo que sus deseos tiendan cada vez más hacia las cosas celestiales y deleitándose él mismo en estos deseos como en un manjar sabrosísimo.

De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero

(Homilía 21: CCL 122, 149-151)


20 sept 2022

 



 Texto del Evangelio (Lc 10,13-16):

 En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».



«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha»


Rev. D. Jordi SOTORRA i Garriga

(Sabadell, Barcelona, España)

Hoy vemos a Jesús dirigir su mirada hacia aquellas ciudades de Galilea que habían sido objeto de su preocupación y en las que Él había predicado y realizado las obras del Padre. En ningún lugar como Corazín, Betsaida y Cafarnaúm había predicado y hecho milagros. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena. ¡Ni Jesús pudo convencerles...! ¡Qué misterio, el de la libertad humana! Podemos decir “no” a Dios... El mensaje evangélico no se impone por la fuerza, tan sólo se ofrece y yo puedo cerrarme a él; puedo aceptarlo o rechazarlo. El Señor respeta totalmente mi libertad. ¡Qué responsabilidad para mí!

Las expresiones de Jesús: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (Lc 10,13) al acabar su misión apostólica expresan más sufrimiento que condena. La proximidad del Reino de Dios no fue para aquellas ciudades una llamada a la penitencia y al cambio. Jesús reconoce que en Sidón y en Tiro habrían aprovechado mejor toda la gracia dispensada a los galileos.

La decepción de Jesús es mayor cuando se trata de Cafarnaúm. «¿Hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás!» (Lc 10,15). Aquí Pedro tenía su casa y Jesús había hecho de esta ciudad el centro de su predicación. Una vez más vemos más un sentimiento de tristeza que una amenaza en estas palabras. Lo mismo podríamos decir de muchas ciudades y personas de nuestra época. Creen que prosperan, cuando en realidad se están hundiendo.

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10,16). Estas palabras con las que concluye el Evangelio son una llamada a la conversión y traen esperanza. Si escuchamos la voz de Jesús aún estamos a tiempo. La conversión consiste en que el amor supere progresivamente al egoísmo en nuestra vida, lo cual es un trabajo siempre inacabado. San Máximo nos dirá: «No hay nada tan agradable y amado por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento».

Santo Evangelio 20 de Septiembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 8,19-21):

 En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».



«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»


Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé

(Lleida, España)

Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.

Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».

Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.


Dios de la tierra y del Cielo



Himno: 

DIOS DE LA TIERRA Y DEL CIELO


Dios de la tierra y del cielo,

que, por dejarlas más claras,

las grandes aguas separas,

pones un límite al cielo.


Tú que das cauce al riachuelo

y alzas la nube a la altura,

tú que, en cristal de frescura,

sueltas las aguas del río

sobre las tierras de estío,

sanando su quemadura,


danos tu gracia, piadoso,

para que el viejo pecado

no lleve al hombre engañado

a sucumbir a su acoso.


Hazlo en la fe luminoso,

alegre en la austeridad,

y hágalo tu claridad

salir de sus vanidades;

dale, Verdad de verdades,

el amor a tu verdad. Amén.


19 sept 2022

Santo Evangelio 19 de Septiembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 8,16-18):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».



«Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los que entren vean la luz»


+ Rev. D. Joaquim FONT i Gassol

(Igualada, Barcelona, España)

Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje humano para cosas divinas y perdurables.

¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).

Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.

En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).

Oraciòn de la Salve

 


Dios te salve,Reina y Madre de misericordia,vida,dulzura y esperanza nuestra,Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas Ea, pues, Señora, abogada nuestra vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y despues de este destierro, muestranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh clementisima, oh piadosa, oh Santa Virgen María, ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesad de nuestro Señor Jesucristo. Amén


