21 abr 2018

Santo Evangelio 21 de abril 2018


Día litúrgico: Sábado III de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,60-69): En aquel tiempo, muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?». Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?. El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen». Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre». 

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».


«Tú tienes palabras de vida eterna»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)

Hoy acabamos de leer en el Evangelio el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que es Él mismo que se dará a nosotros como alimento para nuestras almas y para nuestra vida cristiana. Y, como suele pasar, hemos contemplado dos reacciones bien distintas, si no opuestas, por parte de quienes le escuchan.

Para algunos, su lenguaje es demasiado duro, incomprensible para su mentalidad cerrada a la Palabra salvadora del Señor, y san Juan dice —con una cierta tristeza— que «desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6,66). Y el mismo evangelista nos da una pista para entender la actitud de estas personas: no creían, no estaban dispuestas a aceptar las enseñanzas de Jesús, frecuentemente incomprensibles para ellos.

Por otro lado, vemos la reacción de los Apóstoles, representada por san Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos» (Jn 6,68-69). No es que los doce sean más listos que los otros, ni tampoco más buenos, ni quizá más expertos en la Biblia; lo que sí son es más sencillos, más confiados, más abiertos al Espíritu, más dóciles. Les sorprendemos de cuando en cuando en las páginas de los evangelios equivocándose, no entendiendo a Jesús, discutiéndose sobre cuál de ellos es el más importante, incluso corrigiendo al Maestro cuando les anuncia su pasión; pero siempre los encontramos a su lado, fieles. Su secreto: le amaban de verdad.

San Agustín lo expresa así: «No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (...). Esto es en verdad el amor: obedecer y creer a quien se ama». A la luz de este Evangelio nos podemos preguntar: ¿dónde tengo puesto mi amor?, ¿qué fe y qué obediencia tengo en el Señor y en lo que la Iglesia enseña?, ¿qué docilidad, sencillez y confianza vivo con las cosas de Dios?

Salmo 68 Me devora el celo de tu templo

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Salmo 68

Me devora el celo de tu templo


Dios mío, sálvame, 
que me llega el agua al cuello: 
me estoy hundiendo en un cieno profundo 
y no puedo hacer pie; 
he entrado en la hondura del agua, 
me arrastra la corriente. 

Estoy agotado de gritar, 
tengo ronca la garganta; 
se me nublan los ojos 
de tanto aguardar a mi Dios. 

Más que los pelos de mi cabeza 
son los que me odian sin razón; 
más duros que mis huesos, 
los que me atacan injustamente. 
¿Es que voy a devolver 
lo que no he robado? 

Dios mío, tú conoces mi ignorancia, 
no se te ocultan mis delitos. 
Que por mi causa no queden defraudados 
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos. 

Que por mi causa no se avergüencen 
los que te buscan, Dios de Israel. 
Por ti he aguantado afrentas, 
la vergüenza cubrió mi rostro. 

Soy un extraño para mis hermanos, 
un extranjero para los hijos de mi madre; 
porque me devora el celo de tu templo, 
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. 

Cuando me aflijo con ayunos, 
se burlan de mí; 
cuando me visto de saco, 
se ríen de mí; 
sentados a la puerta cuchichean, 
mientras beben vino me sacan coplas. 

Pero mi oración se dirige a ti, 
Dios mío, el día de tu favor; 
que me escuche tu gran bondad, 
que tu fidelidad me ayude: 

arráncame del cieno, que no me hunda; 
líbrame de los que me aborrecen, 
y de las aguas sin fondo. 

Que no me arrastre la corriente, 
que no me trague el torbellino, 
que no se cierre la poza sobre mí. 

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; 
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí; 
no escondas tu rostro a tu siervo: 
estoy en peligro, respóndeme en seguida. 

Acércate a mí, rescátame, 
líbrame de mis enemigos: 
estás viendo mi afrenta, 
mi vergüenza y mi deshonra; 
a tú vista están los que me acosan. 

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco. 
Espero compasión, y no la hay; 
consoladores, y no los encuentro. 
En mi comida me echaron hiel, 
para mi sed me dieron vinagre. 

