2 feb 2019

Santo Evangelio 2 de Febrero 2019



Día litúrgico: 2 de Febrero: La Presentación del Señor

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): 

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. 

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». 

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.



«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés 
(Tarragona, España)

Hoy, aguantando el frío del invierno, Simeón aguarda la llegada del Mesías. Hace quinientos años, cuando se comenzaba a levantar el Templo, hubo una penuria tan grande que los constructores se desanimaron. Fue entonces cuando Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); y añadió que «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7). Frase que admite diversos significados: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones», afirmará san Jerónimo.

A Simeón «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), y hoy, «movido por el Espíritu», ha subido al Templo. Él no es levita, ni escriba, ni doctor de la Ley, tan sólo es un hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Pero el Espíritu sopla allí donde quiere (cf. Jn 3,8).

Ahora comprueba con extrañeza que no se ha hecho ningún preparativo, no se ven banderas, ni guirnaldas, ni escudos en ningún sitio. José y María cruzan la explanada llevando el Niño en brazos. «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), clama el salmista.

Simeón se avanza a saludar a la Madre con los brazos extendidos, recibe al Niño y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32). 

Después dice a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy hijo tuyo y niño.

1 feb 2019

Santo Evangelio 1 de Febrero 2019



Día litúrgico: Viernes III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34):

 En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.


«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano (...y) la tierra da el fruto por sí misma»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)

Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.

Ojos abiertos




Ojos abiertos


   Yashoda es la madre de Krishna, la encarnación de Dios más popular, querida y venerada en la India. Ella lo cuidó mientras era niño, adolescente, joven, con todo el cariño de madre y de creyente. Creció Krishna y le llegó el momento de dejar su casa, su pueblo y a su madre para predicar, ayudar y redimir a su pueblo.

   Al despedirse, su madre le pidió una gracia:”Que siempre que cierre los ojos, te vea”. Krishna le contestó: “Te concedo una  gracia mejor: Que siempre que abras los ojos me veas (Carlos G. Valles).

   “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc 24.5).
   Es imposible ver a Dios con los ojos cerrados, sino se mira con unos ojos resucitados, Con éstos se puede descubrir al Cristo que vive en cada persona y en cada acontecimiento.

   Cristo ha resucitado, venció la tiniebla, el pecado, la muerte. No hay lugar para el miedo ni para la tristeza. La vida ha triunfado y es posible que el amor y la paz florezcan en cada hogar y en la sociedad.

   Creo que Cristo ha resucitado, que vive en mí; no sólo pasa por mí, sino que habita en cada parte de mi ser. Él hace posible que yo sea una persona nueva, llena de esperanza, testigo de la resurrección, de la vida y de la victoria.

   “María Magdalena dijo a los discípulos que había visto al Señor (Jn 20.18). Quién ha experimentado la fuerza del Resucitado como María, no puede guardar esta experiencia para sí; siente la necesidad de comprometerse en la hermosa tarea de luchar contra una cultura de violencia y de muerte, de injusticia y de esclavitud; siente la necesidad de contagiar nuevos ideales, llenarlo todo de vida y de amor  para alentar lo que va naciendo y resucitar lo que va muriendo.

   “Sólo hay un medio para saber dónde se puede llegar; ponerse en camino y avanzar” (H.L. Bergson). Sólo hay un medio para resucitar: abrir los ojos y el corazón para encontrarse con el Resucitado. Él hace que surjan personas capaces de servir, compartir, unir, pacificar…


“Cuando el Señor resucita,
la  esperanza es una fiesta,
se hace joven, se hace niña.
canta y danza en hora buena.
Cuando el Señor resucita,
la paz es una paloma
que vuela en cruz por los cielos,
cubriéndonos con su sombra.
Cuando el Señor resucita,
se convierte el agua en vino,
y todos quedan borracho
del amor y del Espíritu.

(Rafael Prieto)
Padre Eusebio Gómez Navarro. O.C.D

31 ene 2019

Santo Evangelio 31 de enero 2019



Día litúrgico: Jueves III del tiempo ordinario

Santoral 31 de Enero: San Juan Bosco, presbítero

Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): 

En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». 

Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».


«¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?»

Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch 
(Salt, Girona, España)

Hoy, Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).

¿Acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “ausentes” del espíritu.

El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».

«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.

30 ene 2019

Santo Evangelio 30 de Enero 2019



Día litúrgico: Miércoles III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,1-20):

 En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone». 

Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».