Insiste con oportunidad o sin ella



 Insiste con oportunidad o sin ella


No recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas. En cierta manera puede decirse que vivimos en este mundo rodeados de ladrones y de lobos rapaces; por ello os exhortamos a que, ante tales peligros, no dejéis de orar. Además las ovejas son rebeldes; si, cuando se descarrían, vamos tras ellas, ellas, para engaño y perdición suya, huyen de nosotros, diciendo: «¿Qué queréis de nosotras? ¿Por qué nos buscáis?» Como si no fuera un mismo y único motivo el que nos hace desear tenerlas cercanas y el que nos obliga a buscarlas cuando las vemos lejos; las deseamos, en efecto, cerca, porque cuando se alejan se descarrían y se pierden. «Si vivo en el error —dicen—, si camino hacia la perdición, ¿por qué me buscas?, ¿por qué me deseas?» Precisamente porque vives en el error quiero llevarte de nuevo al buen camino; porque te estás perdiendo deseo encontrarte de nuevo.

«Pero yo —dice la oveja— deseo vivir en el error, quiero perecer.» Así pues, ¿quieres vivir en el error y caminar a la perdición? Pues si tú deseas esto, yo, con mayor ahínco, deseo lo contrario. Y además no dejaré de írtelo repitiendo, aunque con ello llegue a importunarte, pues escucho al Apóstol que me dice: Proclama la palabra, insiste con oportunidad o sin ella. ¿A quiénes se anuncia la buena nueva con oportunidad? ¿A quiénes se les anuncia sin ella? Con oportunidad se anuncia a quienes desean escucharla, sin oportunidad a quienes no lo desean. Por tanto, aunque sea importuno, me atreveré a decirte: «Tú deseas andar por el camino del error, tú deseas perecer, pero yo deseo todo lo contrario.» Aquel que puede hacerme temer en el último día no me permite abandonarte; si te abandonara en tu error, él me increparía, diciéndome: No recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas. ¿Acaso piensas que te temeré más a ti que a él? Pues, todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.

Iré, por tanto, tras la descarriada, buscaré a la perdida. Lo haré tanto si lo deseas como si no lo deseas. Y aunque, mientras voy tras ella, las zarzas de las selvas desgarraren mi carne, estoy dispuesto a pasar por los más difíciles y estrechos caminos y a penetrar en todos los cercados. Mientras el Señor, el único a quien temo, me dé fuerzas haré cuanto esté en mi mano. Forzaré a la descarriada al retorno, buscaré a la perdida. Si quieres que no sufra, no te descarríes, no te apartes del buen camino. Y aun es poco el dolor que siento al ver que vas descarriada y en camino de perdición; temo, además, que si a ti te abandonara daría incluso muerte a las ovejas sanas. Mira, si no, lo que se dice en el texto a continuación. Maltratáis brutalmente a las fuertes. Si descuido, pues, a la que se descarría y se pierde, la que está fuerte deseará también andar por los caminos del error y de la perdición.

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

(Sermón 46, 14.15: CCL 41, 541-542

18 sept 2022

Santo Evangelio 18 de Septiembre 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 16,1-13):

 En aquel tiempo, Jesús decía también a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. El le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero».



«No podéis servir a Dios y al dinero»


+ Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach

(Vilamarí, Girona, España)

Hoy el Evangelio nos presenta la figura del administrador infiel: un hombre que se aprovechaba del oficio para robar a su amo. Era un simple administrador, y actuaba como el amo. Conviene que tengamos presente:

1) Los bienes materiales son realidades buenas, porque han salido de las manos de Dios. Por tanto, los hemos de amar.

2) Pero no los podemos “adorar” como si fuesen Dios y el fin de nuestra existencia; hemos de estar desprendidos de ellos. Las riquezas son para servir a Dios y a nuestros hermanos los hombres; no han de servir para destronar a Dios de nuestro corazón y de nuestras obras: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

3) No somos los amos de los bienes materiales, sino simples administradores; por tanto, no solamente los hemos de conservar, sino también hacerlos producir al máximo, dentro de nuestras posibilidades. La parábola de los talentos lo enseña claramente (cf. Mt 25,14-30).

4) No podemos caer en la avaricia; hemos de practicar la liberalidad, que es una virtud cristiana que hemos de vivir todos, los ricos y los pobres, cada uno según sus circunstancias. ¡Hemos de dar a los otros!