Yo soy un pobre malherido; 
Dios mío, tu salvación me levante. 
Alabaré el nombre de Dios con cantos, 
proclamaré su grandeza con acción de gracias; 
le agradará a Dios más que un toro, 
más que un novillo con cuernos y pezuñas. 

Miradlo, los humildes, y alegraos, 
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. 
Que el Señor escucha a sus pobres, 
no desprecia a sus cautivos. 
Alábenlo el cielo y la tierra, 
las aguas y cuanto bulle en ellas. 

El Señor salvará a Sión, 
reconstruirá las ciudades de Judá, 
y las habitarán en posesión. 
La estirpe de sus siervos la heredará, 
los que aman su nombre vivirán en ella. 

20 abr 2018

Santo Evangelio 20 de abril 2018


Día litúrgico: Viernes III de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.


«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»

Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch 
(Salt, Girona, España)

Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.

No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito San Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».

“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente.

«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía. 

Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura.

Salmo 67 Entrada triunfal del Señor

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Salmo 67

Entrada triunfal del Señor


Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, 
huyen de su presencia los que lo odian; 
como el humo se disipa, se disipan ellos; 
como se derrite la cera ante el fuego, 
así perecen los impíos ante Dios. 

En cambio, los justos se alegran, 
gozan en la presencia de Dios, 
rebosando de alegría. 

Cantad a Dios, tocad en su honor, 
alfombrad el camino del que avanza por el desierto; 
su nombre es el Señor: 
alegraos en su presencia. 

Padre de huérfanos, protector de viudas, 
Dios vive en su santa morada. 

Dios prepara casa a los desvalidos, 
libera a los cautivos y los enriquece; 
sólo los rebeldes 
se quedan en la tierra abrasada. 

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo 
y avanzabas por el desierto, 
la tierra tembló, el cielo destiló 
ante Dios, el Dios del Sinaí; 
ante Dios, el Dios de Israel. 

Derramaste en tu heredad, oh Dios una lluvia copiosa, 
aliviaste la tierra extenuada; 
y tu rebaño habitó en la tierra 
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. 

El Señor pronuncia un oráculo, 
millares pregonan la alegre noticia: 
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo; 
las mujeres reparten el botín. 

Mientras reposabais en los apriscos, 
las palomas batieron sus alas de plata, 
el oro destellaba en sus plumas. 
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes, 
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío". 

Las montañas de Basán son altísimas, 
las montañas de Basán son escarpadas; 
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas, 
del monte escogido por Dios para habitar, 
morada perpetua del Señor? 

Los carros de Dios son miles y miles: 
Dios marcha del Sinaí al santuario. 
Subiste a la cumbre llevando cautivos, 
te dieron tributo de hombres: 
incluso los que se resistían 
a que el Señor Dios tuviera una morada. 

Bendito el Señor cada día, 
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación. 
Nuestro Dios es un Dios que salva, 
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. 

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos, 
los cráneos de los malvados contumaces. 
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán, 
los traeré desde el fondo del mar; 
teñirás tus pies en la sangre del enemigo 
y los perros la lamerán con sus lenguas". 

Aparece tu cortejo, oh Dios, 
el cortejo de mi Dios, de mi Rey, 
hacia el santuario. 

Al frente, marchan los cantores; 
los últimos, los tocadores de arpa; 
en medio, las muchachas van tocando panderos. 

"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios, 
al Señor, estirpe de Israel". 

Va delante Benjamím, el más pequeño; 
los príncipes de Judá con sus tropeles; 
los príncipes de Zabulón, 
los príncipes de Neftalí. 

Oh Dios, despliega tu poder, 
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro. 
A tu templo de Jerusalén 
traigan los reyes su tributo. 

Reprime a la Fiera del Cañaveral, 
al tropel de los Toros, 
a los Novillos de los pueblos. 

Que se te rindan con lingotes de plata: 
dispersa las naciones belicosas. 
Lleguen los magnates de Egipto, 
Etiopía extienda sus manos a Dios. 

