19 ene 2013

María Santísima fue concebida sin pecado




María Santísima fue concebida sin pecado

La Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. (ibídem, definición dogmática).
María, toda hermosa e inmaculada, trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo (ibidem)
Los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados por las divinas enseñanzas, jamás (habían dejado) de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha , inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola Hija no de la muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas.

Ella es la Inmaculada Concepción. De este modo se llamó a SÍ misma en Lourdes, con el nombre que le había dado Dios desde la eternidad: sí, desde toda la eternidad la escogió con este nombre, para ser la Madre de su Hijo, el Verbo Eterno (Juan Pablo II, 10 de febrero de 1979.)

Templos de Dios






Templos de Dios


   Recuerdo que mi madre me decía: “Mira, aquí está Dios”. Tenía temblor su voz cuando lo mencionaba, Y yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba el sol a ser fuego y crista. Y añadía: “No lo busques fuera. Cierra los ojos y oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral” (Martín Descalzo).

   Dios habita en nosotros siempre y en todas partes. ¿Por qué no enseñar esta verdad fundamental a todos? Dios, Creador y Padre, está presente en cada uno de sus hijos, está atengo a todos sus pensamientos, proyectos y actividades. No se extraña de nada. Nada del altera. Es lento a la ira, rico en paciencia y bondad.

    Dios  nos ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1.26). Y no nos ha abandonado; sigue cuidándonos y alimentándonos. Vela por nosotros…

   Tal bondad no depende de nuestro comportamiento. Él hace salir el sol sobre buenos y malos…Y si viste de belleza a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, ¿qué no hará por nosotros, sus hijos? (Mt 6.26-30). infinitamente superiores a las flores y a los animales?

   Dios está presente en cualquier ser humano. Lo sienten cercano y amigo todos aquellos que creer el Él. Por medio de su Espíritu nos ofrece sus dones: amor, paz, gozo, amabilidad, bondad, paciencia, fidelidad, equilibrio, dominio propio (Gá 5.22)…Sólo hace falta creer en El y dejarle libertad para darnos un “Corazón de hijo” rescatado del pecado por la sangre de Jesús (Gá 3.26).

   Creer en la presencia de Dios ayuda a orientar la vida, a sobrellevar los golpes duros, a vivir, como Jesús, unidos al Padre y volcados hacia el prójimo. Vivir en su presencia estimula el amor, la fuerza y el entusiasmo en cada momento.

   ¿Quién o qué cosa nos podrá separar de Dios? Ni la muerte, ni la vida, ni el presente, ni el futuro…nada nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesucristo (Rm 8.35-39).

“Cristo conmigo.
Cristo dentro de mí,
Cristo delante e mí
Cristo en mi casa,
Cristo en el camino,
Cristo en mi puesto de trabajo…
Cristo conmigo
Y yo con Cristo
Siempre y en todas partes”.

(San Patricio)
   


Padre Eusebio Gómez Navarro O.C.D

MARÍA FUE, ES, Y SERÁ






MARÍA FUE, ES, Y SERÁ


El honor de la Santa Madre de Dios fue muchas veces ultrajado a través de los siglos cristianos. Esas ofensas tuvieron indefectiblemente el rechazo de la Iglesia, y, en mayor o menor medida, el condigno desagravio.

También en nuestros tiempos es afrentada María Santísima, con afrentas más feroces, seguramente en razón de ser éstos “sus tiempos” según lo afirmaron los Sumos Pontífices, cuando Ella está mostrando su Realeza y Señorío al mundo. Por otra parte, los ataques actuales revisten sin duda más gravedad porque simultáneamente se ignoran –se minimizan o silencian- sus grandezas, y se pretende olvidar el lugar que Dios le diera en los tiempos y en la eternidad.

Por esos desgraciados motivos, cumpliendo con el sagrado deber de defender su honor, por voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, y según la consigna dada solemnemente por el Papa Pablo VI en estos tiempos aciagos, de “mantener bien alto el nombre y el honor de María” (21 de nov. de 1964, clausura de la IIIª sesión del Concilio Vaticano II); y consecuentes con la afirmación del Cardenal Luigi Ciappi OP, teólogo papal de los Sumos Pontífices Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, cuando decía que “la obra maestra del supremo Artífice, cual es la Madre de Dios, es un Misterio de belleza espiritual, de prerrogativas y glorias tan sublime que únicamente la luz de la Divina Revelación es capaz de manifestárnoslo dignamente."

Por tanto debemos buscar esos rayos de luz superior en el Magisterio de la Iglesia y en la Tradición, para concentrarnos en la imagen de la “úmile et alta piú che creatura” -la más humilde y más alta criatura- (Dante).

Impulsados por el deseo de que sean recordadas, meditadas y difundidas las enseñanzas de la Iglesia sobre la Virgen María, en la voz de sus Padres y Doctores, y del Magisterio, para desagravio de su Corazón Inmaculado,presentamos las siguientes confesiones:


María Santísima fue predestinada por el Altísimo desde toda la eternidad 

El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el Segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de Ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola Ella se complació con señaladísima benevolencia. (Beato Pío IX, Const. Ap. Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854).

El Altísimo la predestinó desde la eternidad para Madre del Verbo encarnado. Por eso entre las maravillas de los tres órdenes, de naturaleza, de gracia y de gloria, la distinguió de forma tal que con razón entiende la Iglesia que se refiere a María el oráculo divino: “Yo salí de la boca de Dios como la primogénita y más privilegiada criatura”.(León XIII).

Y dice San Bernardo: “El Ángel fue enviado a María...” María no fue hallada por casualidad, sino elegida desde el principio de los tiempos, preconizada y preparada para Sí por el Altísimo, custodiada por los Ángeles, preseñalada a los Patriarcas, prometida por los profetas.

Ante Jesús Sacramentado


Mi Dios y Mi Todo
¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Y por eso en estos momentos quiero
profundizar en esta trascendental
verdad.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Sé que muchas cosas me sobran
y quiero prescindir libremente de ellas
pero de tí, es absolutamente imposible
que yo pueda abstenerme... porque
Tu eres el Señor de mi vida, el dueño
absoluto de mis aspiraciones y demás
sentimientos, el ideal y la razón cabal
de toda mi existencia.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Háblame en lo más profundo de mi ser.
Revélame tu amor y tu misterio.
Comunícame tu luz y tu verdad suprema
hazme experimentar viva y poderosamente
que Tú solamente tú.
eres lo único necesario en mi vida.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Tú eres el motivo de mi contemplación,
el anhelo constante de todos mis
pensamientos, la meta de todas mis
acciones, el objetivo de todas mis
aspiraciones.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Que la creación te glorifique,
los volcanes proclamen tu poder,
la tempestad tu omnipotencia,
los ríos y las praderas tu suavidad
y armonía, los cielos y los espacios
canten tu excelsa gloria.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Amén.