¿Y si ya tengo suficientes bienes para cubrir mis gastos? Sí; también te has de esforzar por multiplicarlos y poder dar más (parroquia, diócesis, Cáritas, apostolado). Recuerda las palabras de san Ambrosio: «No es una parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das ya le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo, y no solamente para los ricos».

¿Eres un egoísta que sólo piensa en acumular bienes materiales para ti, como el administrador del Evangelio, mintiendo, robando, practicando la cicatería y la dureza de corazón, que te impiden conmoverte ante las necesidades de los otros? ¿No piensas frecuentemente en las palabras de san Pablo: «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7)? ¡Sé generoso!

Sobre los Cristianos debiles

 


SOBRE LOS CRISTIANOS DÉBILES


A los malos pastores, a los falsos pastores, a aquellos pastores que buscan sus intereses personales, no los de Cristo Jesús, les dice el Señor: No fortalecéis a las débiles. En efecto, estos pastores se aprovechan de la leche y de la lana de sus ovejas, pero descuidan, en cambio, el bien de su rebaño y no fortalecen a las ovejas débiles. Según creo, existe diferencia entre la oveja simplemente débil y la oveja propiamente enferma, aunque algunas veces a la débil se la llame también enferma.

Me gustaría, hermanos, llegar a explicaros esta diferencia que media entre lo simplemente débil y lo propiamente enfermo; intentaré hacerlo en la medida en que soy capaz de comprenderlo; otros habrá, sin duda, que, o porque son más peritos en la Escritura o porque habrán alcanzado una luz más abundante, podrán hacerlo mejor; yo os diré simplemente lo que comprendo, a fin de que, ya desde ahora, no os veáis totalmente privados del conocimiento de la Escritura. Débil es aquel de quien se teme que pueda sucumbir cuando la tentación se presenta; enfermo, en cambio, es aquel que se halla ya dominado por alguna pasión, y se ve como impedido por alguna pasión para acercarse a Dios y aceptar el yugo de Cristo.

Pensad en aquellos hombres que tienen ya deseos de vivir virtuosamente, que se esfuerzan por ir adquiriendo las diversas virtudes, y que, con todo, están menos dispuestos a sufrir lo que es malo que a realizar lo que es bueno. En realidad la fortaleza cristiana incluye no sólo obrar lo que es bueno, sino también resistir a lo que es malo. Quienes, por tanto, desean sinceramente practicar la justicia pero no quieren o no se ven aún con ánimos para tolerar los sufrimientos, estos tales son los débiles. En cambio, los que se entregan a la vida mundana y viven cautivos de alguna mala pasión, éstos están alejados incluso del bien obrar, no tienen fuerzas ni posibilidades de obrar el bien y por ello podemos llamarlos con toda propiedad enfermos.

De esta forma tenía enferma el alma aquel paralítico cuyos portadores, al ser impedidos por la multitud de poder presentar ante el Señor al que llevaban en la camilla, abrieron un boquete en el techo de la casa para lograr su intento. Es como si tú intentaras hacer algo parecido con tu alma, abriendo un boquete en el techo para poner ante el Señor el alma paralítica con sus miembros totalmente inmóviles; quiero decir, el alma vacía de buenas obras, llena, en cambio, de pecados y enferma por sus muchas pasiones. Si, pues, ves que todos tus miembros están sin movimiento y que tu alma está como paralítica, pero deseas llegarte al médico y quieres mostrarle lo que está oculto (quizás este médico habita en tu interior, y tú, que desconoces el sentido oculto de la Escritura, no has advertido su presencia), abre un boquete en el techo y colócate, como aquel paralítico, ante Jesús.

Habéis escuchado ya lo que se dice a los que no actúan y descuidan su deber pastoral: No vendáis a las heridas, ni recogéis las descarriadas: os lo hemos ya recordado. La oveja estaba herida por el miedo de las tentaciones, y el pastor le hubiera podido dar un remedio para esta herida, es decir, hubiera podido recordarle aquellas palabras de consuelo: Fiel es Dios para no permitir que seáis tentados más allá de lo que podéis; por el contrario, él dispondrá con la misma tentación el buen resultado de poder resistirla.

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

(Sermón 46, 13: CCL 41, 539-540)