«El sembrador siembra la Palabra»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia



DONDE ABUNDÓ EL PECADO, SOBREABUNDÓ LA GRACIA

¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. El, en efecto, fue herido por nuestras rebeldías. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.

Por esto no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es que él no podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.

Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza; y a través de estas hendiduras puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver cuán bueno es el Señor.

Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién ha conocido jamás la mente del Señor?, ¿quién ha sido su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación.

Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia? Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios.

De los Sermones de san Bernardo, abad, sobre el Cantar de los cantares
(Sermón 61, 3-5: Opera omnia, 2, 150-151)

29 ene 2019

Santo Evangelio 29 de Enero 2019



Día litúrgico: Martes III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): 

En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».


«Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»

Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera 
(Ripollet, Barcelona, España)

Hoy contemplamos a Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado desde Nazaret a Cafarnaum. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,31).

En la respuesta de Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, María, la siempre bienaventurada por haber creído.

¿Cómo pagaremos al Señor todo el bien que nos ha hecho?



¿CÓMO PAGAREMOS AL SEÑOR TODO EL BIEN QUE NOS HA HECHO?

¿Qué lenguaje será capaz de explicar adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud.

Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien, reprimió mediante amenazas sus tendencias al mal y estimuló con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cual sea el término reservado al bien y al mal. Y aunque nosotros, después de todo esto, perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros.

La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo.

Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue herido por nuestras rebeldías, por sus llagas hemos sido curados; además, nos redimió de la maldición, haciéndose maldición por nosotros, y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana.

¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y cuando pienso en todo esto -voy a deciros lo que siento- me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.

De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo
(Respuesta 2, 2-4: PG 31, 914-915)

28 ene 2019

Santo Evangelio 28 de Enero 2019



Día litúrgico: Lunes III del tiempo ordinario

Santoral 28 de Enero: Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Mc 3,22-30): 

En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».


«El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca»

Rev. D. Vicenç GUINOT i Gómez 
(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy, al leer el Evangelio del día, uno no sale de su asombro —“alucina”, como se dice en el lenguaje de la calle—. «Los escribas que habían bajado de Jerusalén» ven la compasión de Jesús por las gentes y su poder que obra en favor de los oprimidos, y —a pesar de todo— le dicen que «está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). Realmente uno queda sorprendido de hasta dónde pueden llegar la ceguera y la malicia humanas, en este caso de unos letrados. Tienen delante la Bondad en persona, Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se enteran. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no sólo no lo reconocen sino que lo acusan de diabólico.

Con este panorama es como para darse media vuelta y decir: «¡Ahí os quedáis!». Pero el Señor sufre con paciencia ese juicio temerario sobre su persona. Como ha afirmado San Juan Pablo II, Él «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre». Su condescendencia sin límites le lleva, incluso, a tratar de remover sus corazones argumentándoles con parábolas y consideraciones razonables. Aunque, al final, advierte con su autoridad divina que esa cerrazón de corazón, que es rebeldía ante el Espíritu Santo, quedará sin perdón (cf. Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser perdonado, primero, uno ha de reconocer su pecado.

Como anunció el Maestro, es larga la lista de discípulos que también han sufrido la incomprensión cuando obraban con toda la buena intención. Pensemos, por ejemplo, en santa Teresa de Jesús cuando intentaba llevar a más perfección a sus hermanas.

No nos extrañe, por tanto, si en nuestro caminar aparecen esas contradicciones. Serán indicio de que vamos por buen camino. Recemos por esas personas y pidamos al Señor que nos dé aguante.

Los ojos...puestos en Tí




LOS OJOS… PUESTOS EN TI

Los  que esperan…tienen los ojos puestos en Ti 
para  que no les defraudes

Los  que desesperan… tienen los ojos puestos en Ti 
para  que les des esperanza

Los  tristes…tienen los ojos puestos en Ti,
para que les bendigas con la alegría

Los  abatidos… tienen los ojos puestos en Ti, 
para  que les levantes

Los decepcionados… tienen  los ojos puestos en Ti,
para que sean optimistas

Los pobres…tienen  los ojos puestos en Ti, 
para  que se sientan ricos

Los orgullosos…que  tengan los ojos puestos en Ti,
y  devuélveles la humildad

Los vanidosos…que  pongan los ojos en Ti, 
y  sientan que son poco o nada

Los confundidos…tienen  los ojos puestos en Ti, 
para  que Tú les señales un camino

Los sordos…tienen  los ojos puestos en Ti, 
para  que tu Palabra los haga sensibles

Los despistados…tienen  los ojos puestos en Ti, 
para  que encuentren certezas

Los sufridos…tienen  los ojos puestos en Ti,
para que les ayudes en dar con la justicia

Los hambrientos…tienen  los ojos puestos en Ti, 
para  que el mundo no olvide a los pobres

Los  perseguidos…tienen los ojos puestos en Ti, 
para  que les sean libres

Los calumniados…tienen  los ojos puestos en Ti, 
para  que sigan adelante en su verdad

Amén.