Santo Evangelio 19 de Enero de 2013


Autor: Vicente David Yanes | Fuente: Catholic.net
La vocación de Mateo
Marcos 2, 13-17. Tiempo Ordinario. Mateo, se quedó con la mejor parte: elegido para seguir a Cristo, y además de los primeros doce.


Del santo Evangelio según san Marcos 2, 13-17


Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». El se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?» Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Oración introductoria

Señor, necesito de tu gracia para poder tener un encuentro de amor en esta meditación porque quiero responder a tu llamado, como lo hizo Mateo. En este nuevo año no sólo quiero escuchar tu Palabra sino decidirme a hacerla vida. Dame la fortaleza para hacer la opción por Ti en esta oración.

Petición

Jesús, ayúdame a saber ignorar el «qué dirán» para responder siempre con generosidad a tu llamado.

Meditación del Papa

Hoy reflexionamos sobre san Mateo. A decir verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio. Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús. En hebreo, su nombre significa "don de Dios". El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: "el publicano". De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y le siguió". También san Marcos y san Lucas narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman "Leví"[...] Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. (Benedicto XVI, 30 de agosto de 2006). 

Reflexión

¡Premio mayor! Mateo, el publicano, se llevó el premio mayor. El leproso recobró la lozanía en su piel. El paralítico volvió a andar y además se le perdonaron sus pecados.

Pero Mateo, se quedó con la mejor parte: elegido para seguir a Cristo, y además de los primeros doce.

El caso de Mateo es especial. Él no era pescador. Era un hombre de negocios y podemos suponer que le iba bastante bien. Pero a diferencia de lo que muchas veces nos pasa, él no estaba apegado. Pasó Cristo por su vida y como dijo el Maestro en la parábola "lo dejó todo para comprar el terreno donde estaba el tesoro escondido".

Esto nos habla de que hay vocaciones ocultas incluso bajo los ropajes de una vida exitosa. Y de hecho, Cristo no riñe nunca con Mateo porque era rico. Pues Mateo antes de partir con Jesús a extender el Reino decidió hacer una fiesta: ¡porque es un gran acontecimiento ser llamado! Y porque no tenía su corazón apegado a los bienes de este mundo.

Propósito

Aprovechar el tiempo libre de este sábado para hacer una visita pausada a Cristo Eucaristía.

Diálogo con Cristo

Señor, Tú transformaste toda la vida de san Mateo, haz también de mí tu discípulo y misionero. No permitas que me excuse pensando en que no tengo tiempo o las habilidades necesarias, porque el ser tu apóstol no son unas actividades sino una actitud vital que debe influenciar mi vida en todo momento, en cada lugar y circunstancia. ¡Aquí estoy Señor, envíame!







Himno: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU.



Himno: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu,
salimos de la noche y estrenamos la aurora;
saludamos el gozo de la luz que nos llega
resucitada y resucitadora.

Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;
silabeas el alba igual que una palabra,
tu pronuncias el mar como sentencia.

Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,
acude a su trabajo, madruga a sus dolores;
le confías la tierra, y a la tarde la encuentras
rica de pan y amarga de sudores.

Y tú te regocijas, oh Dios, y tu prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas,
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.

¡Bendita la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.


Salmo 116 - INVITACIÓN UNIVERSAL A LA ALABANZA DIVINA.







Salmo 116 - INVITACIÓN UNIVERSAL A LA ALABANZA DIVINA.

Alabad al Señor, todas las naciones, 
aclamadlo, todos los pueblos:

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79






Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

LECTURA BREVE 2Pe 1,10-11






LECTURA BREVE 2Pe 1,10-11

Hermanos, poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección. Si hacéis así, nunca jamás tropezaréis; de este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y salvador Jesucristo.

18 ene 2013

4. María en San Juan, el eco de la Voz




Autor: Horacio Bojerge SJ | Fuente: www.caminando-con-maria.org
4. María en San Juan, el eco de la Voz
Horacio Bojorge SJ. San Juan nos presenta a María como "la Madre" y no la nombra María.



Dos hechos enigmáticos

1. Un primer hecho: Juan evita llamarla «María»

Un primer hecho que nos llama la atención al leer el evangelio de San Juan en busca de lo que nos dice de María, es que este evangelista ha evitado llamarla por el nombre de María. Juan nunca nombra a la Madre de Jesús por este nombre, y es el único de los cuatro evangelistas que evita sistemáticamente el hacerlo. Marcos trae el nombre de María una sola vez. Mateo cinco veces. Lucas trece veces: doce en su evangelio y una en los Hechos de los Apóstoles. Juan nunca.

Y decidimos que Juan evitó intencionadamente el nombrarla con el nombre de María, porque hay indicios de que no se trata de omisión casual, sino premeditada, querida y planeada.

Juan no ignora, por ejemplo, el oscuro nombre de José, que cita cuando reproduce aquella frase de la incredulidad que comentábamos a propósito de Marcos y que recogen de una manera u otra también Mateo y Lucas: «Y decían: ¿no es acaso éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: “he bajado del cielo”»?. (Jn 6, 42).

En segundo lugar, Juan conoce y nos nombra frecuentemente en su evangelio a otras mujeres llamadas «María»: María la de Cleofás, María Magdalena, María de Betania, hermana de Lázaro y Marta. Son personajes secundarios del evangelio y, sin embargo Juan no evita llamarlas por su nombre propio. Esto hace también con otros personajes, cuyo nombre podía aparentemente haber omitido, sin quitar nada a su evangelio, como Nicodemo y José de Arimatea. Si nos ha conservado estos nombres de figuras menos importantes: ¿Por qué no ha nombrado por el suyo a la Madre de Jesús? Si la razón fuera –como pudiera alguien suponer– la de no repetir lo que nos dicen ya los otros evangelistas, tampoco se habría preocupado por darnos los nombres de José y de las numerosas Marías de las que también aquéllos nos han conservado la noticia onomástica.