Reyes de la tierra, cantad a Dios, 
tocad para el Señor, 
que avanza por los cielos, 
los cielos antiquísimos, 
que lanza su voz, su voz poderosa: 
"reconoced el poder de Dios". 

Sobre Israel resplandece su majestad, 
y su poder sobre las nubes. 
Desde el santuario, Dios impone reverencia: 
es el Dios de Israel 
quien da fuerza y poder a su pueblo. 

¡Dios sea bendito! 

19 abr 2018

Santo Evangelio 19 de abril 2018



Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».


«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»

Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet 
(Barcelona, España)

Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.

El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos en nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro espíritu.

Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.

Salmo 66 Que todos los pueblos alaben al Señor


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Salmo 66

Que todos los pueblos alaben al Señor


El Señor tenga piedad y nos bendiga, 
ilumine su rostro sobre nosotros; 
conozca la tierra tus caminos, 
todos los pueblos tu salvación. 

Oh Dios, que te alaben los pueblos, 
que todos los pueblos te alaben. 

Que canten de alegría las naciones, 
porque riges el mundo con justicia, 
riges los pueblos con rectitud 
y gobiernas las naciones de la tierra. 

Oh Dios, que te alaben los pueblos, 
que todos los pueblos te alaben. 

La tierra ha dado su fruto, 
nos bendice el Señor, nuestro Dios. 
Que Dios nos bendiga; que le teman 
hasta los confines del orbe.

18 abr 2018

Santo Evangelio 18 de abril 2018




Día litúrgico: Miércoles III de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».


«El que venga a mí, no tendrá hambre»

Fr. Gavan JENNINGS 
(Dublín, Irlanda)

Hoy vemos cuánto le preocupan a Dios nuestro hambre y nuestra sed. ¿Cómo podríamos continuar pensando que Dios es indiferente ante nuestros sufrimientos? Más aún, demasiado frecuentemente "rehusamos creer" en el amor tierno que Dios tiene por cada uno de nosotros. Escondiéndose a Sí mismo en la Eucaristía, Dios muestra la increíble distancia que Él está dispuesto a recorrer para saciar nuestra sed y nuestro hambre.

Pero, ¿de qué "sed" y qué "hambre" se trata? En definitiva, son el hambre y la sed de la "vida eterna". El hambre y la sed físicas son sólo un pálido reflejo de un profundo deseo que cada hombre tiene ante la vida divina que solamente Cristo puede alcanzarnos. «Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna» (Jn 6,39). ¿Y qué debemos hacer para obtener esta vida eterna tan deseada? ¿Algún hecho heroico o sobre-humano? ¡No!, es algo mucho más simple. Por eso, Jesús dice: «Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6,37). Nosotros sólo tenemos que acudir a Él, ir a Él.

Estas palabras de Cristo nos estimulan a acercarnos a Él cada día en la Misa. ¡Es la cosa más sencilla en el mundo!: simplemente, asistir a la Misa; rezar y entonces recibir su Cuerpo. Cuando lo hacemos, no solamente poseemos esta nueva vida, sino que además la irradiamos sobre otros. El Papa Francisco, el entonces Cardenal Bergoglio, en una homilía del Corpus Christi, dijo: «Así como es lindo después de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa prolongada en la que llevamos el fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del barrio, del estudio y del trabajo, así también nos hace bien pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre».


«Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús se presenta como el pan de vida. A primera vista, causa curiosidad y perplejidad la definición que da de sí mismo; pero, cuando profundizamos, nos damos cuenta de que en estas palabras se manifiesta el sentido de su misión: salvar al hombre y darle vida. «Ésta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día» (Jn 6,39). Por esta razón y para perpetuar su acción salvadora y su presencia entre nosotros, Jesucristo se ha hecho para nosotros alimento de vida.

Dios hace posible que creamos en Jesucristo y nos acerquemos a Él: «Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,37-38). Acerquémonos, pues, con fe a Aquel que ha querido ser nuestro alimento, nuestra luz y nuestra vida, ya que «la fe es el principio de la verdadera vida», como afirma san Ignacio de Antioquía.