27 ene 2019

Santo Evangelio 27 de Enero 2019



Día litúrgico: Domingo III (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 1,1-4;4,14-21): 

Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».


«Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»

Rev. D. Bernat GIMENO i Capín 
(Barcelona, España)

Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.

Ser cristiano es vivir según el Espíritu de Jesús



SER CRISTIANO ES VIVIR SEGÚN EL ESPÍRITU DE JESÚS

Por Gabriel González del Estal

1.- Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí” … y él comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír.

Lo más importante en la vida de Jesús no son tanto los hechos que hizo, sino el Espíritu con que los hizo. Por supuesto que para saber quién fue Jesús debemos conocer los hechos que hizo, pero para saber quién fue Jesús, como el Ungido de Yahvé y como maestro y redentor nuestro, debemos, sobre todo, conocer e intentar imitar el Espíritu con el que Jesús hizo lo que hizo. Nosotros, como buenos cristianos y como seguidores de Jesús, lo que debemos hacer cada día es examinar con qué espíritu hacemos lo que hacemos. Los hechos que hacemos dependen siempre de las circunstancias físicas y sociales en las que vivimos. No podemos hacer las mismas cosas cuando somos jóvenes, que cuando somos mayores, ni cuando vivimos en unas determinadas condiciones físicas y sociales, que cuando vivimos en otras. Los cristianos, por consiguiente, nos distinguimos de las demás personas no tanto por lo que hacemos como por el espíritu con que lo hacemos. El mismo Jesús, como venimos diciendo, debe ser nuestro modelo espiritual, no nuestro modelo material. Las cosas que hacemos los cristianos en este siglo XXI no pueden ser las cosas que hizo Jesús en el siglo primero de nuestra era. Por eso, vamos a meditar una vez más cómo fue el Espíritu de Jesús, siguiendo el texto del profeta Isaías, tal como lo ha citado el mismo Jesús, en el texto evangélico de este domingo. No perdamos de vista que Jesús nos dice que él ha sido enviado “a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; o poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. En definitiva, su Espíritu le empujaba siempre a ayudar a los necesitados, y a hacernos a todos más libres y orientados al Señor, nuestro Dios. ¿Actuamos nosotros con el mismo espíritu?

2.- Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza. La lectura de este libro de Nehemías nos habla del inmenso gozo que sintió el pueblo de Israel cuando volvió del destierro y comenzó de nuevo a vivir como auténtico pueblo de Yahvé, en Jerusalén. La Ley fue para ellos auténtico gozo y vida, no sólo el leerla, sino, sobre todo, el practicarla y vivirla. Pues, sustituyamos nosotros la palabra por la palabra y preguntémonos a nosotros mismos si la lectura diaria y la práctica diaria del evangelio de Jesús es para cada uno de nosotros espíritu y vida, como se nos dice en el salmo 18, salmo responsorial. El evangelio de Jesús debe ser para nosotros “descanso del alma, alegría del corazón, luz de nuestros ojos, roca y fortaleza nuestra”. El evangelio de Jesús debe ser nuestro gozo y nuestra fortaleza. ¡Que se note en nuestro vivir diario!

3.. Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo son un solo cuerpo, así es también Cristo… Los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno sólo. Ya hemos hablado muchas veces sobre el cuerpo místico de Cristo. La Iglesia de Jesús, todos los cristianos, formamos espiritualmente un solo cuerpo, en el que cada uno tenemos nuestra propia función. Todas las funciones son importantes y nadie puede pensar que su función es insignificante. El Papa, claro, tiene una función más significativa, pero también una anónima monja de clausura, anciana y enferma, por poner un ejemplo extremo, puede contribuir a fortalecer la vida espiritual de la Iglesia, del cuerpo místico de Cristo, rezando humilde y devotamente y ofreciendo a Dios su vida por el bien espiritual del mundo. Que cada uno se examine a sí mismo y hagamos cada uno el propósito de hacer, en el momento presente en el que estemos, todo lo que podamos hacer por el bien de los demás. Así estaremos siendo miembros activos del Cuerpo Místico de Cristo.