En tercer lugar, si había un discípulo que podía y debía conocer a la Madre de Jesús, ése era Juan, el discípulo a quien Jesús amaba y que por última voluntad de un Jesús agonizante la tomó como Madre propia y la recibió en su casa:

«Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 25-27)

Pues bien, es este discípulo, que de todos ellos es quien en modo alguno puede ignorar el verdadero nombre de la Madre de Jesús el que, evitando consignarlo por escrito en su evangelio, alude siempre a ella como la Madre de Jesús o, más brevemente su Madre. Y es precisamente este discípulo, el que entre todos podía haber tenido mayores títulos para referirse a la Madre de Jesús como «mi Madre», quien insiste en reservarle –con una exclusividad que ya convierte en nombre propio lo que es un epíteto– el título «Madre de Jesús».

Juan no ignoraba el nombre de María y, si de hecho lo omite es con alguna deliberada intención. Una intención que no es fácil detectar a primera vista, pero que vale la pena esforzarse por comprender.


Una hipótesis

Y una primera hipótesis explicativa podría ser la siguiente. Quizás San Juan evita usar el nombre de María como nombre propio de la Madre de Jesús porque le parece un nombre demasiado común para poder aplicárselo como propio. Si el nombre propio es para nosotros el que distingue a una persona, a un individuo de todos los demás; sí –además– para la mentalidad israelita el nombre revela la esencia de una persona y enuncia su misión en la historia salvífica, entonces Juan tenía razón: María no es un nombre suficientemente propio como para designar de manera adecuada o inconfundible a la Madre de Jesús. Es un nombre demasiado común para ser propio suyo. Marías hay muchas en los evangelios y sin duda eran muchísimas en el pueblo y en el tiempo de Jesús, como lo son aún hoy entre nosotros. Si Juan buscaba un nombre único, un título que le señalara la unicidad irrepetible del destino de aquella mujer, eligió bien: Madre de Jesús fue ella y sólo ella, en todos los siglos.

En esta hipótesis, por lo tanto, Juan, al evitar llamarla María, y al decirle siempre la Madre de Jesús, su Madre, lejos de silenciar el nombre propio de aquella mujer, nos estaría revelando su nombre verdadero, el que mejor expresa su razón de ser y su existir. Pero tratemos de ir más lejos y más hondo en las posibles intenciones de San Juan.


2. Otro hecho: Diálogos distantes

Analicemos un segundo hecho que llama la atención al estudiar la imagen de María tal como se desprende de los dos únicos pasajes de este evangelio en que ella aparece: las bodas de Caná y la Crucifixión.

Como sabemos, Juan, al igual que Marcos, no nos ofrece relatos de la infancia de Jesús. Podemos además desechar la referencia –que hacen sus opositores– a su padre y a su madre, y que Juan, al igual que los sinópticos nos ha conservado (Jn 6, 42). Ya vimos, al tratar de Marcos, qué figura de María revela este enfoque de la tradición preevangélica. Y por eso no volvemos a insistir aquí en ese aspecto, que no es propio de Juan.

El material estrictamente joánico acerca de la Madre de Jesús –desgraciadamente para nuestra piadosa curiosidad, pero afortunadamente para quien, como nosotros, ha de considerarlo en un breve lapso– se reduce a esas dos escenas, que juntas no pasan de catorce versículos: las bodas de Caná (Jn 2, 1-11) y la Crucifixión (Jn 19, 25-27). Si no fuera por el evangelio de Juan, no sabríamos que Jesús había asistido con su Madre y con sus discípulos a aquellas bodas en Caná de Galilea. Ni sabríamos tampoco que la Madre de Jesús siguió de cerca su Pasión y fue de los muy pocos que se hallaron al pie de la Cruz.

Y he aquí –ahora– el segundo hecho sobre el que quisiera llamar la atención. Entre todos los pasajes evangélicos acerca de María, son poquísimos los que nos conservan algo que se parezca a un diálogo entre Jesús y su Madre. Para ser exactos son tres: estos dos del evangelio de Juan y la escena que nos narra Lucas del niño perdido y hallado en el Templo, cuando, en ocasión del acongojado reproche de la Madre: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo angustiados te andábamos buscando» (Lc 2, 48), responde Jesús con aquellas enigmáticas palabras que abren en Lucas el repertorio de los dichos de Jesús: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar [aquí] en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49).

Quien lea los diálogos joánicos habiendo recogido previamente en Lucas esta primera impresión no podrá menos que desconcertarse más. En la escena de las bodas de Caná Jesús responde a su Madre que le expone la falta de vino: «Mujer, ¿qué hay entre tú y yo? [o, como traducen otros para suavizar esta frase impactante: ¿qué nos va a ti y a mí?], todavía no ha llegado mi hora». Y en la escena de la crucifixión: «Mujer, he ahí a tu hijo».

Notemos, pues, que en los tres diálogos que se nos conservan, Jesús parece poner una austera distancia entre él y su Madre. Son precisamente estos pasajes –que, por presentar a Jesús y María en un tú a tú, podrían haberse prestado para reflejar la ternura y el afecto que sin lugar a dudas unió a estos dos seres sobre la tierra– los que nos proponen, por el contrario, una imagen, al parecer, adusta, de esa relación, capaz de escandalizar la sensibilidad de nuestros contemporáneos: 1) Mujer: ¿Qué hay entre tú y yo?; 2) Mujer: He ahí a tu hijo.

Juan parece haber retomado y subrayado lo que Lucas nos adelantaba en su escena. La Madre de Jesús sólo aparece en su evangelio en estos dos pasajes dialogales, y Jesús parece en ellos distanciarse de su Madre: 1) con una pregunta que pone en cuestión su relación; 2) interpelándola con la genérica y hasta fría palabra Mujer; 3) remitiéndola a otro como a su hijo.

La impresión –decíamos– es desconcertante. Y agrega un segundo hecho, que pide ser explicado, al ya enigmático silenciamiento del nombre de la Madre de Jesús.


Explicaciones

Tratemos de dar explicación a estos hechos enigmáticos.

1. «Haced todo lo que Él os diga»

El evangelio de San Juan subraya la revelación de Dios en Jesucristo como la revelación del Padre de Jesús. Dios es el Padre de Jesús. Juan es el evangelista que nos muestra mejor la intimidad de Jesús con su Padre; la corriente de mutuo amor y complacencia que los une; cómo Jesús vive y se desvive por hacer lo que agrada a su Padre, cómo se alimenta de la complacencia paterna, siendo ésta su verdadera vida: «El Padre me ama, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la arrebata; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y recobrarla, y esa es la orden –la voluntad– que he recibido de mi Padre»(Jn 10, 17-18). «El Padre y yo somos uno» (Jn 10, 30). «Felipe: el que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9).