Jesucristo nos invita a seguirlo, a alimentarnos de Él, dado que esto es lo que significa verlo y creer en Él, y a la vez nos enseña a realizar la voluntad del Padre, tal como Él la lleva a cabo. Al enseñar a los discípulos la oración de los hijos de Dios, el Padrenuestro, colocó seguidas estas dos peticiones: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día». Este pan no sólo se refiere al alimento material, sino a sí mismo, alimento de vida eterna, con quien debemos permanecer unidos día tras día con la cohesión profunda que nos da el Espíritu Santo.

Salmo 65 Himno para un sacrificio de acción de gracias

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Salmo 65

Himno para un sacrificio de acción de gracias


Aclamad al Señor, tierra entera; 
tocad en honor de su nombre, 
cantad himnos a su gloria. 

Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras, 
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!" 

Que se postre ante ti la tierra entera, 
que toquen en tu honor, 
que toquen para tu nombre. 

Venid a ver las obras de Dios, 
sus temibles proezas en favor de los hombres: 
transformó el mar en tierra firme, 
a pie atravesaron el río. 

Alegrémonos con Dios, 
que con su poder gobierna eternamente; 
sus ojos vigilan a las naciones, 
para que no se subleven los rebeldes. 

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, 
haced resonar sus alabanzas, 
porque él nos ha devuelto la vida 
y no dejó que tropezaran nuestros pies. 

Oh Dios, nos pusiste a prueba, 
nos refinaste como refinan la plata; 
nos empujaste a la trampa, 
nos echaste a cuestas un fardo: 
sobre nuestro cuello cabalgaban, 
pasamos por fuego y por agua, 
pero nos has dado respiro. 

Entraré en tu casa con víctimas, 
para cumplirte mis votos: 
los que pronunciaron mis labios 
y prometió mi boca en el peligro. 

Te ofreceré víctimas cebadas, 
te quemaré carneros, 
inmolaré bueyes y cabras. 

Fieles de Dios, venid a escuchar, 
os contaré lo que ha hecho conmigo: 
a El gritó mi boca 
y lo ensalzó mi lengua. 

Si hubiera tenido yo mala intención, 
el Señor no me habría escuchado; 
pero Dios me escuchó, 
y atendió a mi voz suplicante. 

Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica 
ni me retiró su favor. 

17 abr 2018

Santo Evangelio 17 de abril 2018


Día litúrgico: Martes III de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».


«Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, en las palabras de Jesús podemos constatar la contraposición y la complementariedad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: el Antiguo es figura del Nuevo y en el Nuevo las promesas hechas por Dios a los padres en el Antiguo llegan a su plenitud. Así, el maná que comieron los israelitas en el desierto no era el auténtico pan del cielo, sino la figura del verdadero pan que Dios, nuestro Padre, nos ha dado en la persona de Jesucristo, a quien ha enviado como Salvador del mundo. Moisés solicitó a Dios, a favor de los israelitas, un alimento material; Jesucristo, en cambio, se da a sí mismo como alimento divino que otorga la vida.

«¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?» (Jn 6,30), exigen incrédulos e impertinentes los judíos. ¿Les ha parecido poco el signo de la multiplicación de los panes y los peces obrada por Jesús el día anterior? ¿Por qué ayer querían proclamar rey a Jesús y hoy ya no le creen? ¡Qué inconstante es a menudo el corazón humano! Dice san Bernardo de Claraval: «Los impíos andan alrededor, porque naturalmente, quieren dar satisfacción al apetito, y neciamente despreciar el modo de conseguir el fin». Así sucedía con los judíos: sumergidos en una visión materialista, pretendían que alguien les alimentara y solucionara sus problemas, pero no querían creer; eso era todo lo que les interesaba de Jesús. ¿No es ésta la perspectiva de quien desea una religión cómoda, hecha a medida y sin compromiso? 

«Señor, danos siempre de este pan» (Jn 6,34): que estas palabras, pronunciadas por los judíos desde su modo materialista de ver la realidad, sean dichas por mí con la sinceridad que me proporciona la fe; que expresen de verdad un deseo de alimentarme con Jesucristo y de vivir unido a Él para siempre.

Salmo 64 Solemne acción de gracias

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Salmo 64

Solemne acción de gracias


En Sión, oh Dios, conviene alabarte 
y en Jerusalén cumplir nuestras promesas, 
pues tú has oído la súplica. 

Todo mortal viene a ti con sus culpas a cuesta; 
nuestros pecados nos abruman 
pero tú los perdonas. 

Feliz tu invitado, tu elegido 
para hospedarse en tus atrios. 

Sácianos con los bienes de tu casa, 
con las cosas sagradas de tu Templo. 

Tú nos responderás, como es debido, 
con maravillas, Dios Salvador nuestro, 
esperanza de las tierras lejanas 
y de las islas de ultramar, 
tú que fijas los montes con tu fuerza 
y que te revistes de poder. 

Tú calmas el bramido de los mares 
y el fragor de sus olas; 
tú calmas el tumulto de los pueblos. 

Tus prodigios espantan a los pueblos lejanos, 
pero alegran las puertas 
por donde el sol nace y se pone. 

Tú visitas la tierra y le das agua, 
tú haces que dé sus riquezas. 

Los arroyos de Dios rebosan de agua 
para preparar el trigo de los hombres. 

Preparas la tierra, regando sus surcos, 
rompiendo sus terrones, 
las lluvias la ablandan, y bendices sus siembras. 

Coronas el año de tus bondades, 
por tus senderos corre la abundancia; 
las praderas del desierto reverdecen, 
las colinas se revisten de alegría; 
sus praderas se visten de rebaños 
y los valles se cubren de trigales, 
¡ellos aclaman, o mejor ellos cantan! 

Salmo 63 Súplica contra los enemigos

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Salmo 63

Súplica contra los enemigos



Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento, 
protege mi vida del terrible enemigo; 
escóndeme de la conjura de los perversos 
y del motín de los malhechores: 

afilan sus lenguas como espadas 
y disparan como flechas palabras venenosas, 
para herir a escondidas al inocente, 
para herirlo por sorpresa y sin riesgo. 

Se animan al delito, 
calculan como esconder trampas, 
y dicen: "¿quién lo descubrirá?" 
Inventan maldades y ocultan sus invenciones, 
porque su mente y su corazón no tienen fondo. 

Pero Dios los acribilla a flechazos, 
por sorpresa los cubre de heridas; 
su misma lengua los lleva a la ruina, 
y los que lo ven menean la cabeza. 

Todo el mundo se atemoriza, 
proclama la obra de Dios 
y medita sus acciones. 

El justo se alegra con el Señor, 
se refugia en El, 
y se felicitan los rectos de corazón. 

15 abr 2018

Santo Evangelio 15 de abril 2018



Día litúrgico: Domingo III (B) de Pascua


Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. 

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».


«Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo»

Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós 
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio todavía nos sitúa en el domingo de la resurrección, cuando los dos de Emaús regresan a Jerusalén y, allí, mientras unos y otros cuentan que el Señor se les ha aparecido, el mismo Resucitado se les presenta. Pero su presencia es desconcertante. Por un lado provoca espanto, hasta el punto de que ellos «creían ver un espíritu» (Lc 24,37) y, por otro, su cuerpo traspasado por los clavos y la lanzada es un testimonio elocuente de que se trata del mismo Jesús, el crucificado: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24,39).

«Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor», canta el salmo de la liturgia de hoy. Efectivamente, Jesús «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Es del todo urgente. Es necesario que los discípulos tengan una precisa y profunda comprensión de las Escrituras, ya que, en frase de san Jerónimo, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».

Pero esta compresión de la palabra de Dios no es un hecho que uno pueda gestionar privadamente, o con su congregación de amigos y conocidos. El Señor desveló el sentido de las Escrituras a la Iglesia en aquella comunidad pascual, presidida por Pedro y los otros Apóstoles, los cuales recibieron el encargo del Maestro de que «se predicara en su nombre (...) a todas las naciones» (Lc 24,47).