Es en paralelo, y por analogía con esos –en San Juan ubicuos– mi Padre, el Padre de Jesús, como creo debemos comprender la insistencia de Juan en referirse a María sola y exclusivamente como su Madre, la Madre de Jesús.

Así como Dios es para Jesús el Padre, omnipresente en su vida y en sus labios –mi Padre, el Padre que me envió, voy al Padre, mi Padre y vuestro Padre, el Padre que me ama, la casa de mi Padre–, así también y para señalar una mística analogía, para subrayar una paralela realidad espiritual, Juan llama a aquella que es como un eco de la divina figura paterna –no sólo a través de una maternidad física, sino principalmente a través de una comunión en el mismo Espíritu Santo– la Madre de Jesús.

Y una de las principales finalidades de la escena de Caná nos parece que es –en la intención de Juan–la de mostrar hasta qué punto la Madre de Jesús está identificada en su espíritu con el Espíritu del Padre de Jesús.

En la escena de Caná, en efecto, parecería que Juan se complace en subrayar la coincidencia del velado testimonio que de Jesús da María ante los hombres, con el testimonio que de Jesús da su Padre: «Haced todo cuanto os diga», dice la Madre. «Escuchadle», dice el Padre; que es lo mismo que decir: «obedecedle». Sabemos, en efecto, por el testimonio de los sinópticos, que en los dos momentos decisivos del Bautismo y de la Transfiguración se abren los cielos sobre Jesús y desciende una voz –la voz de Dios– que proclama, con pequeñas variantes según cada evangelista: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

En el Bautismo, la finalidad de esta voz –que se revela como la del Padre– es credencial de la identidad mesiánica y de la filiación divina de Jesús, y suena como solemne decreto de entronización pública en su misión de Hijo y en su destino de Mesías. En la Transfiguración, la finalidad de esta voz es dar confirmación y garantía de autenticidad mesiánica a la vía dolorosa que Jesús anuncia –con ternaria solemnidad– a sus discípulos. Y la voz celestial completa su mensaje con un segundo miembro de la frase: Escuchadle.

San Juan, a diferencia de los sinópticos, no nos relata la escena del Bautismo. Tampoco hace referencia a la voz celestial que –según los sinópticos– se dejó oír en el Bautismo. Ha puesto en su lugar no sólo más profuso y explícito testimonio del Bautista, sino también –nos parece– la voz de María: «Haced todo lo que os diga», que equivale al «escuchadle» de la voz divina en la Transfiguración, pero adelantada aquí al comienzo del ministerio de Jesús.

Antes de la escena de Caná, Jesús no ha nombrado ni una sola vez a su Padre, lo hará por primera vez en la escena de la purificación del templo, que sigue inmediatamente a la de Caná. Es a través de su Madre como le llega a Jesús ya en Caná, como a través de un eco fidelísimo, la voz de su Padre. No, como en los sinópticos, a través de una voz del cielo ni como más adelante, en el mismo evangelio de Juan con un estruendo –que los circundantes, a quienes va destinado, se dividen en atribuir a trueno o a la voz de un ángel-, sino como una sencilla frase de mujer cuyo carácter profético solo Jesús pudo entender, oculto como estaba bajo el más modesto ropaje del lenguaje doméstico.

Y prueba de que Jesús reconoció en las palabras de la Madre un eco de la voz de su Padre es que, habiendo alegado que aún no había llegado su hora, cambia súbitamente tras las palabras: «Haced cuanto os diga», y realiza el milagro de cambiar el agua en vino.

No fue mera deferencia o cortesía, ni mucho menos debilidad para rechazar una petición inoportuna. Fue reconocimiento, en la voz de la Madre, del eco clarísimo de la voluntad del Padre. Obedeciendo a esa voz, Jesús «realizó este primer signo y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él». Y San Juan se preocupa, en otros pasajes del Evangelio, de subrayar el escrúpulo de Jesús en no hacer sino lo que el Padre le ordena, en mostrar sólo lo que el Padre le muestra y en guardar celosamente lo que el Padre le da.

Sí, pues, María es por un lado «Hija de Sión», en cuanto encarna lo más santo del Pueblo de Dios, es también Hija de la Voz, que así se dice en hebreo lo que nosotros decimos Eco. Eco de la Voz de Dios = Bat Qol, Hija de la Voz.


2. Entre Caná y el Calvario

La importancia que la figura de la Madre de Jesús tiene en el evangelio según San Juan no la podemos inferir de la abundancia de referencias a ella, pues, como hemos visto, son pocas. La hemos de deducir de la sugestiva colocación, dentro del plan total del evangelio, de las dos únicas y breves escenas en que ella aparece: Caná y el Calvario. Y no sólo –por supuesto– de su lugar material, sino también de su contenido revelador.

Caná y el Calvario constituyen una gran inclusión mariana en el evangelio de San Juan. Encierran toda la vida pública de Jesús como entre paréntesis. Son como un entrecomillado mariano de la misión de Jesús. Abarcan como con un gran abrazo materno –discretísimo pero a la vez revelador de una plena comprensión y compenetración entre Madre e Hijo– toda la vida pública de Jesús desde su inauguración en Caná hasta la consumación en el Calvario.

La María de San Juan no es sólo –como en Marcos– la Madre solidaria con su Hijo ante el desprecio. No es tampoco –como en Mateo y en Lucas– una estrella fugaz que ilumina el origen oscuro del Mesías o la noche de una infancia perdida en el olvido de los hombres.

La Madre de Jesús es para San Juan testigo y actor principal en la vida misma de Jesús. Su presencia al comienzo y al fin, en el exordio y el desenlace es como la súbita, fugaz, pero iluminadora irrupción de un relámpago comparable al también doble inesperado trueno de la voz del Padre en el Bautismo y la Transfiguración.


3. El diálogo en Caná

La Madre de Jesús tal como nos la presenta Juan, sabe y entiende. Es para Jesús un interlocutor válido e inteligente que, como iniciado en el misterio de la hora de Jesús, se entiende con él en un lenguaje de veladas alusiones a un arcano común.

Quien oye desde fuera este lenguaje, puede impresionarse por las apariencias. Aparente banalidad de la intervención de la Madre: No tienen vino. Aparente distancia y frialdad descortés del Hijo: Mujer, ¿qué hay entre tú y yo? Aún no ha llegado mi hora.

Con ocasión de una fiesta de alianza matrimonial, Madre e Hijo tocan en su conversación el tema de la Alianza. La Antigua y la Nueva. Vino viejo y vino nuevo. Vino ordinario y vino excelente que Dios ha guardado para servir al final. Antigua Alianza es agua de purificación ritual, que sale de la piedra de la incredulidad y sólo lava lo exterior. Nueva Alianza que brota inexplicablemente por la fuerza de la palabra de Cristo, como buen vino, como sangre brotando de su interior por su costado abierto y que alegra desde lo interior.

La observación de la Madre –no tienen vino– encierra una discreta alusión midráshica a la alegría de la Alianza Mesiánica, aún por venir, y de la cual el vino es símbolo de la Escritura.

Sabemos por San Lucas que no sólo Jesús sino también María, habla y entiende aquel estilo midráshico, que entreteje Escritura y vida cotidiana. En el evangelio de San Juan, Jesús aparece como Maestro en este estilo, que estriba en realidades materiales y las hace proverbio cargado de sentido divino: hablaba del Templo… de su Cuerpo; como el viento… es todo lo que nace del Espíritu; el que beba de esta agua volverá a tener sed… pero el que beba del agua que yo le daré…; mi carne es verdadera comida…

Y si la observación de María hay que entenderla como el núcleo de un diálogo más amplio, que San Juan abrevia y reproduce sólo en su esencia, también la arcana respuesta de Jesús hemos de interpretarla no como la de alguien que enseña al ignorante, sino como la de quien responde a una pregunta inteligente.

La frase de Jesús «Mujer, ¿qué hay entre tú y yo? Aún no ha llegado mi hora», antes que negar una relación con María es una adelantada referencia a que, una vez llegada la hora de Jesús, se creará entre Él y su Madre el vínculo perfecto, último y definitivo ante el cual, palidecen los ya fuertes que lo unen con su Madre en la carne y el Espíritu. Un vínculo tan fuerte que, como veremos, se podrá decir que la hora de Jesús es a la vez la hora de María, la hora de un alumbramiento escatológico, en la que el Crucificado le muestra en Juan al hijo de sus dolores, primogénito de la Iglesia.

Y si la Madre pregunta indirectamente acerca de la alegría simbolizada por el vino –no hay fiesta si no hay vino, dice el refrán judío–, Jesús alude a una alegría que viene en el dolor de su hora, de su Pasión, alegría que Jesús anunciará oportunamente a su Madre, desde la Cruz, como la dolorosa alegría del alumbramiento.


4. La escena en el Calvario

Y con esto hemos iniciado nuestra respuesta al segundo hecho sorprendente: el de la frialdad y distancia que parece interponer Jesús en sus diálogos con su Madre. Acabamos de insinuar el sentido de la segunda escena mariana en el evangelio de Juan: la del Calvario. Tomémosla en consideración con más detenimiento:

«Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 25-27).

Nos parece que podemos partir para interpretar el sentido de este pasaje, de las palabras «desde aquella hora». Juan ama las frases aparentemente comunes, pero cargadas de sentido. Y ésta es una de ellas. Porque aquella hora es nada menos que la hora de Jesús; de la cual él dijo:

«ha llegado la hora…, ¿y qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero, ¡si para esto he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!» (Jn 12, 23-27).

Para San Juan la hora de alguien es el tiempo en que este cumple la obra para la cual está particularmente destinado. La hora de los judíos incrédulos es el tiempo en que Dios les permite perpetrar el crimen en la persona de Cristo o de sus discípulos:

«Incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y lo harán. Porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os lo he dicho para que cuando llegue la hora os acordéis…» (16, 3-4).

Y esta expresión la hora, posiblemente se remonta a Jesús mismo, fuera de los numerosos pasajes de San Juan, también Lucas, nos guarda un dicho del Señor que habla de su Pasión como de la hora:

«Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas» (Lc 22, 53).

La hora de Jesús es aquél momento en que se realiza definitivamente la obra para la cual fue enviado el Padre a este mundo. Es la hora de su victoria sobre Satanás, sobre el pecado y la muerte: «Ahora es el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será derribado; cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 31-32).

Por ser la hora de la Pasión una hora dolorosa pero victoriosa a la vez, está para San Juan íntimamente unida a la gloria, a la gloriosa victoria de Jesús. Y esa gloria se manifiesta por primera vez en Caná. Es la misma con la que el Padre glorificará a su Hijo en la cruz. Y María es testigo de esta gloria en ambas escenas.

Esa coexistencia de sufrimiento y gloria que hay en la hora se expresa particularmente en una imagen que Jesús usa en la Ultima Cena y que compara su hora con la de la mujer que va a ser madre:

«La mujer, cuando da a luz, está triste porque ha llegado su hora, la del alumbramiento, pero cuando le ha nacido el niño ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21).

Me parece que esta imagen no acudió casualmente a la cabeza de Jesús en aquella víspera de su Pasión. Creo más bien que es como una explicación adelantada de la escena que meditamos. Y que, a la luz de esta explicación Juan habrá podido comprender la profundidad del gesto y de las últimas palabras de Jesús agonizantes a él y a María.

¿Habrán recordado Jesús, Juan, María, el oráculo profético de Jeremías o algún otro semejante?:

«Y entonces oí una voz como de parturienta, gritos como de primeriza. Era la voz de la Hija de Sión, que gimiendo extendía sus manos: “Ay, pobre de mí, que mi alma desfallece a manos de asesinos”» (Jer 4, 31).

Al pie de la cruz, la Hija de Sión gime y siente desfallecer su alma a causa de los asesinos de su Hijo. Y Jesús, que la ve afligida, comparable a una parturienta primeriza en sus dolores; Jesús, que advierte el gemido de su corazón; aludiendo quizás en forma velada a algún oráculo profético como el de Jeremías, la consuela con el mayor consuelo que se puede dar a la que acaba de alumbrar un hijo: mostrándoselo. «He ahí a tu hijo», le dice mostrándole al discípulo, el primogénito eclesial del nuevo pueblo de Dios que Jesús adquiere con su sangre. Juan, el bienaventurado que ha permanecido en las puertas de la Sabiduría en aquella hora de las tinieblas:

«Bienaventurado el hombre que me escucha, y que vela continuamente a las puertas de mi casa, y está en observación en los umbrales de ella» (Prov 8,34).

Juan, el primogénito de la Iglesia, permanece junto a los postes de la puerta de la Sabiduría, marcada con la sangre del Cordero, para ser salvo del paso del Angel exterminador.

Jesús revela que su hora es también la hora de su Madre. Lejos de distanciarse de ella o de renegar de su maternidad, la consuela como un buen hijo a su Madre, pero también como sólo puede consolar el Hijo de Dios: mostrándole la parte que le cabe en su obra. Mostrándole en aquella hora de dolores, a su primer hijo alumbrado entre ellos.