Para ser testigos, por tanto, del auténtico Cristo, es urgente que los discípulos aprendan -en primer lugar- a reconocer su Cuerpo marcado por la pasión. Precisamente, un autor antiguo nos hace la siguiente recomendación: «Todo aquel que sabe que la Pascua ha sido sacrificada para él, ha de entender que su vida comienza cuando Cristo ha muerto para salvarnos». Además, el apóstol tiene que comprender inteligentemente las Escrituras, leídas a la luz del Espíritu de la verdad derramado sobre la Iglesia.

Se necesitan testigos

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SE NECESITAN TESTIGOS

Por José María Martín OSA

1.- Dios lo resucitó de entre los muertos. Pedro, tras la curación del tullido en la Puerta Hermosa del Templo pronuncia este segundo discurso. Tras la admiración que ha provocado el milagro, proclama la resurrección de Jesús y su papel en la salvación de los hombres. Los que reciben con asombro este signo de curación son invitados por la palabra de Pedro a descubrir su sentido. No basta con saber para salir de la ignorancia. Ellos, por ignorancia, mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Ahora ya lo saben, pero no basta con descubrirlo, es necesario cambiar de actitud para salir de la ignorancia: " arrepentíos y convertíos". Aceptar que el paralítico ha sido curado en nombre de Jesús es aceptar que el resucitado es el Dios de la vida, actúa en la vida y transforma nuestra experiencia por el perdón que sigue al arrepentimiento. A pesar del mal y de la muerte, la vida sigue siendo posible por Cristo resucitado. El discurso de Pedro señala dos ideas fundamentales:

--Jesús, el siervo de Dios crucificado, es autor y dador de vida, el origen y el que nos guía hasta ella porque venció a la muerte con su resurrección.

-- El milagro ha sido realizado porque el enfermo tenía fe en el "nombre de Jesús". La fe es una condición indispensable para gozar de la vida en plenitud.

2.- Testigos de la resurrección. El evangelio de San Lucas de este domingo es la continuación de la aparición a los discípulos de Emaús. Ellos le reconocieron y volvieron a Jerusalén a contárselo a todos. Reconocieron que "era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón". Pedro fue de los primeros en reconocer al Señor resucitado después de las mujeres que fueron al sepulcro. Hay dos cosas que nos llaman la atención:

-- No basta con que alguien hable de la resurrección, sino que es necesario tener experiencia del resucitado. Esta experiencia es personal e intransferible, poco a poco la van teniendo los discípulos. Cuando recibieron a los dos de Emaús estaban comentando lo que les había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Pero ahora Jesús toma de nuevo la iniciativa y se hace presente en medio de los discípulos. La insistencia en que le palpen las manos y los pies es porque quiere demostrarles que Él es el mismo que murió en la cruz. Muerte y resurrección van unidas. Se cumplen así las Escrituras: el Mesías padecerá, pero resucitará al tercer día. Comprendemos que dice al tercer día porque para los judíos uno no estaba definitivamente muerto hasta que pasaban tres días del óbito. Así se aseguraban totalmente de que no enterraban a un ser vivo. Sólo entonces procedían a encerrarle definitivamente en el sepulcro.

--Jesús les pide a los discípulos, también a nosotros, que sean testigos de la resurrección, que anuncien la conversión y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén. Testigo es aquél que no sólo ha visto o ha oído, sino que sobre todo ha experimentado algo que ha transformado su vida. Entonces no le queda más remedio que comunicarlo a todos. Podemos preguntarnos: ¿Cómo puedo ser testigo aquí y ahora de la experiencia de Cristo resucitado?

En nuestro tiempo se necesitan testigos antes que maestros. La experiencia de fe no se transmite de memoria o por lo que hemos aprendido en los libros, sólo nuestro testimonio será creíble si lo que decimos lo hemos experimentado antes en nuestra vida. Es un mandato del Señor resucitado dar testimonio de nuestra fe.