He aquí indicada la dirección en que nos parece que se ha de buscar la explicación de ese Mujer con que Jesús habla a su Madre en el evangelio de Juan. Tanto en Caná como en el Calvario, Jesús ve en ella algo más que la mujer que le ha dado su cuerpo mortal y a la que está unido por razones afectivas individuales, ocasionales.

Para Jesús, María es la Mujer que el Apocalipsis describe, con términos oníricos, en dolores de parto, perseguida por el dragón, huyendo al desierto con su primogénito. Es la parturienta primeriza de Jeremías, dando a luz entre asesinos. Jesús no ve a su Madre –como nosotros a las nuestras– en una piadosa pero exclusiva y estrecha óptica privatista, sino en la perspectiva de la hora, fijada de antemano por el Padre, en que recibiría y daría gloria. Esa gloria que es una corriente que va y viene y, como dice Jesús, está en los que creen en él: Yo he sido glorificado en ellos (Jn 17, 9-10), los que tú me has dado y son tuyos, porque todo lo mío es tuyo. El Padre glorifica a su Hijo en los discípulos llamados a ser uno con él, como él y el Padre son uno. Y María, Madre del que es uno con el Padre es también Madre de los que por la fe son uno con el Hijo.

Por eso, al señalar a Juan desde la cruz, Jesús se señala a sí mismo ante María, la remite a sí mismo, no tal como lo ve crucificado en su Hora, sino tal como lo debe ver glorificado en los suyos, en los que el Padre le ha dado como gloria que le pertenece. Y la remite a ella misma: no según su apariencia de Madre despojada de su único Hijo, humillada Madre del malhechor ajusticiado, sino según su verdad: primeriza de su Hijo verdadero, nacido en la estatura corporativa –inicial, es verdad, pero ya perfecta– de Hijo de Hombre.

Se comprende así lo bien fundada en la Sagrada Escritura que está la contemplación eclesial de la figura de María como nueva Eva, esposa del Mesías y Madre de una humanidad nueva de Hijos de Dios. En efecto, en la tradición de la Iglesia se ha interpretado que en el apelativo Mujer está la revelación de grandes misterios acerca de la identidad de María. Por un lado, se ha reconocido en ella a la Nueva Eva que nace del costado del Nuevo Adán, abierto en la cruz por la lanza del soldado. Como nueva Eva ella celebra a los pies de la cruz un misterioso desposorio con el Nuevo Adán, que la hace Esposa del Mesías en las Bodas del Cordero. Allí por fin, Jesús la hace y proclama Madre, parturienta por los mismos dolores de la redención que fundan su título de corredentora. Madre de una nueva humanidad, de la cual Juan será el primogénito y el representante de todos los creyentes.

Ante Jesús Sacramentado




“Oh Jesús, la pequeñez de tu Hostia me habla:
-De tu pequeñez cuando viniste al mundo: te hiciste niño.
-De tu pequeñez en tu familia: elegiste por padres unos pobres carpinteros.
-De tu pequeñez en tu patria: tuviste por pueblo a Nazaret, de donde se decía no podía salir cosa buena.
-De tu pequeñez en tus relaciones sociales: tu círculo social eran los niños, los pobres y los enfermos. “Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados”.
-De tu pequeñez en tus apóstoles: eran unos pobres pescadores de Galilea.
-De tu pequeñez en tus pretensiones terrenas: huiste cuando quisieron nombrarte rey, y tu doctrina fue el sacrificio, la humillación, la pobreza”.


“Oh Jesús, aquí estas en el Sagrario:
-Olvidado: ¿quién se acuerda de los que pasan por la calle de que estás en el sagrario?
-Despreciado: ¿quién estima la Misa, la Comunión y las visitas a Jesús Sacramentado?
-Ultrajado: ¡cuántas blasfemias contra este Sacramento de Amor!
-Perseguido: ¡cuántas irreverencias y profanaciones de iglesias y de sagrarios!
-Maltratado: ¡cuántos sacrilegios de los que como Judas se acercan al comulgatorio en grave pecado!
-Amado: a cambio de todo esto yo quiero amarte con todo el corazón, en tu amor abrasado”.


“Memoria de Cristo, que yo te recuerde.
-Entendimiento de Cristo, que yo te conozca.
-Voluntad de Cristo, que yo te desee.
-Pies de Cristo, que yo os busque.
-Ojos de Cristo, que yo os encuentre.
-Corazón de Cristo, que yo te ame siempre”.


Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

Santo Evangelio 18 de Enero de 2013



Autor: Miguel Ángel Andrés Ugalde | Fuente: Catholic.net
Curación de un paralítico
Marcos 2, 1-12. Tiempo Ordinario. Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo a los demás.


Del santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12


Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?" Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida». 

Oración introductoria

Padre y Señor mío, bien conoces mi fragilidad y lo difícil que me es guardar silencio y apartarme de las distracciones durante mi meditación. Permite que tu Espíritu Santo me lleve ante Ti, como lo logró el paralítico, y que sepa ser dócil a tu gracia.

Petición

Señor, ¡sáname!, para que sea tu discípulo y misionero.

Meditación del Papa

A propósito de los "sacramentos de la curación", san Agustín afirma: "Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas... Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos". Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. (Benedicto XVI, 11 de febrero de 2012). 

Reflexión

¡Qué atrayente es la persona de Jesús! ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían!. Es cautivadora su figura porque refleja el amor del Padre. Él les hablaría del amor misericordioso de Dios que perdona al que le ofende y luego de perdonarle le ama como al más querido de sus hijos. No le guarda resentimiento, sino que le da todo lo que daría al hijo fiel y todavía más porque sabe que es débil y necesita de un mayor amor y cuidado.

Sin embargo, no todos los presentes le escuchaban por primera vez, al menos así parece por la forma de actuar. Quizá le estaban siguiendo desde tiempo atrás, quizá le habían visto obrar y habían convivido con Él. No lo sabemos. El hecho es que aparecen cuatro personas que conducen a un enfermo a Cristo. ¿Por qué lo hacen? Lo más seguro es que ya conocían al Maestro y también conocían el amor que en ese momento enseñaba a los demás. Quizá habían sido objetos de su bondad divina y ahora se dedican a pregonar la gran novedad del amor de Dios. Ha sido tan grande su experiencia y es tan grande la felicidad que han sacado de ella, que se dedican a comunicarla a los demás y a tratar de hacerla partícipe al mayor número de personas posibles. Es tan grande su deseo de transmitirla que rompen el techo de la casa para que un hombre más goce de la felicidad que da ser blanco del amor divino.

Así debemos hacer cada uno de nosotros en nuestras vidas: Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo al mayor número de personas posible, por encima del cansancio o del sacrificio que ello pueda implicar. La verdadera felicidad de muchas personas depende de nuestro mensaje. No lo reservemos para nosotros mismos.

Propósito

En mi oración, pedir a Dios que aumente mi fe.

Diálogo con Cristo

Sólo Tú puedes devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Sólo Tú curas nuestras heridas con el bálsamo de tu amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que desmantelar tejados para obtener tu perdón!

Nosotros mismos podemos acudir sin que nadie tenga que llevarnos...





LECTURA BREVE Ef 4, 29-32


LECTURA BREVE Ef 4, 29-32

No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes. Y no provoquéis más al santo Espíritu de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día de la redención. Desterrad de entre vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente como también Dios os ha perdonado en Cristo.



Cántico: QUE LOS PUEBLOS TODOS SE CONVIERTAN AL SEÑOR. Is 45, 15-25





Cántico: QUE LOS PUEBLOS TODOS SE CONVIERTAN AL SEÑOR. Is 45, 15-25

Es verdad: tú eres un Dios escondido,
el Dios de Israel, el Salvador.
Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual,
se van avergonzados los fabricantes de ídolos;
mientras el Señor salva a Israel
con una salvación perpetua,
para que no se avergüencen ni se sonrojen
nunca jamás.

Así dice el Señor, creador del cielo
- él es Dios -,
él modeló la tierra,
la fabricó y la afianzó;
no la creó vacía,
sino que la formó habitable:
«Yo soy el Señor y no hay otro.»

No te hablé a escondidas,
en un país tenebroso,
no dije a la estirpe de Jacob:
«Buscadme en el vacío.»

Yo soy el Señor que pronuncia sentencia
y declara lo que es justo.
Reuníos, venid, acercaos juntos,
supervivientes de las naciones.
No discurren los que llevan su ídolo de madera,
y rezan a un dios que no puede salvar.

Declarad, aducid pruebas,
que deliberen juntos:
¿Quién anunció esto desde antiguo,
quién lo predijo desde entonces?
¿No fui yo, el Señor?
- No hay otro Dios fuera de mí -.

Yo soy un Dios justo y salvador,
y no hay ninguno más.

Volveos hacia mí para salvaros,
confines de la tierra,
pues yo soy Dios y no hay otro.

Yo juro por mi nombre,
de mi boca sale una sentencia,
una palabra irrevocable:
«Ante mí se doblará toda rodilla,
por mí jurará toda lengua», 
dirán: «Sólo el Señor
tiene la justicia y el poder.»

A él vendrán avergonzados
los que se enardecían contra él,
con el Señor triunfará y se gloriará
la estirpe de Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79






Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,

Llenarse de Dios



Llenarse de Dios


   Un sabio japonés, conocido por la sabiduría de sus doctrinas, recibió la visita de un profesor universitario que había ido a verlo para preguntarle sobre su pensamiento.

   El sabio le sirvió el té: llenó la taza de su huésped y después continuó echando con expresión serena y sonriente.

   El profesor veía desbordarse el té con estupefacción, y no lograba explicarse la distracción del sabio. No pudiendo contenerse más le dijo:

- Está llena. No cabe más.
- Cómo esta taza, dijo el sabio imperturbable, tú estás lleno de tu cultura, opiniones y conjeturas eruditas y completas. ¿Cómo puedo hablarte de mi doctrina, que sólo es comprensible a los ánimos sencillos y abiertos, si antes no vacías la taza?

   La doctrina sólo es comprensible a los que se vacían, a los abiertos de corazón. Solamente los sencillos, los vacíos de todo y abiertos al Todo pueden comprender a Dios y aceptarlo como su tesoro. Para que Dios pueda penetrar en la mente y en el corazón del ser humano, se necesitan estas tres actitudes fundamentales:

   . Humildad: una actitud indispensable. “Dios resiste a los soberbios y de su gracia  los humildes” (St 4.6).

  . Escucha: la persona que abre su ser al Señor, lo reconoce como único dueño y dador de vida, fuente de todo bien, santo y perfecto. Es el Dios que obra conforme a su benevolencia (Flp 2.13). Sólo los humildes pueden llegar hasta El len actitud de escucha. “El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13.9). Dios habla de mil modos y maneras, pero nos habla definitivamente por Cristo. “Este es mi Hijo predilecto, en el cual me complazco. Escuchadlo” Mt 17.5). Escuchar es estar alerta, atentos y despiertos.

  . Dejar actuar a Dios: Cada cristiano debe dejar que Dios se manifieste libremente, que sea Él lo que es: Luz, Fuerza, Salvación…Dios toma la iniciativa en la historia de la salvación y es el que la realiza. Él es el principal agente. Dios se entrega del todo y quisiera que el ser humano dejase paso a su obra, que colaborará con Él. El papel de la criatura es dejar paso al Creador.

   La Virgen María representa el modelo perfecto de la persona abierta siempre a Dios, dispuesta a que Él haga su voluntad. Ella es la oyente de la Palabra. Está siempre pronta a la escucha y atenta al mensaje que se le da. “Hágase en mí según su Palabra”

Padre. Eusebio Gómez Navarro:O.C.D


17 ene 2013

San Antonio Abad


Antonio, Santo
Abad, 17 de enero 
Autor: | Fuente:

Abad
Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, abad, que, habiendo perdido a sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres siguiendo la indicación evangélica y se retiró a la soledad de la Tebaida, en Egipto, donde llevó una vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución del emperador Diocleciano y apoyó a san Atanasio contra los arrianos, y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes (356). 

Etimológicamente: Antonio = florido, inestimable”. Viene de la lengua griega.

Fecha de canonización: Fue canonizado en el año 491.
Antonio nació en el pueblo de Comas, cerca de Heraclea, en el Alto Egipto. Se cuenta que alrededor de los veinte años de edad vendió todas sus posesiones, entregó el dinero a los pobres y se retiró a vivir en una comunidad local haciendo ascética, durmiendo en un sepulcro vacío. Luego pasó muchos años ayudando a otros ermitaños a dirigir su vida espiritual en el desierto, más tarde se fue internando mucho más en el desierto, para vivir en absoluta soledad.

De acuerdo a los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo, popularizados en el libro de vidas de santos La leyenda dorada que compiló el dominico genovés Santiago de la Vorágine en el siglo XIII, Antonio fue reiteradamente tentado por el demonio en el desierto. La tentación de san Antonio se volvió un tema favorito de la iconografía cristiana, representado por numerosos pintores de fuste.


Su fama de hombre santo y austero atrajo a numerosos discípulos, a los que organizó en un grupo de ermitaños junto a Pispir y otro en Arsínoe. Por ello, se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Sin embargo, y pese al atractivo que su carisma ejercía, nunca optó por la vida en comunidad y se retiró al monte Colzim, cerca del Mar Rojo como ermitaño. Abandonó su retiro en 311 para visitar Alejandría y predicar contra el arrianismo.

Jerónimo de Estridón, en su vida de Pablo el Simple, un famoso decano de los anacoretas de Tebaida, cuenta que Antonio fue a visitarlo en su edad madura y lo dirigió en la vida monástica; el cuervo que, según la leyenda, alimentaba diariamente a Pablo entregándole una hogaza de pan, dio la bienvenida a Antonio suministrando dos hogazas. A la muerte de Pablo, Antonio lo enterró con la ayuda de dos leones y otros animales; de ahí su patronato sobre los sepultureros y los animales.

Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que dominaba la creación.

Reliquias y orden monástica

Se afirma que Antonio vivió hasta los 105 años, y que dio orden de que sus restos reposasen a su muerte en una tumba anónima. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que vino a ser el emblema como era conocido.

Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre bajo el nombre de Saint-Antoine-en-Viennois. La devoción por este santo llegó también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios del siglo XIV.

La orden de los antonianos se ha especializado desde el principio en la atención y cuidado de enfermos con dolencias contagiosas: peste, lepra, sarna, venéreas y sobre todo el ergotismo, llamado también fuego de San Antón o fuego sacro o culebrilla. Se establecieron en varios puntos del Camino de Santiago, a las afueras de las ciudades, donde atendían a los peregrinos afectados.

El hábito de la orden es una túnica de sayal con capuchón y llevan siempre una cruz en forma de tau, como la de los templarios. Durante la Edad Media además tenían la costumbre de dejar sus cerdos sueltos por las calles para que la gente les alimentara. Su carne se destinaba a los hospitales o se vendía para recaudar dinero para la atención de los enfermos.




Santo Evangelio 17 de Enero de 2013



Santo Evangelio Enero 17, 2013

Curación de un leproso
Marcos 1, 40-45.
Tiempo Ordinario.
Pongamos con sinceridad nuestra vida en manos de Dios con sus méritos y flaquezas.

Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.

Oración introductoria
Señor, si Tú quieres esta meditación puede hacer la diferencia en mi día, y en mi vida. Vengo ante Ti como el leproso, necesito de tu gracia. Tócame y sáname de todas mis iniquidades, de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi vanidad, de mi indiferencia.

Petición
Ayúdame, Jesús, a vivir tu Evangelio al convertirme en un apóstol fiel y esforzado de tu Reino.

Meditación del Papa
Un maravilloso comentario existencial a este Evangelio es la famosa experiencia de san Francisco de Asís, que lo resume al principio de su Testamento: "El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: cuando estaba en el pecado, me parecía algo demasiado amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me quedé un poco, y salí del mundo". En los leprosos, que Francisco encontró cuando todavía estaba "en el pecado" --como él dice--, Jesús estaba presente, y cuando Francisco se acercó a uno de ellos, y, venciendo la repugnancia que sentía lo abrazó, Jesús lo sanó de su lepra, es decir de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a una vida nueva!» (Benedicto XVI, 12 de febrero de 2012).

Reflexión
El leproso del evangelio de hoy nos presenta una realidad muy cercana a nosotros: la pobreza de nuestra condición humana. Nosotros la experimentamos y nos la topamos a diario: las asperezas de nuestro carácter que dificultan nuestras relaciones con los demás; la dificultad y la inconstancia en la oración; la debilidad de nuestra voluntad, que aun teniendo buenos propósitos se ve abatida por el egoísmo, la sensualidad, la soberbia ... Triste condición si estuviéramos destinados a vivir bajo el yugo de nuestra miseria humana. Sin embargo, el caso del leproso nos muestra otra realidad que sobrepasa la frontera de nuestras limitaciones humanas: Cristo.

El leproso es consciente de su limitación y sufre por ella, como nosotros con las nuestras, pero al aparecer Cristo se soluciona todo. Cristo conoce su situación y no se siente ajeno a ella, más aún se enternece, como lo hace la mejor de las madres. Quizá nosotros mismos lo hemos visto de cerca. Cuando una madre tiene a su hijo enfermo es cuando más cuidados le brinda, pasa más tiempo con él, le ofrece más cariño, se desvela por él, etc. Así ocurre con Cristo. Y este evangelio nos lo demuestra; el leproso no es despreciado ni se va defraudado, sino que recibe de Cristo lo que necesita y se va feliz, compartiendo a los demás lo que el amor de Dios tiene preparado para sus hijos. Pongamos con sinceridad nuestra vida en manos de Dios con sus méritos y flaquezas para arrancar de su bondad las gracias que necesitamos.

Propósito
Rezar durante el día una jaculatoria que me ayude a transformar mi orgullo en amor. Puede ser: Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo.

Diálogo con Cristo
Gracias, Jesús, por apiadarte de mis dolencias y darme la posibilidad de experimentar tu cercanía en esta meditación. Creo en tu misericordia y humildemente te pido me ayudes a saber reconocer todas mis infidelidades y a poner medios concretos para superarlas. Además confío en que sabré, como el leproso, divulgar tu Buena Nueva de salvación en mi entorno familiar y social, porque lo que más deseo para este 2013, es que muchos otros experimenten tu amor.
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Autor: Miguel Ángel Andrés Ugalde | Fuente: Catholic.net

LECTURA BREVE Rm 12, 1-2





LECTURA BREVE Rm 12, 1-2

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

Salmo 47 - HIMNO A LA GLORIA DE JERUSALÉN.



Salmo 47 - HIMNO A LA GLORIA DE JERUSALÉN.

Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:

el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.

Mirad: los reyes se aliaron
para atacarla juntos;
pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos;

allí los agarró un temblor
y dolores como de parto;
como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis.

Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para siempre.

¡Oh Dios!, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, ¡oh Dios!, tu alabanza
llega al confín de la tierra;

tu diestra está llena de justicia:
el monte Sión se alegra,
las ciudades de Judá se gozan
con tus sentencias.

Dad la vuelta en torno a Sión,
contando sus torreones;
fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios,

para poder decirle a la próxima generación:
«Este es el Señor, nuestro Dios.»
Él nos guiará por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén